En breve se  cumplen doscientos años de historia de luchas por una independencia verdadera.  Esto habla de prolongadas y constantes contradicciones entre las variadas pero  persistentes búsquedas independentistas   generalmente con soporte de protagonismo popular  y los esfuerzos reiterados de las élites del  poder económico y financiero –local/trasnacional  para sostener el país semicolonial  dependiente, así diseñado para su disfrute. En los conflictos que estas  contradicciones han generado en el recorrido histórico, rara vez los pueblos  originarios y sus derechos han sido visibles como actores plenos. No por  casualidad sus voces  curtidas en siglos  de resistencia  atraviesan hoy el  territorio del país diciendo aquí estamos, reclamando  que se reconozca  desde el Estado y en el Estado , que en el  territorio nacional cohabitan y coexisten –en desigualdad de condiciones y  oportunidades  diversas comunidades  humanas, con diversas lógicas, identidades, cosmovisiones, culturas,  nacionalidades. Cada una de ellas ha construido durante siglos pertenencias,  principios normativos y éticos que definen modos de vida diferentes y que hablan  de hecho, de la existencia (y coexistencia) de ciudadanías múltiples que han  vivido (y en gran medida aun viven) en desigualdad de reconocimientos y  derechos. 
 La actual  marcha de los pueblos guaraníes, omaguacas, coyas, huarpes, mapuches, lonkos,  tobas, mocovíes, wichís, pilagás  entre  muchos, hace inmediatamente visible que la nacionalidad argentina es  esencialmente plural y, consiguientemente, multicultural. Aunado a esto, abre  caminos para que esa diversidad de nacionalidades y culturas se exprese en lo  que deberá ser una nueva configuración del Estado y del derecho, redefiniendo  las ciudadanías y el “ser nacional” desde la dimensión  intercultural.
 Reconocer  lo multicultural resulta importante porque apunta a registrar la diversidad  étnica social de base y señala la necesidad de buscar canales para pensar,  construir y ejercer lo público sobre otros modos de interrelacionamiento  (político, económico, social y cultural), no solo hacia el exterior de las  instituciones (en lo social), sino también en la configuración y el  funcionamiento (multicultural) de las instituciones del Estado y su gestión de  lo público. Pero no todo lo multicultural presupone una interrelación entre  iguales; hay multi o  pluriculturalismo  que en realidad solo acepta lo diverso “para la foto”, pero mantiene las  relaciones jerárquicas subordinantes desde la cúspide que “sabe, decide y manda”  y los de abajo que “no saben, no deciden y obedecen” (o deberían obedecer). Es  el multiculturalismo que aceptan los poderosos: el que no cuestiona, el que no  modifica nada como no sea los colores del cuadro, la pluralidad que los deja en  el centro y con el cetro. Por ello es muy importante que la multiculturalidad se  conciba articulada con la interculturalidad, que la presuponga. 
 ¿Inclusión o interculturalidad?  
 Lo  intercultural hace referencia la necesaria interrelación entre los/las  diferentes en condiciones de paridad y complementariedad, es decir, sin  establecer un centro cultural hegemónico. Por eso se diferencia también el  concepto de inclusión. El mismo hace referencia a excluidos que ahora serían  incluidos. Pero, ¿quién o quiénes incluyen? 
 Cuando hay  “alguien que incluye”, el día de mañana puede volver a excluir. Por eso, el  concepto de inclusión encierra la negación de la multiculturalidad basada en la  interculturalidad. Desde el punto de vista político, ella implica un  relacionamiento equidistante entre sí de todas las culturas, y la necesidad de  construir plataformas jurídicas que sirvan de soporte institucional para que las  diversidades sociales, culturales, etc., se interrelacionen en pie de igualdad.  
 La  convivencia en equidad de los y las diferentes exige el reconocimiento de  derechos civiles, políticos, sociales, (culturales) que garanticen su ejercicio  real, y todo ello requiere  al mismo  tiempo  de la voluntad para comprender al  otro, que la tolerancia se abra paso ante tanta intolerancia acumulada, para  transitar hacia la aceptación mutua.
 Los  excluidos no reclaman inclusión sino reconocimiento, justicia, trato equitativo,  horizontalidad en las relaciones. Por eso no se trata de incluir, sino de  construir, desde abajo, un Estado nuevo, plurinacional e intercultural. Y no hay  posibilidad de plurinacionalidad sin interculturalidad.
 Este es un  replanteo raizal, de la democracia en indo-afro-latinoamérica.  
