Conoce a tu enemigo. Una lección política de Nelson Mandela
Una de las cosas más ciertas y más terrible de esta vida es -al decir de Renoir- que todo el mundo tiene sus razones. Evidentemente, las hay malas y las hay buenas, pero por medio se tejen muchos factores.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
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César Vallejo decía que había que amar al enemigo aunque fuese a traición, y eso es lo que hizo Mandela en la cárcel. Hay mucho que hablar, pero fue una lección de humanidad y de inteligencia.
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En Junio de 1964, Nelson Mandela y los otros hombres del proceso de Rivonia (Sisulu, Mbeki, Kathrada, Mhlaba, Motsoaledi y Mlangeni), llegaron a Robben Island y empezaron a cumplir su cadena perpetua. Era una noche fría y viajaron con las esposas y los grilletes puestos, sentados en una plataforma elevada en el lateral de una furgoneta, y tuvieron que utilizar un cubo para hacer sus necesidades. La cárcel está situada a unas siete millas de Ciudad del Cabo, y era; famosa por estar muy bien protegida. Los casos de evasión eran apenas existentes. La celda de Mandela, en una sección recién formada de "incomunicación" era de "máxima seguridad". Durante los primeros meses estuvo incomunicado, carecía de noticias de los suyos, tenia horribles pesadillas. "Cada hora, dirá más tarde, me parecía un año. Sufrí esta incomunicación durante dos meses y al final llegué a la conclusión de que no existía nada más inhumano que el verse privado de la compañía de otros seres humanos".
Durante los primeros diez años, los de Rivonia tuvieron que trabajar en una cantera de cal, en una enorme cavidad hollada por generaciones de presos negros, bajo el ardiente sol del verano o bajo las heladas y húmedas nieblas invernales. Las condiciones de trabajo eran inhumanas. Su alimentación consistía primordialmente en porridge de maíz y verdura pasada. La actitud de los guardianes se hacía insoportable, en ocasiones eran castigados con trabajos forzados y en celdas especia les. Más tarde la situación cambió un poco y fueron empleados para trabajos más holgados como el pavimentado de carreteras o la recogida de algas en las playas. Las visitas periódicas de Winnie, a pesar de sus estrechas limitaciones, fueron un bálsamo en esta situación.
Muy poca gente se acordaba de Mandela durante esta época. El régimen de Pretoria gozaba entonces de un desarrollo económico pletórico, y la resistencia no levantó cabeza hasta el estallído de Soweto. El aislamiento de los presos era casi completo y las noticias que le permitían conocer no eran en ningún modo favorables a sus aspiraciones. No obstante, mediante huelgas de hambres y protestas intermitentes, con la débil presión internacional que fue creciendo a finales de los años setenta, entre otras cosas mediante las actividades de Helen Suzman, el "rostro humano" de los parlamentarios liberales y de la Cruz Roja. Desde entonces se fueron logrando mejoras graduales. Se acabaron los trabajos más penosos, se permitió le entrada de la prensa y se incrementaron las visitas y las cartas. Mandela pudo cultivar sus famosos bidones de plantas y comenzó a leer, incluso a estudiar para una licenciatura londinense de leyes que se vio truncada por una nueva prohibición. sólo se le permitió estudiar afrikaans, economía e historia.
Todos los testimonios de esta época coinciden en mostrarnos un Mandela firme. Ni siquiera flaqueo cuando se enteró de algunos de los más graves percances de Winnie con la policía. La Dra Motlana describirá así esta posición: "!Oh, poderoso, poderoso!. Excepto por unas pocas canas era el mismo Nelson que hace tantos años que conozco. !Dignidad absoluta, un gran jefe xhosa!. Extremadamente sano, mental y físicamente..." En 1981 fue trasladado a la prisión de Pollsmoor, un moderno penal a unos 45 minutos en coche de Ciudad del Cabo. La explicación mas lógica que se le ocurrió a su gente era que le querían trasladar mas cerca del hospital Groote Schuur, lo que causó la natural perturbación a Winnie que se enteró de todo por la prensa. Pollsmoor era otro mundo en comparación con la Isla Robben, y en su primera visita Winnie pudo constatar que Nelson: "Tenía un aspecto formidable. La primera pregunta fue naturalmente, porqué le habían trasladado. No tenía ni idea. La razón más lógica parece apuntar hacia razones administrativas. Me dijo que el primer día del traslado había estado consultando con un abogado de ciudad del Cabo acerca de la educación de los jóvenes prisioneros en la Isla (Robben). Acababa de recibir un cheque de unos14.000 rands para sus estudios. A muchos de ellos se les había encarcelado después del levantamiento de 1976; él hubiera podido ayudarles a continuar sus estudios (...) Robben llegó a ser conocida como la Universidad Mandela. Jóvenes que habían dejado la escuela con nivel 6 salieron de la Isla con licenciatura. En su ausencia el programe finalizó”.
Los que fueron a visitarles -personalidades cada vez más importantes, al final era como un jefe de Estado en el exilio, no en vano todas las encuestas realizadas en Sudáfrica le daban este papel, en el caso de que en Sudáfrica pudiesen votar los ciudadanos negros en unas elecciones libres--, se encontraron con un hombre bien parecido, alto y delgado, bien conservado gracias a un régimen deportista férreamente mantenido a lo largo de los años aparentemente mucho mas joven. Vestido con su propia camisa caqui y unos pantalones a medida, en vez del uniforme de presidiario obligatorio. Se mostraba firme, abierto, muy interesado por todo lo que ocurría en el mundo, y con el tiempo se fue ganando el respeto y la confianza de sus guardianes desarrollando una singular actitud en la que la bondad y la afabilidad no le impedía ponerse en su lugar. Era pues el mismo de Rivonia.
En una de las ocasiones finales en las que Winnie Mandela fue a visitarle, iba acompañada con su primer nieto, de apenas tres meses, envuelto. en una manta. Había dos guardianes de servicio. Mandela, que normalmente sólo tenía contacto con su mujer a través de una gruesa ventana de cristal, pidió a los guardianes que le dejaran coger al niño, algo que no había hecho desde hacía 20 años. Los guardianes, ambos blancos, no pudieron evitarlo, y tras rogarle a Mandela que mantuviera el secreto, le pusieron el niño sobre las manos. Las lágrimas de Mandela les conmovió, y el secreto solo fue revelado por uno de ellos. Algunas de estas anécdotas ayudan a comprender el hecho de que Niel Bamard, el impasible sabueso, jefe de los servicios de información del apartheid, se fiara de él lo bastante como para recomendar al presidente F. W de Klerk que le dejara en libertad y empezara a negociar los términos de la transición a la democracia. Son muchas las razones por las que Mandela ha conseguido tranquilizar, seducir y ganarse con la razón a la Sudáfrica blanca.
