29/3/09

Aniversario en la neblina

Por Juan Gelman
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El 24 de marzo se cumplió una década de la intervención de la OTAN y EE.UU. en la antigua Yugoslavia: 11 semanas de bombardeos implacables que dejaron un saldo de 2500 civiles muertos y numerosos heridos (
www.news.bbc.co.uk, 24-3-09). La justificación de esta violación de la soberanía yugoslava: el genocidio de la minoría kosovar-albanesa de Serbia a manos del ejército y la policía del gobierno y la obligación moral de ponerle fin. William Cohen, entonces jefe del Pentágono de Clinton, habló de 100.000 asesinados como consecuencia de esa “limpieza étnica” (The Washington Post, 16-5-99), Hillary Clinton prácticamente obligó a su marido a participar en el ataque y hasta Susan Sontag sumó su voz a la de los neoconservadores: “Es complicado, pero no tan complicado. Existe algo que se llama guerra justa” (The New York Times Review, 2-5-99).

Todo avanza con el tiempo, pero el tiempo –en este caso– fue haciendo retroceder la cifra a 50.000 víctimas primero, a 25.000 después, luego a 15.000, para estacionarse finalmente en menos de 8000 civiles y miembros de las fuerzas de seguridad. Esto es repudiable, pero no alcanza la categoría de genocidio. La máquina de desinformación fue poderosa y hay quienes creen todavía que lo hubo. Pasó lo mismo con las presuntas armas de destrucción masiva de Saddam Hussein: bajo el manto de esa mentira, EE.UU. invadió Irak y es incontable la cifra de civiles iraquíes que han pasado a mejor vida desde entonces.

Las grandes potencias se dan “el lujo” de invadir a las otras con débiles pretextos aplicando el famoso principio que Hitler explicó en el capítulo 10 de Mein Kampf: “En una mentira grande siempre hay una cierta fuerza de credibilidad, porque tocando los estratos profundos de la naturaleza emocional de las masas, se las corrompe más fácilmente que por la vía consciente o voluntaria; así, vista la simpleza primitiva de sus mentes, se convierten con rapidez en víctimas de una gran mentira, más que de una pequeña... Nunca les pasará por la cabeza el fabricar mentiras colosales y no creerán que otros puedan tener la impudicia de distorsionar la verdad de manera tan vil”. Goebbels adensó el concepto: “La verdad es el mayor enemigo del Estado”.

Lincoln dijo alguna vez que se puede engañar a un pueblo por un tiempo, pero no a todo un pueblo todo el tiempo. Hay, sin duda, conciencia de esta sí que verdad y las injerencias militares en países extranjeros se abrigan hoy con un lenguaje que haría las delicias de George Orwell: se convirtieron en “el derecho a la intervención humanitaria”. En el 2005, la 60ª Asamblea General de las Naciones Unidas aclamó la moción canadiense de crear la Comisión Internacional sobre la Intervención y la Soberanía del Estado (Iciss, por sus siglas en inglés) que estableció la doctrina de “la responsabilidad de proteger”, asentada en el principio de que los Estados soberanos “tienen la responsabilidad de proteger a sus ciudadanos de catástrofes evitables, pero cuando no pueden o no quieren hacerlo, la responsabilidad debe trasladarse a la amplia comunidad de los Estados” (
www.iciss.ca).

El viejo colonialismo era más franco: iba directamente al grano, es decir, al oro y la plata, a las especias, a la captura de esclavos. Se asiste a otro retroceso de la posmodernidad.

La llamada obligación moral de proteger a pueblos desamparados cobijó el desmembramiento de Serbia, la creación del protectorado de Kosovo y finalmente su independencia en el 2008. Quienes criticaron esas decisiones fueron acusados de preocuparse por las “minucias legales” de la soberanía de los Estados más que por el sufrimiento humano. Rusia aprendió sin demoras la lección impartida por Occidente: poco después, reconoció la independencia de Osetia del Sur y Abjasia, territorios reclamados por Georgia, y calificó este hecho de intervención humanitaria para frenar la campaña de limpieza étnica orquestada por el gobierno de Tiflis. La hipocresía de las grandes potencias macula la bandera de los derechos humanos.

