Don Quijote en el G-20
Cualquiera argumentará que es mejor estar dentro del G-20, que aguardar fuera a que escampe la miseria. Que algo podremos hacer a bordo de dicho organismo para que la justicia prospere. Pero, ¿alguien piensa que podremos arreglar los desaguisados de este sistema desde las entrañas de la bestia?
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* Juan José Téllez
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Casi nunca participo de eso que llaman patriotismo, que viene a ser la elevación a virtud pública de ese vicio privado, al que llamamos egoísmo: “El nacionalismo se cura viajando y el carlismo, leyendo”, dicen que dijo Pío Baroja. También Honoré de Balzac sugirió que “detrás de cada fortuna, hay un crimen”. Permitan por todo ello que no comparta el entusiasmo de la hinchada española por aquello de incorporarnos esta semana al G-20.
Claro que es mejor figurar en ese palmarés, aunque sea penetrando por la gatera, que militar en el de los países que cuentan con más pobres a escala planetaria, ese otro G-15, según datos de la CIA, en el que estarían, por orden de porcentajes de miseria:
1.- Zambia, 86%
2.- Franja de Gaza, 81%
3.- Zimbawe, 80%
4.- Chad, 80%
5.- Moldovia, 80%
6.- Haití, 80%
7.- Liberia, 80%
8.- Guatemala, 75%
9.- Surinam, 70%
10.- Angola, 70%
11.- Mozambique, 70%
12.- Swazilandia, 69%
13.- Sierra Leona, 68%
14.- Burundi, 68%
15.- Tayikistán, 64%
Si una cosa lleva a la otra, tendríamos que pensar que esa discutible y flamante opulencia española que nos ha metido en tan selecto club, no es más que una forma sofisticada de pertenecer a la banda de El Tempranillo que, a escala mundial, sustenta su riqueza sobre las cenizas de la desgracia ajena. Sin ánimo de incordiar, permítanme que pregunte dónde está la gracia.
Al G-8, el grupo de los mandamases, constituido por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Reino Unido y Rusia, se le agregaron hace justo diez años, otros once países: Arabia Saudí, Argentina, Australia, Brasil, China, India, Indonesia, México, República de Corea, Sudáfrica y Turquía, así como el representante de la Unión Europea, bajo cuyo paraguas se incorporará esta semana la delegación española. ¿Cómo podemos hablar de riqueza y privilegio en relación a lugares como Arabia Saudí, donde la inmigración yemení o paquistaní sufre vejaciones y condenas sin cuento, o Brasil, donde el presidente Luiz Inacio Lula da Silva sigue sin poder conseguir que todos los ciudadanos coman tres veces al día? ¿O India, con enormes cotas de población en la indigencia, o México, un poderoso productor de petróleo donde cada año los pobres son mucho más pobres que el año anterior y los ricos, inevitablemente, mucho más ricos?.
Los cierto es que hay países opulentos con población menesterosa. Y que dentro de los pobres, hay paupérrimos: las mujeres y los niños, primero, como casi siempre ocurre. En los últimos veinte años, según todos los estudios que puedan contrastarse, la aumentado exponencialmente la desigualdad en todos los confines del planeta. Según el Fondo Monetario Internacional, la liberalización comercial podría haber disminuido dicho abismo, pero ha sido incapaz de contrarrestar el efecto de la liberalización financiera y el progreso tecnológico que ha aumentado hasta la enésima potencia los desequilibrios entre el primer mundo y los llamados países emergentes, que siguen sumergidos en muchos casos.