No hay duda de que la tentación más "humana" para alguien que sufre el ser "enterrado en vida", es la de la venganza. Esto es lo que cumple, por citar un ejemplo, uno de los personajes más legendarios de la literatura popular, el conde de Montecristo, una trama que hemos leído y visto en cine centenares de veces, sin cuestionarnos que hacía lo correcto, y esto es lo que anima a los poderosos a bombardaer Afganistán, o a los débiles sacrificarse en los atentados suicidas en Palestina. Pero, aunque se trata de la opción más "humana", sin embargo, en la vida real la dinámica vengativa no resulta tan simple, y mucho menos en una sociedad como la surafricana, y en una cuestión como la del racismo, que implica a una minoría determinante de la población, y más especialmente, cuando se defiende un proyecto de Estado que no busca "darle la vuelta a la tortilla", sino superar un círculo vicioso terrible.
En los años de presión, Mandela tuvo que darle muchas vueltas a esta cuestión, y lo hizo desde su perspectiva de que la victoria era inevitable, y que se trataba de encontrar una alternativa integradora y moralmente convincente. Durante este tiempo forjó un propósito reconciliador que pasaba en lo inmediato tanto por la reafirmación sin fisura de su dignidad y del colectivo que representaba, como por buscar las maneras de tender la mano al "hermano lobo" que en aquel confín del mundo permanecía encarnado por sus guardianes, un grupo bastante representativo de la pesadilla de su supremacía blanca, caracterizada por el racismo más impenitente del mundo, incluyendo el "profundo sur" norteamericano previo a las grandes transformaciones auspiciadas por el movimiento de los Derechos Civiles. En los momentos de mayor ira tuvo que pensar que "a las malas", todo se complicaría, y se haría mucho más dramático.
Así es que, en vez de urdir la revancha, Mandela invirtió el esquema y se planteó trabajar a fondo la premisa "Conoce a tu enemigo". Un principio en el que el estoicismo, eideal franciscano y las propuestas emancipadoras se daban la mano, un ejercicio cuyo uso le iba a resultar muy útil más tarde en sus diálogos con el propio Gobierno. Visto desde otra perspectiva, Mandela pensó que por esta vía tenía mucho más que ganar. Más que, por citar un ejemplo, los hermanos Soledad, dos militante en la línea de Malcom X cuyas Cartas desde la prisión, conmovieron la opinión pública internacional en los años setenta, y que veían en el odio al opresor un factor liberador frente a la mansedumbre materna, siempre dispuesta a lo que fuera con tal de no soliviantar a los blancos; Mandela también compartía su firme autoestimación, dialogar no significaba doblegarse, significaba convencer. De entrada, Mandela se propuso enseguida aprender el idioma de los guardianes, el afrikaans ("la lengua de los opresores") y su historia. Al mismo tiempo empezó a estudiar el proceso que seguían sus mentes, con el fin de influir en ellas para sus propósitos. Esta página de su biografía, que no ha sido conocida hasta después de su liberación, pero es la que impregna todos los testimonios de sus compañeros de cautiverio que la ilustran con numerosas anécdotas. Lo que estaba haciendo Mandela era aplicar la famosa la frase de Chesterton según la cual la aventura más difícil, es conocer y darse conocer al vecino más próximo. Ese paso lo fue dando Mandela como parte de una estrategia y una convicción en la que, obviamente, anidaba una potente seguridad personal así como una capacidad innata de causar simpatía en los demás.
Uno de sus compañeros, Maharaj, cuenta el caso de un día que marchaban a trabajar. Los guardianes "nos estaban empujando para que acelerásemos el paso. De repente, aparece Mandela en primera fila y nos susurra a todos: "No cedáis ante las amenazas. Seguid andando a vuestro paso normal'. No había ninguna discusión con los guardianes. Ningún desafío patente. Era una forma callada de conservar en nuestro interior una parte que el guardián se veía impotente para dominar"... Esta actitud, según Walter Sisulu, empezó a alterar la correlación de fuerzas. Por primera vez, las autoridades penitenciarías se vieron forzadas a dialogar con los presos. "Porque, cuando no conseguían que nos moviéramos, tenían que preguntarse qué podían hacer", explica Sisulu, que pasó 25 años en la cárcel con Mandela. "Entonces decidieron reconocer a nuestra dirección. Ése fue un momento muy importante". Aquella fue una guerra de nervios, una guerra de desgaste, y la cuestión para los presos pasaba por reafirmarse como colectivo en sus ideas y en su humanidad. Pero, al mismo tiempo, Mandela hacía hincapié en la necesidad de convencer a los guardianes para que dejaran de tratarles, en palabras de Maharaj, "como a monos en el zoo". Según Mandela que no eran los presos quienes necesitaban. "Descubrimos formas de comunicarnos con ellos, charlar con ellos y, por más groseros que fueran, echar abajo su grosería", explica Maharaj para describir otro elemento del método de Mandela. El fruto fue inmediato y sorprendente. Los guardianes empezaron a mostrar la inferioridad que sentían respecto a nosotros, debido a nuestra preparación y nuestro comportamiento. Hasta el punto de que empezaron a pedirnos que les ayudáramos en sus estudios, y a acudir a nosotros en busca de consejos cuando tenían conflictos con sus superiores". Paso a paso Mandela iba imponiendo su voluntad a los guardianes. Eso es lo que descubrió George Bizos, su abogado durante casi cuatro decenios, durante una visita a la isla.
A mediados de 1984 el gobierno, cada vez más presionado por las exigencias de libertad que le llegaban desde dentro y fuera del país, lanzó su primer "globo sonda". Winnie cuenta que le habían ofrecido "liberarle" con la "condición de que se instalará en "su" patria del Transkei".' y naturalmente, rechazó la oferta. Winnie precisó que "!Ofrecerle esta clase de "libertad" después de entregar veintidós años de su vida por la lucha!. Ni siquiera vale la pena discutirlo. Uno de sus visitantes, el jurista norteamericano Samuel Dash dialogó con él sobre sus ideas y Mandela insistió que el problema central seguía siendo "la igualdad política". Luego le explicó nuevamente los tres principios de su programa :
"1. Una Sudáfrica unificada, o sea sin homelands artificiales; 2. Representación negra en el Parlamento central (no asociación en esa especie de asambleas del apartheid que acababan de ser decretadas para los asiáticos y la gente mestiza, y 3. Un hombre, un voto. Mandela seguía pues defendiendo un proyecto de sociedad multiracial, esta era una de las preocupaciones del CNA, la mano seguía tendida por más que cada vez más que muchos blancos seguían temiendo la igualdad. Esta sociedad multiracial no podía ser obra de un día, necesitaba su tiempo, y el preso se mostraba dispuesto, por ejemplo a "mantener la separación de viviendas hasta que haya suficientes nuevas oportunidades de empleo y alojamiento que permitan a los negros vivir dignamente en Johannesburgo".
