El depuesto presidente de Honduras, José Manuel Zelaya, regresó a su país y se asiló en la embajada de Brasil en Tegucigalpa. El gobierno de Itamaraty tiene la obligación de acogerlo y garantizarle su integridad física y política. Zelaya, por su parte, tiene el deber de respetar las normas que rigen las representaciones diplomáticas.
El mismo Brasil que dio refugio a los generales Stroessner y Oviedo, de Paraguay, no puede ahora favorecer a los militares golpistas de Honduras y entregar a Zelaya a las fieras. Sería igualmente una afrenta a la tradición hospitalaria del Brasil el repatriar a Cesare Battisti a las cárceles italianas.
América Latina vive su mejor momento desde hace décadas: con excepción de Honduras, no hay dictaduras militares en el continente; los gobernantes neoliberales, fieles a los recetarios del FMI y del Banco Mundial, fueron rechazados por el voto popular; hoy tenemos gobiernos democrático-populares que se comprometen a promover reformas de las estructuras por la vía pacífica y democrática.
¿Cuál es lo nuevo en América Latina? Samuel Huntington, relator de la Comisión Trilateral -nefasta conspiración imperialista de la década de 1970-, admitió que en nuestro continente la democracia, como el figurín que agrada a la Casa Blanca, sólo duraría si excluyese la participación de la parcela del pueblo.
Lo nuevo es que los excluidos -indígenas, peones, sin tierra, negros, desempleados, familias de bajos ingresos- ahora insisten en su protagonismo político. Prueba de ello es que un metalúrgico gobierna el Brasil, un indígena Bolivia, un ex guerrillero Nicaragua, una ex presa política Chile, otro ex preso político Uruguay, un sociólogo de izquierda Ecuador, un militar revolucionario Venezuela, un periodista apoyado por ex guerrilleros El Salvador, un ex obispo de la teología de la liberación Paraguay.
No se sabe qué hay de nuevo en Dinamarca, pero es cierto que hay algo nuevo en torno a la línea del Ecuador. De los 34 países de América Latina, en 15 hay presencia, en sus gobiernos, de políticos alineados con el Foro de São Paulo, organismo que desde hace décadas articula en el continente grupos y partidos de izquierda y/o progresistas.
Los países de la región tratan de crear mecanismos de intercambio comercial y de unidad política, como Alba, Unasur, Telesur, el Banco del Sur. Solamente los gobiernos de Colombia y de Perú desentonan en este proceso, sumisos todavía a la dependencia yanqui.
Ahora el desafío es evitar que los gobiernos progresistas sean anexados por el neoliberalismo. Es necesario que América Latina, que alberga al único país socialista del mundo, Cuba, tenga conciencia de sus potencialidades. Mucho antes de que los Estados Unidos crearan sus primeras universidades, Harvard y William&Mary, ya funcionaban la de San Marcos en Perú y la de Santo Domingo en la República Dominicana. Por cierto, ambas fundadas por la Orden Dominicana.
Sin embargo entre nosotros, ahora, la escolaridad media es de 7 años, y de cada 10 estudiantes de enseñanza media sólo 1 la termina. La mortalidad infantil promedio en el continente es de 50 por cada 1000 nacidos vivos, mientras que en Asia es apenas de 10.
Es decepcionante constatar la avidez que ciertos gobernantes latinoamericanos demuestran ante las ofertas del mercado de armas. Nuestros principales enemigos, los que debieran ser combatidos duramente, son todavía el hambre, la falta de salud, de educación, de vivienda y de cultura.
Si los actuales gobernantes democrático-populares no fueran capaces de emprender las reformas prometidas en sus campañas, y se dejaran envolver por el canto de las sirenas neoliberales, alentados por partidos conservadores interesados solamente en mantener parcelas de poder, la desigualdad social, todavía insultante, servirá de caldo de cultivo para el resurgimiento de conflictos armados.
La decepción de los pobres, además de la desesperación que origina en casos personales, engendra semillas de revolución cuando adquiere carácter social.
En Brasil, la entrada de Marina Silva, ex ministra del Medio Ambiente, en la lucha presidencial puede significar una alerta y una promesa. La alerta es que el gobierno de Lula resultó positivo pero no lo suficiente como para implementar reformas estructurales y promover el desarrollo sustentable.
La promesa: que es posible asegurar la gobernabilidad gracias al apoyo de los movimientos sociales, sin ceder a lo que queda de más arcaico, corrupto y conservador en la política brasileña.
(Traducción de J.L.Burguet)
*Frei Betto es escritor, autor de "Cartas desde la cárcel", entre otros libros.
ALAI/05/10/2009