¿Crisis? ¿Qué crisis? ¿La que ahora nos afecta a los niños mimados de Estados Unidos, Europa o Japón, o la que atenaza desde hace siglos a esa inmensa cantera de materia prima y mano de obra que bajo humildemente los ojos en todos los informes del poder mundial? Hay noventa democracias mal contadas en la tierra, y muchas de ellas peligran. En el resto, también peligra el Estado, o, simplemente, la supervivencia pura y dura: hay lugares donde no se habla tanto de asegurar los depósitos bancarios como de garantizar la seguridad alimentaria. Así que no extraña que tres de esas equívocas naciones del G-20, denunciaran hace unos meses «la irresponsabilidad de los especuladores que han transformado el mundo en un gigantesco casino al tiempo que nos daban lecciones de cómo gobernar nuestros países». Los gobernantes de Brasil, India y Sudáfrica, reunidos en Nueva Delhi el pasado otoño durante la tercera cumbre que reúne a las tres nacionales, acusaron a los países de ricos de haber provocado una crisis mundial que afectará a su crecimiento y rechazaron que sean los países pobres del planeta quienes la paguen. Los tres estados desconfiaron entonces de los planes de rescate de la banca de EEUU y Europa y denunciaron «la irresponsabilidad de los especuladores que han transformado el mundo en un gigantesco casino al tiempo que nos daban lecciones de cómo gobernar nuestros países».
Aunque su crisis parezca eterna, la falta de liquidez del primer mundo afectará negativamente al resto. Los analistas sólo ofrecen como baza para el optimismo la posibilidad de que la incertidumbre financiera internacional frene la evasión de capitales y estimule la inversión interna tanto en Africa, que podría bascular hacia las nuevas potencias asiáticas, como en América. Claro que nadie parece tener en cuenta que los paraísos fiscales, contra los que aboga el Gobierno español, suponen una formidable isla del tesoro para todos los bucaneros que se siguen enriqueciendo con la situación actual.
Mientras desde Washington a Bruselas nadie pone un pero para derrochar 470.000 millones de euros en la respiración asistida a bancos, aseguradoras y otras instituciones financieras, tampoco nadie parece recordar que dicha suma saldaría dos veces la deuda externa acumulada por parte de los 49 países más pobres. Según el Banco Mundial, el total de seres humanos que vive en la pobreza más absoluta, con un dólar al día o incluso menos, oscila en torno a 1.600 y superará la cota de 2000 en 2015. Cuando hablamos de pobreza, también hablamos de malnutrición, la mortalidad prematura y la reducción de la esperanza de vida, falta de acceso a agua potable y condiciones de salubridad, enfermedades, analfabetismo, imposibilidad de acceder a la escuela, a la cultura, a la asistencia sanitaria, al crédito o a ciertos bienes.
Si las cifras de los parqués estresa a los brokers, 3.000 millones de personas carecen de una vida digna y todos los indicios apuntan a que la crisis podará las ayudas y los fondos de cooperación, lejos todavía de alcanzar el 0,7 por ciento y otros objetivos del milenio de Naciones Unidas. En cualquier caso, nuestro resfriado actual agrava su neumonía crónica: los países de menor renta ya están viendo como su pobre tasa de crecimiento se ralentiza por su dificultad para acceder a los mercados financieros internacionales, y la reducción de los ingresos procedentes de las remesas enviadas por los inmigrantes.
Cualquiera argumentará que es mejor estar dentro del G-20, que aguardar fuera a que escampe la miseria. Que algo podremos hacer a bordo de dicho organismo para que la justicia prospere. Pero, ¿alguien piensa que podremos arreglar los desaguisados de este sistema desde las entrañas de la bestia? Con la venia, permitan que recuerde que don Quijote se enfrentó a los gigantes en vez de pedirle cobijo al molinero.
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*Juan José Téllez es escritor y periodista, colaborador en distintos medios de comunicación (prensa, radio y televisión). Fundador de varias revistas y colectivos contraculturales, ha recibido distintos premios periodísticos y literarios. Fue director del diario Europa Sur y en la actualidad ejerce como periodista independiente para varios medios. En paralelo, prosigue su carrera literaria como poeta, narrador y ensayista, al tiempo que ha firmado los libretos de varios espectáculos musicales relacionados en mayor o menor medida con el flamenco y la música étnica. También ha firmado guiones para numerosos documentales.
