Adiós a Washington
Por Juan Gabriel Tokatlian*
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Asistimos a una coyuntura infrecuente en las relaciones interamericanas: pocas veces se han presentado tantas condiciones concurrentes para reducir la subordinación respecto de Estados Unidos y ampliar la autonomía de América del Sur en los asuntos mundiales. Una serie de tendencias estructurales y fenómenos contingentes parecen facilitar un proceso que puede culminar en un sereno alejamiento de Washington, en el avance de vínculos hemisféricos más equilibrados y en un mayor poder negociador de la región en la política internacional. La oportunidad está presente; su buen o mal uso depende, en mayor grado, de los países sudamericanos. Más que preocuparnos por no estar en el radar de atención de Estados Unidos sería provechoso entender qué opciones nos brinda esa situación, así como las transformaciones que vienen operándose en el mundo y la región. En el marco global más amplio, el centro del sistema se mueve cada vez menos gradualmente hacia el Pacífico, con un creciente peso de los países de Asia. La demografía, la economía y la geopolítica se van concentrando, simultáneamente, en esa porción del mundo. El ascenso pacífico de China, una India convertida en potencia emergente, el resurgimiento de Rusia, la gravitación de naciones como Japón e Indonesia y la importante dinámica económica de los países del sudeste asiático se produce en medio de una desorientación estratégica de la Unión Europea y en el marco de los fracasos de la política de primacía de Estados Unidos. Lo anterior ha contribuido a una declinación relativa de Occidente y a un nuevo florecimiento de Oriente. Si el multipolarismo desplaza al unipolarismo en términos de la distribución de poder en el mundo, ello obedecerá, en buena medida, al tipo y alcance del ejercicio del poder en el continente asiático. Si existe un área de enorme potencial comercial, financiero, tecnológico y hasta militar para América del Sur, ante el desacople gradual de Europa y el ambiguo desdén de Estados Unidos, es Asia. Paralelamente, una combinación de recursos, circunstancias y voluntad parece alentar a América del Sur en un sendero de eventual disminución de su proverbial dependencia de Estados Unidos. Por un lado, la región ingresa en el siglo XXI como una superpotencia ambiental dada su espléndida biodiversidad-, una potencia en materia de alimentos y un poder influyente en el campo energético: al caudal de hidrocarburos de los países andinos se suman ahora la riqueza petrolera de Brasil, los biocombustibles y el reciente acuerdo nuclear entre Brasilia y Buenos Aires. La posibilidad que brinda el apetito internacional de los productos de la región, los altos precios de las mercancías que se disponen en el área, la relativa (en comparación con otras regiones) condición de estabilidad para su producción y abastecimiento, convierten a América del Sur en un protagonista potencialmente relevante de la economía política actual. Por otro lado, la desatención de Estados Unidos a la región después del 11 de septiembre de 2001, su pérdida de credibilidad desde la invasión de Irak y su mal manejo económico en los últimos años le han brindado a la región un margen de acción inusitado. Los cambios en el área responden a un proceso de democratización que, en cierta forma, es resultado de los estímulos a la democracia que ofreció Estados Unidos hace algunos lustros. El denominado "giro a la izquierda" en América del Sur es la consecuencia natural de un movimiento democratizador que en su momento contó con el apoyo decisivo de Estados Unidos. La revalorización del Estado es el producto de los costos generados por un mercado desregulado que había tenido su símbolo en el llamado Consenso de Washington: su agotamiento es visible en toda la región por igual. El ensayo de medidas socioeconómicas heterodoxas no ha podido ser cuestionado por una Casa Blanca incapaz de ordenar económicamente su propio país. La obsesión de Washington con Medio Oriente y Asia Central y su desprestigio internacional y hemisférico han tenido una manifestación especial en América del Sur: hay una inusual proliferación de iniciativas concebidas sin la participación de Estados Unidos. No se trata de propuestas alternativas