Matar 10.000 iraquíes al mes
12/07/2007
El silencio de los medios de comunicación sobre la carnicería en Iraq
El silencio de los medios de comunicación sobre la carnicería en Iraq
Michael Schwartz
Counterpunch
Counterpunch
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Traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos
Traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos
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Un novedoso estudio publicado el 12 de octubre de 2006 por la revista The Lancet (la más prestigiosa revista médica británica) concluía que – hace ya casi un año – habían muerto de forma violenta 600.000 iraquíes debido a la guerra de Iraq. Esto es, en los primeros 39 meses de guerra el índice de mortalidad fue de unos 15.000 muertos al mes.
Este dato no era el peor puesto que el índice de mortalidad fue aumentando vertiginosamente de modo que durante la primera mitad de 2006 el índice mensual llegó a unos 30.000 muertos, un índice que sin duda alguna ha aumentado todavía más durante las violenta luchas asociadas al actual incremento de la campaña militar estadounidense.
Los gobiernos estadounidense y británico rápidamente desestimaron estos resultados por considerarlos “imperfectos metodológicamente”, a pesar de que los investigadores utilizaron procedimientos estándar para cuantificar la mortalidad en zonas de guerra y de catástrofes. (Visitaron un grupo aleatorio de hogares y preguntaron a sus residentes si había muerto algún miembro de la familia en los últimos días, registraron los detalles e inspeccionaron los certificados de defunción en la vasta mayoría de los casos). Estos dos gobiernos implicados en la guerra no ofrecieron razonas concretas para rechazar los resultados del estudio e ignoraron el hecho de que ellos mismos habían patrocinado estudios idénticos (llevados a cabo por los mismos investigadores) en otras zonas de catástrofes, incluyendo Darfur y Kosovo. Sin embargo, la razón de su rechazo era muy clara: los resultados eran simplemente demasiado devastadores como para que los gobiernos culpables los reconocieran. (Posteriormente el gobierno británico reconoció que era “un método probado y comprobado para cuantificar la mortalidad en zonas de conflicto”; pero su validez nunca fue admitida públicamente).
Reconocidos investigadores ha aceptado como válidos los resultados del estudio de The Lancet sin prácticamente discrepar. Juan Cole, el más destacado erudito estadounidense sobre Oriente Próximo, lo resumió en un comentario especialmente gráfico: “la desventura estadounidense en Iraq es responsable [en un poco más de tres años] de ocasionar la muerte del doble de civiles de los que Sadam se las arregló para liquidar en 25 años”.
A pesar del consenso académico, el rechazo de los gobiernos ha sido bastante efectivo desde un punto de vista de la formación pública y los pocos lugares en los que se cita el estudio lo hacen junto a la refutación oficial. Por ejemplo, un reportaje de la BBC mencionó las cifras en un artículo titulado “Gran aumento del número de muertos iraquíes” y citaba extensamente la refutación pública del presidente Bush en la que afirmaba que la metodología utilizada estaba “bastante desacreditada”, y añadía “seiscientos mil muertos, o lo que ellos conjeturen como justo,...no es creíble”. Como consecuencia de este tipo de cobertura la mayoría de los estadounidenses probablemente creen la cifra dada por Bush en diciembre de 2005 de 30.000 civiles iraquíes muertos (menos del 10% del total actual) es hasta aquel momento el mejor cálculo de los muertos iraquíes.
Contabilizar cuántos iraquíes ha matado la ocupación
Estas terribles estadísticas se hacen aún más horribles cuando nos damos cuenta de que entre las aproximadamente 600.000 víctimas de la violencia de la guerra iraquí, la mayor parte de ellas han sido matadas por los soldados estadounidenses y no por coches bomba o escuadrones de la muerte, o por criminales violentos – ni siquiera por la combinación de todos estos grupos.
Los encuestadores de The Lancet preguntaron a los iraquíes cómo habían muerto sus seres queridos y quién había sido responsable. Las familias solían sabían muy bien las causas de las muertes y respondieron a los investigadores que más de la mitad (56%) se debieron a disparos, y una octava parte a coches bomba (13%), ataques aéreos (13%) y a otras causas (14%). Sólo el 4% se debió a causas desconocidas.
En ocasiones las familias no eran tan capaces de identificar quién había sido responsable. Aunque, por ejemplo, sabían que las víctimas de los ataques aéreos habían sido matadas por la ocupación y las de los coches bomba por la resistencia, los disparos y víctimas mortales a menudo se producían en tiroteos o en circunstancias en las que no había testigos. Sin embargo, muchas veces no podía decir con seguridad quién era responsable. Los entrevistadores no recogían la parte responsable si “las familias tenían alguna duda” respecto a quién había disparado el tiro mortal.
