Por unos días, la región quedó presa de una falsa opción entre la impotencia de uno y la competencia del otro.
En vísperas de la gira de George W. Bush por la región, Tabaré Vázquez y Luiz Inacio Lula da Silva se reunieron en la estancia presidencial de Anchorena, en las afueras de Colonia. Firmaron convenios de cooperación; sonrieron para la foto.
Luego echaron migas a la prensa con los reclamos del gobierno uruguayo, compartidos con el paraguayo, por las asimetrías del Mercosur. Es decir, por la poca atención que los socios grandes prestan a los socios chicos. Nada nuevo bajo el sol.
Ambos expusieron su parecer y, con ello, procuraron demostrar que habían afianzado el bloque.
¿De qué habían hablado? De la inminente visita de Bush a sus respectivos países. Si no, la reunión en sí, con el despliegue y el gasto que implica, no hubiera sido más que una formalidad. Con la demorada visita, Lula quiso pagarle a Tabaré Vázquez una deuda de ausencias. En la XVI Cumbre Iberoamericana, realizada en noviembre de 2006 en Montevideo, poca gracia le había causado al gobierno uruguayo que adujera estrés poselectoral, después de haber sido reelegido, y se pavoneara como si nada, con un traje de baño ajustado, por una playa de Brasil. Chávez, imbuido en la reelección que coronó un mes después, tampoco asistió. Néstor Kirchner llegó tarde.
En toda reunión bilateral, los presidentes hablan de asuntos diversos, sean sensibles, sean triviales, y después acuerdan (a veces, en un minuto) una versión consensuada del diálogo. No diremos esto ni aquello, sino lo otro. Lo otro, excepto que afecte a uno de ellos, casi nunca hiere susceptibilidades. No resulta elegante, a los ojos del mundo, que revelen discrepancias, siempre y cuando no sean insalvables, ni que revelen intimidades, que las hay y muchas, entre ellos. Menos aún que dejen entrever, en un debate sobre el Mercosur, que hayan pactado algo sin haber consultado a los otros miembros.
Con la incorporación de Venezuela, el Mercosur quiso tener una impronta política. Tabaré Vázquez y Lula sabían que Hugo Chávez iba a tratar de empañar la tardía gira de Bush. Aún no sabían que Kirchner iba a cederle el escenario y, de ese modo, iba a participar, aunque fuera en forma indirecta, del repudio. Tampoco sabían que el acto iba a ser el mismo día en que Bush arribara a Montevideo, foco de protestas en las cuales no hubo una sola bandera argentina por el conflicto de las plantas de celulosa. ¿Qué significado tuvieron entonces, de orilla a orilla, las arengas de Chávez contra Bush?
Sin la participación del presidente de Paraguay, Nicanor Duarte Frutos, el Mercosur político cantó a dos voces: Tabaré Vázquez y Lula, por un lado, y Chávez y Kirchner, por el otro. ¿Cantó a dos voces? En Venezuela, con su socialismo del siglo XXI, y en Cuba, con su comunismo del siglo XIX, el capitalismo pasó a ser más usual que la democracia y la libertad. China no reniega de él. El kibutz más antiguo de Israel resolvió repartir las ganancias según el rendimiento individual, lo cual lapida el reparto igualitario. El capital no repara en la ideología, sino en la oportunidad.
Ruidos molestos
En su gira, Bush reparó en el déficit del capitalismo. Sobre todo, en la exclusión como consecuencia de la creciente brecha entre ricos y pobres. Bill Clinton, menos contaminado de Irak que él, también reparaba en ello. Soluciones no aportó Bush. Insistió en el libre comercio. Tabaré Vázquez y Lula vieron el vaso medio lleno: uno, la posibilidad de firmar un tratado de libre comercio; el otro, la posibilidad de hacer funcionar el mundo con etanol en desmedro del petróleo. Chávez, perjudicado por ello, gritó alto. Bush quiso matarlo con la indiferencia, pero, a su paso, no dejó ciudad invicta de protestas y destrozos.