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Blog de Juan José Téllez/10/04/2009
* Juan José Téllez
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Casi nunca participo de eso que llaman patriotismo, que viene a ser la elevación a virtud pública de ese vicio privado, al que llamamos egoísmo: “El nacionalismo se cura viajando y el carlismo, leyendo”, dicen que dijo Pío Baroja. También Honoré de Balzac sugirió que “detrás de cada fortuna, hay un crimen”. Permitan por todo ello que no comparta el entusiasmo de la hinchada española por aquello de incorporarnos esta semana al G-20.
Claro que es mejor figurar en ese palmarés, aunque sea penetrando por la gatera, que militar en el de los países que cuentan con más pobres a escala planetaria, ese otro G-15, según datos de la CIA, en el que estarían, por orden de porcentajes de miseria:
1.- Zambia, 86%
2.- Franja de Gaza, 81%
3.- Zimbawe, 80%
4.- Chad, 80%
5.- Moldovia, 80%
6.- Haití, 80%
7.- Liberia, 80%
8.- Guatemala, 75%
9.- Surinam, 70%
10.- Angola, 70%
11.- Mozambique, 70%
12.- Swazilandia, 69%
13.- Sierra Leona, 68%
14.- Burundi, 68%
15.- Tayikistán, 64%
Si una cosa lleva a la otra, tendríamos que pensar que esa discutible y flamante opulencia española que nos ha metido en tan selecto club, no es más que una forma sofisticada de pertenecer a la banda de El Tempranillo que, a escala mundial, sustenta su riqueza sobre las cenizas de la desgracia ajena. Sin ánimo de incordiar, permítanme que pregunte dónde está la gracia.
Al G-8, el grupo de los mandamases, constituido por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Reino Unido y Rusia, se le agregaron hace justo diez años, otros once países: Arabia Saudí, Argentina, Australia, Brasil, China, India, Indonesia, México, República de Corea, Sudáfrica y Turquía, así como el representante de la Unión Europea, bajo cuyo paraguas se incorporará esta semana la delegación española. ¿Cómo podemos hablar de riqueza y privilegio en relación a lugares como Arabia Saudí, donde la inmigración yemení o paquistaní sufre vejaciones y condenas sin cuento, o Brasil, donde el presidente Luiz Inacio Lula da Silva sigue sin poder conseguir que todos los ciudadanos coman tres veces al día? ¿O India, con enormes cotas de población en la indigencia, o México, un poderoso productor de petróleo donde cada año los pobres son mucho más pobres que el año anterior y los ricos, inevitablemente, mucho más ricos?.
Los cierto es que hay países opulentos con población menesterosa. Y que dentro de los pobres, hay paupérrimos: las mujeres y los niños, primero, como casi siempre ocurre. En los últimos veinte años, según todos los estudios que puedan contrastarse, la aumentado exponencialmente la desigualdad en todos los confines del planeta. Según el Fondo Monetario Internacional, la liberalización comercial podría haber disminuido dicho abismo, pero ha sido incapaz de contrarrestar el efecto de la liberalización financiera y el progreso tecnológico que ha aumentado hasta la enésima potencia los desequilibrios entre el primer mundo y los llamados países emergentes, que siguen sumergidos en muchos casos.
