Mirada al mundo
Paul Krugman
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La agenda de Obama
El martes 4 de noviembre de 2008 es una fecha que será famosa (no infame) para siempre. Si la elección de nuestro primer presidente afroestadounidense no le causó emoción, si no le sacó lágrimas de los ojos y lo hizo sentir orgulloso de su país, entonces usted tiene algún problema
¿Pero la elección también será un parteaguas en la sustancia real de la política? ¿Barack Obama realmente podrá inaugurar una nueva era de políticas progresistas? Sí, sí puede.
En estos momentos muchos comentaristas instan a Obama a pensar en pequeño. Algunos argumentan razones políticas: Estados Unidos, dicen, sigue siendo un país conservador, y los votantes castigarán a los demócratas si se mueven a la izquierda. Otros dicen que las crisis financiera y económica no dejan espacio para medidas en materia de, digamos, la reforma del sistema de salud.
Esperemos que Obama tenga la sensatez de ignorar este consejo.
Con respecto al argumento político: cualquiera que dude que tuvimos un importante reajuste político debe ver lo que sucedió en el Congreso. Luego de las elecciones de 2004 muchos declararon que habíamos iniciado una era de dominio republicano de largo plazo, quizá permanente. Desde entonces, los demócratas han obtenido dos victorias consecutivas, ganando al menos 12 lugares en el Senado y más de 50 en la Cámara de Representantes. Ahora tienen en ambas cámaras mayorías más amplias que las obtenidas por el partido republicano en su reinado de 12 años.
Tenga también en mente que la elección presidencial de este año fue un claro referendo sobre filosofía política, y la filosofía progresista ganó.
Quizá la mejor manera de subrayar la importancia de ese hecho es contrastando la campaña de este año con lo que sucedió hace cuatro años. En 2004 el presidente Bush ocultó su verdadera agenda. Básicamente se postuló como el defensor de la nación contra los terroristas en matrimonios gay, desconcertando incluso a sus partidarios cuando anunció, poco después de las elecciones, que su principal prioridad era la privatización del Seguro Social. Eso no era por lo que la gente pensó que había votado, y la campaña de privatización rápidamente se transformó de una fuerza devastadora a una farsa.
No obstante, este año la plataforma de Obama se basó en la oferta de servicios de salud garantizados y alivios fiscales para la clase media pagados con una alza de los impuestos a los más adinerados. John McCain denunció a su oponente como socialista y “redistribuidor”, pero Estados Unidos votó por él de cualquier manera. Ese es un verdadero mandato.
¿Y qué hay del argumento de que la crisis económica hará incosteable una agenda progresista?
Bueno, no hay duda de que combatir la crisis costará mucho dinero. Rescatar al sistema financiero probablemente requerirá de grandes desembolsos más allá de lo que se ha gastado hasta ahora. Y además de eso necesitamos urgentemente un programa que aumente el gasto gubernamental para respaldar la producción y el empleo. ¿Podría el déficit presupuestal del próximo año alcanzar el billón de dólares? Sí.
Sin embargo, la economía estándar de libro de texto nos dice que está bien, de hecho que es lo correcto, tener déficits temporales ante una economía deprimida. Entre tanto, uno o dos años de números rojos, aunque incrementarían modestamente los futuros gastos federales por intereses, no deben interponerse al plan de servicios de salud, el cual, incluso si se aprobara rápidamente, probablemente no entre en vigor hasta 2011.
Más allá de eso, la respuesta a la crisis económica es, en sí misma, una oportunidad de impulsar la agenda progresista.
Ahora, la administración Obama no debería imitar el hábito de la administración Bush de convertir cualquier cosa en un argumento a favor de sus políticas preferidas. (¿Recesión? ¡La economía necesita ayuda, recortémosle los impuestos a la gente rica! ¿Recuperación? ¡Los recortes fiscales para la gente rica funcionan; apliquemos más!).
Pero sería justo que la nueva administración destacara cómo la ideología conservadora, la creencia de que la codicia siempre es buena, ayudó a crear esta crisis. Lo que Franklin Delano Roosevelt dijo en su discurso inaugural —“siempre hemos sabido que el egoísmo ilimitado es antiético; ahora sabemos que es malo para la economía”, nunca había sonado más cierto.
Y resulta que éste es uno de esos momentos en que lo inverso también es cierto y la rectitud es buena para la economía. Ayudar a los más necesitados en época de crisis, mediante mayores prestaciones de salud y desempleo, es lo moralmente correcto; además de que es una forma mucho más efectiva de estímulo económico que recortar el impuesto sobre ganancias de capital.
Dar ayuda a los atormentados gobiernos estatales y locales para que puedan ofrecer los servicios públicos esenciales es importante para los que dependen de dichos servicios; también es una manera de evitar la pérdida de empleos y de limitar la profundidad del declive de la economía.
Por lo tanto, una agenda progresista seria —llamémosla un nuevo New Deal— no sólo es económicamente posible; es exactamente lo que necesita la economía.
La conclusión, entonces, es que Barack Obama no debe escuchar a la gente que trata de asustarlo para que sea un presidente que no hace nada. Tiene el mandato político y tiene a los buenos principios económicos de su lado. Podríamos decir que a lo único que debe temer es al temor mismo.