Con todo, los resultados eran sorprendentes para aquellos de nosotros que leíamos la prensa estadounidense: respecto a las muertes cuyas familias estaban seguras de quién había sido el causante de dicha muerte, el ejército estadounidenses (o sus aliados de la Coalición) era responsable del 56% de ellas. Esto es, podemos estar muy seguros de que para mediados de 2006, la Coalición ha matado al menos a 180.000 iraquíes. Es más, tenemos muchas razones para creer que Estados Unidos es responsable de su parte proporcional (o más) de las muertes sin atribuir. Esto significa que para mediados de 2006 los estadounidenses y sus aliados posiblemente hayan matado a más de 330.000 iraquíes. El resto se puede atribuir a resistentes, criminales y al ejército iraquí. Y seamos muy claros a esta respecto: los coches bomba, la fuente que para las familias de las víctimas era más fácil de identificar, fue responsable del 13% de las muertes, esto es, unas 80.000 personas o unas 2.000 al mes. Es un cifra espantosa, pero es mucho menos que la mitad del total muertos causados por los estadounidenses confirmados y menos de una cuarta parte del probable total estadounidense.
Incluso si trabajamos con la cifra más baja, confirmada, de 180.000 muertos iraquíes causados por fuego de la ocupación, ésta deja una media de algo más de 5.000 iraquíes muertos al mes por el ejército estadounidense o los ejércitos de nuestros aliados desde el inicio de la guerra. Y tenemos que recordar que el índice de víctimas mortales era dos veces tan alto en 2006 como la media total, lo que significa que la media de muertes causadas por los estadounidenses en 2006 era muy superior a 10.000 muertos al mes o aproximadamente 300 muertos iraquíes al día, incluyendo los domingos. Con la campaña [estadounidense] iniciada en 2007 es probable que la cifra actual sea aún mayor.
¿Cómo llegó a suceder que no lo supiéramos?
A la mayoría de los estadounidenses estas cifras les parecen imposibles. Desde luego, el hecho de que los estadounidenses mataran al día a 300 iraquíes debería ser un titular, una y otra vez. Y, sin embargo, los medios electrónicos e impresos simplemente no nos dicen que Estados Unidos está matando a estas personas. Oímos mucho acerca de coches bomba y de escuadrones de la muerte, pero poco acerca de estadounidenses que matan iraquíes, excepto la ocasional noticia terrorista y aún más ocasional noticia de una atrocidad.
Entonces, ¿cómo está llevando a cabo Estados Unidos esta carnicería y por qué no es digna de aparecer en los medios de comunicación? La respuesta descansa en otra sorprendente estadística, ésta hecha pública por el ejército estadounidense y realizada por el muy respetable Brookings Institution : en los últimos cuatro años el ejército estadounidense envió más de mil patrullas al día a barrios hostiles para capturar o matar a resistentes y terroristas. (Desde febrero la cifra ha aumentado hasta cerca de 5.000 patrullas al día, si incluimos a los soldados iraquíes que participan en la campaña estadounidense). Estos miles de patrullas significan regularmente miles de muertos iraquíes puesto que no son los “paseitos al sol” que creemos que son. En realidad, como el periodista independiente Nir Rosen describió gráfica y terriblemente en su indispensable libro, In the Belly of the Green Bird, estas patrullas implican un tipo de inmensa brutalidad de la que sólo muy ocasionalmente informa el periodista “empotrado” estadounidense de la línea dominante.
Esta brutalidad es muy lógica una vez que entendemos la finalidad de estas patrullas. Los soldados y marines estadounidenses son enviados a comunidades hostiles donde prácticamente toda la población apoya a la resistencia. A menudo tienen listas de direcciones de sospechosos y su trabajo consiste en interrogar, arrestar o matar a los sospechosos. Y registran las casas en busca de pruebas inculpatorias, en especial armas y munición, pero también propaganda escrita, equipos de vídeo y otros artículos que necesita la resistencia para sus actividades políticas y militares. Cuando no tiene listas de sospechosos realizan registros “casa por casa” en busca de comportamientos, individuos o pruebas sospechosos.
En este contexto, todo hombre en edad de combatir no es sólo un sospechoso, sino un enemigo potencialmente letal. A nuestros soldados se les dice que corran riesgos: en muchos casos llamar a la puerta, por ejemplo, puede invitar a que se dispare desde el interior de la casa. Por consiguiente, sus instrucciones son utilizar el elemento sorpresa siempre que la situación parezca peligrosa: tirar abajo las puertas, disparar contra cualquiera que sea sospechoso y lanzar granadas dentro de las habitaciones o de las casas cuando existe alguna posibilidad de resistencia. Si encuentran resistencia tangible, pueden llamar a la artillería y/o a la fuerza aérea en vez de intentar invadir en el edificio.
He aquí cómo dos civiles iraquíes describieron estas patrullas al periodista de Asia Times, Pepe Escobar: “Hussein y Hasan confirman que los estadounidenses generalmente llegan de noche, a veces de día, siempre protegido por helicópteros . A veces bombardean las casas, a veces detienen a gente, a veces arrojan misiles”.
Si no encuentran resistencia, en un día de trabajo estas patrullas pueden localizar a unos treinta sospechosos o inspeccionar varias docenas de casas. Esto es, nuestras mil patrullas pueden invadir 30.000 casas en un solo día. Pero si explota algún artefacto bajo su [vehículo blindado] Humvee o un francotirador dispara contra ellos desde los alrededores, entonces su trabajo se convierte en encontrar, capturar o matar a quien ha perpetrado el ataque. Los resistentes iraquíes a menudo estallan estos artefactos o provocan estos tiroteos para entretener a las patrullas e impedir que los soldados entren por la fuerza en unas treinta casas, aborden violentamente a sus residentes y quizá golpeen, arresten o simplemente humillen a quienes residen en ellas.