El punto crucial seguía siendo el de la violencia, y Mandela insistió en sus argumentos. Consideraba la violencia como una última instancia obligada por el terror blanco y que reconocía que en el enfrentamiento eran los negros los que sufrían más. De "todas formas, anotó, sí los líderes blancos no actúan de buena fe con nosotros, sí no se reúnen con nosotros para tratar la igualdad política y sí de hecho nos dicen que tenemos que seguir oprimidos por los blancos, entonces no quedara otra alternativa para nosotros que la violencia. y le prometo que venceremos".
Estas últimas palabras no eran propaganda, la historia había comenzado a dar el gran giro en Sudáfrica. Aquel hombre sometido por unos guardianes sin escrúpulos y olvidado por los medios de comunicación de su país y del mundo, resurgía ahora imponiendo condiciones desde su celda. En contra de su pueblo permanecía el “poder pálido" , con el más poderoso ejército del continente, en aquellos momentos, el auténtico talón de hierro que aplicaba el fascismo exterior en connivencia con la Norteamérica de Reagan para desestabilizar los países vecinos, que, como Angola, Mozambique y Cabo Verde, habían conseguido la independencia del ultracolonialismo portugués (otro gran aliado de Pretoria), gracias a una “toma de conciencia” de la oficialidad más joven y democrática que había auspiciado en abril de 1974 la famosa “revolución de los claveles” que daba al traste casi a sesenta años de dictadura. El ejército del apartheid actuaba como principal soporte de las “guerrillas” mercenarias, de las respectivas “contras” de estos países, al tiempo que realizaba excursiones terroristas persiguiendo los "santuarios" de Umkhonto. Se trataba además de un poder que seguía teniendo el apoyo de las hipócritas grandes potencias, pero en el interior de las cuales, sobre todo en Estados Unidos y en Inglaterra, emergían poderosos movimiento de solidaridad con la Sudáfrica democrática.
Aunque posiblemente la victoria prometida no podría producirse por un combate directo, había pues que confiar que, con "el tiempo y con la ayuda de otros en nuestra fronteras, el apoyo de la mayoría de las naciones del mundo y el continúo adiestramiento de nuestro pueblo podemos hacerle la vida insoportable". Un. pronóstico que se cumplirá claramente pocos años después, cuando la crisis económica interna se ha hecho más grave que nunca, se ha ampliado el cerco internacional, la división se ha instalado en la población blanca donde, finalmente solamente una minoría abiertamente neonazi siguió levantando la vieja bandera del apartheid. Pero sobre todo, ocurre que la mayoría negra niega a seguir como antes. Todavía en junio de 1986 el gobierno trató de retomar la iniciativa y sugirió a través de su ministro de Asuntos Exteriores --o sea el más sensible a la presión internacional-- que Mandela estaba invitado a participar en una mesa de negociaciones sí renunciaba a la violencia. "El mismo es quien provoca su permanencia en la cárcel -declaró el “premier” boers Botha--, sólo tenía que renunciar a la violencia y entonces estaría preparado para unirse a nosotros...". Pero ya no convencía más que a los convencidos.
Botha aseguró en la misma declaración que la mayoría de la población estaba a favor de estas negociaciones para "proteger gente inocente... La responsabilidad de un enfrentamiento recaía según el ministro, en los extremistas de derecha y de izquierdas que olvidaban que "una vez se ha accedido al poder mediante métodos violentos se gobierne utilizándolos y se es derrocado de la misma manera". La única violencia legal es la del poder, venían a reafirmar, en tanto que la de la oposición era ilegítima. Una filosofía tan vulgar y antigua como la historia del mundo, esa historia que Voltaire dijo en una ocasión que se podía contar a través de sus crímenes, algo sobre lo que la minoría blanca habría tenido que responder…de sufrir una derrota militar. La respuesta de Mandela ya estaba en la calle.
La había dado en una carta dirigida a su hija Zindziswa que fue leída ante una muchedumbre reunida en el estadio Jabulani de Soweto el 10 de febrero de 1985, y contiene una respuesta coherente con su ideario, la muchacha proclamó “Mi padre y sus camaradas desean haceros esta declaración al pueblo en primer lugar. Tienen claro que son responsables ante vosotros y ante vosotros solamente...Mi padre no habla sólo por sí mismo y de sus camaradas de la prisión Pollsmoor, sino que también espera hablar por todos los encarcelados por su oposición al apartheid...Mi padre dice: "Soy un miembro del CNA. Siempre he sido un miembro del CNA y lo seguiré siendo hasta el día en que me muera. 0liver Tambo es mucho más que un hermano para mi...Mi padre dice: "Me sorprenden las condiciones que me quiere imponer el gobierno. Yo no soy un hombre violento. Mis colegas y yo escribimos a Malam en 1952 solicitándole una mesa redonda para encontrar una solución a los problemas de nuestro país pero lo ignoraron (…) Con Strijdom (…) Cuando Verwoerd estaba en el poder sus solicitamos un convenio nacional para toda la gente de Sudáfrica para que decidiese el futuro. Esto también fue en vano... Fue entonces cuando agotamos todas las otras formas de resistencia que recurrimos a la lucha armada".
