En los territorios ocupados se vive entre la desesperanza y la posibilidad de guerra civil.
¿Dos pueblos sin esperanza?
Mariano Aguirre
05/06/2007
Enfrentamientos armados entre grupos de Fatah y Hamás en la Franja de Gaza, crisis del gobierno israelí, ataques de Hamás con misiles sobre la ciudad israelí de Sderot, detenciones y asesinatos selectivos de palestinos, y la negociación sobre un futuro Estado palestino cada vez más lejos. La situación en Israel, los territorios ocupados de Palestina y en Gaza es volátil, con gobiernos débiles incapaces de gestionar los múltiples escenarios difíciles a los que se enfrentan. Entretanto, Estados Unidos carece de una política clara, los países de la región buscan una salida y Europa paga los gastos de la destrucción. Un testimonio desde Israel y los territorios ocupados.
En los territorios ocupados se vive entre la desesperanza y la posibilidad de guerra civil. En Gaza han cesado a fin de mayo los enfrentamientos después de varias semanas de lucha entre Fatah y Hamás, pero la tensión es intensa y pocos dudan que se trata de una tregua antes que de un acuerdo para no seguir matándose. En Cisjordania el clima es más tranquilo, pero las fuerzas gubernamentales de Fatah temen un ataque sorpresa de Hamás o de Israel contra dirigentes palestinos. “Israel apresa a los dirigentes moderados de Hamás”, dice el investigador palestino George Giacamana, “y evita que se pueda establecer un diálogo con los más radicales”.
En Israel, por otro lado, sólo los colonos han ido por miles masivamente a ocupar la Ciudad Vieja de Jerusalén para festejar la Guerra de los Seis Días, que hace 40 años les permitió recuperar esta ciudad, el Muro de los Lamentos, y ocupar zonas de Egipto, Siria y Palestina. El resto de los ciudadanos israelíes no encuentran razones para festejar. El gobierno está en crisis, la oposición no tiene programa, las tensiones entre seculares y religiosos se acentúan, y muchos aseguran que cuatro décadas después de haber ganado la guerra, toda la región, y especialmente los palestinos e israelíes, viven con más inseguridad.
En el último mes, Hamás o grupos afines han lanzado desde Gaza centenares de misiles caseros pero mortíferos, sobre la ciudad israelí de Sderot. Los ciudadanos se sienten abandonados por su gobierno. En Tel Aviv, se sienten lejos, seguros y protegidos, pero en Sderot se tiene la misma sensación de peligro que la sufrida por los ciudadanos de Haifa y otras ciudades el verano pasado, cuando Hezbolá respondió desde Líbano a la invasión de las fuerzas israelíes.
El gobierno de Israel no encuentra la forma de repeler los ataques de misiles caseros. Algo paradójico para el ejército más poderoso de Oriente Medio y para un país que posee armas nucleares. Pero como ocurrió en Líbano el verano pasado, hay cuestiones que no se solucionan con las armas. Ni Hamás logrará que los israelíes se marchen, ni Israel podrá, como han soñado durante un siglo los sionistas más convencidos, convencer a los palestinos que se vayan a Jordania.
Hace unos días el ex primer ministro derechista Benjamín Netanyahu indicó que los palestinos deben volver a pensar en una confederación jordana-palestina. Pero éstos últimos no quieren dejar sus tierras y en Jordania hay un rechazo absoluto por la idea. La política, sin embargo, no está al orden del día en esta tierra que es disputada por dos pueblos. Durante los años del mandato británico, entre 1917 y 1948, diversos informes escritos por oficiales ingleses lo dejaron en claro: el proyecto sionista supondría despojar a un pueblo de su tierra para permitir a otro instaurar un Estado.
Naciones Unidas intentó solucionar este dilema partiendo el espacio en dos, y declarando a Jerusalén ciudad sagrada para todos, que debería ser compartida y gestionada conjuntamente. La agresividad de los sionistas con su proyecto de asesinatos, intimidaciones y desplazamientos de población - “limpieza étnica”, como le denomina el historiador israelí Ilya Pappe-, y la respuesta del nacionalismo árabe al atacar a Israel hicieron el resto.
Los palestinos perdieron sus tierras, fueron enviados a vivir en campos de refugiados dentro del propio territorio donde todavía se hacinan, al igual que en Líbano, Jordania y otros países. Sumando generaciones durante cinco décadas, más de cuatro millones de palestinos viven fuera. El levantamiento de Fatah al-Islam en Líbano tiene que ver con esa tragedia y el dramático paso de la lucha por la liberación nacional a la radicalización religioso-política, la delincuencia y el terrorismo.
Hundir lo que se había construidoPese a la formación del gobierno de unidad entre Fatah y Hamás negociado hace pocas semanas, y a varios altos el fuego, la violencia entre los dos grupos no ha cesado en Gaza. Fatah, el movimiento que lideraba Yasser Arafat y que controló el gobierno de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) desde la década pasada, pelea contra Hamás, el movimiento político-religioso islamista que ha ganado posiciones hasta obtener la mayoría parlamentaria en la Asamblea Palestina en enero de 2006. Ambos grupos luchan por el poder de un estado inexistente, en un territorio sobrepoblado y ecológicamente agotado.