Los medios y gobiernos occidentales presentaron al Ejército de Liberación de Kosovo (ELK) –que el Departamento de Estado había antes incluido en su lista de grupos terroristas– como una respetable organización nacionalista que defendía y defiende los derechos de los kosovar-albaneses. Diez años después, el tráfico de drogas y la trata de blancas aparecen irremisiblemente cuando se habla de Kosovo. El crimen organizado ha financiado y financia al ELK con la aprobación de EE.UU. y aliados: en los archivos policiales de media Europa hay constancia de los lazos del ELK con los sindicatos narcos de Albania, Turquía y de la Unión Europea (The Times, 24-3-99), otra de las redes que la CIA utiliza para reunir fondos destinados a sus operaciones encubiertas. ¿Será ésta la moral subyacente del muy moral “derecho a la intervención humanitaria”?
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Página/12 Web - Argentina/29/03/2009

LA HORA DEL ESTADO

LOS PAISES “PROGRESISTAS” CERRARON AYER SU REUNION EN VIÑA DEL MAR CON UN DOCUMENTO COMUN
La Cumbre de Lideres Progresistas frente a la reunion del G-20:
Argentina, Brasil, Chile, España, Estados Unidos, Gran Bretaña, Noruega y Uruguay coincidieron en la necesidad de reformar el FMI, impulsar créditos para fortalecer el comercio internacional y destacar el rol regulador del Estado porque “los mercados se autodestruyen”

Noruega, Brasil, Gran Bretaña, Chile, Estados Unidos, Argentina, España y Uruguay en la costa chilena.
Un buen ensayo para la cumbre del G-20
Acordaron consensos para presentar ideas en la cumbre que empieza el jueves en Londres y discutieron conceptos como reactivar el crecimiento para evitar la “recesión social” y darles a los Estados un nuevo rol.
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Por Fernando Cibeira
Desde Viña del Mar
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Los líderes de países americanos y europeos reunidos en Chile para la Cumbre Progresista debatieron durante varias horas la posible salida a la crisis financiera y pudieron consensuar un documento con objetivos de cara a la reunión del G-20 del jueves que viene como, por ejemplo, apuntar a políticas que reanuden el crecimiento para evitar la “recesión social”, la reforma de los organismos internacionales y la regulación de las instituciones financieras. En su intervención, la presidenta Cristina Kirchner reclamó para esta etapa un rol más activo del Estado “para comenzar a dar soluciones a esas empresas que no encuentran financiamiento y a esos consumidores que no pueden pagar su hipoteca”.

Fueron dos jornadas de reuniones bilaterales y debates en los que todos parecían dar vueltas sobre lo mismo, con ligeros matices. Lo llamativo es que en ese grupo de coincidencia junto a los mandatarios latinoamericanos se encontraran el vicepresidente de los Estados Unidos, Joe Biden, y el primer ministro británico, Gordon Brown. Cristina Kirchner marcó la presencia de Biden en el foro progresista como una muestra de la “situación de cambio inédito en el mundo”.

Y fue justamente Biden, en el cierre de las deliberaciones, quien atajó los ímpetus de sus colegas de debate. Lula, en un discurso encendido que generó varios aplausos en la platea de funcionarios e invitados especiales, había dejado claro que allí podían discutir en el mismo plano sus proposiciones pero que había entre ellos quienes tenían mayores posibilidades de llevarlas a la práctica y mencionó por sus nombres a Biden, Brown, al español José Luis Rodríguez Zapatero y al primer ministro de Noruega, Jens Stoltenberg, tal vez por ser europeo.

No es habitual en los países desarrollados que un presidente se despegue abiertamente de lo hecho por su antecesor. Sin embargo, Biden subrayó que junto a Barack Obama habían resuelto llegar a la Casa Blanca porque no estaban de acuerdo con lo que desde allí se hacía, en referencia a George Bush. “Algunos de ustedes dan a entender que somos los responsables de la crisis. Sabemos que compartimos una responsabilidad”, aceptó. Pero luego de marcar su voluntad de cambio, pidió “un poco de paciencia para hacer todo lo que podamos hacer”. El norteamericano aseguró que en Washington no se veían como los dueños de la solución y que tenían “un enfoque colaborativo, de diálogo”.

