No tenía porqué ser así… (Capítulo II – ¿De dónde lo habrán traído?)
Segundo artículo de las reminiscencias de un israelí que fue testigo desde “el otro lado” de los sucesos que otrora enturbiaron las buenas relaciones entre dos países amigos: el Estado de Israel y la República Argentina.
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Llegó el gran día y aunque era feriado, la secretaria Yvette, la telefonista y yo llegamos a la oficina a pedido del Embajador para “ultimar los detalles” de la magna recepción en honor del 25 de Mayo. Apenas eché un vistazo a la prensa; había venido para llamar a los periodistas conocidos y recordarles sobre el acontecimiento, con el incentivo de que llegaría el Primer Ministro. Hablaba en nombre del Embajador, reiterando la invitación formal que habían recibido unos días antes. Para aquella época ya había en el país numerosas representaciones diplomáticas, y lo que en un principio fuera una noticia (“por primera vez en la historia del Estado, la Embajada de Francia ofreció anoche un cocktail en ocasión del 14 de julio…”), ya había dejado de ser tal. No me imaginaba entonces lo mucho que los asistentes al evento hubieran de recordarlo más tarde.
Llamé en especial a la agencia noticiosa israelí ITIM, y me prometieron que enviarían a alguien. Se ha de recordar que en aquella época todavía no había en el país ningún medio informativo en castellano. El semanario “Aurora” solamente aparecería tres años más tarde, en una empresa en la que tomé parte activa ya que fui su cofundador y redactor en jefe durante los primeros 14 meses de su existencia. Pero eso ya es harina de otro costal.
Por la tarde mi señora y yo llegamos con media hora de antelación a la Residencia en Ramat Gan, atendiendo nuevamente el pedido del doctor García Arias, para ayudarle recibir a los numerosos huéspedes esperados. Recuerdo que el primero en llegar bastante antes de la hora prevista fue el embajador de Liberia acompañado de su esposa, un venerable diplomático que era entonces Decano del Cuerpo Diplomático. El Embajador estaba todavía en su alcoba y la señora daba instrucciones en la cocina preparando el refrigerio, de modo que mi esposa y yo tuvimos que presentar las excusas del embajador y trabar ese “chitchat” propio del mundo diplomático con ese venerable caballero africano, una destacada y conocida personalidad en el ambiente israelí. Poco después llegó el Cónsul, pero su desconocimiento del inglés me obligó a seguir traduciendo lo poco que conversaron. En aquella época, lamentablemente no todos los diplomáticos argentinos estaban versados en ese idioma, y frecuentemente me veía en la necesidad de ayudarles en sus conversaciones con cualquier israelí que no supiera el español.
Comenzaron a llegar más y más invitados, y todos quedaron impresionados ante la modesta figura de Golda Meir, una mujer de aspecto un tanto desgarbado que ocultaba una mente tan brillante. La entonces ministro de Relaciones Exteriores también honró la fecha con su presencia, lo que también constituía crear un precedente. Llegaron más y más invitados, y la pequeña residencia oficial en la calle Eshel de Ramat Gan ya estaba prácticamente colmada. Con toda la diplomacia posible, tratábamos que la gente circulara entre el salón y el comedor, para evitar una congestión. De cualquier modo los vetustos aparatos de climatización ya no se sentían, y el ambiente se había acalorado en ese día en que el sharav israelí había elevado tanto el termómetro.
La llegada de Ben Gurión fue el acontecimiento. El rechoncho jefe del Gobierno llegó con su esposa Paula y un par de guardaespaldas, y alertado el embajador Rodolfo García Arias lo recibió en la entrada de la residencia. Quien había sido Subsecretario de Relaciones Exteriores, y había llegado a Israel en el ocaso de su carrera, era un hombre alto de modo que la diferencia de estatura bien se notaba. El problema era que rodeados por un enjambre de personas ávidas de ver de cerca al legendario dirigente, solamente se podía divisar la cabeza del diplomático: la del huésped israelí, más bien bajito, quedaba medio oculta por quienes le rodeaban.