Hamás interpreta que Fatah, y en particular el presidente de la ANP, Mahmud Abbas, ha hecho demasiadas concesiones a Israel y Estados Unidos sin conseguir nada. A la vez, sus militantes se sienten fuertes y cuentan con la ira de una población harta de humillaciones que le producen desempleo, falta de servicios, separaciones familiares y violencia por parte de Israel. Una población que, además, ha rechazado la mala gestión y corrupción de Fatah, pero que se siente condenada y castigada por la comunidad internacional que impuso un boicot económico y político al gobierno de Hamás cuando no le gustó lo que esa gente votó mayoritariamente. Israel, por su parte, retiene los impuestos que le corresponden a los Territorios Ocupados y que suponen dos tercios de los ingresos de la Autoridad Palestina.
A largo plazo, el proyecto de Hamás es construir un Estado islámico, algo que denuncian diversos políticos e intelectuales palestinos. La diputada Hanan Ashrawi, por ejemplo, nos dice en su oficina en Ramallah que es un error de Washington y la Unión Europea haber boicoteado al gobierno palestino cuando triunfó Hamás. A la vez, critica el proyecto de sociedad islamista, antisecular y represiva que este grupo quiere imponer. “Entre Israel y Hamás están destruyendo todo lo que construimos desde 1991, gobierno, instituciones”, afirma Ashrawi.
Mientras que en Gaza no hay gobierno, en Cisjordania el grupo Fatah es todavía fuerte y el gobierno de Abbas tiene más influencia, pero hay escasez de recursos, una administración débil y el temor a que Fatah podría trasladar hasta ahí la guerra de Gaza. Paradójicamente, la presencia de Israel contiene, en parte, la influencia de Hamás.
Algunos analistas palestinos consideran que si el gobierno de la Autoridad Palestina colapsa –algo que podría ocurrir—habría que pensar en una fuerza internacional de paz que controlara la violencia entre las partes. Pero Israel rechaza totalmente la presencia de cascos azules, y Estados Unidos le apoya. Otra opción que se contempla es que Fatah de un golpe de Estado y trate de controlar la situación por la fuerza.
La situación de la población palestina es muy grave en Gaza y cada vez más crítica en Cisjordania. Un reciente informe del Banco Mundial indica que el bloqueo de la población palestina y las restricciones a su movilidad están creando un deterioro de la situación económica que en breve no será sostenible.[1] Este informe se suma a muchos otros que se han publicado en los últimos años. Como indica la periodista israelí Amira Hass, “docenas de investigadores internacionales y agregados económicos están ocupados investigando sobre el deterioro de la economía palestina, y muchos otros informes como éste serán escritos mientras que los países que los financian se aferren a las palabras y no den pasos para frenar la política de destrucción social y económica que les impone a los palestinos”.[2]
Crisis de gobernabilidad israelíEl gobierno de Ehud Olmert, del Partido Kadima, sufre una gran debilidad por corrupción y el fracaso en Gaza y Líbano en agosto de 2006. El reciente Informe Winograd puso en evidencia la falta de respuesta política a Hezbolá. La oposición, y parte de los propios miembros de su partido, le critican que la retirada de Gaza de 2005 no haya traído más seguridad a Israel y que la guerra en Líbano el pasado verano se hiciera, como indica el informe, de forma improvisada. El resultado: numerosas bajas israelíes mientras que las ciudades del norte del país no fueron protegidas, el soldado secuestrado en Gaza sigue sin aparecer, y el grupo Hezbolá no fue desplazado del sur de Líbano. Los ataques palestinos a Sderot no sólo recuerdan cada día que Olmert y las IDF no defienden a los ciudadanos sino que evitan que la política de entregar algunas partes de los territorios ocupados pueda tener apoyo en Israel.
El país se ve afectado, además, por una creciente división entre la visión secular y la religiosa del Estado y del futuro del país. Algo que se agrava cuando se plantea que si no se crea un Estado palestino, e Israel decide incorporar definitivamente a Cisjordania como parte propia, entonces la población árabe palestina superará en número a la israelí. Esta denominada “bomba demográfica” a la vez es utilizada como arma por los sectores más derechistas.
Los planes varían entre devolver el 50% de Cisjordania y que los palestinos se acomoden ahí y en Gaza, o expulsar a los palestinos que viven en Israel a partes de Cisjordania y permitir que esas zonas separadas y aisladas (menos del 50%) sean “el Estado palestino”. La tercera opción es similar pero sin permitir la creación del Estado, o sea, controlándolas a través de un sistema de Apartheid en la que vivan ciudadanos de segunda categoría.
Como afirma el historiador Ilan Pappe, “la respuesta sionista trata de resolver el problema del ´balance demográfico´ o bien entregando territorio (que Israel controla de forma ilegal desde el punto de vista del Derecho Internacional) o ´achicando´ la problemática ´bomba de población´”. En resumen: “Apoderarse de la mayor cantidad posible de Palestina con la menor cantidad de palestinos posible”.
