22/12/07

Socialismo del siglo XXI

Written by François Houtart
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Socialismo del siglo XXI, construcción intelectual, eslogan político o expresión de las luchas anti-sistémicas (1)

Es un privilegio y también una emoción ser asociado a este homenaje a Andrés Aubry, que logró combinar una atención a cada persona con una participación a una lucha antisistémica.

En enero 1994, eventos importantes tuvieron lugar en México y en Chiapas. El mismo mes del mismo año, nació en una pequeña ciudad de Bélgica, Lovaina la Nueva, la revista Alternatives Sud del Centro Tricontinental, destinada a difundir el pensamiento crítico y las experiencias alternativas del Sur (Asia, África, América latina), continentes que para el Norte aparecían como vacíos de ideas y de iniciativas. Uno de los primeros pasos fue tomar el contacto con Andrés Aubry, para saber lo que significaba el movimiento Zapatista. Él dejo la palabra a Pablo González Casanova, que en varias ocasiones se expresó en la revista.

Hoy, en memoria de Andrés hablaré del Socialismo del Siglo XXI. Sin duda es un tema controvertido. Para unos la idea del socialismo debe ser abandonada, junto a la del capitalismo, porque fue solamente su imagen invertida. Para otros el concepto lleva a la confusión por su ambigüedad: se trata del estalinismo, del maoísmo, de Pol Pot, de la de la social-democracia, de la Tercia Vía, de las FARCS colombianas, o del socialismo francés en el seno del cual nacieron el director general de la OMC, el Presidente del FMI y el ministro de Relaciones exteriores del presidente Sarkozy. Hay el socialismo que provoca el temor y el socialismo que suscita la risa. Hay la necesidad de hablar de los procesos y del contenido de las alternativas.

1. Las luchas antisistémicas son procesos sociales

Proceso social significa a la vez acción y reflexión, análisis y afecto. Acciones sin aporte reflexivo conducen a revueltas a menudo sin futuro; ideas sin referencias constantes a la realidad se transforman en construcciones abstractas e impotentes; análisis sin emoción desembocan en el cinismo intelectual y afectos sin pensamiento tienden a confundir un proyecto social concreto con el reino de Dios.

Ningún elemento puede ser aislado de los otros. El matrimonio entre práctica y teoría debe caracterizar todo movimiento antisistémico. Rosa Luxemburgo observaba que las reformas sin perspectivas teóricas se transforman rápidamente en pragmatismo y son fácilmente recuperables por el sistema capitalista. La teología de la Liberación nos recuerda que la fe religiosa puede ser un elemento poderoso de compromiso revolucionario y la enorme diversidad de las culturas de las luchas fue revelada por los Foros sociales mundiales.

Un proceso social no se decreta. Es el resultado de actores bien concretos que viven en lugares precisos y en un tiempo dado. Sus prácticas construyen un tejido social. La historia de los movimientos sociales nos lo enseña. Cuando se celebró el ochenta aniversario de la revolución de Octubre, se recordó que ella no habría sido posible sin la existencia de los soviets, estos grupos de base que multiplicándose constituyeron una red capaz de ejercer un peso antisistémico. Cuando se formó la Primera Internacional, Marx y Engels insistían sobre la importancia de los procesos de toma de decisión. Decían que valía más una conclusión adaptada por el conjunto de todos los componentes que diez impuestas desde arriba.

Sin embargo, un proceso social es también una construcción y aquí interviene el hecho de su institucionalización. La experiencia de los movimientos sociales comprueba esta dialéctica, oscilando entre corrientes anarquistas que privilegian la creatividad, las iniciativas de base, la efervescencia cultural y los que insisten sobre la organización, la claridad de los objetivos y la adaptación de los medios a los fines. La paradoja es que los dos son necesarios, a condición de que la referencia a la utopía no se transforme en un cultivo de ilusiones y la institucionalización en sistemas piramidales que tomándose como fin terminen por contradecir los objetivos. Eso se experimenta en todos los campos de la vida social: político, social, cultural, religioso.

El entusiasmo de las luchas antisistémicas no pude ignorar la condición humana. Me acuerdo de una conversación en la Ciudad Hochiminh, poco después de la reunificación del Vietnam. Los interlocutores eran el arzobispo de Saigon, Monseñor Binh, hombre de gran sabiduría que había conocido durante el Concilio Vaticano II y el Señor Ba, secretario del Partido comunista de la ciudad que había sido representante del Frente Nacional de Liberación en Paris y Bruselas. El Señor Ba explicaba con mucha convicción los planes de transformación de la ciudad en todos sus aspectos, políticos, sociales, culturales y el arzobispo escuchaba con mucha atención. Cuando el secretario del Partido terminó sus explicaciones, el arzobispo contestó con mucho respeto: "Es muy interesante, pero ojalá que los comunistas creyesen un poco más en el pecado original". Hoy día diríamos en la dialéctica.

De verdad toda institucionalización conlleva en su vientre mismo las semillas de su propia contradicción, pero el problema no consiste en negarlo ni en querer escapar a la realidad, sino de afrontar el hecho y de encontrar los mecanismos de corrección, es decir la democracia participativa, caracoles, otra campaña, cambios de roles, etc.