Entre el salón y el comedor había una pequeña estancia, que a veces servía de despacho del Embajador. Allí el Dr. García Arias acogió a sus distinguidos huéspedes, pero como las puertas quedaron abiertas entraron muchas más personas. Mi esposa y yo, que tratábamos de distribuir la concurrencia en el estrecho ambiente que se disponía, ya no sabíamos qué hacer. Repentinamente, apareció una mujer un tanto desgarbada, que contrastaba con las muy acicaladas damas presentes. Era Paula Ben Gurión, quien con semblante alterado se nos acercó y con un gesto de desesperación nos suplicó en hebreo: “Sáquenlo de allí, lo van a asfixiar”. Era cierto: todo el mundo quería ver a quien se le conocía cariñosamente como Hazakén, “el viejo”, y la pequeña antesala estaba colmada. De todos modos, la situación había llegado a tal punto que yo con la ayuda de un funcionario de la Embajada, entramos forceando y a duras penas pudimos sacar a varias personas, que “de cualquier modo ya estaban por irse” protestando al privárseles del honor de ver a Ben Gurión en persona. Gajes del oficio.
Terminada la recepción la gente de casa nos reunimos para comentar el evento. La reunión no había sido tan exitosa como hubiéramos pensado: llegó demasiada gente, incluyendo algunas personas que no habían sido invitadas, y tanta aglomeración calentó el ambiente hasta el punto que “que casi no se podía respirar”, según definió alguien. “No pude conversar con Ben Gurión… no nos dejaban tranquilos”, dijo el embajador, que no ocultaba su cansancio. Afirmó que había quedado muy gratamente impresionado de Golda Meir. -“Embajador, usted bien sabe que es una mujer de extraordinaria capacidad. Lástima que no goce de buena salud”, le indiqué. Al despedirnos, preguntó si se sabía algo nuevo sobre el caso Eichmann que tanto eco había tenido. “En el último noticioso radial, una fuente no confirmada indicó que no era cierta la noticia que habría sido capturado en un país árabe”, le dije. -¿De dónde?, preguntó. -Nadie parece saberlo, contesté. Nos despedimos y regresamos a casa.
Moshé Yanai
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Llegó el gran día y aunque era feriado, la secretaria Yvette, la telefonista y yo llegamos a la oficina a pedido del Embajador para “ultimar los detalles” de la magna recepción en honor del 25 de Mayo. Apenas eché un vistazo a la prensa; había venido para llamar a los periodistas conocidos y recordarles sobre el acontecimiento, con el incentivo de que llegaría el Primer Ministro. Hablaba en nombre del Embajador, reiterando la invitación formal que habían recibido unos días antes. Para aquella época ya había en el país numerosas representaciones diplomáticas, y lo que en un principio fuera una noticia (“por primera vez en la historia del Estado, la Embajada de Francia ofreció anoche un cocktail en ocasión del 14 de julio…”), ya había dejado de ser tal. No me imaginaba entonces lo mucho que los asistentes al evento hubieran de recordarlo más tarde.
Llamé en especial a la agencia noticiosa israelí ITIM, y me prometieron que enviarían a alguien. Se ha de recordar que en aquella época todavía no había en el país ningún medio informativo en castellano. El semanario “Aurora” solamente aparecería tres años más tarde, en una empresa en la que tomé parte activa ya que fui su cofundador y redactor en jefe durante los primeros 14 meses de su existencia. Pero eso ya es harina de otro costal.
Por la tarde mi señora y yo llegamos con media hora de antelación a la Residencia en Ramat Gan, atendiendo nuevamente el pedido del doctor García Arias, para ayudarle recibir a los numerosos huéspedes esperados. Recuerdo que el primero en llegar bastante antes de la hora prevista fue el embajador de Liberia acompañado de su esposa, un venerable diplomático que era entonces Decano del Cuerpo Diplomático. El Embajador estaba todavía en su alcoba y la señora daba instrucciones en la cocina preparando el refrigerio, de modo que mi esposa y yo tuvimos que presentar las excusas del embajador y trabar ese “chitchat” propio del mundo diplomático con ese venerable caballero africano, una destacada y conocida personalidad en el ambiente israelí. Poco después llegó el Cónsul, pero su desconocimiento del inglés me obligó a seguir traduciendo lo poco que conversaron. En aquella época, lamentablemente no todos los diplomáticos argentinos estaban versados en ese idioma, y frecuentemente me veía en la necesidad de ayudarles en sus conversaciones con cualquier israelí que no supiera el español.