En la sociedad israelí existe un profundo desconcierto. Nadie piensa ya en el proyecto mítico de un Gran Israel. Al mismo tiempo, se prosigue entretanto con la política de asentamientos. Al leer en la prensa internacional el concepto asentamiento o colono, parece que se trata de grupos reducidos de personas en viviendas precarias. En realidad, son modernas ciudades que albergan hasta 35.000 personas. Estas ciudades asentamientos van acompañadas de autopistas sólo para israelíes y controles armados fijos y móviles (check points) además del Muro. Visto desde el cielo, Israel y los Territorios Ocupados serán en un plazo medio un pequeño espacio fragmentado y cruzado por centenares de carreteras dobles y superpuestas, y la serpenteante ruta del Muro que cruza pueblos, ciudades y poblaciones.
Volver a las negociaciones básicas Las perspectivas son que el gobierno de Kadima se hunda, o que llegue a una alianza con Benjamín Netanyahu y se continúe con una política combinada de asesinatos y encarcelamiento de líderes de Hamás, proseguir con los asentamientos, consolidar el Muro como una frontera permanente.
En la región se dice que si Israel es débil no puede lograr un acuerdo de paz, pero que si es fuerte no tendrá interés en alcanzarlo. “En realidad”, afirma el abogado israelí Daniel Seidemann, especializado en defender a palestinos expulsados de sus tierras en Jerusalén, “mientras observamos el muro desde una colina de Jerusalén, estamos ante tres gobiernos que no funcionan: el israelí, el palestino, y el de Estados Unidos, y la necesidad de alcanzar un solución con dos Estados”. Algo imposible. Sin embargo, Seidemann cree que hay un deseo en las poblaciones de Israel y Palestina (dos tercios en cada una según las encuestas) de alcanzar algún tipo de paz, y que la solución ya está preparada.
Esa solución se basaría en múltiples resoluciones de la ONU, en las propuestas que hizo el ex presidente Bill Clinton, en las que dibujó la Iniciativa de Ginebra en 2003, y en la propuesta de Arabia Saudita de 2002, relanzada recientemente:
Israel debe retirarse de Cisjordania y los Altos del Golán y desmantelar casi todos los asentamientos (la Autoridad Palestina podría ceder territorio en el caso de algunos asentamientos); Israel debe permitir que se declare un Estado palestino viable; las autoridades palestinas tienen que asegurar que no habrá ataques sobre Israel; los refugiados palestinos (generados desde los años 40) podrán volver o ser indemnizados en los países donde se encuentran; Jerusalén Oriental será la capital del Estado Palestino y la otra parte (en discusión) será Israelí o tendrá una gestión internacional; los países árabes iniciarían relaciones diplomáticas con Israel. Por su lado, una fuerza internacional podría garantizar este escenario durante una o dos décadas.
Pero la paz no es vista de este modo por todo el mundo. Hamás, por ejemplo, indica que mientras Israel continúe con su política, quiere acabar con ella, aunque algunos analistas y políticos coinciden en que detrás de la retórica hay voluntad de pactar. Una delegación de la Unión Europea que visitó recientemente el Consejo Legislativo Palestino y al primer ministro, Ismail Haniyeh, considera que “el gobierno de Unidad Nacional palestino está dispuesto a negociar la fórmula de dos Estados y a cumplir con los compromisos previos firmados por la Organización para la Liberación de Palestina y alcanzar estos acuerdos por medios pacíficos”.[3]
Pero en Israel muchos temen que después de que se declare el Estado palestino, Hamás continuaría su guerra. Miran hacia Gaza y dicen: “Así sería un Estado palestino”. Pero las personalidades más lúcidas en Ramallah responden que no, que “ese es el resultado del boicot, el aislamiento y no haber dado al gobierno de Abbas para que mostrase como avances producto de negociaciones”.
En Israel hay una fuerte percepción que la paz sólo se logra terminando de construir el muro (o barrera de protección, como se le llama en Israel) que a lo largo de 750 km rodeará Cisjordania y que sólo permite pasar hacia Israel a los palestinos que tengan autorización por los check-points abiertos algunas horas al día. La paz sería, con o sin Estado palestino, la total separación. De hecho, al mandar construir el muro, el ex primer ministro Ariel Sharon intentó, unilateralmente, definir la futura frontera entre Israel y un Estado palestino o entre su país y una serie de territorios desconectados entre sí, administrados por la Autoridad Palestina pero controlados militarmente por Israel. En Palestina algunos analistas consideran que la actual ministra de Relaciones Exteriores israelí y figura en ascenso dentro de Kadima, Tsipi Livni, podría aceptar ese tipo de Estado fragmentado y disfuncional.
¿Un renovado papel para Europa?Respecto del papel que Europa puede desempeñar en esta situación, las opiniones en la región son muy escépticas. Por una parte, Europa mantiene la posición oficial de no aceptar ninguna frontera respecto de las que existían en 1967 sin que haya una negociación bilateral. Por el otro, exige a Hamás tres condiciones para reconocer al gobierno de Unidad Nacional: que renuncie a la violencia, que respete los acuerdos anteriormente firmados por las autoridades palestinas, y que reconozca a Israel.