 La  tradición sociopolítica predominante en la conformación de las naciones  modernas, ha fundamentado la existencia de la nación en la construcción y sostén  de una supuesta homogeneidad social basada en una ley importada e impuesta. Para  hacerla viable desarrolló de modo sostenido mecanismos diversos de  imposición/dominación que acuñaron el rechazo de las diferencias y de los/las  diferentes, conjugados con la negación y/o el ocultamiento de su existencia,  negando sistemáticamente –salvo honrosas excepciones  los genocidios, acumulando mentiras,  injusticias, desigualdades, exclusiones y conflictos. Así ha resultado que, en  nombre de la ley, la justicia quedó postergada.
 Poner fin a  esta situación alude a la necesaria modificación o redefinición de las  relaciones y papeles entre Estado, sociedad (civil) y ciudadanía, entre lo  público y lo privado, y entre lo local, lo nacional y lo global. En realidad no  existe “una” sociedad civil, lo que se (mal)entiende por sociedad civil es una  trama social heterogénea y compleja, integrada por una diversidad de clases,  etnias, sectores sociales, actores y organizaciones, que condensan y expresan  múltiples identidades, intereses, culturas, modos de vida y aspiraciones hasta  hora en situación de conflicto. 
 Existe una  marcada tendencia a identificar, igualar   y por tanto confundir, lo multicultural con la diversidad étnica y, más  concretamente, exclusivamente con lo indígena. Esto restringe los planteamientos  de multi e interculturalidad, por un lado, a una cuestión étnica y, por otro,  deja fuera del mapa sociopolítico a una parte del campo popular, del mismo modo  que –aunque por otras vías, lo hace la posición hegemónica tradicional  (monocultural).
 No se trata  de una propuesta “solidaria” para con los excluidos/as. 
 Sin obviar  esta perspectiva que también está presente, se trata de una opción de vida y por  la vida, una gesta que nos envuelve y convoca a todos y todas.  
 Los pueblos  que marchan desde este 12 de mayo, anudan su propuesta de Estado plurinacional a  su cosmovisión, que no considera a la naturaleza como objeto, que no contrapone  humanidad y naturaleza para explotarla y servirse de ella, sino que se propone  cuidarla, vivir en equilibrio con ella, como parte que somos de un mundo  humano-natural. Por eso llaman con fuerza vital   a la protección del medio ambiente, al cuidado de la biodiversidad, a  parar con la deforestación, con la extensión de la soya, el saqueo de la  minería, el derretimiento de los glaciares, a la protección de las tierras  comunitarias… De conjunto, estas demandas encierran nuevas bases para  pensar  junto con el reconocimiento de  avanzar hacia la plurinacionalidad, el desarrollo y progreso social sobre nuevas  bases. 
 Por todo  esto, el planteo de los pueblos originarios, a la vez que demandante de  reparación ante una injusticia histórica, es profundamente cuestionador de la  civilización actual que se apoya o tolera el saqueo, la destrucción, la  exclusión y la muerte. Convocan a la búsqueda colectiva de una nueva  civilización y aportan elementos para ella. En ese caminar, lo intercultural  constituye una cualidad imprescindible porque supone remover del pensamiento  homogéneo, colonizado y colonizador, heredado de la colonia y el colonialismo  cultural acuñado durante por siglos. 
 Es  hora  increpan desde las entrañas de la  tierra los pueblos originarios , de abrir paso a la vida, al reconocimiento  efectivo de la pluralidad de nacionalidades, culturas, identidades y plantearse  nuevas formas de interrelacionamiento equitativo y en paridad. Esto constituye  el soporte para una democracia y ciudadanía nuevas, transformadas y  reconstruidas desde la raíz.
 Estado  plurinacional, interculturalidad y ciudadanía se interrelacionan estrechamente.  
 El  reconocimiento y respeto a las diferencias y a los diferentes aunado a la  igualdad de derechos, resultan pilares del necesario pluralismo cultural y, en  virtud de ello, como principio universal de ciudadanía (para todos/as) multi e  intercultural basamento de un Estado plurinacional, raizalmente  democrático-intercultural. No por casualidad el llamado hacia esto proviene de  los pueblos originarios, sobrevivientes de siglos de genocidio, aislamiento y  exclusión.
 El  Bicentenario de la patria promueve un tiempo de reflexión.  Promovido por la marcha  y junto con los marchantes, nos convoca a  descolonizar prácticas y mentalidades, participando de conjunto -todos y todas-  en pensar y diseñar el país que queremos, y empeñarnos en hacerlo  realidad.
 * Isabel Rauber es Doctora en Filosofía. Profesora universitaria, investigadora  social y pedagoga política.
ALAI/19/05/2010