ESCARBANDO...LQ somos.
Los desheredados
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Lo verdaderamente lamentable es que, aún hoy, transcurridos más de setenta años de aquellas imágenes de las quemas de libros en las calles y plazas de la vieja Europa de mujeres, niños, de hombres jóvenes que habían combatido en España y ahora eran conducidos, como delincuentes, hacia los abominables campos de exterminio, de camareros franceses que habían hostigado a los ocupantes nazis en las hermosas ciudades, de campesinos rusos que quemaron sus cosechas para que no las aprovechase el ejército invasor; de las mujeres rapadas al cero, de las pavorosas imágenes de los campos de Dachau, Gusen, Buchenwald, de los odiados uniformes de las tibias cruzadas y la calavera, o de el yugo y las flechas, de los marciales desfiles de las victoriosas tropas nazis por las amplias avenidas donde en horas más felices pasearan los personajes de las obras de Víctor Hugo, de Thomas Mann, de Valle Inclán, los jóvenes amantes de los dramas de Shakespeare, los personajes de Pirandello buscando aquí y allá su identidad... lo más triste, digo, es que a estas alturas tengamos que ver imágenes tan bochornosas como las de estos días: con amenazas de expulsión de “sin papeles” aquí y allá; quemas de campamentos donde se alojan tristes inmigrantes en busca de un mundo mejor que el que dejan tras de sí, o simplemente oír que esos extraños vienen a robarnos nuestros puestos de trabajo y el bienestar a duras penas ganado
Si alguna utilidad tiene la memoria en estos tiempos sin memoria, es la de dejar constancia aquí, tantas veces como haga falta, de que, en lejanos tiempos, fuimos nosotros los que exportamos la mano de obra a otras tierras, y no siempre fue hablando inglés y con conocimientos informáticos que llamamos a las puertas de los países que nos habrían sus brazos como si de lejanos parientes se tratase.
Cada pueblo tiene que asumir la responsabilidad que le corresponde, y éste, como cualquier otro con un pasado de tradición imperialista, no puede por menos que hacer examen de conciencia antes de señalar con el dedo a cualquier ciudadano, por muy lejano que sea su origen, por muy oscura que sea su piel. Me pregunto que le sugiere a un británico del siglo veintiuno el nombre de Amritsar, (población india en la que fueron masacradas más de 400 personas concentradas en una plaza pública, protestando por la presencia de las tropas extranjeras en 1919, y masacradas por los “heroicos” soldados de su graciosa majestad británica)
Qué le dirán a un joven obrero de Marsella o de Lyón las siglas OAS, de tan temido recuerdo para aquellos argelinos que perdieron a sus esposos y a sus hijos en las luchas callejeras contra la policía y las fuerzas del “orden” del país ocupante.
Qué pensaría de nosotros hoy aquel campesino alemán que, alzando por un momento la cabeza de la viña, a orillas del Rhin, donde trabajaba, mientras se enjugaba el sudor de la frente y veía perderse en el paisaje los trenes atestados de judíos, tantos años después de aquellas escenas dantescas de caravanas de seres humanos de todas las razas conducidos hasta los tenebrosos paisajes de Auschwitz...
Antes de que nos ocurra como al vecino país, que expulsa de sus tierras a los trabajadores rumanos o de cualquier otro origen que tuvo que abandonar su aldea para sobrevivir, no sería malo que hiciésemos memoria y recordásemos de cuando fuimos nosotros los que, pegándole una patada a la puerta las más de las veces, tomábamos posesión de un país y sus gentes, para esquilmarlo y esclavizar a cuanto ser vivo se puso a nuestro paso, imponiendo extraña religión que sirvió para someterlos y domesticarlos hasta hoy .
Si hay algo peor y más mezquino que el nacionalismo, es el racismo y sus secuelas, tan estrechamente vinculadas al fascismo, que anida en el corazón de las gentes sin que éstas sean conscientes las más de las veces.Hoy, cuando colgamos de nuestros balcones o de una prenda los colores de nuestra nación, (la República Española) no lo hacemos tanto por diferenciarnos del resto de los mortales ni para presumir de aventuras imperiales en lejanos continentes, sino para reivindicar un pasado y un futuro de progreso, y ese pasado se caracterizó por intentar poner de pie un proyecto de estado en el que la tierra toda fuera un paraíso, una sola nación en el sueño socialista; donde, o habría leche para todos los niños del mundo, o no la habría para nadie; donde el trabajo no sería una maldición bíblica ni un privilegio, sino un derecho y un deber para con una sociedad igualitaria.
Las banderas bajo las que en el pasado “más glorioso” de España morían los hombres de Extremadura o de Galicia en los campos de Flandes o en las inhóspitas selvas americanas, solo sirvieron para encharcar de sangre las páginas de nuestra historia, para enriquecer con el froto del colosal saqueo a los numerosos parásitos que siempre han vivido a la sombra de la Corona, para talar nuestros bosques y casi desertificar la Península Ibérica, así como estas Islas, y para engordar, si cabe un poco más, las insondables arcas de una Iglesia desprovista de moral.