Por un lado se reconoce el importante papel de la UE como proveedora de ayuda humanitaria y cooperación al desarrollo, aunque se lamenta que ha ido dejando de lado los fondos para construcción del Estado y se ha centrado en ayuda humanitaria. Pero causa irritación, como nos explica Jessica Mantell, la directora de B´tselem, organización israelí de defensa de los derechos humanos de los palestinos, que la UE no desarrolle su parte política diplomática para presionar a Israel, y se justifique alegando que Europa no tiene las herramientas, que no hay una política exterior común y que carece de influencia. En realidad, afirma Mantell, “Israel es más dependiente de la UE que de Estados Unidos en comercio y relaciones económicas”.
Cuando Israel destruye infraestructura civil o ataca blancos civiles, B´tselem considera que la UE debería hacer honor a los pactos internacionales sobre derechos humanos de los que es firmante, y criticar más duramente al gobierno de Tel Aviv. Igualmente, podría utilizar presiones económicas a través del comercio. “Hay un abismo entre la diplomacia de la UE y la ayuda humanitaria, y a través de esta última, Europa termina siendo cómplice de la destrucción que genera Israel”.
Diplomáticos europeos en Jerusalén, sin embargo, consideran que esta crítica es injusta: “No podemos dejar de dar ayuda humanitaria cuando Israel destruye infraestructura civil. La idea de que debemos “pasar la factura a Tel Aviv” es atractiva pero no serviría de nada, de ahí que es mejor llevar adelante una diplomacia discreta”.
Pero el papel de Europa no sólo es criticado por lo que no hace sino también por lo que hace cuando, por ejemplo, aceptó el boicot político al gobierno palestino liderado por Hamás después que esta organización ganó las elecciones en 2006. Europa apoyó el boicot de Estados Unidos e Israel y, al mismo tiempo, prosiguió dando ayuda a través de un Temporary International Mechanism. El resultado, nos explica un funcionario de un departamento de Naciones Unidas, ha sido que “la UE ha gastado más dinero en bloquear a Hamás que en ayudar a los palestinos”.
Desde que Estados Unidos y la UE impusieron el boicot, los países donantes triplicaron los fondos donados para los palestinos, pasando de 349 millones de dólares en 2005 a 900 millones en 2006, pero en su mayor parte fueron fondos para ayuda humanitaria en vez de ayudas que generen empleo e infraestructura.
En Oriente Medio hay una opinión muy extendida de que esta situación debe solucionarse en los próximos meses. De otra forma, habrá que esperar dos años a que haya elecciones en Estados Unidos, y sin seguridad que después vaya a pasar algo. Arabia Saudita, Egipto y Jordania están presionando para que haya una negociación, pero el gobierno israelí responde que no hay una oferta seria, que no hay con quién negociar en Palestina, y que con los terroristas de Hamás no se negocia.
En la región se mantiene la percepción que sin Washington no puede haber un acuerdo pero, a la vez, hay un consenso unánime en que la Administración de George W. Bush no tiene política excepto seguir la falta de política de Israel. Algunos consideran que la Secretaria de Estado, Condoleeza Rice, estaría presionando para que se alcance un acuerdo, pero ella no parece contar ni con apoyo dentro de su propio gobierno ni entre los actores locales. De hecho, el último acuerdo que logró sobre mayor movilidad para los palestinos entre la encrucijada de check points y bloqueos de ciudades más el Muro, fue desechado al día siguiente por las IFD al igual que por las autoridades palestinas.
Egipto es un país clave para controlar la situación en Gaza, especialmente la frontera de Rafah, que está controlada por personal de la UE. La iniciativa saudí es un marco de referencia que todos miran con cautela a la vez que con un sentimiento de última esperanza, y porque es un punto de partida, que no sirve para mucho si no hay una clara intención negociadora entre las partes.
El muro, los check-points, el cierre de ciudades, las restricciones para que los palestinos puedan trabajar y el bloqueo por parte de Israel de los impuestos que Israel recauda y debe transferir a la Autoridad Palestina, están haciendo imposible la vida de los palestinos. Más aún si Fatah y Hamás se matan entre ellos. Si por el lado israelí no hay respuestas positivas, el futuro puede ser lo mismo pero peor: más asentamientos, más represión, más asesinatos selectivos de líderes de Hamás, más pobreza y más enfrentamientos, y quizá un regreso a los atentados terroristas realizados por palestinos. Dos políticas de la violencia, una de la imposición y otra de la desesperación, que continuarán conduciendo a la destrucción mutua.
[1]The World Bank, “Movement and Access Restrictions in the West Bank: Uncertainty and Inefficiency in the Palestinian Economy”, 9 de Mayo, 2007. http://siteresources.worldbank.org/INTWESTBANKGAZA/Resources/WestBankrestrictions9Mayfinal.pdf
[2]Amira Haas, “Words Instead of Actions”, Haaretz, 18 de mayo, 2007.
[3]Kyriacos Triantaphyllides, Chairman of the European Parliament Delegation for Relations with the Palestinian Legislative Council, Carta de lectores, Financial times, 23 de mayo, 2007.