En las batallas provocadas por ataques con artefactos y de francotiradores casi siempre se ven implicados los edificios de los alrededores del lugar donde se ha producido el incidente, porque ahí es donde se refugian los resistentes para evitar un contraataque estadounidense. Por consiguiente, los estadounidenses normalmente disparan dentro de los edificios donde sospechan que se esconden los autores, con todo el peligro que esto conlleva de matar a otras personas. Las normas de combate de los soldados estadounidenses incluyen intentar evitar matar civiles y existen muchos casos de restricciones porque visiblemente hay civiles en la línea de fuego. Pero si [los soldados] se encuentran en plena persecución de un autor de ataques, las normas de combate dejan claro que capturar o matar a los resistentes tiene prioridad sobre la seguridad de los civiles.
Esto parece bastante neutro e incapaz de generar las estadísticas que documenta el estudio de The Lancet. Pero la mera cantidad de “mil patrullas estadounidenses al día” y la mera cantidad de los enfrentamientos dentro de las casas, las respuestas a los ataques de los francotiradores y de los artefactos y los tiroteos con toda seguridad suponen en conjunto una matanza masiva.
Una muestra de la brutalidad acumulativa de estas miles de patrullas podría ser una reciente investigación sobre los supuestos crímenes cometidos en la ciudad de Haditha el 19 de noviembre de 2005. La investigación tiene el objetivo de determinar si los marines estadounidenses asesinaron deliberadamente a 24 civiles, incluyendo la ejecución con disparos a quemarropa en la cabeza de 19 mujeres, niños y ancianos en una sola habitación, aparentemente en represalia por la muerte de un de los suyos a primera hora de ese día. Estas horribles acusaciones hicieron que el incidente fuera digno de ser recogido por los medios y impulsaron la investigación.
Pero la versión de la historia que hace la defensa es lo que hace que los hechos de Haditha sean útiles para comprender la traducción de patrullas estadounidenses en cientos de miles de muertos iraquíes. El teniente capitán William T. Kallop, el oficial de mayor rango aquel día en Haditha, declaró en la sesión militar que había ordenado a una patrulla “limpiar” una casa iraquí en Haditha después de que una bomba a la orilla de la carretera matara a un marine a primera hora de aquella mañana. Después, tras el tiroteo que generó esta acción, acudió a inspeccionar la casa y quedó impresionado al descubrir que las víctimas eran únicamente civiles: Inspeccionó una de las casas con el caporal de marines, Hector Salinas, y encontró mujeres, niños y ancianos que murieron cuando los marines arrojaron una granada en el interior de la casa”. “¿Qué diantres ha ocurrido, por qué no hay resistentes aquí?”, testificó el teniente Kallop que había preguntado. “Miré al caporal Salinas y parecía igual de impresionado que yo”.
Es importante tener presente que el teniente Kallop no hubiera estado impresionado si entre los muertos hubiera uno o más resistentes. Lo que hacía que la situación fuera problemática era que todas las víctimas eran claramente civiles y ello llevaba a la posibilidad de que [los soldados estadounidenses] no hubieran tenido que hacer una feroz persecución de ningún enemigo combatiente.
Sin embargo, más tarde el teniente Kallop decidió que ni siquiera esta situación implicaba un comportamiento erróneo por parte de sus solados después de interrogar al sargento de personal Frank D. Wuterich, que había dirigido la patrulla y había estado al mando de la acción militar: “El sargento Wuterich le había dicho que habían matado a la gente [que había en la casa] después de haberse acercado a a la puerta y haber oído el inconfundible sonido metálico de un AK-47 que está siendo preparado para disparar”. “Pensé que era acorde con las normas de combate porque el jefe de la escuadra pensó que estaba a punto de tirar abajo la puerta de una patada y encontrarse de bruces con un arma”, dijo el teniente Kallop. Según éste, los soldados estaba actuando de acuerdo con las normas de combate porque si el jefe de la escuadra “pensó” que iba a ser atacado (basándose en reconocer un ruido que había oído a través de una puerta cerrada), estaba autorizado, y era justificado, utilizar toda la fuerza letal de la patrulla (en este caso, una granada de mano), suficiente para matar a todas las personas que se hacinaban en el interior.
La diferencia crítica tiene que ver con la intencionalidad. El teniente capitán D. Frank, enviado poco después a investigar el incidente, explicó esta lógica: “Lo que ocurrió fue mala suerte, señor”, dijo el teniente Frank al fiscal de marines, teniente coronel Sean Sullivan, "pero yo no tenía ninguna razón para creer que lo que hicieron fuera intencionado".
