23/4/08

Las elecciones presidenciales de 2008 en Estados Unidos.

Un análisis seis meses antes
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Written by José J. Sanmartín (*)
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Introducción.
A la altura de abril de 2008, las elecciones presidenciales previstas para noviembre del mismo año, se presentan como una revalida política especialmente compleja. De un lado, tenemos a un Partido Demócrata que, con la candidatura de Barack Obama parece haberse reencontrado a sí mismo, aun cuando la agresividad de la senadora Clinton le ha situado a la defensiva, planteándose un escenario de "guerra civil" interna entre los demócratas que, inevitablemente, tendrá un coste electoral.
De otra parte, John McCain ha logrado lo que parecía imposible unos meses antes de su victoria: que los republicanos aceptasen a un moderado como líder electoral en el "ticket" de 2008. El carácter híbrido del mensaje difundido por el nuevo líder republicano ha calado en una sociedad cansada de la guerra de Irak, y desconfiada respecto a la actual Casa Blanca. Tanto Obama como McCain encarnan una cierta rebeldía hacia el "establishment" de Washington, lo que dentro de la mitología nacional -tan reacia siempre a la concentración de poder, a la burocracia o a los mismos impuestos- puede ser un factor positivo para ambos candidatos si lo administran con sabiduría política y moderación táctica.
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Diferencias irreductibles, conflictos previsibles.
Sin embargo, la posición de Hillary Clinton continúa siendo demasiado rígida, incapaz de modular un discurso más flexible y abierto, que atienda a sectores sociales e ideas distintos de sus apoyos habituales. El problema de la ex Primera Dama es que su campaña se basa más en el pasado de una Presidencia añorada por numerosos compatriotas que en su propio compromiso de futuro. De Hillary Rodham saben más los norteamericanos sobre sus posicionamientos durante la Administración Clinton que de sus propuestas para la elección de noviembre de 2008. En política práctica, no se debe confundir la experiencia con la Historia. Lo primero aporta votantes; lo segundo, lectores.
Por supuesto que la senadora demócrata tiene iniciativas en el marco de un programa electoral, pero la clave del éxito pasa en convertir aquél en un plan de gobierno ya antes de las elecciones, no después. De lo contrario, ocurre lo que ocurre, que demasiados conciudadanos suyos crean que la todavía esposa del ex Presidente lo que realmente desea es volver a la Casa Blanca; y a esa idea no le favorece su imagen de persona de talante imperativo, escasamente empática y demasiado altiva. A Hillary le falta la cordialidad en el trato de su marido, aunque ella sea más firme en sus convicciones. Sin embargo, las campañas electorales son un desfile de virtudes y cualidades visualmente percibidas. Lo ocultado a los ciudadanos, por muy eficiente que sea, no existe a efectos electorales.
Aun cuando, a día de hoy, las primarias demócratas todavía no están decididas, resulta evidente que la nominación zigzaguea de tal manera que el candidato elegido tendrá una tarea suplementaria a partir de junio: reunificar a un partido dividido en luchas internas. La caída de Hillary Clinton en popularidad ante un político "no contaminado" por Washington como Obama, también indica el deseo de cambio por parte del electorado estadounidense. La victoria de McCain -otro aparente "outsider", aunque ya atemperado por la edad y los compromisos- confirma una tendencia que, de una forma u otra, se plasmará en noviembre. Ganará entonces no el candidato más preparado ni formado, sino el que logre conectar mejor con el votante medio. A Hillary la perjudica, paradójica y significativamente, la comparación -inevitable y lesiva para ella- con el perfil de líder que los votantes demócratas recuerdan de su marido. La sombra del ex Presidente Clinton ha sobrevolado la campaña de su mujer a las primarias como un ave fénix, con calculados movimientos de apoyo, amplias declaraciones de afirmación respecto a su anterior gestión como Presidente y, sobre todo, mediante la adopción de un estatus de presencia institucional, atalaya desde la cual puede lanzar mensajes de conciliación nacional e integración entre el conjunto del pueblo estadounidense (incluyendo aquí, en esta ecuación cívica, a los dos grandes partidos). Bill Clinton, deliberadamente y en su línea, ha decidido evitar la crispación; algo a lo que su esposa no ha podido -o querido- sustraerse. Las pocas invectivas -hasta ahora-, y las muchas insinuaciones y filtraciones, contra Obama han beneficiado suavemente a éste último en las primarias, pero han perjudicado las posibilidades del Partido Demócrata cara a la convocatoria electoral de noviembre.
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Más allá de los límites.