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La agenda de Obama
El martes 4 de noviembre de 2008 es una fecha que será famosa (no infame) para siempre. Si la elección de nuestro primer presidente afroestadounidense no le causó emoción, si no le sacó lágrimas de los ojos y lo hizo sentir orgulloso de su país, entonces usted tiene algún problema
¿Pero la elección también será un parteaguas en la sustancia real de la política? ¿Barack Obama realmente podrá inaugurar una nueva era de políticas progresistas? Sí, sí puede.
En estos momentos muchos comentaristas instan a Obama a pensar en pequeño. Algunos argumentan razones políticas: Estados Unidos, dicen, sigue siendo un país conservador, y los votantes castigarán a los demócratas si se mueven a la izquierda. Otros dicen que las crisis financiera y económica no dejan espacio para medidas en materia de, digamos, la reforma del sistema de salud.
Esperemos que Obama tenga la sensatez de ignorar este consejo.
Con respecto al argumento político: cualquiera que dude que tuvimos un importante reajuste político debe ver lo que sucedió en el Congreso. Luego de las elecciones de 2004 muchos declararon que habíamos iniciado una era de dominio republicano de largo plazo, quizá permanente. Desde entonces, los demócratas han obtenido dos victorias consecutivas, ganando al menos 12 lugares en el Senado y más de 50 en la Cámara de Representantes. Ahora tienen en ambas cámaras mayorías más amplias que las obtenidas por el partido republicano en su reinado de 12 años.
Tenga también en mente que la elección presidencial de este año fue un claro referendo sobre filosofía política, y la filosofía progresista ganó.
Quizá la mejor manera de subrayar la importancia de ese hecho es contrastando la campaña de este año con lo que sucedió hace cuatro años. En 2004 el presidente Bush ocultó su verdadera agenda. Básicamente se postuló como el defensor de la nación contra los terroristas en matrimonios gay, desconcertando incluso a sus partidarios cuando anunció, poco después de las elecciones, que su principal prioridad era la privatización del Seguro Social. Eso no era por lo que la gente pensó que había votado, y la campaña de privatización rápidamente se transformó de una fuerza devastadora a una farsa.
No obstante, este año la plataforma de Obama se basó en la oferta de servicios de salud garantizados y alivios fiscales para la clase media pagados con una alza de los impuestos a los más adinerados. John McCain denunció a su oponente como socialista y “redistribuidor”, pero Estados Unidos votó por él de cualquier manera. Ese es un verdadero mandato.
¿Y qué hay del argumento de que la crisis económica hará incosteable una agenda progresista?
Bueno, no hay duda de que combatir la crisis costará mucho dinero. Rescatar al sistema financiero probablemente requerirá de grandes desembolsos más allá de lo que se ha gastado hasta ahora. Y además de eso necesitamos urgentemente un programa que aumente el gasto gubernamental para respaldar la producción y el empleo. ¿Podría el déficit presupuestal del próximo año alcanzar el billón de dólares? Sí.
Sin embargo, la economía estándar de libro de texto nos dice que está bien, de hecho que es lo correcto, tener déficits temporales ante una economía deprimida. Entre tanto, uno o dos años de números rojos, aunque incrementarían modestamente los futuros gastos federales por intereses, no deben interponerse al plan de servicios de salud, el cual, incluso si se aprobara rápidamente, probablemente no entre en vigor hasta 2011.
Más allá de eso, la respuesta a la crisis económica es, en sí misma, una oportunidad de impulsar la agenda progresista.
Ahora, la administración Obama no debería imitar el hábito de la administración Bush de convertir cualquier cosa en un argumento a favor de sus políticas preferidas. (¿Recesión? ¡La economía necesita ayuda, recortémosle los impuestos a la gente rica! ¿Recuperación? ¡Los recortes fiscales para la gente rica funcionan; apliquemos más!).
Pero sería justo que la nueva administración destacara cómo la ideología conservadora, la creencia de que la codicia siempre es buena, ayudó a crear esta crisis. Lo que Franklin Delano Roosevelt dijo en su discurso inaugural —“siempre hemos sabido que el egoísmo ilimitado es antiético; ahora sabemos que es malo para la economía”, nunca había sonado más cierto.
Y resulta que éste es uno de esos momentos en que lo inverso también es cierto y la rectitud es buena para la economía. Ayudar a los más necesitados en época de crisis, mediante mayores prestaciones de salud y desempleo, es lo moralmente correcto; además de que es una forma mucho más efectiva de estímulo económico que recortar el impuesto sobre ganancias de capital.
Dar ayuda a los atormentados gobiernos estatales y locales para que puedan ofrecer los servicios públicos esenciales es importante para los que dependen de dichos servicios; también es una manera de evitar la pérdida de empleos y de limitar la profundidad del declive de la economía.
Por lo tanto, una agenda progresista seria —llamémosla un nuevo New Deal— no sólo es económicamente posible; es exactamente lo que necesita la economía.
La conclusión, entonces, es que Barack Obama no debe escuchar a la gente que trata de asustarlo para que sea un presidente que no hace nada. Tiene el mandato político y tiene a los buenos principios económicos de su lado. Podríamos decir que a lo único que debe temer es al temor mismo.
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Traducción: Mariana Toledo
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El Universal - México/12/11/2008
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