Esto, traducido, significa que mientras los soldados crean sinceramente que su ataque podría capturar o matar a resistentes armados que, a su vez, podrían atacarlos a ellos, las normas de combate justifican su acción y, por consiguiente, no fueron culpables de ningún crimen. Noten ustedes que no se tuvieron en cuenta las demás alternativas. Los soldados podrían haber pensado que había muchas posibilidades de herir a civiles en esta situación y, por lo tanto, retirarse sin perseguir al resistente sospechoso. Esto hubiera permitido que estos escaparan, pero hubiera protegido a los habitantes de la casa. Esta opción no se tuvo en cuenta, aun cuando muchos de nosotros pensemos que dejar escapar a uno, dos o tres resistentes (en una ciudad repleta de ellos) puede ser aceptable en vez de correr el riesgo (y en esta caso, hacerlo efectivamente) de acabar con las vidas de 19 civiles.
Más adelante en las sesiones, el general de división Richard Huck, el oficial de mando al cargo de los marines en Haditha, subrayó estas normas de combate en términos más generales y “también ignoró la impensable opción de dejar escapar a los resistentes” cuando explicó por qué no había ordenado una investigación de la muertes: “Éstas ocurrieron durante una operación de combate y no era infrecuente que murieran civiles en dichas circunstancias. En mi imaginación vi fuego insurgente“, testificó Huck vía vídeo conferencia desde el Pentágono donde es vice-comandante asesor para planes, políticas y operaciones. “Pude ver cómo en esas circunstancias pueden morir 15 personas neutras”.
Para el general Huck y para otros comandantes en Iraq, desde el momento en que el “fuego de la resistencia o incluso, la amenaza del fuego de la resistencia” entró en escena (y efectivamente lo había hecho horas antes, cuando murió el soldado estadounidense), entonces las acciones sobre las que informaron los marines que habían sucedido en aquella casa de Haditha no sólo estaban justificadas (si los soldados habían informado de ellas honestamente), sino que eran ejemplares. Habían respondido de forma correcta en una situación de batalla y la muerte de “15 personas neutras” no era “infrecuente” en aquellas circunstancias.
Tengamos presente que Estados Unidos realiza unas mil patrullas al día [en Iraq], cifra que últimamente ha aumentado a cinco mil (si tenemos también en cuenta las patrullas del ejército iraquí). Según las estadísticas militares estadounidenses, de nuevo ofrecidas por el Brookings Institute, como resultado de estas patrullas se producen algo menos de 3.000 tiroteos al mes o algo menos de una media de cien al día (sin contar los otros aproximadamente 25 en los que se ve envueltos nuestros aliados iraquíes). La mayoría de ellos no producen 24 muertos iraquíes, pero las normas de combate que reciben nuestro soldados de “arrojar granadas de mano dentro de los edificios en los que se sospecha que hay resistentes, utilizar el máximo de arsenal contra los francotiradores y llamar a la artillería y a la fuerza aérea cuando haya una resistencia enconada” garantiza un aumento regular de la mortalidad.
Vale la pena indicar cómo se recogen en la prensa estadounidense estos acontecimientos, si es que se recogen. Ésta es, por ejemplo, una versión de Associated Press de las patrullas británico-estadounidenses en la provincia de Maysan, un bastión del ejército Mahdi: “Muy al sur, altos cargos iraquíes informaron de que unas 36 personas habían muerto en un duro combate nocturno que empezó cuando soldados británicos e iraquíes llevaron a cabo registros casa por casa en Amarah, un bastión de la militia chií ejercito Mahdi”.
Esta breve descripción formaba parte de un relato de cinco párrafos de los combates por todo Iraq, que era parte de una reseña bajo el titular “El ejército estadounidense e iraquí avanza sobre los resistentes”. Contiene relatos cortos de varias operaciones diferentes, ninguna de ellas presentada como acontecimientos importantes. Aquel día hubo unos cien combates y muchos de ellos provocaron muertos. ¿Cuántos? Basándonos en el artículo de The Lancert, podríamos establecer que aquel día, “y la mayoría de los días”, el incidente de Amarah representó quizá una décima parte de todos los iraquíes muertos por los estadounidenses aquel día. A lo largo del mes de junio, el total probable acumulado asciende a más de 10.000 muertos.
Durante las sesiones en relación a lo ocurrido en Haditha uno de los investigadores planteó la cuestión más amplia que emerge del sacrificio de tantos civiles por la causa de perseguir y atrapar resistentes en Iraq. El teniente Max D. Frank, el primer oficial que investigó las muertes lo caracterizó como “el desafortunado y no buscado resultado del hecho de que los residentes locales permitan a los combatientes resistentes utilizar hogares de familias para disparar a las patrullas estadounidenses de paso”. Utilizando una lógica similar el teniente primero Adam P. Mathes, el segundo comandante de la compañía implicada, argumentó en contra de pedir disculpas a los residentes locales por el incidente. Mathes defendió que en vez de ello debería hacer una advertencia a los residentes de Haditha en el sentido de que el incidente fue “un hecho desafortunado que ocurre cuando ustedes permiten a los terroristas utilizar sus casas para atacar a nuestros soldados”
El diccionario Merriam Webster define terrorismo como “actos violentos o destructivos (como bombardeos) cometidos por grupos para intimidar a la población”. El incidente de Haditha fue exactamente un acto terrorista en este sentido y fue uno de los aproximadamente cien al día que el teniente Mathes esperaba que iban conseguir que la población de Haditha y de otras ciudades de Iraq dejara de apoyar a los resistentes.