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Enfrentamientos armados entre grupos de Fatah y Hamás en la Franja de Gaza, crisis del gobierno israelí, ataques de Hamás con misiles sobre la ciudad israelí de Sderot, detenciones y asesinatos selectivos de palestinos, y la negociación sobre un futuro Estado palestino cada vez más lejos. La situación en Israel, los territorios ocupados de Palestina y en Gaza es volátil, con gobiernos débiles incapaces de gestionar los múltiples escenarios difíciles a los que se enfrentan. Entretanto, Estados Unidos carece de una política clara, los países de la región buscan una salida y Europa paga los gastos de la destrucción. Un testimonio desde Israel y los territorios ocupados.
En los territorios ocupados se vive entre la desesperanza y la posibilidad de guerra civil. En Gaza han cesado a fin de mayo los enfrentamientos después de varias semanas de lucha entre Fatah y Hamás, pero la tensión es intensa y pocos dudan que se trata de una tregua antes que de un acuerdo para no seguir matándose. En Cisjordania el clima es más tranquilo, pero las fuerzas gubernamentales de Fatah temen un ataque sorpresa de Hamás o de Israel contra dirigentes palestinos. “Israel apresa a los dirigentes moderados de Hamás”, dice el investigador palestino George Giacamana, “y evita que se pueda establecer un diálogo con los más radicales”.
En Israel, por otro lado, sólo los colonos han ido por miles masivamente a ocupar la Ciudad Vieja de Jerusalén para festejar la Guerra de los Seis Días, que hace 40 años les permitió recuperar esta ciudad, el Muro de los Lamentos, y ocupar zonas de Egipto, Siria y Palestina. El resto de los ciudadanos israelíes no encuentran razones para festejar. El gobierno está en crisis, la oposición no tiene programa, las tensiones entre seculares y religiosos se acentúan, y muchos aseguran que cuatro décadas después de haber ganado la guerra, toda la región, y especialmente los palestinos e israelíes, viven con más inseguridad.
En el último mes, Hamás o grupos afines han lanzado desde Gaza centenares de misiles caseros pero mortíferos, sobre la ciudad israelí de Sderot. Los ciudadanos se sienten abandonados por su gobierno. En Tel Aviv, se sienten lejos, seguros y protegidos, pero en Sderot se tiene la misma sensación de peligro que la sufrida por los ciudadanos de Haifa y otras ciudades el verano pasado, cuando Hezbolá respondió desde Líbano a la invasión de las fuerzas israelíes.
El gobierno de Israel no encuentra la forma de repeler los ataques de misiles caseros. Algo paradójico para el ejército más poderoso de Oriente Medio y para un país que posee armas nucleares. Pero como ocurrió en Líbano el verano pasado, hay cuestiones que no se solucionan con las armas. Ni Hamás logrará que los israelíes se marchen, ni Israel podrá, como han soñado durante un siglo los sionistas más convencidos, convencer a los palestinos que se vayan a Jordania.
Hace unos días el ex primer ministro derechista Benjamín Netanyahu indicó que los palestinos deben volver a pensar en una confederación jordana-palestina. Pero éstos últimos no quieren dejar sus tierras y en Jordania hay un rechazo absoluto por la idea. La política, sin embargo, no está al orden del día en esta tierra que es disputada por dos pueblos. Durante los años del mandato británico, entre 1917 y 1948, diversos informes escritos por oficiales ingleses lo dejaron en claro: el proyecto sionista supondría despojar a un pueblo de su tierra para permitir a otro instaurar un Estado.
Naciones Unidas intentó solucionar este dilema partiendo el espacio en dos, y declarando a Jerusalén ciudad sagrada para todos, que debería ser compartida y gestionada conjuntamente. La agresividad de los sionistas con su proyecto de asesinatos, intimidaciones y desplazamientos de población - “limpieza étnica”, como le denomina el historiador israelí Ilya Pappe-, y la respuesta del nacionalismo árabe al atacar a Israel hicieron el resto.
Los palestinos perdieron sus tierras, fueron enviados a vivir en campos de refugiados dentro del propio territorio donde todavía se hacinan, al igual que en Líbano, Jordania y otros países. Sumando generaciones durante cinco décadas, más de cuatro millones de palestinos viven fuera. El levantamiento de Fatah al-Islam en Líbano tiene que ver con esa tragedia y el dramático paso de la lucha por la liberación nacional a la radicalización religioso-política, la delincuencia y el terrorismo.
Hundir lo que se había construidoPese a la formación del gobierno de unidad entre Fatah y Hamás negociado hace pocas semanas, y a varios altos el fuego, la violencia entre los dos grupos no ha cesado en Gaza. Fatah, el movimiento que lideraba Yasser Arafat y que controló el gobierno de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) desde la década pasada, pelea contra Hamás, el movimiento político-religioso islamista que ha ganado posiciones hasta obtener la mayoría parlamentaria en la Asamblea Palestina en enero de 2006. Ambos grupos luchan por el poder de un estado inexistente, en un territorio sobrepoblado y ecológicamente agotado.