A continuación, la carta repite las exigencias de su movimiento, que Botha "renuncie a la violencia" , que "desmantele el apartheid, que legalice a las organizaciones de la oposición, que dé libertad a los presos y permita el regreso de los exiliados, que "garantice la actividad política libre para que el pueblo decida quien los va a gobernar". Su libertad es la libertad de todos, no es "el único que ha sufrido duran te estos largos años solitarios y desperdiciados". Al final proclama: "No amo la vida menos que vosotros. Pero ni puedo vender mis derechos de nacimiento ni estoy dispuesto a vender los derechos de nacimiento de mi gente para ser libre. Estoy en prisión como representante del pueblo y de vuestra organización, el CNA que fue prohibido. ¿Que libertad me ofrecen cuando la organización popular sigue estando prohibida? ¿Qué libertad me ofrecen cuando me podrían arrestar por un delito según el “pase"? ¿Qué libertad me ofrecen para vivir mi vida como una familia con mi querida esposa que sigue desterrada en Brandford? ¿Qué libertad me ofrecen cuan do debo pedir permiso para vivir en una zona urbana? ¿Qué libertad me ofrecen sí necesito un sello en mi "pase" para buscar :trabajo? ¿Qué libertad me están ofreciendo cuando ni siquiera se respeta mi ciudadanía sudafricana? Sólo pueden negociar los hombres libres. Los prisioneros no pueden concertar contratos...Yo no puedo hacer ni haré ninguna promesa en un tiempo en el que ni yo, ni vosotros el pueblo, estamos libres. Vuestra libertad y la mía no se pueden separar. Volveré".
La conclusión no podía ser más clara: "La salida no depende de él" respondería Winnie en 1990, porque Mandela seguía poniendo sus condiciones para su un hecho pare el que es difícil encontrar un parangón en la historia. Había caído ya el presidente Botha con un saldo claro de una derrota de su reforma calificada de cosmética, y había entrado un nuevo presidente, Frederik W. de Klerk que daría un giro que exigía la situación gubernamental. En una de sus primeras declaraciones, de Klerk reconocía que había que acabar con el apartheid e impulsó a continuación algunas medidas importantes. Fueron liberados todos los de Rivonia con excepción de Mandela, y delante de las grandes manifestaciones de masas con que fueron recibidos, Sisulu, Mbeki y los otros proclamaron su fidelidad al CNA --o al SACP, plenamente identificados en este proceso--, y defendieron sus ideas de lucha por más que el gobierno les instó a pacificar los espíritus. El movimiento de oposición estaba ya desmantelando muchos de los aspectos más cotidianos del apartheid, la desobediencia a las leyes era ya un punto de honor para la mayoría que entraba y salía por playas, restaurantes y hospitales con el mismo derecho que hasta entonces se había reservado a los blancos...No pasó mucho tiempo para que de Klerk cumpliera otro requisito planteado por el prisionero de Pollsmoor: la legalización de les organizaciones anti-apartheid, del CNA y del SACP en primer lugar. El apartheid tenía ya los días contados.
En el fondo de este cambio histórico estaba la crisis social que vivía Sudáfrica, la oposición de los países del Frente del rechazo con Zimbabwe en primer lugar, el fin de la hegemonía directa de Sudáfrica en Namibia, pero la nueva política exterior soviética de abandono de las luchas nacionales y antiimperialistas, la caída del muro de Berlín, y la descomposición del estalinismo, un “nuevo mundo” en el que caía lo malo pero ascendía lo peor (la llamada “revolución conservadora”). La liberación de Mándela ya estaba madura. Su libertad se había convertido en una esperanza para los liberales blancos que reconocían ahora en Mandela la posibilidad de contener lo que algunos comentaristas y activistas tan notables como Breyten Breytenbach habían caracterizado como un proceso irreversible de guerra civil que dividiría a los mismos blancos, de manera incluso más tajante a la que Pretoria estaba tratando de atizar con los atentados provocados por las huestes zulúes del neoliberal Buthelezzi. De hecho, los propio boers se habían dividido, una mayoría "evolucionista" se había situado detrás de Klerk argumentando ahora a favor de los "derechos de la minoría" (blanca, por supuesto), de las garantías para el mercado libre, etc.
Una minoría formaba un nuevo partido conservador que forma algo parecido a lo por aquí se llamó durante la “Transición” "el Búnker” y no dudaba en emplear la esvástica en sus estandartes y colgar carteles en los que se podía leer “!Que cuelguen a Mandela¡" Estos conservadores declararon que preferían emigrar a nuevas tierras; repetir el "gran treck" de sus antepasados, antes de integrarse en una sociedad multirracial, mera palabrería, entre otras cosas porque ya se no quedaban tierras que colonizar, se la habían quedado en los últimos siglos. Por lo tanto, ¿qué tierras iban a reclamar?, ¿en nombre de qué?, ¿donde encontrarían la mano de obra cuasi esclava?, tampoco podrían regresar a su "Europa", a la liberal Holanda donde habrían seguramente parecidos gente de otro planeta. El gobierno trató de acondicionar la liberación de Mandela seguramente a una declaración pacificadora en tanto que el CNA también puso su premisa: el fin del Estado de Emergencia, ya que no se podía negociar nada mientras "se mata despiadadamente a nuestra gente en las calles de Johannesburgo" .
La esperada libertad de Mandela llegó finalmente en un día que señaló como ningún otro la historia de Sudáfrica: el 11 de febrero de 1990. Salió por la puerta grande, sin un acuerdo estricto. Entre otras cosas porque Mandela seguía siendo un militante del CNA y los problemas que estaban encima de la mesa no eran tan simples como para encontrar una rápida vía negociadora. De momento allí estaba, en la calle, en medio de su pueblo que lo clamaba en actos multitudinarios, de ebullición imposibles de encontrar en otros en estadios, con un pueblo “rebosante” de alegría y de ritmos que eran ahora de reafirmación, no eran ni esclavos, ni enanos, ni desechos (como los había tratado la misma señora de De Klerk), sino seres humanos dignificados por la conquista de libertad, por su ideales y por su pertenencia a una nación que nacía de nuevo. En aquellos escenarios irrepetibles, Mandela apareció con un aspecto que fue describió así la novelista blanca Nadine Gordimer: "Allí estaban las fotografías, mil veces reproducidas, del hombre joven. alto, sonriente y peinado a la antigua; y allí estaba también el héroe mítico (nuestro "Che" Guevara por no decir nuestro Mesías), inmortal aunque en algunos momentos se pensase que nadie volvería a verle con vida"
Inmediatamente después de su liberación, de las escenas de alborozo familiar y nacional, Mandela ha podido por primera vez en su vida viajar libremente, con un pasaporte en regla, y ha emprendido un largo periplo pera pedir al mundo solidaridad en la gran tarea de reconstruir Sudáfrica sobre nuevas bases. Sus encuentros se ha repartido entre los amigos de su causa en África, con los lideres namibios en primer lugar y con el líder histórico de la OLP, Yasser Arafat -el Israel sionista fue sido durante muchos años el mejor amigo del régimen sudafricano--, y ha vuelto a encontrarse con Oliver Tambo, el amigo de siempre que le sustituyó en le tarea de reconstruir el ANC durante los duros años que siguieron el juicio de Rivonia, cuando la batalla parecía irreversiblemente perdida.