Un novedoso estudio publicado el 12 de octubre de 2006 por la revista The Lancet (la más prestigiosa revista médica británica) concluía que – hace ya casi un año – habían muerto de forma violenta 600.000 iraquíes debido a la guerra de Iraq. Esto es, en los primeros 39 meses de guerra el índice de mortalidad fue de unos 15.000 muertos al mes.
Este dato no era el peor puesto que el índice de mortalidad fue aumentando vertiginosamente de modo que durante la primera mitad de 2006 el índice mensual llegó a unos 30.000 muertos, un índice que sin duda alguna ha aumentado todavía más durante las violenta luchas asociadas al actual incremento de la campaña militar estadounidense.
Los gobiernos estadounidense y británico rápidamente desestimaron estos resultados por considerarlos “imperfectos metodológicamente”, a pesar de que los investigadores utilizaron procedimientos estándar para cuantificar la mortalidad en zonas de guerra y de catástrofes. (Visitaron un grupo aleatorio de hogares y preguntaron a sus residentes si había muerto algún miembro de la familia en los últimos días, registraron los detalles e inspeccionaron los certificados de defunción en la vasta mayoría de los casos). Estos dos gobiernos implicados en la guerra no ofrecieron razonas concretas para rechazar los resultados del estudio e ignoraron el hecho de que ellos mismos habían patrocinado estudios idénticos (llevados a cabo por los mismos investigadores) en otras zonas de catástrofes, incluyendo Darfur y Kosovo. Sin embargo, la razón de su rechazo era muy clara: los resultados eran simplemente demasiado devastadores como para que los gobiernos culpables los reconocieran. (Posteriormente el gobierno británico reconoció que era “un método probado y comprobado para cuantificar la mortalidad en zonas de conflicto”; pero su validez nunca fue admitida públicamente).
Reconocidos investigadores ha aceptado como válidos los resultados del estudio de The Lancet sin prácticamente discrepar. Juan Cole, el más destacado erudito estadounidense sobre Oriente Próximo, lo resumió en un comentario especialmente gráfico: “la desventura estadounidense en Iraq es responsable [en un poco más de tres años] de ocasionar la muerte del doble de civiles de los que Sadam se las arregló para liquidar en 25 años”.
A pesar del consenso académico, el rechazo de los gobiernos ha sido bastante efectivo desde un punto de vista de la formación pública y los pocos lugares en los que se cita el estudio lo hacen junto a la refutación oficial. Por ejemplo, un reportaje de la BBC mencionó las cifras en un artículo titulado “Gran aumento del número de muertos iraquíes” y citaba extensamente la refutación pública del presidente Bush en la que afirmaba que la metodología utilizada estaba “bastante desacreditada”, y añadía “seiscientos mil muertos, o lo que ellos conjeturen como justo,...no es creíble”. Como consecuencia de este tipo de cobertura la mayoría de los estadounidenses probablemente creen la cifra dada por Bush en diciembre de 2005 de 30.000 civiles iraquíes muertos (menos del 10% del total actual) es hasta aquel momento el mejor cálculo de los muertos iraquíes.
Contabilizar cuántos iraquíes ha matado la ocupación
Estas terribles estadísticas se hacen aún más horribles cuando nos damos cuenta de que entre las aproximadamente 600.000 víctimas de la violencia de la guerra iraquí, la mayor parte de ellas han sido matadas por los soldados estadounidenses y no por coches bomba o escuadrones de la muerte, o por criminales violentos – ni siquiera por la combinación de todos estos grupos.
Los encuestadores de The Lancet preguntaron a los iraquíes cómo habían muerto sus seres queridos y quién había sido responsable. Las familias solían sabían muy bien las causas de las muertes y respondieron a los investigadores que más de la mitad (56%) se debieron a disparos, y una octava parte a coches bomba (13%), ataques aéreos (13%) y a otras causas (14%). Sólo el 4% se debió a causas desconocidas.
En ocasiones las familias no eran tan capaces de identificar quién había sido responsable. Aunque, por ejemplo, sabían que las víctimas de los ataques aéreos habían sido matadas por la ocupación y las de los coches bomba por la resistencia, los disparos y víctimas mortales a menudo se producían en tiroteos o en circunstancias en las que no había testigos. Sin embargo, muchas veces no podía decir con seguridad quién era responsable. Los entrevistadores no recogían la parte responsable si “las familias tenían alguna duda” respecto a quién había disparado el tiro mortal.
Con todo, los resultados eran sorprendentes para aquellos de nosotros que leíamos la prensa estadounidense: respecto a las muertes cuyas familias estaban seguras de quién había sido el causante de dicha muerte, el ejército estadounidenses (o sus aliados de la Coalición) era responsable del 56% de ellas. Esto es, podemos estar muy seguros de que para mediados de 2006, la Coalición ha matado al menos a 180.000 iraquíes. Es más, tenemos muchas razones para creer que Estados Unidos es responsable de su parte proporcional (o más) de las muertes sin atribuir. Esto significa que para mediados de 2006 los estadounidenses y sus aliados posiblemente hayan matado a más de 330.000 iraquíes. El resto se puede atribuir a resistentes, criminales y al ejército iraquí. Y seamos muy claros a esta respecto: los coches bomba, la fuente que para las familias de las víctimas era más fácil de identificar, fue responsable del 13% de las muertes, esto es, unas 80.000 personas o unas 2.000 al mes. Es un cifra espantosa, pero es mucho menos que la mitad del total muertos causados por los estadounidenses confirmados y menos de una cuarta parte del probable total estadounidense.