Hamás interpreta que Fatah, y en particular el presidente de la ANP, Mahmud Abbas, ha hecho demasiadas concesiones a Israel y Estados Unidos sin conseguir nada. A la vez, sus militantes se sienten fuertes y cuentan con la ira de una población harta de humillaciones que le producen desempleo, falta de servicios, separaciones familiares y violencia por parte de Israel. Una población que, además, ha rechazado la mala gestión y corrupción de Fatah, pero que se siente condenada y castigada por la comunidad internacional que impuso un boicot económico y político al gobierno de Hamás cuando no le gustó lo que esa gente votó mayoritariamente. Israel, por su parte, retiene los impuestos que le corresponden a los Territorios Ocupados y que suponen dos tercios de los ingresos de la Autoridad Palestina.
A largo plazo, el proyecto de Hamás es construir un Estado islámico, algo que denuncian diversos políticos e intelectuales palestinos. La diputada Hanan Ashrawi, por ejemplo, nos dice en su oficina en Ramallah que es un error de Washington y la Unión Europea haber boicoteado al gobierno palestino cuando triunfó Hamás. A la vez, critica el proyecto de sociedad islamista, antisecular y represiva que este grupo quiere imponer. “Entre Israel y Hamás están destruyendo todo lo que construimos desde 1991, gobierno, instituciones”, afirma Ashrawi.
Mientras que en Gaza no hay gobierno, en Cisjordania el grupo Fatah es todavía fuerte y el gobierno de Abbas tiene más influencia, pero hay escasez de recursos, una administración débil y el temor a que Fatah podría trasladar hasta ahí la guerra de Gaza. Paradójicamente, la presencia de Israel contiene, en parte, la influencia de Hamás.
Algunos analistas palestinos consideran que si el gobierno de la Autoridad Palestina colapsa –algo que podría ocurrir—habría que pensar en una fuerza internacional de paz que controlara la violencia entre las partes. Pero Israel rechaza totalmente la presencia de cascos azules, y Estados Unidos le apoya. Otra opción que se contempla es que Fatah de un golpe de Estado y trate de controlar la situación por la fuerza.
La situación de la población palestina es muy grave en Gaza y cada vez más crítica en Cisjordania. Un reciente informe del Banco Mundial indica que el bloqueo de la población palestina y las restricciones a su movilidad están creando un deterioro de la situación económica que en breve no será sostenible.[1] Este informe se suma a muchos otros que se han publicado en los últimos años. Como indica la periodista israelí Amira Hass, “docenas de investigadores internacionales y agregados económicos están ocupados investigando sobre el deterioro de la economía palestina, y muchos otros informes como éste serán escritos mientras que los países que los financian se aferren a las palabras y no den pasos para frenar la política de destrucción social y económica que les impone a los palestinos”.[2]
Crisis de gobernabilidad israelíEl gobierno de Ehud Olmert, del Partido Kadima, sufre una gran debilidad por corrupción y el fracaso en Gaza y Líbano en agosto de 2006. El reciente Informe Winograd puso en evidencia la falta de respuesta política a Hezbolá. La oposición, y parte de los propios miembros de su partido, le critican que la retirada de Gaza de 2005 no haya traído más seguridad a Israel y que la guerra en Líbano el pasado verano se hiciera, como indica el informe, de forma improvisada. El resultado: numerosas bajas israelíes mientras que las ciudades del norte del país no fueron protegidas, el soldado secuestrado en Gaza sigue sin aparecer, y el grupo Hezbolá no fue desplazado del sur de Líbano. Los ataques palestinos a Sderot no sólo recuerdan cada día que Olmert y las IDF no defienden a los ciudadanos sino que evitan que la política de entregar algunas partes de los territorios ocupados pueda tener apoyo en Israel.
El país se ve afectado, además, por una creciente división entre la visión secular y la religiosa del Estado y del futuro del país. Algo que se agrava cuando se plantea que si no se crea un Estado palestino, e Israel decide incorporar definitivamente a Cisjordania como parte propia, entonces la población árabe palestina superará en número a la israelí. Esta denominada “bomba demográfica” a la vez es utilizada como arma por los sectores más derechistas.
Los planes varían entre devolver el 50% de Cisjordania y que los palestinos se acomoden ahí y en Gaza, o expulsar a los palestinos que viven en Israel a partes de Cisjordania y permitir que esas zonas separadas y aisladas (menos del 50%) sean “el Estado palestino”. La tercera opción es similar pero sin permitir la creación del Estado, o sea, controlándolas a través de un sistema de Apartheid en la que vivan ciudadanos de segunda categoría.
Como afirma el historiador Ilan Pappe, “la respuesta sionista trata de resolver el problema del ´balance demográfico´ o bien entregando territorio (que Israel controla de forma ilegal desde el punto de vista del Derecho Internacional) o ´achicando´ la problemática ´bomba de población´”. En resumen: “Apoderarse de la mayor cantidad posible de Palestina con la menor cantidad de palestinos posible”.
