15/7/08

ESCARBANDO...LQ somos.

De la Credulidad a la Felicidad
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Esto es como pasar de la infancia a la edad adulta con todos los hechos y las experiencias vividas en el transcurso. Voy a dar testimonio escrito de mi vida para fortalecer los argumentos aquí vertidos sobre felicidad sin religión. Empezaré diciendo que nací en una de las regiones más pobres, marginadas e inhóspitas de la pequeña república centroamericana de Costa Rica conocida como la provincia de Limón. Por la astucia de mi madre pude nacer en el hospital de puerto Limón, cabecera de la provincia, pero mi infancia se desarrolló en el pequeño cantón o municipio de Siquirres, que entonces era un pueblito lodoso y poco atractivo para residir, pues carecía hasta de buen número de servicios urbanos básicos. Siquirres debe su extraño nombre al río a la orilla de la cual se fundó el pueblito y que según datos antropológicos, los huetares, habitantes nativos del lugar antes de y durante la época de la colonia le llamaban al río Siqui- Aris (río rojo) debido al color café-rojizo de sus aguas durante las tempestades tropicales, pero que al castellanizarse dio origen al nombre de Siquirres, fundado en el siglo XIX. Los huetares eran una cultura de insipiente desarrollo, algo nómadas y emparentados con otras culturas del caribe, por lo que los que no fueron adoctrinados al cristianismo, tendieron a la rápida extinción, quedando poco rastro que testifique su existencia. Su fundación como poblado fue entre los años de 1860 y1870, debido al ambicioso proyecto de construcción de un sistema ferroviario desde el interior del país hasta el mar caribe, vía necesaria para la exportación de productos agrícolas generados por la naciente oligarquía cafetalera. Para ello requirieron de la importación de mano de obra barata primero de Italia, luego de China y finalmente de Jamaica. De los tres grupos de trabajadores importados, solo los negros jamaiquinos sobrevivieron tenazmente a las condiciones infrahumanas que prevalecían en el trópico húmedo, aunado a las relaciones de semi-esclavitud impuestas por la empresa constructora. Así fue como arribaron mis antepasados en el pequeño país centroamericano.

Hace más de medio siglo llegué a este mundo en un ambiente de pobreza económica pero rico en fe religiosa. En ese tiempo era imposible que la gente entendiera con claridad las causas de muchas enfermedades, por lo que se atribuyó al todopoderoso el hecho de mi sobrevivencia a la mortal pulmonía que de infante sufría. Mi madre cuenta que recorrió todas las sectas y cultos de la fe cristiana existentes en el pueblo de aquel entonces para que el Señor me dejara con vida. Cualquiera puede entender ahora cuan propensa estaba la gente a contraer dicha enfermedad en las condiciones ecológicamente inhóspitas del exuberante trópico húmedo para sus habitantes. Naturalmente que para mi madre, una devota de la fe anglicana, fue su Dios el que me salvó y por lo mismo no debería sacarlo de mi vida. En medio de todas estas mentiras de la religión cristiana fui creciendo y a la vez moldeando mi mente hacia la obediencia a tales creencias como ciertas. Frecuentaba tanto el anglicanismo (ahora episcopal) como el catolicismo, toda vez que mi segunda madre de crianza, de quien guardo bellos recuerdos, era devota católica. No obstante esa religiosidad, recibía una educación del hogar moralmente orientada a la bondad y de buenos modales para el trato con las personas por sobre todas las cosas. Ya en la primaria, existía una constante actividad de la iglesia católica inmiscuyéndose en los asuntos de la vida civil, por lo que el rezo y el proselitismo religioso estaban siempre presentes, al grado que se trajeron monjas anticomunistas de Cuba a dar clases tanto en la escuela primaria como en la secundaria del pueblo para completar el cuadro de adoctrinamiento. Ya en la secundaria, me tocó convivir muy de cerca tanto con las monjitas cubanas (por cierto de rasgos marcadamente negroides) como con el poderoso, bien preparado y temible director-fundador de la institución llamada Instituto Agropecuario de Siquirres (En Costa Rica no hay separación entre iglesia y estado). Era un hombre culto, multifacético, de considerable rigor disciplinario, sacerdote católico del pueblo, político, demócrata, férreo anticomunista y descendiente de inmigrantes jamaiquinos pero con un impresionante dominio del latín y de todos los idiomas derivados de éste. Su porte esbelto y alto, lo mismo que su aguda voz intimidaba a sus interlocutores, que en ni caso obligaban a la obediencia y sumisión. En esas condiciones, buena parte de mi juventud se desarrolló rodeado y sumergido en esa fe, hasta el punto de convertirme en estudiante modelo a la vista de las monjas y del sacerdote, a su vez que él se había convertido para mí en la personalidad modelo a seguir. Yo admiraba su tenacidad en la lucha por el desarrollo económico, social y cultural del pueblo y de la región, que tradicionalmente era marginado por el resto de aquel pequeño país centroamericano. En aquel tiempo no entendía las causas racistas que yacían debajo de ese desinterés nacional. El discurso oficial era que la ecología de la región la hacia poco saludable para su total integración a la sociedad, omitiendo decir que buena parte de la población era negra. Bajo la tutela del cura aprendí el arte de la política y el de la democracia distorsionada, puesto que su ejercicio era cosa de todos los días en todas las escuelas y colegios secundarios. Pero lo curioso fue que todo ese dinamismo y entusiasmo político estaba cuidadosamente dirigido y manipulado exclusivamente por y para beneficio de una élite de privilegio vinculada a la iglesia y que ha gobernado el país desde su fundación como nación independiente en 1821. En ese proceso, se conocía poco del mundo exterior y mucho menos de los esfuerzos de liberación de los pueblos de otras regiones del planeta o las causas y consecuencias de la primera y segunda guerra mundiales. Era como si la historia la habían cercenado a conveniencia, y eso me consta porque fui muy amante de la materia llamada estudios sociales.