Para terminar, retomó algo que había dicho “nuestra amiga de Argentina”. Al igual que en la reunión con Gordon Brown, Cristina Kirchner dedicó un buen tramo de su intervención a reclamar la reforma de los organismos internacionales pero también que las disposiciones de esos organismos sean cumplidas por todos. “Un mundo sin reglas es muy malo, pero un mundo donde las reglas solamente son cumplidas por los que no tienen fuerzas para oponerse a ellas y son violadas por los que pueden hacerlo, porque la relación de fuerzas así lo permite, también es un problema”, lanzó. La Presidenta mencionó el caso del país que “si no cumple la resolución de Naciones Unidas es invadido por fuerzas conjuntas o no conjuntas, cuando se rompió, por ejemplo, el multilateralismo en Irak”.

Biden, que estaba sentado al lado de la Presidenta, dio una vuelta de tuerca sobre el asunto. Dijo que también cuando las Naciones Unidas toman una determinación, “sea en Irán o en algún otro país del mundo”, los demás países formen parte de la sanción. “Cuando haya una infracción necesitamos que todos cumplan esa regla”, remarcó. Zumbón, Biden marcó también que la nueva disposición del gobierno de Obama al diálogo y a las soluciones compartidas significaba también responsabilidades compartidas. “Ya no pueden utilizar al último gobierno de pretexto”, les aclaró.

Progress Inc.

La idea de la cumbre progresista la tuvieron Tony Blair y Bill Clinton allá por 1999 cuando ambos estaban entusiasmados en liderar algo así como la centroizquierda mundial a la que por entonces denominaron “Tercera Vía”, como un trabajo del británico Anthony Giddens. El laborismo inglés siguió en el poder desde entonces y se preocupó en mantener vivo el foro. Néstor Kirchner participó del encuentro en 2003, en Londres, a poco de ganar las elecciones. Esta fue la primera vez que se hizo en América latina. El ámbito, no muy centroizquierdista, fue el lujoso Hotel Sheraton Miramar, en Viña, cuya moderna construcción aparenta un barco que se mete en el Océano Pacífico. Sus terrazas al mar son espectaculares.

No fueron muchos los participantes. Biden, Brown, Rodríguez Zapatero, Lula, Cristina Kirchner, Tabaré Vázquez y la anfitriona Michelle Bachelet. Alcanzaba una mesa redonda para contenerlos a todos y a algunos representantes de organismos internacionales como José Miguel Insulza, secretario general de la OEA. Desde la cena del jueves a la noche hasta el cierre de ayer poco después del mediodía, los mandatarios intercambiaron opiniones que hicieron eje sobre las mismas cuestiones. “Charlábamos anoche que tal vez algunos piensen que puede haber una colisión entre el restablecimiento del crédito y no la demanda global y yo creo que debe darse en un frente amplio en donde no solamente se aborde el restablecimiento del crédito, sino que también se atienda el estímulo a la demanda global que es clave para volver a articular la rueda económica”, comentó durante su intervención Cristina Kirchner. Remarcó la importancia de darle un rol preponderante al Estado, algo que, dijo, “a algunos les eriza la piel”. “El Estado tiene que cumplir un rol aún más activo que el que normalmente le asignábamos los progresistas. Porque estamos en una situación inédita de crisis donde el mercado, conocido como el gran asignador de recursos, está nocaut, le están contando y van por el número nueve”, comentó. La Presidenta comparó la crisis económica mundial con la que sufrió el país en 2001. “Esto nos da una expertise que no nos gustaría tener pero lo cierto es que durante la década del ’90 nuestro país era presentado como un ejemplo a seguir en todas las asambleas, por ejemplo, en la del FMI”, indicó.

En la delegación argentina estaban contentos porque veían cómo había girado el discurso de los países desarrollados, aunque fue a costa de la profundización de la crisis. “En la Cumbre del

G-20 de noviembre pasado se firmaron cosas con las que no coincidíamos. Hoy, estamos todos más en línea. Las cosas que planteábamos entonces se pusieron en el centro de la discusión”, sostenía un integrante de la comitiva. Uno de esos puntos, que se le otorguen recursos a las instituciones financieras internacionales para que puedan dar ayuda a los países emergentes, figuró en la declaración final que leyó Bachelet.
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Por Fernando Cibeira
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Página/12 Web - Argentina/29/03/2009

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