En la sociedad israelí existe un profundo desconcierto. Nadie piensa ya en el proyecto mítico de un Gran Israel. Al mismo tiempo, se prosigue entretanto con la política de asentamientos. Al leer en la prensa internacional el concepto asentamiento o colono, parece que se trata de grupos reducidos de personas en viviendas precarias. En realidad, son modernas ciudades que albergan hasta 35.000 personas. Estas ciudades asentamientos van acompañadas de autopistas sólo para israelíes y controles armados fijos y móviles (check points) además del Muro. Visto desde el cielo, Israel y los Territorios Ocupados serán en un plazo medio un pequeño espacio fragmentado y cruzado por centenares de carreteras dobles y superpuestas, y la serpenteante ruta del Muro que cruza pueblos, ciudades y poblaciones.
Volver a las negociaciones básicas Las perspectivas son que el gobierno de Kadima se hunda, o que llegue a una alianza con Benjamín Netanyahu y se continúe con una política combinada de asesinatos y encarcelamiento de líderes de Hamás, proseguir con los asentamientos, consolidar el Muro como una frontera permanente.
En la región se dice que si Israel es débil no puede lograr un acuerdo de paz, pero que si es fuerte no tendrá interés en alcanzarlo. “En realidad”, afirma el abogado israelí Daniel Seidemann, especializado en defender a palestinos expulsados de sus tierras en Jerusalén, “mientras observamos el muro desde una colina de Jerusalén, estamos ante tres gobiernos que no funcionan: el israelí, el palestino, y el de Estados Unidos, y la necesidad de alcanzar un solución con dos Estados”. Algo imposible. Sin embargo, Seidemann cree que hay un deseo en las poblaciones de Israel y Palestina (dos tercios en cada una según las encuestas) de alcanzar algún tipo de paz, y que la solución ya está preparada.
Esa solución se basaría en múltiples resoluciones de la ONU, en las propuestas que hizo el ex presidente Bill Clinton, en las que dibujó la Iniciativa de Ginebra en 2003, y en la propuesta de Arabia Saudita de 2002, relanzada recientemente:
Israel debe retirarse de Cisjordania y los Altos del Golán y desmantelar casi todos los asentamientos (la Autoridad Palestina podría ceder territorio en el caso de algunos asentamientos); Israel debe permitir que se declare un Estado palestino viable; las autoridades palestinas tienen que asegurar que no habrá ataques sobre Israel; los refugiados palestinos (generados desde los años 40) podrán volver o ser indemnizados en los países donde se encuentran; Jerusalén Oriental será la capital del Estado Palestino y la otra parte (en discusión) será Israelí o tendrá una gestión internacional; los países árabes iniciarían relaciones diplomáticas con Israel. Por su lado, una fuerza internacional podría garantizar este escenario durante una o dos décadas.
Pero la paz no es vista de este modo por todo el mundo. Hamás, por ejemplo, indica que mientras Israel continúe con su política, quiere acabar con ella, aunque algunos analistas y políticos coinciden en que detrás de la retórica hay voluntad de pactar. Una delegación de la Unión Europea que visitó recientemente el Consejo Legislativo Palestino y al primer ministro, Ismail Haniyeh, considera que “el gobierno de Unidad Nacional palestino está dispuesto a negociar la fórmula de dos Estados y a cumplir con los compromisos previos firmados por la Organización para la Liberación de Palestina y alcanzar estos acuerdos por medios pacíficos”.[3]
Pero en Israel muchos temen que después de que se declare el Estado palestino, Hamás continuaría su guerra. Miran hacia Gaza y dicen: “Así sería un Estado palestino”. Pero las personalidades más lúcidas en Ramallah responden que no, que “ese es el resultado del boicot, el aislamiento y no haber dado al gobierno de Abbas para que mostrase como avances producto de negociaciones”.
En Israel hay una fuerte percepción que la paz sólo se logra terminando de construir el muro (o barrera de protección, como se le llama en Israel) que a lo largo de 750 km rodeará Cisjordania y que sólo permite pasar hacia Israel a los palestinos que tengan autorización por los check-points abiertos algunas horas al día. La paz sería, con o sin Estado palestino, la total separación. De hecho, al mandar construir el muro, el ex primer ministro Ariel Sharon intentó, unilateralmente, definir la futura frontera entre Israel y un Estado palestino o entre su país y una serie de territorios desconectados entre sí, administrados por la Autoridad Palestina pero controlados militarmente por Israel. En Palestina algunos analistas consideran que la actual ministra de Relaciones Exteriores israelí y figura en ascenso dentro de Kadima, Tsipi Livni, podría aceptar ese tipo de Estado fragmentado y disfuncional.
¿Un renovado papel para Europa?Respecto del papel que Europa puede desempeñar en esta situación, las opiniones en la región son muy escépticas. Por una parte, Europa mantiene la posición oficial de no aceptar ninguna frontera respecto de las que existían en 1967 sin que haya una negociación bilateral. Por el otro, exige a Hamás tres condiciones para reconocer al gobierno de Unidad Nacional: que renuncie a la violencia, que respete los acuerdos anteriormente firmados por las autoridades palestinas, y que reconozca a Israel.