La guerra abierta por Hillary Clinton contra el senador afro-americano, está creando heridas dentro de las filas centristas y progresistas de los demócratas. Además, la mayoría social políticamente moderada puede sentirse más inclinada a favor de un "hombre tranquilo" como John McCain, flamante ganador del liderazgo republicano. Conviene subrayar que los conservadores han buscado un líder sereno y políticamente templado tras la etapa más ideológica -y polémica- que ha representado la Administración Bush. Éste ha sido cortésmente desplazado en la campaña de su propio partido; aun cuando el actual Presidente realice las intervenciones de rigor en apoyo a McCain, la nominación de éste demuestra una habilidad estratégica por parte republicana que rompe la cadena de errores cometida en la última etapa.
La costumbre de elegir a un candidato "análogo" al Presidente en ejercicio, ha sido una tentación contraproducente en demasiados casos. McCain representa una opción más constructiva y tangencialmente distinta a las políticas "neocon" de Bush. El paternalismo dialogante que, hábilmente, proyecta el candidato republicano sobre su figura, puede ser un estímulo para un número importante de electores, desolados ante el decisionismo unilateral de Bush. En todo caso, conviene tener presente que McCain ya no es aquel crítico contra los grupos de interés; aun cuando mantiene su imagen de calculada rebeldía, el senador republicano también intentará conjugar un estilo de gobernante sereno y proactivo.
¿Qué candidato demócrata tendrá más posibilidades frente a McCain? Sin duda, Barack Obama. Hillary Clinton es demasiado agresiva, incluso agria, en sus intervenciones. Es su carácter y no puede evitarlo. Además, sobre ella pesa como una losa su pasado como Primera Dama, su manifiesta incapacidad para asumir la crítica y, lo que es más grave, su propensión a sacrificar a sus leales ante errores sólo imputables a ella misma. Los vaivenes de su campaña en las primarias (con despidos incluidos a personal cualificado que ella misma buscó), así como su negativa a dar un paso atrás ha generado una pésima relación con los medios de comunicación. De alguna manera, Hillary recuerda demasiado a Bush, y menos a su marido. Le falta mano izquierda, y le sobran ganas de mandar. La de otoño no será una campaña izquierda/derecha, sino de entrega absoluta al pueblo estadounidense. Ambos candidatos se postularán como los más eficaces -y serviciales- para atender las demandas, necesidades, de los ciudadanos.
En este contexto, Obama ha sabido conectar emocionalmente mejor con lo que sus compatriotas necesitan y quieren. Un patriotismo firme y resolutivo, dispuesto para ayudar, pero también un humanismo volcado a favor de la persona. No obstante, su falta de experiencia en la alta política, y sus piruetas juveniles con líderes que fueron más o menos radicales, puede ser aprovechado por la prensa afín a Clinton para erosionar su figura. De lo primero, bien vendido en marketing político, Obama puede incluso salir reforzado: en Estados Unidos, un líder "puro", no maleado por los denostados usos del poder político en Washington, puede ser un referente de honestidad sin tacha y vocación de servicio al pueblo soberano. Siendo éstas, criterios más importantes para la ciudadanía que el currículum. Del segundo aspecto, será más complicado zafarse del mismo para Obama. Lo primero es acentuar el patriotismo en sus intervenciones, buscar una integración de valores, razas y religiones como lo que debe ser Estados Unidos; defender a toda costa la transversalidad de su liderazgo, es decir, insistir en la capacidad de gobernar para todos y por parte de todos. Asistir a actividades compartidas en barrios blancos y protestantes (sorprendentemente, hasta ahora Obama apenas ha realizado estas manifestaciones públicas), abordar los temas espinosos que puedan surgir con un discurso positivo e interracial (Barack debe presentarse como el candidato de todos los norteamericanos, y punto). Y pedir disculpas, mirando a los ojos a cada ciudadano, cuando sea menester hacerlo. Demostrar humanidad y disponibilidad para rectificar; es todo lo que pueblo pide, y está en su derecho.
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Idealismo democrático.
Esto es lo que Estados Unidos quiere ahora; personas dispuestas -y entregadas- de darse a los demás. Soluciones efectivas e inmediatas; no promesas incumplidas ni sueños truncados. La recuperación del idealismo ético como identidad ideológica de la política democrática en Estados Unidos. Tras ocho años de mandato consecutivo con la Presidencia más ideológica de los últimos treinta años, los ciudadanos norteamericanos desean un cambio hacia la operatividad y la tranquilidad. Ahora más que nunca se valora la normalidad burguesa que era una señal identificativa en el país. Transportes públicos limpios y puntales, supermercados bien surtidos, comodidad en el uso y disfrute de los amplios servicios que se brindan a los ciudadanos; en definitiva, garantizar el porvenir de una nueva generación y rescatar el ideal patriótico (tan relevante en anteriores campañas presidenciales): poder dar más a nuestro hijos de lo que nosotros tuvimos.