Incluso si trabajamos con la cifra más baja, confirmada, de 180.000 muertos iraquíes causados por fuego de la ocupación, ésta deja una media de algo más de 5.000 iraquíes muertos al mes por el ejército estadounidense o los ejércitos de nuestros aliados desde el inicio de la guerra. Y tenemos que recordar que el índice de víctimas mortales era dos veces tan alto en 2006 como la media total, lo que significa que la media de muertes causadas por los estadounidenses en 2006 era muy superior a 10.000 muertos al mes o aproximadamente 300 muertos iraquíes al día, incluyendo los domingos. Con la campaña [estadounidense] iniciada en 2007 es probable que la cifra actual sea aún mayor.
¿Cómo llegó a suceder que no lo supiéramos?
A la mayoría de los estadounidenses estas cifras les parecen imposibles. Desde luego, el hecho de que los estadounidenses mataran al día a 300 iraquíes debería ser un titular, una y otra vez. Y, sin embargo, los medios electrónicos e impresos simplemente no nos dicen que Estados Unidos está matando a estas personas. Oímos mucho acerca de coches bomba y de escuadrones de la muerte, pero poco acerca de estadounidenses que matan iraquíes, excepto la ocasional noticia terrorista y aún más ocasional noticia de una atrocidad.
Entonces, ¿cómo está llevando a cabo Estados Unidos esta carnicería y por qué no es digna de aparecer en los medios de comunicación? La respuesta descansa en otra sorprendente estadística, ésta hecha pública por el ejército estadounidense y realizada por el muy respetable Brookings Institution : en los últimos cuatro años el ejército estadounidense envió más de mil patrullas al día a barrios hostiles para capturar o matar a resistentes y terroristas. (Desde febrero la cifra ha aumentado hasta cerca de 5.000 patrullas al día, si incluimos a los soldados iraquíes que participan en la campaña estadounidense). Estos miles de patrullas significan regularmente miles de muertos iraquíes puesto que no son los “paseitos al sol” que creemos que son. En realidad, como el periodista independiente Nir Rosen describió gráfica y terriblemente en su indispensable libro, In the Belly of the Green Bird, estas patrullas implican un tipo de inmensa brutalidad de la que sólo muy ocasionalmente informa el periodista “empotrado” estadounidense de la línea dominante.
Esta brutalidad es muy lógica una vez que entendemos la finalidad de estas patrullas. Los soldados y marines estadounidenses son enviados a comunidades hostiles donde prácticamente toda la población apoya a la resistencia. A menudo tienen listas de direcciones de sospechosos y su trabajo consiste en interrogar, arrestar o matar a los sospechosos. Y registran las casas en busca de pruebas inculpatorias, en especial armas y munición, pero también propaganda escrita, equipos de vídeo y otros artículos que necesita la resistencia para sus actividades políticas y militares. Cuando no tiene listas de sospechosos realizan registros “casa por casa” en busca de comportamientos, individuos o pruebas sospechosos.
En este contexto, todo hombre en edad de combatir no es sólo un sospechoso, sino un enemigo potencialmente letal. A nuestros soldados se les dice que corran riesgos: en muchos casos llamar a la puerta, por ejemplo, puede invitar a que se dispare desde el interior de la casa. Por consiguiente, sus instrucciones son utilizar el elemento sorpresa siempre que la situación parezca peligrosa: tirar abajo las puertas, disparar contra cualquiera que sea sospechoso y lanzar granadas dentro de las habitaciones o de las casas cuando existe alguna posibilidad de resistencia. Si encuentran resistencia tangible, pueden llamar a la artillería y/o a la fuerza aérea en vez de intentar invadir en el edificio.
He aquí cómo dos civiles iraquíes describieron estas patrullas al periodista de Asia Times, Pepe Escobar: “Hussein y Hasan confirman que los estadounidenses generalmente llegan de noche, a veces de día, siempre protegido por helicópteros . A veces bombardean las casas, a veces detienen a gente, a veces arrojan misiles”.
Si no encuentran resistencia, en un día de trabajo estas patrullas pueden localizar a unos treinta sospechosos o inspeccionar varias docenas de casas. Esto es, nuestras mil patrullas pueden invadir 30.000 casas en un solo día. Pero si explota algún artefacto bajo su [vehículo blindado] Humvee o un francotirador dispara contra ellos desde los alrededores, entonces su trabajo se convierte en encontrar, capturar o matar a quien ha perpetrado el ataque. Los resistentes iraquíes a menudo estallan estos artefactos o provocan estos tiroteos para entretener a las patrullas e impedir que los soldados entren por la fuerza en unas treinta casas, aborden violentamente a sus residentes y quizá golpeen, arresten o simplemente humillen a quienes residen en ellas.