Por un lado se reconoce el importante papel de la UE como proveedora de ayuda humanitaria y cooperación al desarrollo, aunque se lamenta que ha ido dejando de lado los fondos para construcción del Estado y se ha centrado en ayuda humanitaria. Pero causa irritación, como nos explica Jessica Mantell, la directora de B´tselem, organización israelí de defensa de los derechos humanos de los palestinos, que la UE no desarrolle su parte política diplomática para presionar a Israel, y se justifique alegando que Europa no tiene las herramientas, que no hay una política exterior común y que carece de influencia. En realidad, afirma Mantell, “Israel es más dependiente de la UE que de Estados Unidos en comercio y relaciones económicas”.
Cuando Israel destruye infraestructura civil o ataca blancos civiles, B´tselem considera que la UE debería hacer honor a los pactos internacionales sobre derechos humanos de los que es firmante, y criticar más duramente al gobierno de Tel Aviv. Igualmente, podría utilizar presiones económicas a través del comercio. “Hay un abismo entre la diplomacia de la UE y la ayuda humanitaria, y a través de esta última, Europa termina siendo cómplice de la destrucción que genera Israel”.
Diplomáticos europeos en Jerusalén, sin embargo, consideran que esta crítica es injusta: “No podemos dejar de dar ayuda humanitaria cuando Israel destruye infraestructura civil. La idea de que debemos “pasar la factura a Tel Aviv” es atractiva pero no serviría de nada, de ahí que es mejor llevar adelante una diplomacia discreta”.
Pero el papel de Europa no sólo es criticado por lo que no hace sino también por lo que hace cuando, por ejemplo, aceptó el boicot político al gobierno palestino liderado por Hamás después que esta organización ganó las elecciones en 2006. Europa apoyó el boicot de Estados Unidos e Israel y, al mismo tiempo, prosiguió dando ayuda a través de un Temporary International Mechanism. El resultado, nos explica un funcionario de un departamento de Naciones Unidas, ha sido que “la UE ha gastado más dinero en bloquear a Hamás que en ayudar a los palestinos”.
Desde que Estados Unidos y la UE impusieron el boicot, los países donantes triplicaron los fondos donados para los palestinos, pasando de 349 millones de dólares en 2005 a 900 millones en 2006, pero en su mayor parte fueron fondos para ayuda humanitaria en vez de ayudas que generen empleo e infraestructura.
En Oriente Medio hay una opinión muy extendida de que esta situación debe solucionarse en los próximos meses. De otra forma, habrá que esperar dos años a que haya elecciones en Estados Unidos, y sin seguridad que después vaya a pasar algo. Arabia Saudita, Egipto y Jordania están presionando para que haya una negociación, pero el gobierno israelí responde que no hay una oferta seria, que no hay con quién negociar en Palestina, y que con los terroristas de Hamás no se negocia.
En la región se mantiene la percepción que sin Washington no puede haber un acuerdo pero, a la vez, hay un consenso unánime en que la Administración de George W. Bush no tiene política excepto seguir la falta de política de Israel. Algunos consideran que la Secretaria de Estado, Condoleeza Rice, estaría presionando para que se alcance un acuerdo, pero ella no parece contar ni con apoyo dentro de su propio gobierno ni entre los actores locales. De hecho, el último acuerdo que logró sobre mayor movilidad para los palestinos entre la encrucijada de check points y bloqueos de ciudades más el Muro, fue desechado al día siguiente por las IFD al igual que por las autoridades palestinas.
Egipto es un país clave para controlar la situación en Gaza, especialmente la frontera de Rafah, que está controlada por personal de la UE. La iniciativa saudí es un marco de referencia que todos miran con cautela a la vez que con un sentimiento de última esperanza, y porque es un punto de partida, que no sirve para mucho si no hay una clara intención negociadora entre las partes.
El muro, los check-points, el cierre de ciudades, las restricciones para que los palestinos puedan trabajar y el bloqueo por parte de Israel de los impuestos que Israel recauda y debe transferir a la Autoridad Palestina, están haciendo imposible la vida de los palestinos. Más aún si Fatah y Hamás se matan entre ellos. Si por el lado israelí no hay respuestas positivas, el futuro puede ser lo mismo pero peor: más asentamientos, más represión, más asesinatos selectivos de líderes de Hamás, más pobreza y más enfrentamientos, y quizá un regreso a los atentados terroristas realizados por palestinos. Dos políticas de la violencia, una de la imposición y otra de la desesperación, que continuarán conduciendo a la destrucción mutua.
[1]The World Bank, “Movement and Access Restrictions in the West Bank: Uncertainty and Inefficiency in the Palestinian Economy”, 9 de Mayo, 2007. http://siteresources.worldbank.org/INTWESTBANKGAZA/Resources/WestBankrestrictions9Mayfinal.pdf
[2]Amira Haas, “Words Instead of Actions”, Haaretz, 18 de mayo, 2007.
[3]Kyriacos Triantaphyllides, Chairman of the European Parliament Delegation for Relations with the Palestinian Legislative Council, Carta de lectores, Financial times, 23 de mayo, 2007.
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