limitadas y contradictorias, como la idea del ALBA, propiciada por Caracas para hacer frente al fracasado ALCA. Se trata de ideas más abarcadoras y cruciales que no rompen con lo existente, pero aspiran a una nueva arquitectura institucional en el área. Por ejemplo, el establecimiento de una instancia de interlocución política amplia más allá de la OEA y con la sola presencia de América latina y el Caribe; la creación del Banco del Sur y el robustecimiento de la Corporación Andina de Fomento ante la sensación de parálisis o manipulación de entidades como el BID, el FMI y el Banco Mundial, y la propuesta brasileña de fundar un Consejo Sudamericano de Defensa ante la esterilidad de la Junta Interamericana de Defensa, que opera en Washington. El solo hecho de que estas iniciativas se hayan planteado y algunas de ellas estén avanzando indican que estamos ante un momento novedoso y creativo en la región. Estados Unidos no sólo no puede impedirlo sino que quizás esto resulte funcional a su principal interés de estabilidad en el área. Todo lo anterior se produce en un contexto en el que sobresalen múltiples mandatarios con vocación transformadora y países con visión estratégica. Casi todos los hombres y mujeres al comando de los poderes ejecutivos en América del Sur poseen un perfil orientado al cambio, independientemente de la mirada ideológica particular de cada uno. Coexisten en paz en el área un poder emergente de proyección global (Brasil), poderes regionales con nuevas ambiciones de despliegue (Argentina y Venezuela), poderes medios con palancas de influencia (Colombia y Perú), poderes pequeños muy gravitantes (Chile) y "estados tapones" que desean incrementar su voz en la región (Bolivia, Paraguay, Ecuador y Uruguay). Algunos presidentes, como Lula, tienen el liderazgo de sus naciones; otros, como Chávez, introducen permanentemente nuevas iniciativas, algunas disruptivas, otras interesantes. La mayoría muestra un particular interés por los asuntos internacionales y, con modelos diferentes, buscan diversificar y mejorar sus relaciones exteriores. Esta conjunción de voluntades podría allanar el camino para aprovechar las oportunidades del escenario global y el continental. Por último, Estados Unidos, paradójicamente, necesita hoy más de América latina que ésta de Washington: la importancia del electorado "hispano" crece; los temas como el narcotráfico, la migración y el medio ambiente no se pueden resolver seriamente con políticas punitivas y agresivas; la energía procedente del área sigue siendo la más segura; desde la región no hay amenazas provenientes del terrorismo trasnacional de alcance global, ni de actores con armas de destrucción masiva; etc. Aunque parezca exagerado, en el futuro será Washington el que deba ajustar mejor sus políticas hacia la región. No hacerlo incrementará la propensión regional a desoír sus prescripciones y deslegitimar sus acciones. Hoy, América del Sur no necesita tanto a Estados Unidos como en otros momentos de su historia. No se trata de desconocer el peso global, bilateral y unilateral de Washington: se trata de entender que se presenta una coyuntura propicia para que nuestros lazos sean menos asimétricos y nuestro horizonte vital sea el mundo, y no solamente Estados Unidos. Pero para que ello ocurra se deben dar dos condiciones indispensables: la capacidad del área de asumir y resolver los graves problemas regionales existentes (en particular, los distintos asuntos que sacuden el arco andino) y la preservación democrática de la casa en orden (en especial, en favor del pluralismo y la institucionalización). En ambos asuntos, el aporte de la Argentina será esencial. La superación positiva de nuestro dilema actual -polarización descontrolada o reconstrucción consensual- incidirá para que en el futuro nos sumemos a una corriente de mayor autonomía internacional en la región y no seamos su obstáculo. Sería increíble que los mandatarios de un partido que supo enarbolar la consigna "unidos o dominados" desaprovecharan esta ocasión histórica.
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*El autor es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés.
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Lanacion.com - Argentina/29/05/2008
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