¿Crisis? ¿Qué crisis? ¿La que ahora nos afecta a los niños mimados de Estados Unidos, Europa o Japón, o la que atenaza desde hace siglos a esa inmensa cantera de materia prima y mano de obra que bajo humildemente los ojos en todos los informes del poder mundial? Hay noventa democracias mal contadas en la tierra, y muchas de ellas peligran. En el resto, también peligra el Estado, o, simplemente, la supervivencia pura y dura: hay lugares donde no se habla tanto de asegurar los depósitos bancarios como de garantizar la seguridad alimentaria. Así que no extraña que tres de esas equívocas naciones del G-20, denunciaran hace unos meses «la irresponsabilidad de los especuladores que han transformado el mundo en un gigantesco casino al tiempo que nos daban lecciones de cómo gobernar nuestros países». Los gobernantes de Brasil, India y Sudáfrica, reunidos en Nueva Delhi el pasado otoño durante la tercera cumbre que reúne a las tres nacionales, acusaron a los países de ricos de haber provocado una crisis mundial que afectará a su crecimiento y rechazaron que sean los países pobres del planeta quienes la paguen. Los tres estados desconfiaron entonces de los planes de rescate de la banca de EEUU y Europa y denunciaron «la irresponsabilidad de los especuladores que han transformado el mundo en un gigantesco casino al tiempo que nos daban lecciones de cómo gobernar nuestros países».
Aunque su crisis parezca eterna, la falta de liquidez del primer mundo afectará negativamente al resto. Los analistas sólo ofrecen como baza para el optimismo la posibilidad de que la incertidumbre financiera internacional frene la evasión de capitales y estimule la inversión interna tanto en Africa, que podría bascular hacia las nuevas potencias asiáticas, como en América. Claro que nadie parece tener en cuenta que los paraísos fiscales, contra los que aboga el Gobierno español, suponen una formidable isla del tesoro para todos los bucaneros que se siguen enriqueciendo con la situación actual.
Mientras desde Washington a Bruselas nadie pone un pero para derrochar 470.000 millones de euros en la respiración asistida a bancos, aseguradoras y otras instituciones financieras, tampoco nadie parece recordar que dicha suma saldaría dos veces la deuda externa acumulada por parte de los 49 países más pobres. Según el Banco Mundial, el total de seres humanos que vive en la pobreza más absoluta, con un dólar al día o incluso menos, oscila en torno a 1.600 y superará la cota de 2000 en 2015. Cuando hablamos de pobreza, también hablamos de malnutrición, la mortalidad prematura y la reducción de la esperanza de vida, falta de acceso a agua potable y condiciones de salubridad, enfermedades, analfabetismo, imposibilidad de acceder a la escuela, a la cultura, a la asistencia sanitaria, al crédito o a ciertos bienes.
Si las cifras de los parqués estresa a los brokers, 3.000 millones de personas carecen de una vida digna y todos los indicios apuntan a que la crisis podará las ayudas y los fondos de cooperación, lejos todavía de alcanzar el 0,7 por ciento y otros objetivos del milenio de Naciones Unidas. En cualquier caso, nuestro resfriado actual agrava su neumonía crónica: los países de menor renta ya están viendo como su pobre tasa de crecimiento se ralentiza por su dificultad para acceder a los mercados financieros internacionales, y la reducción de los ingresos procedentes de las remesas enviadas por los inmigrantes.
Cualquiera argumentará que es mejor estar dentro del G-20, que aguardar fuera a que escampe la miseria. Que algo podremos hacer a bordo de dicho organismo para que la justicia prospere. Pero, ¿alguien piensa que podremos arreglar los desaguisados de este sistema desde las entrañas de la bestia? Con la venia, permitan que recuerde que don Quijote se enfrentó a los gigantes en vez de pedirle cobijo al molinero.
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*Juan José Téllez es escritor y periodista, colaborador en distintos medios de comunicación (prensa, radio y televisión). Fundador de varias revistas y colectivos contraculturales, ha recibido distintos premios periodísticos y literarios. Fue director del diario Europa Sur y en la actualidad ejerce como periodista independiente para varios medios. En paralelo, prosigue su carrera literaria como poeta, narrador y ensayista, al tiempo que ha firmado los libretos de varios espectáculos musicales relacionados en mayor o menor medida con el flamenco y la música étnica. También ha firmado guiones para numerosos documentales.
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Blog de Juan José Téllez/10/04/2009