En las batallas provocadas por ataques con artefactos y de francotiradores casi siempre se ven implicados los edificios de los alrededores del lugar donde se ha producido el incidente, porque ahí es donde se refugian los resistentes para evitar un contraataque estadounidense. Por consiguiente, los estadounidenses normalmente disparan dentro de los edificios donde sospechan que se esconden los autores, con todo el peligro que esto conlleva de matar a otras personas. Las normas de combate de los soldados estadounidenses incluyen intentar evitar matar civiles y existen muchos casos de restricciones porque visiblemente hay civiles en la línea de fuego. Pero si [los soldados] se encuentran en plena persecución de un autor de ataques, las normas de combate dejan claro que capturar o matar a los resistentes tiene prioridad sobre la seguridad de los civiles.
Esto parece bastante neutro e incapaz de generar las estadísticas que documenta el estudio de The Lancet. Pero la mera cantidad de “mil patrullas estadounidenses al día” y la mera cantidad de los enfrentamientos dentro de las casas, las respuestas a los ataques de los francotiradores y de los artefactos y los tiroteos con toda seguridad suponen en conjunto una matanza masiva.
Una muestra de la brutalidad acumulativa de estas miles de patrullas podría ser una reciente investigación sobre los supuestos crímenes cometidos en la ciudad de Haditha el 19 de noviembre de 2005. La investigación tiene el objetivo de determinar si los marines estadounidenses asesinaron deliberadamente a 24 civiles, incluyendo la ejecución con disparos a quemarropa en la cabeza de 19 mujeres, niños y ancianos en una sola habitación, aparentemente en represalia por la muerte de un de los suyos a primera hora de ese día. Estas horribles acusaciones hicieron que el incidente fuera digno de ser recogido por los medios y impulsaron la investigación.
Pero la versión de la historia que hace la defensa es lo que hace que los hechos de Haditha sean útiles para comprender la traducción de patrullas estadounidenses en cientos de miles de muertos iraquíes. El teniente capitán William T. Kallop, el oficial de mayor rango aquel día en Haditha, declaró en la sesión militar que había ordenado a una patrulla “limpiar” una casa iraquí en Haditha después de que una bomba a la orilla de la carretera matara a un marine a primera hora de aquella mañana. Después, tras el tiroteo que generó esta acción, acudió a inspeccionar la casa y quedó impresionado al descubrir que las víctimas eran únicamente civiles: Inspeccionó una de las casas con el caporal de marines, Hector Salinas, y encontró mujeres, niños y ancianos que murieron cuando los marines arrojaron una granada en el interior de la casa”. “¿Qué diantres ha ocurrido, por qué no hay resistentes aquí?”, testificó el teniente Kallop que había preguntado. “Miré al caporal Salinas y parecía igual de impresionado que yo”.
Es importante tener presente que el teniente Kallop no hubiera estado impresionado si entre los muertos hubiera uno o más resistentes. Lo que hacía que la situación fuera problemática era que todas las víctimas eran claramente civiles y ello llevaba a la posibilidad de que [los soldados estadounidenses] no hubieran tenido que hacer una feroz persecución de ningún enemigo combatiente.
Sin embargo, más tarde el teniente Kallop decidió que ni siquiera esta situación implicaba un comportamiento erróneo por parte de sus solados después de interrogar al sargento de personal Frank D. Wuterich, que había dirigido la patrulla y había estado al mando de la acción militar: “El sargento Wuterich le había dicho que habían matado a la gente [que había en la casa] después de haberse acercado a a la puerta y haber oído el inconfundible sonido metálico de un AK-47 que está siendo preparado para disparar”. “Pensé que era acorde con las normas de combate porque el jefe de la escuadra pensó que estaba a punto de tirar abajo la puerta de una patada y encontrarse de bruces con un arma”, dijo el teniente Kallop. Según éste, los soldados estaba actuando de acuerdo con las normas de combate porque si el jefe de la escuadra “pensó” que iba a ser atacado (basándose en reconocer un ruido que había oído a través de una puerta cerrada), estaba autorizado, y era justificado, utilizar toda la fuerza letal de la patrulla (en este caso, una granada de mano), suficiente para matar a todas las personas que se hacinaban en el interior.
La diferencia crítica tiene que ver con la intencionalidad. El teniente capitán D. Frank, enviado poco después a investigar el incidente, explicó esta lógica: “Lo que ocurrió fue mala suerte, señor”, dijo el teniente Frank al fiscal de marines, teniente coronel Sean Sullivan, "pero yo no tenía ninguna razón para creer que lo que hicieron fuera intencionado".
Esto, traducido, significa que mientras los soldados crean sinceramente que su ataque podría capturar o matar a resistentes armados que, a su vez, podrían atacarlos a ellos, las normas de combate justifican su acción y, por consiguiente, no fueron culpables de ningún crimen. Noten ustedes que no se tuvieron en cuenta las demás alternativas. Los soldados podrían haber pensado que había muchas posibilidades de herir a civiles en esta situación y, por lo tanto, retirarse sin perseguir al resistente sospechoso. Esto hubiera permitido que estos escaparan, pero hubiera protegido a los habitantes de la casa. Esta opción no se tuvo en cuenta, aun cuando muchos de nosotros pensemos que dejar escapar a uno, dos o tres resistentes (en una ciudad repleta de ellos) puede ser aceptable en vez de correr el riesgo (y en esta caso, hacerlo efectivamente) de acabar con las vidas de 19 civiles.