Sólo los más soñadores querían creer que no era así. Una vez más los "utópicos" de ayer tienen la razón hoy.
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En Junio de 1964, Nelson Mandela y los otros hombres del proceso de Rivonia (Sisulu, Mbeki, Kathrada, Mhlaba, Motsoaledi y Mlangeni), llegaron a Robben Island y empezaron a cumplir su cadena perpetua. Era una noche fría y viajaron con las esposas y los grilletes puestos, sentados en una plataforma elevada en el lateral de una furgoneta, y tuvieron que utilizar un cubo para hacer sus necesidades. La cárcel está situada a unas siete millas de Ciudad del Cabo, y era; famosa por estar muy bien protegida. Los casos de evasión eran apenas existentes. La celda de Mandela, en una sección recién formada de "incomunicación" era de "máxima seguridad". Durante los primeros meses estuvo incomunicado, carecía de noticias de los suyos, tenia horribles pesadillas. "Cada hora, dirá más tarde, me parecía un año. Sufrí esta incomunicación durante dos meses y al final llegué a la conclusión de que no existía nada más inhumano que el verse privado de la compañía de otros seres humanos".
Durante los primeros diez años, los de Rivonia tuvieron que trabajar en una cantera de cal, en una enorme cavidad hollada por generaciones de presos negros, bajo el ardiente sol del verano o bajo las heladas y húmedas nieblas invernales. Las condiciones de trabajo eran inhumanas. Su alimentación consistía primordialmente en porridge de maíz y verdura pasada. La actitud de los guardianes se hacía insoportable, en ocasiones eran castigados con trabajos forzados y en celdas especia les. Más tarde la situación cambió un poco y fueron empleados para trabajos más holgados como el pavimentado de carreteras o la recogida de algas en las playas. Las visitas periódicas de Winnie, a pesar de sus estrechas limitaciones, fueron un bálsamo en esta situación.
Muy poca gente se acordaba de Mandela durante esta época. El régimen de Pretoria gozaba entonces de un desarrollo económico pletórico, y la resistencia no levantó cabeza hasta el estallído de Soweto. El aislamiento de los presos era casi completo y las noticias que le permitían conocer no eran en ningún modo favorables a sus aspiraciones. No obstante, mediante huelgas de hambres y protestas intermitentes, con la débil presión internacional que fue creciendo a finales de los años setenta, entre otras cosas mediante las actividades de Helen Suzman, el "rostro humano" de los parlamentarios liberales y de la Cruz Roja. Desde entonces se fueron logrando mejoras graduales. Se acabaron los trabajos más penosos, se permitió le entrada de la prensa y se incrementaron las visitas y las cartas. Mandela pudo cultivar sus famosos bidones de plantas y comenzó a leer, incluso a estudiar para una licenciatura londinense de leyes que se vio truncada por una nueva prohibición. sólo se le permitió estudiar afrikaans, economía e historia.
Todos los testimonios de esta época coinciden en mostrarnos un Mandela firme. Ni siquiera flaqueo cuando se enteró de algunos de los más graves percances de Winnie con la policía. La Dra Motlana describirá así esta posición: "!Oh, poderoso, poderoso!. Excepto por unas pocas canas era el mismo Nelson que hace tantos años que conozco. !Dignidad absoluta, un gran jefe xhosa!. Extremadamente sano, mental y físicamente..." En 1981 fue trasladado a la prisión de Pollsmoor, un moderno penal a unos 45 minutos en coche de Ciudad del Cabo. La explicación mas lógica que se le ocurrió a su gente era que le querían trasladar mas cerca del hospital Groote Schuur, lo que causó la natural perturbación a Winnie que se enteró de todo por la prensa. Pollsmoor era otro mundo en comparación con la Isla Robben, y en su primera visita Winnie pudo constatar que Nelson: "Tenía un aspecto formidable. La primera pregunta fue naturalmente, porqué le habían trasladado. No tenía ni idea. La razón más lógica parece apuntar hacia razones administrativas. Me dijo que el primer día del traslado había estado consultando con un abogado de ciudad del Cabo acerca de la educación de los jóvenes prisioneros en la Isla (Robben). Acababa de recibir un cheque de unos14.000 rands para sus estudios. A muchos de ellos se les había encarcelado después del levantamiento de 1976; él hubiera podido ayudarles a continuar sus estudios (...) Robben llegó a ser conocida como la Universidad Mandela. Jóvenes que habían dejado la escuela con nivel 6 salieron de la Isla con licenciatura. En su ausencia el programe finalizó”.
Los que fueron a visitarles -personalidades cada vez más importantes, al final era como un jefe de Estado en el exilio, no en vano todas las encuestas realizadas en Sudáfrica le daban este papel, en el caso de que en Sudáfrica pudiesen votar los ciudadanos negros en unas elecciones libres--, se encontraron con un hombre bien parecido, alto y delgado, bien conservado gracias a un régimen deportista férreamente mantenido a lo largo de los años aparentemente mucho mas joven. Vestido con su propia camisa caqui y unos pantalones a medida, en vez del uniforme de presidiario obligatorio. Se mostraba firme, abierto, muy interesado por todo lo que ocurría en el mundo, y con el tiempo se fue ganando el respeto y la confianza de sus guardianes desarrollando una singular actitud en la que la bondad y la afabilidad no le impedía ponerse en su lugar. Era pues el mismo de Rivonia.
En una de las ocasiones finales en las que Winnie Mandela fue a visitarle, iba acompañada con su primer nieto, de apenas tres meses, envuelto. en una manta. Había dos guardianes de servicio. Mandela, que normalmente sólo tenía contacto con su mujer a través de una gruesa ventana de cristal, pidió a los guardianes que le dejaran coger al niño, algo que no había hecho desde hacía 20 años. Los guardianes, ambos blancos, no pudieron evitarlo, y tras rogarle a Mandela que mantuviera el secreto, le pusieron el niño sobre las manos. Las lágrimas de Mandela les conmovió, y el secreto solo fue revelado por uno de ellos. Algunas de estas anécdotas ayudan a comprender el hecho de que Niel Bamard, el impasible sabueso, jefe de los servicios de información del apartheid, se fiara de él lo bastante como para recomendar al presidente F. W de Klerk que le dejara en libertad y empezara a negociar los términos de la transición a la democracia. Son muchas las razones por las que Mandela ha conseguido tranquilizar, seducir y ganarse con la razón a la Sudáfrica blanca.