Durante mis años de juventud, tuve la oportunidad de recorrer prácticamente todo ese país y gradualmente fui entendiendo los contrastes socio-económicos que la caracterizaban, así como el comportamiento de doble moral de los sectores de privilegio que la gobernaban. Pero además, empezaba a aflorar en mi mente un conflicto de identidad cultural puesto que mi condición de negro con la aún marcada influencia anglo-caribeña, nacido y viviendo en una cultura de criollos y mestizos, generaba fuertes choques de valores. No obstante, se estaba imponiendo la cultura latinoamericana cuyo principal exponente de la época era precisamente la sociedad mexicana. Como una de esas casualidades de la vida, pude ingresar a estudiar una carrera técnica de corta duración en la Escuela Técnica Agrícola de San Carlos. Durante esos dos años mi formación fue excesivamente técnica, pero al mismo tiempo de fuerte adoctrinamiento en catolicismo, puesto que la junta administrativa de la institución estaba formada por el clero de esa región norteña costarricense. La iglesia estaba localizada en el centro de las instalaciones y toda actividad de ese claustro giraba en torno a ella.

Abrazado por el cristianismo, vi en el gran país de México la oportunidad de identificación cultural que en la época no encontraba en Costa Rica y así, después de mucho esfuerzo y apoyo del conocido, multicitado e influyente sacerdote del pueblo de Siquirres (el Reverendo Roberto Evans Saunders), pude ir a estudiar a México. Aquel era un viaje sin retorno porque no solo significó una acogida fraterna en la sociedad mexicana sino que además representó un giro de 180 grados en mi vida y mi concepción del mundo. Durante los años setentas, México era un país con grandes contrastes, pero la solidaridad con los hermanos latinoamericanos y la humildad y hospitalidad de la mayor parte de la ciudadanía para con las personas forasteras de color constituía un atractivo inusual que deslumbraba a muchos extraños como yo. Estando interesado en las ciencias agropecuarias, había emprendido esfuerzos por ingresar a la entonces Escuela Nacional de Agricultura Chapingo, institución que fue creada y dirigida por el gobierno federal desde 1856. Su prestigio traspasaba las fronteras y yo estaba decidido a ingresar en ducha casa de estudios, cosa que se concretó en 1976, después de un acontecimiento violento que sucedió poco antes en el seno de la institución y que dio origen a la aprobación de una ley que convertía la escuela en Universidad Autónoma Chapingo. Mi formación de demócrata -con sus distorsiones- me permitió insertarme rápidamente en la vida política estudiantil de entonces pero siempre con la ilusa mentalidad pro-privilegios sociales y de fe cristiana, hasta el punto de asistir a misa católica los domingos para fortalecer mi credulidad. Esta actitud tuvo eco en las filas del sector estudiantil más conservador, al punto de que me invitaron a convivir con ellos durante el primer año de estudios.