¿Atacó Chávez a Bush o, en el fondo, Kirchner atacó a Tabaré Vázquez? La confusión quedó clarísima. Por Chávez y Bush, las diferencias se ahondaron. No sólo en el Mercosur, sino, también, en la relación entre la Argentina y Uruguay. Ambos, por motivos diferentes, dividieron aún más un bloque que, por afianzado que pretendieran mostrarlo Tabaré Vázquez y Lula poco antes de tender puentes bilaterales hacia los Estados Unidos, tiene severas dificultades para consolidar su identidad y redondear el discurso. Esa era, en principio, la meta del Mercosur político.
Es lo que hay: Bush en un extremo y Chávez en el otro. Es la cáscara. Venezuela es uno de los países más cercanos a los Estados Unidos. No sólo por la provisión de petróleo. Su gente se identifica más con el estilo de vida norteamericano que con el latinoamericano. Que Chávez sea enemigo de Bush no significa que Venezuela sea enemiga de los Estados Unidos.
A diferencia de 2005, cuando estuvo en la Argentina (sede de la IV Cumbre de las Américas), Brasil y Panamá, Bush no puso énfasis en el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), de modo de no avivar la llama de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), impulsada por Chávez. Puso énfasis en el libre comercio a secas, esperanto básico para aquellos que viven con menos de dos dólares por día y no entendían por qué, en cada intervención, Bush confesaba que tenía hambre y que estaba ansioso por probar la comida que le habían preparado.
Si Bush encarna al foro económico de Davos, Chávez encarna a las movilizaciones contra la globalización de Seattle. Por un rato, la región quedó presa de la falsa opción entre uno y el otro. Al final del día, nada cambió. El problema no es Chávez ni Bush, grite uno o calle el otro. El problema es el déficit de la democracia, advertido por Clinton y no resuelto desde entonces.
Misión cumplida
Chile, precursor de las privatizaciones desde el régimen de Augusto Pinochet, estaba un paso delante de los demás y no necesitó bloque alguno para ir a su aire. Los otros creyeron que la unión hacía la fuerza. A fines de los noventa, Chávez instaló el discurso contra la globalización, abrazado por Lula cuando no era presidente. La mayoría recorría el camino inverso, alentada por los organismos de crédito y los Estados Unidos.
Bush asumió la presidencia en coincidencia con el quiebre del modelo, patente en la crisis argentina. No reaccionó. O reaccionó como el propietario del último piso de una torre sorprendido por el incendio del almacén de la otra cuadra. Kirchner todavía no era presidente. Cuando asumió, Chávez puso el ojo, y la inversión, en la Argentina.
Chávez les debía a Carlos Menem haber sido el primero en blanquearlo de su pasado golpista frente la Casa Blanca y a Eduardo Duhalde haber sido el primero en advertir que el golpe de Estado de 2002, por el cual estuvo fuera del Palacio de Miraflores durante 47 horas, había sido, efectivamente, un golpe de Estado. Bush, con su silencio, bendijo a las efímeras autoridades de facto. Reaccionó igual que en la crisis argentina.
El interés regional, no obstante ello, termina donde empieza el interés nacional. Lo cual es lógico si las palabras coinciden con las acciones. La alianza estratégica de Kirchner con Lula, plasmada en la plataforma electoral de 2003, viró en menos de cuatro años de Brasil hacia Venezuela y, en el medio, se apartó del otro aludido, Chile, a raíz del conflicto por el gas con el ex presidente Ricardo Lagos. Brasil, no Venezuela ni la Argentina ni Uruguay, es el único país de la región que, a la larga, puede competir con los Estados Unidos.
Puertas adentro, Lula y Kirchner tienen retos similares. Puertas afuera, las necesidades no varían. Puertas afuera, sin embargo, ¿quién ve en ambos países una sociedad y quién incluye a Uruguay, Paraguay y Venezuela? En la Unión Europea suelen preguntarse quién lleva la voz cantante del Mercosur. Ultimamente, Chávez. Pero Chávez, después de la gira de Bush, lejos quedó de ser intérprete de Lula. ¿Y Kirchner? Lejos, o más lejos, quedó de ser socio de Tabaré Vázquez. En algo coinciden todos: siempre sonríen para la foto.
Jorge Elías/De la Redacción de LA NACION