No hay duda de que la tentación más "humana" para alguien que sufre el ser "enterrado en vida", es la de la venganza. Esto es lo que cumple, por citar un ejemplo, uno de los personajes más legendarios de la literatura popular, el conde de Montecristo, una trama que hemos leído y visto en cine centenares de veces, sin cuestionarnos que hacía lo correcto, y esto es lo que anima a los poderosos a bombardaer Afganistán, o a los débiles sacrificarse en los atentados suicidas en Palestina. Pero, aunque se trata de la opción más "humana", sin embargo, en la vida real la dinámica vengativa no resulta tan simple, y mucho menos en una sociedad como la surafricana, y en una cuestión como la del racismo, que implica a una minoría determinante de la población, y más especialmente, cuando se defiende un proyecto de Estado que no busca "darle la vuelta a la tortilla", sino superar un círculo vicioso terrible.
En los años de presión, Mandela tuvo que darle muchas vueltas a esta cuestión, y lo hizo desde su perspectiva de que la victoria era inevitable, y que se trataba de encontrar una alternativa integradora y moralmente convincente. Durante este tiempo forjó un propósito reconciliador que pasaba en lo inmediato tanto por la reafirmación sin fisura de su dignidad y del colectivo que representaba, como por buscar las maneras de tender la mano al "hermano lobo" que en aquel confín del mundo permanecía encarnado por sus guardianes, un grupo bastante representativo de la pesadilla de su supremacía blanca, caracterizada por el racismo más impenitente del mundo, incluyendo el "profundo sur" norteamericano previo a las grandes transformaciones auspiciadas por el movimiento de los Derechos Civiles. En los momentos de mayor ira tuvo que pensar que "a las malas", todo se complicaría, y se haría mucho más dramático.
Así es que, en vez de urdir la revancha, Mandela invirtió el esquema y se planteó trabajar a fondo la premisa "Conoce a tu enemigo". Un principio en el que el estoicismo, eideal franciscano y las propuestas emancipadoras se daban la mano, un ejercicio cuyo uso le iba a resultar muy útil más tarde en sus diálogos con el propio Gobierno. Visto desde otra perspectiva, Mandela pensó que por esta vía tenía mucho más que ganar. Más que, por citar un ejemplo, los hermanos Soledad, dos militante en la línea de Malcom X cuyas Cartas desde la prisión, conmovieron la opinión pública internacional en los años setenta, y que veían en el odio al opresor un factor liberador frente a la mansedumbre materna, siempre dispuesta a lo que fuera con tal de no soliviantar a los blancos; Mandela también compartía su firme autoestimación, dialogar no significaba doblegarse, significaba convencer. De entrada, Mandela se propuso enseguida aprender el idioma de los guardianes, el afrikaans ("la lengua de los opresores") y su historia. Al mismo tiempo empezó a estudiar el proceso que seguían sus mentes, con el fin de influir en ellas para sus propósitos. Esta página de su biografía, que no ha sido conocida hasta después de su liberación, pero es la que impregna todos los testimonios de sus compañeros de cautiverio que la ilustran con numerosas anécdotas. Lo que estaba haciendo Mandela era aplicar la famosa la frase de Chesterton según la cual la aventura más difícil, es conocer y darse conocer al vecino más próximo. Ese paso lo fue dando Mandela como parte de una estrategia y una convicción en la que, obviamente, anidaba una potente seguridad personal así como una capacidad innata de causar simpatía en los demás.
Uno de sus compañeros, Maharaj, cuenta el caso de un día que marchaban a trabajar. Los guardianes "nos estaban empujando para que acelerásemos el paso. De repente, aparece Mandela en primera fila y nos susurra a todos: "No cedáis ante las amenazas. Seguid andando a vuestro paso normal'. No había ninguna discusión con los guardianes. Ningún desafío patente. Era una forma callada de conservar en nuestro interior una parte que el guardián se veía impotente para dominar"... Esta actitud, según Walter Sisulu, empezó a alterar la correlación de fuerzas. Por primera vez, las autoridades penitenciarías se vieron forzadas a dialogar con los presos. "Porque, cuando no conseguían que nos moviéramos, tenían que preguntarse qué podían hacer", explica Sisulu, que pasó 25 años en la cárcel con Mandela. "Entonces decidieron reconocer a nuestra dirección. Ése fue un momento muy importante". Aquella fue una guerra de nervios, una guerra de desgaste, y la cuestión para los presos pasaba por reafirmarse como colectivo en sus ideas y en su humanidad. Pero, al mismo tiempo, Mandela hacía hincapié en la necesidad de convencer a los guardianes para que dejaran de tratarles, en palabras de Maharaj, "como a monos en el zoo". Según Mandela que no eran los presos quienes necesitaban. "Descubrimos formas de comunicarnos con ellos, charlar con ellos y, por más groseros que fueran, echar abajo su grosería", explica Maharaj para describir otro elemento del método de Mandela. El fruto fue inmediato y sorprendente. Los guardianes empezaron a mostrar la inferioridad que sentían respecto a nosotros, debido a nuestra preparación y nuestro comportamiento. Hasta el punto de que empezaron a pedirnos que les ayudáramos en sus estudios, y a acudir a nosotros en busca de consejos cuando tenían conflictos con sus superiores". Paso a paso Mandela iba imponiendo su voluntad a los guardianes. Eso es lo que descubrió George Bizos, su abogado durante casi cuatro decenios, durante una visita a la isla.
A mediados de 1984 el gobierno, cada vez más presionado por las exigencias de libertad que le llegaban desde dentro y fuera del país, lanzó su primer "globo sonda". Winnie cuenta que le habían ofrecido "liberarle" con la "condición de que se instalará en "su" patria del Transkei".' y naturalmente, rechazó la oferta. Winnie precisó que "!Ofrecerle esta clase de "libertad" después de entregar veintidós años de su vida por la lucha!. Ni siquiera vale la pena discutirlo. Uno de sus visitantes, el jurista norteamericano Samuel Dash dialogó con él sobre sus ideas y Mandela insistió que el problema central seguía siendo "la igualdad política". Luego le explicó nuevamente los tres principios de su programa :
"1. Una Sudáfrica unificada, o sea sin homelands artificiales; 2. Representación negra en el Parlamento central (no asociación en esa especie de asambleas del apartheid que acababan de ser decretadas para los asiáticos y la gente mestiza, y 3. Un hombre, un voto. Mandela seguía pues defendiendo un proyecto de sociedad multiracial, esta era una de las preocupaciones del CNA, la mano seguía tendida por más que cada vez más que muchos blancos seguían temiendo la igualdad. Esta sociedad multiracial no podía ser obra de un día, necesitaba su tiempo, y el preso se mostraba dispuesto, por ejemplo a "mantener la separación de viviendas hasta que haya suficientes nuevas oportunidades de empleo y alojamiento que permitan a los negros vivir dignamente en Johannesburgo".