Hoy día entre intelectuales y varios movimientos sociales, el pensamiento postmoderno tiene un lugar importante. De hecho la experiencia de un mundo dominado por el pensamiento y las prácticas del Occidente hace pensar la necesidad de ir más allá de la simple crítica económica y política. Es la lógica misma del Siglo de las Luces que se debe cuestionar, ella que al mismo tiempo es el fruto, el vehículo y la inspiración de un sistema económico destructor. Sus principios deben ser sometidos a una crítica epistemológica es decir poner en cuestión su propio sentido. Se trata de un cambio de civilización.

Existe pues un postmodernismo radical que reduce la historia a lo inmediato, establece el individuo como centro exclusivo de lo real, rechaza la idea de estructuras y de sistema, para concentrarse en los "pequeños relatos", considerando que los "grandes relatos", es decir las teorías imponen necesariamente un peso totalitario al pensamiento y la acción. Nada mejor para el capitalismo contemporáneo que ha logrado edificar las bases materiales de su reproducción mundial - un sistema-mundo, como dice Immanuel Wallenstein - que una ideología que niega la existencia de sistemas y de estructuras.

Al contrario, otros críticos de la modernidad no caen en este exceso. No niegan la existencia de paradigmas, aún en un mundo de incertidumbres. Así, Edgar Morin, el sociólogo y filósofo francés, nota que en los mundos físicos, biológicos y antropológicos, el caos y la incertidumbre siempre desembocan sobre la reorganización de la vida, como paradigma fundamental. Por eso este autor hace una crítica dura del capitalismo, porque estima que éste acaba con la posibilidad de reorganización de la vida.

2. El contenido de las luchas antisistémicas

Hablaremos solamente de tres aspectos: la deslegitimación del capitalismo, los pasos de las luchas antisistémicas y de los ejes de un postcapitalismo o de un socialismo del siglo XXI.

1) Deslegitimar el capitalismo

No basta condenar los abusos y los excesos del capitalismo, como lo hacen la mayoría de las religiones. La distinción entre un capitalismo "salvaje" y un capitalismo "civilizado" no vale, porque el capitalismo es "civilizado" cuando debe y "salvaje" cuando puede. Son los mismos agentes económicos que tienen que aceptar ciertos límites impuestos por luchas sociales y que van hasta los extremos de la explotación cada vez que es posible, en particular en el Sur.

Es la lógica de la acumulación que debe ser contestada por las luchas antisistémicas, proceso que sin duda tomará mucho tiempo, pero indispensable. Hoy día eso significa luchar contra la búsqueda de nuevas frontera de acumulación por el capital: la agricultura campesina que debe ser transformada en una agricultura productivista capitalista, privatización de los servicios públicos, ganancias sobre catástrofes naturales o políticas (Noemí Klein).

El carácter destructor del capitalismo, tanto de la naturaleza, como del trabajo humano, nunca ha sido tan alto y tan acelerado que durante el periodo neoliberal. La tierra puede ser destruida y jamás hubo tanta riqueza al lado de tanta pobreza. Nunca la humanidad ha producido un sistema tan ineficaz. La deslegitimación, antes de ser ética debe ser económica.

2) Los pasos de las luchas antisistémicas

Cambios antisistémicos son el resultado de luchas, hoy día a escala mundial, frente a actores globales y contra un imperialismo ciertamente congenital a toda forma de capitalismo, pero también representado por los Estados Unidos de América. Tal vez este último es un imperio en declive, pero todavía muy activo, con su hegemonía atómica, sus más de 700 bases militares en el exterior de su territorio y en América Latina por la presencia de "la embajada", porque solamente hay una.

El primer paso es la toma de conciencia de esta realidad que va muchos más allá de la dominación económica y política, y que afecta la cultura y penetra en lo más profundo de las mentalidades. Los Foros sociales mundiales han contribuido mucho a este proceso de concienciación a escala mundial. La adopción de estrategias de luchas es una segunda exigencia y la diversidad de ellas, desde el nivel local como las prácticas nuevas de cada uno de los actores, son la garantía de un verdadero progreso.

La conceptualización de estas situaciones es una tarea importante y a este propósito no parece que la noción de "multitud" propuesta por Hardt y Negri sea adecuada. Demasiada abstracta ella tiene el riesgo de ser desmobilizadora. Porque se trata de construir un sujeto histórico nuevo (porque abandonar el concepto), es decir plural, democrático, popular.

Las convergencias de los actores es también una condición de eficacia. Todos tenemos el mismo adversario, porque la globalización significa la subsompción generalizada del trabajo humano por el capital, real vía el salario y formal por mecanismos financieros o jurídicos, como las tasas de intereses, la deuda externa, los paraísos fiscales, los ajustes estructurales, etc. Ningún grupo humano escapa a la ley del valor. Entonces acciones de conjunto, donde los componentes no piensan en términos de prioridades, cada uno tiene las suyas, sino en términos de objetivos estratégicos, constituyen una nueva vía, tal como la lucha contra el ALCA, donde se encontraron movimientos muy diversos, ONG progresistas, Iglesias y fuerzas políticas.