Comenzaron a llegar más y más invitados, y todos quedaron impresionados ante la modesta figura de Golda Meir, una mujer de aspecto un tanto desgarbado que ocultaba una mente tan brillante. La entonces ministro de Relaciones Exteriores también honró la fecha con su presencia, lo que también constituía crear un precedente. Llegaron más y más invitados, y la pequeña residencia oficial en la calle Eshel de Ramat Gan ya estaba prácticamente colmada. Con toda la diplomacia posible, tratábamos que la gente circulara entre el salón y el comedor, para evitar una congestión. De cualquier modo los vetustos aparatos de climatización ya no se sentían, y el ambiente se había acalorado en ese día en que el sharav israelí había elevado tanto el termómetro.
La llegada de Ben Gurión fue el acontecimiento. El rechoncho jefe del Gobierno llegó con su esposa Paula y un par de guardaespaldas, y alertado el embajador Rodolfo García Arias lo recibió en la entrada de la residencia. Quien había sido Subsecretario de Relaciones Exteriores, y había llegado a Israel en el ocaso de su carrera, era un hombre alto de modo que la diferencia de estatura bien se notaba. El problema era que rodeados por un enjambre de personas ávidas de ver de cerca al legendario dirigente, solamente se podía divisar la cabeza del diplomático: la del huésped israelí, más bien bajito, quedaba medio oculta por quienes le rodeaban.
Entre el salón y el comedor había una pequeña estancia, que a veces servía de despacho del Embajador. Allí el Dr. García Arias acogió a sus distinguidos huéspedes, pero como las puertas quedaron abiertas entraron muchas más personas. Mi esposa y yo, que tratábamos de distribuir la concurrencia en el estrecho ambiente que se disponía, ya no sabíamos qué hacer. Repentinamente, apareció una mujer un tanto desgarbada, que contrastaba con las muy acicaladas damas presentes. Era Paula Ben Gurión, quien con semblante alterado se nos acercó y con un gesto de desesperación nos suplicó en hebreo: “Sáquenlo de allí, lo van a asfixiar”. Era cierto: todo el mundo quería ver a quien se le conocía cariñosamente como Hazakén, “el viejo”, y la pequeña antesala estaba colmada. De todos modos, la situación había llegado a tal punto que yo con la ayuda de un funcionario de la Embajada, entramos forceando y a duras penas pudimos sacar a varias personas, que “de cualquier modo ya estaban por irse” protestando al privárseles del honor de ver a Ben Gurión en persona. Gajes del oficio.
Terminada la recepción la gente de casa nos reunimos para comentar el evento. La reunión no había sido tan exitosa como hubiéramos pensado: llegó demasiada gente, incluyendo algunas personas que no habían sido invitadas, y tanta aglomeración calentó el ambiente hasta el punto que “que casi no se podía respirar”, según definió alguien. “No pude conversar con Ben Gurión… no nos dejaban tranquilos”, dijo el embajador, que no ocultaba su cansancio. Afirmó que había quedado muy gratamente impresionado de Golda Meir. -“Embajador, usted bien sabe que es una mujer de extraordinaria capacidad. Lástima que no goce de buena salud”, le indiqué. Al despedirnos, preguntó si se sabía algo nuevo sobre el caso Eichmann que tanto eco había tenido. “En el último noticioso radial, una fuente no confirmada indicó que no era cierta la noticia que habría sido capturado en un país árabe”, le dije. -¿De dónde?, preguntó. -Nadie parece saberlo, contesté. Nos despedimos y regresamos a casa.
Moshé Yanai
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El Reloj-Israel/14/08/2007
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