Me pregunto hoy día: ¿quien le pidió los papeles al Almirante cuando desembarcaron por primera vez él y los suyos en La Española? ¿Donde presento una solicitud, con su póliza correspondiente, el contingente español que se presentó un día, sin ser llamado por nadie, en Fernando Po? ¿Quién extendió un permiso de trabajo a nombre de Francisco Pizarro, de Lope de Aguirre, de Legazpi, de Cortés...? ¿Qué autoridad selló los papeles para exportar desde el Nuevo Mundo todas aquellas maderas nobles, aquellos esclavos, aquellos barcos cargados de oro y plata, así como las piedras preciosas de que nos hablan las viejas crónicas? ¿A quien se dirigió el General Bens para pedir permiso e instalarse en lo que hoy es el Sahara Occidental?...
Cada pueblo tiene que asumir la responsabilidad que le corresponde, y éste, como cualquier otro con un pasado de tradición imperialista, no puede por menos que hacer examen de conciencia antes de señalar con el dedo a cualquier ciudadano, por muy lejano que sea su origen, por muy oscura que sea su piel. Me pregunto que le sugiere a un británico del siglo veintiuno el nombre de Amritsar, (población india en la que fueron masacradas más de 400 personas concentradas en una plaza pública, protestando por la presencia de las tropas extranjeras en 1919, y masacradas por los “heroicos” soldados de su graciosa majestad británica)
Qué le dirán a un joven obrero de Marsella o de Lyón las siglas OAS, de tan temido recuerdo para aquellos argelinos que perdieron a sus esposos y a sus hijos en las luchas callejeras contra la policía y las fuerzas del “orden” del país ocupante.
Qué pensaría de nosotros hoy aquel campesino alemán que, alzando por un momento la cabeza de la viña, a orillas del Rhin, donde trabajaba, mientras se enjugaba el sudor de la frente y veía perderse en el paisaje los trenes atestados de judíos, tantos años después de aquellas escenas dantescas de caravanas de seres humanos de todas las razas conducidos hasta los tenebrosos paisajes de Auschwitz...
Antes de que nos ocurra como al vecino país, que expulsa de sus tierras a los trabajadores rumanos o de cualquier otro origen que tuvo que abandonar su aldea para sobrevivir, no sería malo que hiciésemos memoria y recordásemos de cuando fuimos nosotros los que, pegándole una patada a la puerta las más de las veces, tomábamos posesión de un país y sus gentes, para esquilmarlo y esclavizar a cuanto ser vivo se puso a nuestro paso, imponiendo extraña religión que sirvió para someterlos y domesticarlos hasta hoy .
Si hay algo peor y más mezquino que el nacionalismo, es el racismo y sus secuelas, tan estrechamente vinculadas al fascismo, que anida en el corazón de las gentes sin que éstas sean conscientes las más de las veces.Hoy, cuando colgamos de nuestros balcones o de una prenda los colores de nuestra nación, (la República Española) no lo hacemos tanto por diferenciarnos del resto de los mortales ni para presumir de aventuras imperiales en lejanos continentes, sino para reivindicar un pasado y un futuro de progreso, y ese pasado se caracterizó por intentar poner de pie un proyecto de estado en el que la tierra toda fuera un paraíso, una sola nación en el sueño socialista; donde, o habría leche para todos los niños del mundo, o no la habría para nadie; donde el trabajo no sería una maldición bíblica ni un privilegio, sino un derecho y un deber para con una sociedad igualitaria.
Las banderas bajo las que en el pasado “más glorioso” de España morían los hombres de Extremadura o de Galicia en los campos de Flandes o en las inhóspitas selvas americanas, solo sirvieron para encharcar de sangre las páginas de nuestra historia, para enriquecer con el froto del colosal saqueo a los numerosos parásitos que siempre han vivido a la sombra de la Corona, para talar nuestros bosques y casi desertificar la Península Ibérica, así como estas Islas, y para engordar, si cabe un poco más, las insondables arcas de una Iglesia desprovista de moral.
Me pregunto hoy día: ¿quien le pidió los papeles al Almirante cuando desembarcaron por primera vez él y los suyos en La Española? ¿Donde presento una solicitud, con su póliza correspondiente, el contingente español que se presentó un día, sin ser llamado por nadie, en Fernando Po? ¿Quién extendió un permiso de trabajo a nombre de Francisco Pizarro, de Lope de Aguirre, de Legazpi, de Cortés...? ¿Qué autoridad selló los papeles para exportar desde el Nuevo Mundo todas aquellas maderas nobles, aquellos esclavos, aquellos barcos cargados de oro y plata, así como las piedras preciosas de que nos hablan las viejas crónicas? ¿A quien se dirigió el General Bens para pedir permiso e instalarse en lo que hoy es el Sahara Occidental?...
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¡¡VIVA LA REPÚBLICA!!
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¡¡VIVA LA REPÚBLICA!!
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LQSomos. Ángel Escarpa Sanz. Julio de 2008. Islas Canarias
“Rumbo al horizonte”
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LQSomos/14/07/2008
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