Más adelante en las sesiones, el general de división Richard Huck, el oficial de mando al cargo de los marines en Haditha, subrayó estas normas de combate en términos más generales y “también ignoró la impensable opción de dejar escapar a los resistentes” cuando explicó por qué no había ordenado una investigación de la muertes: “Éstas ocurrieron durante una operación de combate y no era infrecuente que murieran civiles en dichas circunstancias. En mi imaginación vi fuego insurgente“, testificó Huck vía vídeo conferencia desde el Pentágono donde es vice-comandante asesor para planes, políticas y operaciones. “Pude ver cómo en esas circunstancias pueden morir 15 personas neutras”.
Para el general Huck y para otros comandantes en Iraq, desde el momento en que el “fuego de la resistencia o incluso, la amenaza del fuego de la resistencia” entró en escena (y efectivamente lo había hecho horas antes, cuando murió el soldado estadounidense), entonces las acciones sobre las que informaron los marines que habían sucedido en aquella casa de Haditha no sólo estaban justificadas (si los soldados habían informado de ellas honestamente), sino que eran ejemplares. Habían respondido de forma correcta en una situación de batalla y la muerte de “15 personas neutras” no era “infrecuente” en aquellas circunstancias.
Tengamos presente que Estados Unidos realiza unas mil patrullas al día [en Iraq], cifra que últimamente ha aumentado a cinco mil (si tenemos también en cuenta las patrullas del ejército iraquí). Según las estadísticas militares estadounidenses, de nuevo ofrecidas por el Brookings Institute, como resultado de estas patrullas se producen algo menos de 3.000 tiroteos al mes o algo menos de una media de cien al día (sin contar los otros aproximadamente 25 en los que se ve envueltos nuestros aliados iraquíes). La mayoría de ellos no producen 24 muertos iraquíes, pero las normas de combate que reciben nuestro soldados de “arrojar granadas de mano dentro de los edificios en los que se sospecha que hay resistentes, utilizar el máximo de arsenal contra los francotiradores y llamar a la artillería y a la fuerza aérea cuando haya una resistencia enconada” garantiza un aumento regular de la mortalidad.
Vale la pena indicar cómo se recogen en la prensa estadounidense estos acontecimientos, si es que se recogen. Ésta es, por ejemplo, una versión de Associated Press de las patrullas británico-estadounidenses en la provincia de Maysan, un bastión del ejército Mahdi: “Muy al sur, altos cargos iraquíes informaron de que unas 36 personas habían muerto en un duro combate nocturno que empezó cuando soldados británicos e iraquíes llevaron a cabo registros casa por casa en Amarah, un bastión de la militia chií ejercito Mahdi”.
Esta breve descripción formaba parte de un relato de cinco párrafos de los combates por todo Iraq, que era parte de una reseña bajo el titular “El ejército estadounidense e iraquí avanza sobre los resistentes”. Contiene relatos cortos de varias operaciones diferentes, ninguna de ellas presentada como acontecimientos importantes. Aquel día hubo unos cien combates y muchos de ellos provocaron muertos. ¿Cuántos? Basándonos en el artículo de The Lancert, podríamos establecer que aquel día, “y la mayoría de los días”, el incidente de Amarah representó quizá una décima parte de todos los iraquíes muertos por los estadounidenses aquel día. A lo largo del mes de junio, el total probable acumulado asciende a más de 10.000 muertos.
Durante las sesiones en relación a lo ocurrido en Haditha uno de los investigadores planteó la cuestión más amplia que emerge del sacrificio de tantos civiles por la causa de perseguir y atrapar resistentes en Iraq. El teniente Max D. Frank, el primer oficial que investigó las muertes lo caracterizó como “el desafortunado y no buscado resultado del hecho de que los residentes locales permitan a los combatientes resistentes utilizar hogares de familias para disparar a las patrullas estadounidenses de paso”. Utilizando una lógica similar el teniente primero Adam P. Mathes, el segundo comandante de la compañía implicada, argumentó en contra de pedir disculpas a los residentes locales por el incidente. Mathes defendió que en vez de ello debería hacer una advertencia a los residentes de Haditha en el sentido de que el incidente fue “un hecho desafortunado que ocurre cuando ustedes permiten a los terroristas utilizar sus casas para atacar a nuestros soldados”
El diccionario Merriam Webster define terrorismo como “actos violentos o destructivos (como bombardeos) cometidos por grupos para intimidar a la población”. El incidente de Haditha fue exactamente un acto terrorista en este sentido y fue uno de los aproximadamente cien al día que el teniente Mathes esperaba que iban conseguir que la población de Haditha y de otras ciudades de Iraq dejara de apoyar a los resistentes.
Enlace con el original: http://www.counterpunch.org/schwartz07052007.html
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