El punto crucial seguía siendo el de la violencia, y Mandela insistió en sus argumentos. Consideraba la violencia como una última instancia obligada por el terror blanco y que reconocía que en el enfrentamiento eran los negros los que sufrían más. De "todas formas, anotó, sí los líderes blancos no actúan de buena fe con nosotros, sí no se reúnen con nosotros para tratar la igualdad política y sí de hecho nos dicen que tenemos que seguir oprimidos por los blancos, entonces no quedara otra alternativa para nosotros que la violencia. y le prometo que venceremos".
Estas últimas palabras no eran propaganda, la historia había comenzado a dar el gran giro en Sudáfrica. Aquel hombre sometido por unos guardianes sin escrúpulos y olvidado por los medios de comunicación de su país y del mundo, resurgía ahora imponiendo condiciones desde su celda. En contra de su pueblo permanecía el “poder pálido" , con el más poderoso ejército del continente, en aquellos momentos, el auténtico talón de hierro que aplicaba el fascismo exterior en connivencia con la Norteamérica de Reagan para desestabilizar los países vecinos, que, como Angola, Mozambique y Cabo Verde, habían conseguido la independencia del ultracolonialismo portugués (otro gran aliado de Pretoria), gracias a una “toma de conciencia” de la oficialidad más joven y democrática que había auspiciado en abril de 1974 la famosa “revolución de los claveles” que daba al traste casi a sesenta años de dictadura. El ejército del apartheid actuaba como principal soporte de las “guerrillas” mercenarias, de las respectivas “contras” de estos países, al tiempo que realizaba excursiones terroristas persiguiendo los "santuarios" de Umkhonto. Se trataba además de un poder que seguía teniendo el apoyo de las hipócritas grandes potencias, pero en el interior de las cuales, sobre todo en Estados Unidos y en Inglaterra, emergían poderosos movimiento de solidaridad con la Sudáfrica democrática.
Aunque posiblemente la victoria prometida no podría producirse por un combate directo, había pues que confiar que, con "el tiempo y con la ayuda de otros en nuestra fronteras, el apoyo de la mayoría de las naciones del mundo y el continúo adiestramiento de nuestro pueblo podemos hacerle la vida insoportable". Un. pronóstico que se cumplirá claramente pocos años después, cuando la crisis económica interna se ha hecho más grave que nunca, se ha ampliado el cerco internacional, la división se ha instalado en la población blanca donde, finalmente solamente una minoría abiertamente neonazi siguió levantando la vieja bandera del apartheid. Pero sobre todo, ocurre que la mayoría negra niega a seguir como antes. Todavía en junio de 1986 el gobierno trató de retomar la iniciativa y sugirió a través de su ministro de Asuntos Exteriores --o sea el más sensible a la presión internacional-- que Mandela estaba invitado a participar en una mesa de negociaciones sí renunciaba a la violencia. "El mismo es quien provoca su permanencia en la cárcel -declaró el “premier” boers Botha--, sólo tenía que renunciar a la violencia y entonces estaría preparado para unirse a nosotros...". Pero ya no convencía más que a los convencidos.
Botha aseguró en la misma declaración que la mayoría de la población estaba a favor de estas negociaciones para "proteger gente inocente... La responsabilidad de un enfrentamiento recaía según el ministro, en los extremistas de derecha y de izquierdas que olvidaban que "una vez se ha accedido al poder mediante métodos violentos se gobierne utilizándolos y se es derrocado de la misma manera". La única violencia legal es la del poder, venían a reafirmar, en tanto que la de la oposición era ilegítima. Una filosofía tan vulgar y antigua como la historia del mundo, esa historia que Voltaire dijo en una ocasión que se podía contar a través de sus crímenes, algo sobre lo que la minoría blanca habría tenido que responder…de sufrir una derrota militar. La respuesta de Mandela ya estaba en la calle.
La había dado en una carta dirigida a su hija Zindziswa que fue leída ante una muchedumbre reunida en el estadio Jabulani de Soweto el 10 de febrero de 1985, y contiene una respuesta coherente con su ideario, la muchacha proclamó “Mi padre y sus camaradas desean haceros esta declaración al pueblo en primer lugar. Tienen claro que son responsables ante vosotros y ante vosotros solamente...Mi padre no habla sólo por sí mismo y de sus camaradas de la prisión Pollsmoor, sino que también espera hablar por todos los encarcelados por su oposición al apartheid...Mi padre dice: "Soy un miembro del CNA. Siempre he sido un miembro del CNA y lo seguiré siendo hasta el día en que me muera. 0liver Tambo es mucho más que un hermano para mi...Mi padre dice: "Me sorprenden las condiciones que me quiere imponer el gobierno. Yo no soy un hombre violento. Mis colegas y yo escribimos a Malam en 1952 solicitándole una mesa redonda para encontrar una solución a los problemas de nuestro país pero lo ignoraron (…) Con Strijdom (…) Cuando Verwoerd estaba en el poder sus solicitamos un convenio nacional para toda la gente de Sudáfrica para que decidiese el futuro. Esto también fue en vano... Fue entonces cuando agotamos todas las otras formas de resistencia que recurrimos a la lucha armada".
A continuación, la carta repite las exigencias de su movimiento, que Botha "renuncie a la violencia" , que "desmantele el apartheid, que legalice a las organizaciones de la oposición, que dé libertad a los presos y permita el regreso de los exiliados, que "garantice la actividad política libre para que el pueblo decida quien los va a gobernar". Su libertad es la libertad de todos, no es "el único que ha sufrido duran te estos largos años solitarios y desperdiciados". Al final proclama: "No amo la vida menos que vosotros. Pero ni puedo vender mis derechos de nacimiento ni estoy dispuesto a vender los derechos de nacimiento de mi gente para ser libre. Estoy en prisión como representante del pueblo y de vuestra organización, el CNA que fue prohibido. ¿Que libertad me ofrecen cuando la organización popular sigue estando prohibida? ¿Qué libertad me ofrecen cuando me podrían arrestar por un delito según el “pase"? ¿Qué libertad me ofrecen para vivir mi vida como una familia con mi querida esposa que sigue desterrada en Brandford? ¿Qué libertad me ofrecen cuan do debo pedir permiso para vivir en una zona urbana? ¿Qué libertad me ofrecen sí necesito un sello en mi "pase" para buscar :trabajo? ¿Qué libertad me están ofreciendo cuando ni siquiera se respeta mi ciudadanía sudafricana? Sólo pueden negociar los hombres libres. Los prisioneros no pueden concertar contratos...Yo no puedo hacer ni haré ninguna promesa en un tiempo en el que ni yo, ni vosotros el pueblo, estamos libres. Vuestra libertad y la mía no se pueden separar. Volveré".