En el primer semestre tuve un altercado ideológico con mi maestro de economía política, motivado por mi negativa a estudiar la materia, bajo el argumento de que atentaba contra mis principios cristianos, a lo que el maestro hábilmente me respondió que esos principios cristianos le interesaban un bledo y que mi obligación era cursar y aprobar la materia, si es que quería seguir estudiando en la universidad. Ante eso no me quedó más remedio que ponerme a estudiar los temas, hacer mis tareas y leer los libros de texto…. En ese proceso, descubrí la inmensa ignorancia en la que vivía. Por fin estaba entendiendo las causas de mi pobreza, la de mi raza, la de los nativos de América y la de la mayoría de la humanidad. Aprendí a ver la vida, ya no desde la óptica del privilegio y su sesgado sistema educativo, sino desde la perspectiva de la pobreza, la opresión y la injusticia. Al término del primer año los estudiantes conservadores se distanciaron, con lo que el camino quedó despejado para hacerme de mis buenos amigos cuya visión del mundo era similar a la mía. Así, en el siguiente año pude ser electo como miembro del comité encargado de redactar el nuevo estatuto que le daría cuerpo a la naciente universidad liberal y con ello neutralizar la fuerza conservadora que pretendía llevar a la institución por causes que solo continuarían beneficiando a la ya tradicional élite privilegiada del país. Con los años se fue acrecentando mi ideología humanista, que en compañía de mis mejores amigos sirvió para impulsar un movimiento estudiantil que rescataría esa organización para beneficio de la mayoría de los estudiantes de escasos recursos a quienes la nueva universidad les estaba abriendo las puertas…. Con todo y el cambio ideológico experimentado, todavía quedaban vestigios de mi fe religiosa que se resistían a abandonarme. Era como un tumor maligno en batalla abierta contra los medicamentos que pretenden extirparlo. Esos vestigios se fueron desvaneciendo durante los años subsiguientes, hasta el grado de oponerme a un matrimonio religioso con mi esposa y la ulterior negativa a bautizar a mis hijos. Pero también surgió en mí un cariño especial por el alma mater que me abrió los ojos para ver la vida y el mundo desde otro ángulo. Ahí aprendí entre muchas cosas, las diferentes ramas de la ciencia como: La sociología, La antropología, La genética, la teoría darwiniana, la astronomía, la biología, la química, la física, las matemáticas, la economía, la historia etc. Pero lo más relevante fue que ahí desarrolle mi humanismo y mi aprecio por los seres humanos especialmente de extracción humilde. Ahí también surgió y se consolidó mi identidad latinoamericana.

Cuatro años después de egresar de la universidad, busque la oportunidad de estudiar un postgrado en ciencia de los alimentos en la entonces República Democrática Alemana (RDA). Durante esos seis maravillosos años se consolidó mi ateismo por la vía del materialismo dialéctico de Carlos Marx, y con el vivo ejemplo del régimen que se desenvolvía totalmente al margen de la fe cristiana y en donde las iglesias podían practicar sus cultos libremente pero no a expensas de, ni en contubernio con el aparato del estado. Ese fue un período de los más felices de mi vida al lado de mis hijos y mi esposa. Ahí no padecíamos del estrés y de las presiones sociales y económicas de ningún tipo y lo que fue todavía mejor, no existía temor alguno a un acto de discriminación racial abierta o a una agresión a nuestra integridad física por parte de nadie. La paz social que prevalecía nos permitía llevar una vida tranquila, de verdadera integración o de inclusión social. En esas condiciones, hasta mi esposa se estaba convirtiendo al ateismo y de no ser por la caída del muro y nuestro regreso a México, tanto ella como mis tres hijos posiblemente seguirían siendo ateos hasta la fecha.

Hemos vivido en países como EUA, Canadá, Costa Rica y por su puesto en nuestro México, pero en ningún caso hemos podido ser tan felices como lo fuimos en la RDA. Allá, nuestros hijos recibían buena atención médica, excelente servicio de guardería infantil, una educación laica extraordinaria, una adecuada dedicación al deporte y al desarrollo de sus habilidades, mientras que nosotros los adultos gozábamos de tiempo para consumir arte, música y cultura de calidad y a precios muy accesibles, además de tiempo para socializar. Fue precisamente esa paz y ese bienestar lo que me hizo sentirme en la más completa libertad, cosa que jamás antes había experimentado como adulto. El occidental que no llegó a conocer de fondo y analizar concienzudamente la esencia humanista de esta sociedad pecaba de parcialidad o de miopía cuando afirmaba que en su visita a la RDA le daba la impresión de que la gente vivía entristecida, que todo se veía gris y que para las compras había que hacer fila, etc. Cualquiera que conoce la idiosincrasia de las sociedades de la Europa central, sabrá que en su mayoría son pueblos retraídos, de poca extroversión, pero sobre todo, muy disciplinados hasta para hacer sus compras. Pobre del mundo occidental y sus irracionales críticas a las extintas sociedades socialistas, pues a pesar de sus evidentes tropiezos, desde el punto de vista humanitario superaban con creces a cualquiera de las del capitalismo rapiño. Una de las tesis capitalistas es la de que: Solo en la libertad y en la democracia se puede lograr la felicidad. Mi experiencia me dice todo lo contrario, pues nadie puede ser feliz en condiciones de miseria, opresión, desesperanza, oportunismo democrático, agobio, estrés y sedado por la religión, todos propios de ese injusto sistema de privilegios y de fe. Que me demuestren entonces cómo se pueden corregir las injusticias sociales sin la intervención de un estado al que ellos llaman totalitario. ¿Por qué no se preguntan cómo sería la RDA sin la deliberada conspiración occidental en su destrucción? La injusticia social no se combate solo por la vía de lo legal, sino requiere de un nuevo orden político y paz para que ese combate sea eficaz. Un ejemplo de ello es que la población más empobrecida de los EUA es la de los negros (por cierto, sumamente religiosos), a pesar de que la esclavitud fue abolida hace más de cien años. Sin embargo, no hay voluntad política ni consenso para corregir esta crasa injusticia. Algo similar está sucediendo con la población inmigrante de los últimos diez años.

