El socialismo de la pobreza
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Cuando los comunistas preconizamos la necesidad de una revolución socialista, lo hacemos desde el convencimiento de que esta revolución hará que la gente viva mejor. Sería criminal involucrar a millones de personas en un esfuerzo y un sacrificio de tal magnitud para vivir peor. Y cuando hablamos de vivir mejor no nos referimos sólo a una mejora espiritual, sino material: liberando las fuerzas productivas que el capitalismo constriñe y destruye y poniéndolas al servicio y en beneficio de la mayoría de la sociedad.
A diferencia de otros tipos de “socialismo”, el fundamentado en la ciencia y desarrollado principalmente por Marx y Lenin, no parte de lo que a nosotros nos gustaría que fuera la sociedad, de la “utopía” o del “debe ser”. Por el contrario, parte de la realidad del capitalismo y de las leyes económicas que le son inherentes. No es casual que la obra principal de Marx no se llame “El Socialismo” sino “El Capital”.
De la misma manera, tenemos claro que el paso del capitalismo al socialismo no se produce de la noche a la mañana ni por decreto. Se trata de un largo periodo histórico de transición en que, al igual que en el capitalismo existen formas de propiedad socialistas (empresas públicas, sociedades anónimas laborales, cooperativas, etc.), subsistirán por un largo tiempo formas de propiedad capitalistas. Lo importante es en manos de qué clase social está el Estado, cómo se distribuye la riqueza y en qué dirección se avanza.
Igualmente, en aquellos países con unas fuerzas productivas muy atrasadas, las revoluciones socialistas tendrán que apoyarse durante un prolongado periodo de tiempo en el “bastón” de las inversiones de capital y tecnología extranjeras, hasta poder caminar únicamente sobre sus propios pies teniendo un desarrollo de las fuerzas productivas superior a las del capitalismo. Lo importante es que durante todo este proceso, las fuerzas revolucionarias mantengan el poder político, la defensa de los intereses populares y la claridad de la estrategia de avance al socialismo.
A diferencia de las sociedades de economía natural (es decir, en las que el grueso de la producción es para el autoconsumo), como el feudalismo, el capitalismo es una economía mercantil: se produce para la esfera de circulación de mercancías, para el mercado. En el socialismo también se produce para el intercambio, para el mercado. Como demuestra Marx en El Capital, es en el mercado donde se determina el valor de uso de las mercancías y la magnitud de su valor (de cambio). Quiere esto decir que el valor de las mercancías no se establece en un plan quinquenal ni por inspiración divina.
Por lo tanto, en el socialismo habrá mercado, y el socialismo habrá de ser, necesariamente, socialismo de mercado. Quienes niegan el mercado son como los que negaban la ley de la gravedad aduciendo que las cosas no caían por la gravitación sino “por su propio peso”. Al final la realidad se impone por sí misma, bien como mercado reconocido, bien como mercado negro.
Lógicamente, el mercado nunca es “libre”: siempre está regulado. Bajo el capitalismo se regula a favor de los intereses de los grandes capitalistas. Bajo el socialismo se regula a favor de los intereses del proletariado. Quienes identifican mercado y capitalismo, y mercado con “libre” mercado, actúan de hecho como verdaderos ignorantes y como “tontos útiles” de la ideología burguesa.
De la misma forma, no existe contradicción entre planificación y mercado. Las grandes (y las pequeñas) empresas capitalistas trazan planes a cinco, diez o veinte años. Los Estados capitalistas trazan también planes. En esos planes se tienen en cuenta, en la medida de lo posible, las fluctuaciones de los mercados. En el socialismo se trazan planes también. Si se tienen en cuenta las leyes económicas y el mercado, serán planes atinados. De lo contrario, serán planes que conducirán al fracaso.
Y, desgraciadamente, conocemos bien esos fracasos.
Si quienes nos reclamamos del marxismo decimos defender un “socialismo científico”, habrá que tratarlo como una ciencia. Y si se trata de una ciencia habrá que estudiar. No consiste, por lo tanto, en emitir opiniones, pareceres o gustos. Quién no analiza lo que pasa desde el conocimiento, lo hace desde la ignorancia. Quién no estudia la ciencia marxista-leninista puede ser cualquier clase de “socialista” o “comunista”, pero no un comunista científico. Más bien será un idealista atrapado en iconos, banderas y consignas simplonas, y no un revolucionario proletario.
De esta manera se explica la reticencia de cierta “izquierda” ante las manifestaciones de riqueza en países como Vietnam y China. Personalmente, recuerdo que hace treinta años había compañeros que me recriminaban que los chinos vistieran “todos iguales”. Cuando se iniciaron las reformas, esas mismas personas me recriminaban que se hubiese introducido la moda en el país porque “se están aburguesando”.
Para este tipo de personas el socialismo es un estado de rapto místico colectivo, una profesión de fe igualitaria, de austeridad y sacrificio. Que los obreros tengan de repente ropa variada, televisiones, teléfonos móviles, neveras o coches, les parece una clara manifestación de haberse pasado al capitalismo. En sus mentes ha prendido el lavado cerebral burgués: capitalismo es igual a riqueza y socialismo es igual a pobreza.
Lógicamente, en situaciones excepcionales de agravamiento de la lucha de clases o de garantizar la supervivencia de la revolución, hay que recurrir a la determinación, el entusiasmo y la capacidad de sacrificio del proletariado. Pero lo excepcional no puede convertirse en regla, ni la excepción puede durar cincuenta años.
Pero para los pequeñoburgueses europeos, acomodados en la barra de un bar de Berlín o de Madrid, es muy fácil pontificar a “esos muchachos” del tercer mundo para que se mantengan en la pobreza y no se “aburguesen”. Desde sus televisores, sus playesteisions, sus ipods y su ropa de marca, con la barriga llena y el espíritu vacío, se indignan porque esos bárbaros no sigan sus sesudos consejos sobre un socialismo monacal y franciscano.
¿Es de extrañar que los obreros no se sientan atraídos ni por esos “líderes” ni por ese socialismo fantástico? Si queremos avanzar, tenemos que barrer de nuestras mentes (y de nuestras filas) el “socialismo de la miseria”. Y volver a Marx, a El Capital y al socialismo científico.
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(*) Teodoro Santana es miembro del Comité Central del PRCC
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