El enmarañamiento de la Administración Bush en la guerra de Irak y, también, el enorme coste económico que ello comporta para las familias norteamericanas, ha tenido un impacto extraordinario sobre la conciencia nacional. Ahora se busca un liderazgo más humano, que reconozca errores cuando se cometan y, igualmente importante, esté dispuesto a rectificar. El triunfo de McCain, como decimos, también significa un reconocimiento por parte republicana de ese clima político. El partido conservador ha comprendido que sus bazas en noviembre dependerán de su habilidad para presentarse como una alternativa... a sí mismo. De hecho, si McCain se separa demasiado de la línea "neocon", es seguro que los "bushistas" intervengan -en público- para conectar la candidatura republicana a las ansías ideológicas de la actual Casa Blanca. Los apretones de manos con Bush, o los actos electorales compartidos con Cheney, pueden convertirse en un lastre para McCain.
De su habilidad para fijar el voto derechista a su favor, al tiempo que eluda cualquier dependencia de la familia política de Bush, dependerá el éxito de McCain. Claro está que el Presidente de hoy puede preferir a un demócrata (mas, si cabe, si fuese un antagonista irreductible como Obama) antes que la victoria en noviembre de McCain, que puede plantear un desafío directo a la ideología del Partido Republicano. Si un Presidente demócrata fracasase, los "neocons" podrían reconstituirse como nueva opción de poder; en cambio, el triunfo de un republicano moderado como McCain puede arrojar dudas dentro de las filas del partido, y entre las bases tradicionales de voto conservador, que despierten de la anestesia "neocon" para apoyar una política conservadora más convencional, dialogante y negociadora.
En todo caso, y visto desde la Unión Europea, resulta previsible una mejora de las relaciones bilaterales, en tanto la nueva Presidencia, ya a partir de 2009, tendrá que orillar el unilateralismo practicado por Bush cuando el orden internacional no secundaba sus posiciones. La lucha contra el terrorismo continuará siendo, mas si cabe, un vector de la política exterior norteamericana, pero ahora con mayor insistencia en las redes de blanqueo de capitales y las fuentes nutricias -en materia financiera- del terrorismo internacional; y ello advendrá, inevitablemente, como constatación de un hecho empírico: Estados Unidos no puede derrotar sólo al terrorismo. Cierto multilaterialismo selectivo se impondrá como imperativo político; la razón de Estado convergió para impulsar la reelección del Presidente Bush en 2004, y la razón de Estado consolidará el cambio en 2008.
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Conclusión.
Un nuevo concepto de seguridad emerge en Estados Unidos; un espacio transversal donde las políticas antiterroristas puntuales se combinan con programas sociales al Tercer Mundo, colaboración intercontinental en la investigación de redes bancarias y delitos de blanqueo, difusión de los Derecho Humanos, creación de foros internacionales de análisis y debate, etc. La seguridad integral como defensa de la democracia occidental será otro vector de identificación de la nueva Administración de Estados Unidos a partir de 2009.
El agotamiento de la actual Presidencia a la hora de conseguir resultados en la lucha contra la criminalidad terrorista internacional ha demostrado a algunos firmes apoyos del Partido Republicano (sobre todo en el ámbito de la banca, negocios y grandes corporaciones empresariales) la necesidad de impulsar un cambio operativo. Resulta necesario ampliar las bases de cooperación -a nivel internacional, pero también en el ámbito político, económico, entre otros- para lograr resultados más efectivos. El traje del nuevo Rey Patriota (1) que debe ser Presidente ya está diseñado; ahora sólo cabe elegir al candidato que mejor encaje con el patrón preestablecido.
Sea hombre o mujer, republicano o demócrata, el próximo Presidente deberá emprender cambios indispensables pues, a diferencia de Bush, su ejecutoria será más evaluada por la gestión que por la emoción. La tragedia de los criminales atentados del 11-S ha sido excesivamente utilizada como fuente de legitimidad para políticas posteriores, en ocasiones incluso ajenas a la erradicación del terrorismo. Estados Unidos está implementando un giro hacia el futuro, y ello requiere un líder resolutivo, empático y humano que contribuya a consolidar un porvenir para todos. A partir de ahora, lo primero serán las personas. La defensa de su libertad, de su seguridad, de su prosperidad. Pero, antes y después, la persona.
(1) Lograda formulación de Bolingbroke, luego adoptada por los Founding Fathers a Estados Unidos.
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(*) José J. Sanmartín es Profesor de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad de Alicante, "Lifetime Member" de la American Political Science Association y de la American Historical Association.Correo electrónico:
jose.sanmartin@ua.es
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AlterZoom - USA/23/04/2008

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