El gran desafío actual, tanto en América Latina como en los otros continentes, como señaló Gilberto Valdez, es la vinculación de los movimientos antisistémicos con el campo político. Cómo enfocar la colaboración orgánica que proponen nuevas iniciativas políticas, como el ALBA o el Banco del Sur, sin perder su autonomía. ¿Cómo contribuir al cambio, construyéndolo desde abajo y creando una nueva cultura política como "La Otra campaña", sin caer por tanto en callejones sin salida? No se trata de esperar una situación sin ambigüedades, sino de elegir sus ambigüedades.

Para decirlo claramente, fue probablemente dúo para miembros de movimientos antisistémicos apoyar a Lula en las últimas elecciones en Brasil, a pesar de su política interior social-demócrata o en Nicaragua de votar para el Frente sandinista a pesar de sus deficiencias institucionales y de las deficiencias de algunos de sus líderes. Se trataba de impedir alternativas de derecha con graves consecuencias tanto internas como para la nueva integración latino-americana.

Con todo respeto uno podría preguntarse si en México un racionamiento similar no habría podido evitar una presidencia, aún ilegitima, de derecha dura y entreguista. ¿Sería realmente imposible combinar una crítica radical y justa y una práctica política nueva con un juicio político más dialéctico? Es solamente una interrogante. No se trata de "realpolitik" ni de justificar medios por los fines, sino de reconocer que el dilema consiste en elegir entre ambigüedades. Tampoco eso significa el abandono de la ética, sino de no transformarla en un substituto a un juicio político. Supone también la continuación de la critica de las formaciones políticas nacidas de movimientos antisistémicos y emancipatorios que como en el Brasil, en México o peor todavía en China, construyen "caracoles al revés", contradiciendo sus propios principios.

3) Los ejes de un postcapitalismo o de un socialismo del siglo XXI

Podemos en conclusión retomar las lecciones de la historia, la experiencia de los movimientos sociales y de sus convergencias, las aspiraciones de los pueblos para proponer algunas ideas.

No se trata de imponer una doctrina desde arriba ni de hablar de una sola alternativa, sino de recoger lo vivido y de reconciliar teoría y práctica en un esfuerzo compartido, de unir revolución y reformas en una búsqueda de la utopía necesaria y mobilizidadora sin despreciar los pequeños pasos, porque la gente no muere o sufre mañana, sino hoy.

Cuatro ejes parecen constituir el contenido del proyecto emancipatorio y antisistémico.

1) La utilización sustentable de los recursos naturales, lo que exige otra filosofía de las relaciones con la naturaleza: de la explotación a la simbiosis. El capitalismo es incapaz de realizar este cambio, que implica una revolución epistemológica, a la cual el enfoque de la "pachamama", las filosofías orientales, la cultura tradicional africana y de los afro-descendientes de América, pueden contribuir de manera decisiva.

2) Privilegiar el valor de uso sobre el valor de cambio. El mercado existió antes del capitalismo. Este último hizo del valor de cambio el único factor de desarrollo humano, imponiendo su lógica a toda la sociedad. Regresar al valor de uso tiene enormes consecuencias prácticas, desde el control social de los medios de producción hasta el aumento de la vida de los productos y la reducción de las distancias de transporte. Pero ante todo significa un cambio de filosofía económica, de la producción de un valor agregado para intereses privados a la actividad destinada a asegurar la base de la vida física, cultural y espiritual de todos los seres humanos en la tierra. De eso, el capitalismo es incapaz.

3) Establecer una democracia generalizada, no solamente política representativa y participativa, sino en todas las relaciones sociales, también económicas, entre pueblos, entre hombres y mujeres. Eso exige también otra filosofía del poder, totalmente ajeno a la concepción del capitalismo.

4) Construir la multiculturalidad, es decir dar la posibilidad a todas las culturas, a todos los saberes, a todas las filosofías, a todas las religiones de participar con sus aportes propios a la construcción de una nueva sociedad. Eso exige otra filosofía de la cultura, abandonando la arrogancia de una cultura superior, sea religiosa. Una vez más, la cultura del capitalismo, con su "modelo de desarrollo", no puede responder a esta nueva perspectiva.

De verdad, a pesar de sus logros reales, podemos decir que el socialismo del siglo XX no ha podido alcanzar estas exigencias. El drama del socialismo, del socialismo, decía Maurice Godelier es que ha tenido que aprender a caminar con las piernas del capitalismo. Y eso se verificó en varios dominios, como la explotación de la naturaleza, la falta de democracia y la dificultad de aceptar la multiculturalidad.

Por eso, la convergencia de las luchas sociales, característica de nuestro siglo, el afán de dignidad con sus bases materiales, y de espiritualidad encarnada, nos permite compartir las palabras de un oratorio compuesto después del asesinato de Monseñor Romero, por un compositor israelí: "La esperanza no se mata".

San Cristobal de Las Casas, 15.12.07

(1) Ponencia en el seminario en memoria de Andrés Aubry, sobre los Movimientos antisistémicos, en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, del 13 al 16 de diciembre 2007
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AlterZoom - USA/22/12/2007

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