La conclusión no podía ser más clara: "La salida no depende de él" respondería Winnie en 1990, porque Mandela seguía poniendo sus condiciones para su un hecho pare el que es difícil encontrar un parangón en la historia. Había caído ya el presidente Botha con un saldo claro de una derrota de su reforma calificada de cosmética, y había entrado un nuevo presidente, Frederik W. de Klerk que daría un giro que exigía la situación gubernamental. En una de sus primeras declaraciones, de Klerk reconocía que había que acabar con el apartheid e impulsó a continuación algunas medidas importantes. Fueron liberados todos los de Rivonia con excepción de Mandela, y delante de las grandes manifestaciones de masas con que fueron recibidos, Sisulu, Mbeki y los otros proclamaron su fidelidad al CNA --o al SACP, plenamente identificados en este proceso--, y defendieron sus ideas de lucha por más que el gobierno les instó a pacificar los espíritus. El movimiento de oposición estaba ya desmantelando muchos de los aspectos más cotidianos del apartheid, la desobediencia a las leyes era ya un punto de honor para la mayoría que entraba y salía por playas, restaurantes y hospitales con el mismo derecho que hasta entonces se había reservado a los blancos...No pasó mucho tiempo para que de Klerk cumpliera otro requisito planteado por el prisionero de Pollsmoor: la legalización de les organizaciones anti-apartheid, del CNA y del SACP en primer lugar. El apartheid tenía ya los días contados.
En el fondo de este cambio histórico estaba la crisis social que vivía Sudáfrica, la oposición de los países del Frente del rechazo con Zimbabwe en primer lugar, el fin de la hegemonía directa de Sudáfrica en Namibia, pero la nueva política exterior soviética de abandono de las luchas nacionales y antiimperialistas, la caída del muro de Berlín, y la descomposición del estalinismo, un “nuevo mundo” en el que caía lo malo pero ascendía lo peor (la llamada “revolución conservadora”). La liberación de Mándela ya estaba madura. Su libertad se había convertido en una esperanza para los liberales blancos que reconocían ahora en Mandela la posibilidad de contener lo que algunos comentaristas y activistas tan notables como Breyten Breytenbach habían caracterizado como un proceso irreversible de guerra civil que dividiría a los mismos blancos, de manera incluso más tajante a la que Pretoria estaba tratando de atizar con los atentados provocados por las huestes zulúes del neoliberal Buthelezzi. De hecho, los propio boers se habían dividido, una mayoría "evolucionista" se había situado detrás de Klerk argumentando ahora a favor de los "derechos de la minoría" (blanca, por supuesto), de las garantías para el mercado libre, etc.
Una minoría formaba un nuevo partido conservador que forma algo parecido a lo por aquí se llamó durante la “Transición” "el Búnker” y no dudaba en emplear la esvástica en sus estandartes y colgar carteles en los que se podía leer “!Que cuelguen a Mandela¡" Estos conservadores declararon que preferían emigrar a nuevas tierras; repetir el "gran treck" de sus antepasados, antes de integrarse en una sociedad multirracial, mera palabrería, entre otras cosas porque ya se no quedaban tierras que colonizar, se la habían quedado en los últimos siglos. Por lo tanto, ¿qué tierras iban a reclamar?, ¿en nombre de qué?, ¿donde encontrarían la mano de obra cuasi esclava?, tampoco podrían regresar a su "Europa", a la liberal Holanda donde habrían seguramente parecidos gente de otro planeta. El gobierno trató de acondicionar la liberación de Mandela seguramente a una declaración pacificadora en tanto que el CNA también puso su premisa: el fin del Estado de Emergencia, ya que no se podía negociar nada mientras "se mata despiadadamente a nuestra gente en las calles de Johannesburgo" .
La esperada libertad de Mandela llegó finalmente en un día que señaló como ningún otro la historia de Sudáfrica: el 11 de febrero de 1990. Salió por la puerta grande, sin un acuerdo estricto. Entre otras cosas porque Mandela seguía siendo un militante del CNA y los problemas que estaban encima de la mesa no eran tan simples como para encontrar una rápida vía negociadora. De momento allí estaba, en la calle, en medio de su pueblo que lo clamaba en actos multitudinarios, de ebullición imposibles de encontrar en otros en estadios, con un pueblo “rebosante” de alegría y de ritmos que eran ahora de reafirmación, no eran ni esclavos, ni enanos, ni desechos (como los había tratado la misma señora de De Klerk), sino seres humanos dignificados por la conquista de libertad, por su ideales y por su pertenencia a una nación que nacía de nuevo. En aquellos escenarios irrepetibles, Mandela apareció con un aspecto que fue describió así la novelista blanca Nadine Gordimer: "Allí estaban las fotografías, mil veces reproducidas, del hombre joven. alto, sonriente y peinado a la antigua; y allí estaba también el héroe mítico (nuestro "Che" Guevara por no decir nuestro Mesías), inmortal aunque en algunos momentos se pensase que nadie volvería a verle con vida"
Inmediatamente después de su liberación, de las escenas de alborozo familiar y nacional, Mandela ha podido por primera vez en su vida viajar libremente, con un pasaporte en regla, y ha emprendido un largo periplo pera pedir al mundo solidaridad en la gran tarea de reconstruir Sudáfrica sobre nuevas bases. Sus encuentros se ha repartido entre los amigos de su causa en África, con los lideres namibios en primer lugar y con el líder histórico de la OLP, Yasser Arafat -el Israel sionista fue sido durante muchos años el mejor amigo del régimen sudafricano--, y ha vuelto a encontrarse con Oliver Tambo, el amigo de siempre que le sustituyó en le tarea de reconstruir el ANC durante los duros años que siguieron el juicio de Rivonia, cuando la batalla parecía irreversiblemente perdida.
Sólo los más soñadores querían creer que no era así. Una vez más los "utópicos" de ayer tienen la razón hoy.
Artículos de Pepe Gutiérrez-Álvarez en Kaos en la Red
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kaosenlared.net-España/21/08/2007
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