Habiendo nacido en una democracia tergiversada como la de Costa Rica, puedo decir con orgullo que conozco sus falsedades y su despilfarro de recursos para satisfacer los intereses del privilegio, más nada de eso le es útil a un pueblo lleno de necesidades materiales. La relativa libertad por su parte, tampoco es garantía para la implantación de justicia social. Al contrario, es precisamente la falsa libertad que pregona el privilegio el que acentúa esa injusticia. Eso explica el por qué esa pequeña nación centroamericana no ha podido superar significativamente su nivel de pobreza en muchas décadas….. Pero tampoco puedo dejar de mencionar que a pesar de todo, sigue siendo un raro ejemplo de paz social en ausencia de un ejército, que hubiera sangrado más su débil economía.
Después de vivir en la RDA, el regreso a México significó el retorno a un pasado de incertidumbre, de desesperanza social y económica, sobre todo a un pasado de absurda fe religiosa, que en nada ha contribuido a nuestro bienestar y felicidad. Nuestra vida en familia ha sido de constantes altibajos, de más fracasos que de éxitos, de más tensiones que de concordia y paz, todo gracias, entre muchas cosas, al autoengaño de la fe cristiana, donde la desesperanza encuentra refugio en ese gran engaño a la humanidad llamado religión. Muchas familias devotas como mi esposa e hijos asisten religiosamente a misa los domingos sin que ello ayude en nada a resolver sus problemas, preocupaciones y necesidades. La gente sale de la misa y un instante después hace lo mismo que venía haciendo. Esto es, conserva sus mismos defectos y virtudes que tenía antes de entrar a la misa, por lo que cabe la pregunta: ¿Para qué tanto esfuerzo en auto engañarse si el resultado es el mismo? Nadie cambia su carácter malévolo o bondadoso por el solo hecho de ir a misa. Solo su propia voluntad de cambio es lo que produce la diferencia.

En México estamos constantemente perdiendo el tiempo entre tantos rezos, ritos y rufianes de la fe que nos desgastamos toda una vida esperando que la tal Virgen de Guadalupe nos haga el favor de sacarnos de nuestra ignorancia, perturbación, pobreza y postración. Nos aferramos a una fe importada e impuesta que irónicamente denominamos nuestra cultura, sin darnos cuenta que el futuro se nos escapa de las manos. Mientras tanto, otros pueblos que conquistaron su independencia mucho después que nosotros, nos están dejando relegados. Nuestra fe nos ha cegado tanto que no logramos entender la gravedad de nuestro atroz estancamiento y dependencia. El día que logremos arrancarnos esa venda religiosa de los ojos y el blindaje anti-humanista de la mente, será entonces cuando podremos mirar con optimismo hacia un futuro de paz, prosperidad y felicidad. En medio del desorden político-administrativo en que nos encontramos es prácticamente imposible que la población en su conjunto pueda arribar a la felicidad.

A pesar de todas las dificultades cotidianas, el estrés, las preocupaciones, la lucha diaria por la sobrevivencia en este medio capitalista rapaz, me siento mucho mejor, soy muchísimo más feliz como persona, siendo un no creyente, un ateo, un humanista, un materialista y tengo plena conciencia de que nadie imaginario puede intervenir en mi vida y que todo lo que deseo lograr depende exclusivamente de las condiciones de mi entorno socio-ecológico y de mi empeño. No vivo mortificado y temeroso de las supuestas amenazas divinas. Procuro sonreírle a la vida lo más que puedo y trato de imprimir buena dosis de bondad a todos mis actos. Gracias doy a la vida y a la bondad de los seres humanos que me rodean por ello. No así a quien no conozco, ni a quien muchos imaginan que existe.
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LQSomos. Walter Chisholm. Julio de 2008
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LQSomos/15/07/2008

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