Cuando “socialista” es el peor insulto
Barack Obama
Foto: AFP
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Los costos para su plan de salud universal. Fue una promesa de campaña y la quiere cumplir. Pero que todos los norteamericanos tengan su seguro médico le cuesta al presidente más de lo pensado. No sólo los republicanos se oponen a una reforma que costará un billón de dólares en los próximos diez años.
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Por Alfredo Grieco y Bavio
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El mismo día en que Barack Obama rodeado de astronautas celebraba en la Casa Blanca los 40 años del primer alunizaje, los hombres en órbita de la estación espacial ISS se enfrentaban al problema banal de que en el espacio no podían usar el baño, que estaba descompuesto. Si a la aventura espacial le falta hoy toda elevación épica, según insisten muchos críticos de la NASA, otro tanto parecía ocurrir en el debate político entre gobierno y oposición norteamericanos. El primer presidente negro en la Casa Blanca fue agredido por el primer presidente negro del derechista Partido Republicano con una calculada injuria que en Estados Unidos sigue rindiendo frutos políticos: “Socialista”. La bien elegida oportunidad del ataque de Michael Steele es la votación en el Senado de la ley que está en el centro del programa de la administración demócrata: el plan de salud universal. Que cambiará para siempre las condiciones sanitarias nacionales, pero que también costará un billón de dólares durante los próximos diez años.
En el país del mayor desarrollo médico y tecnológico, la mortalidad infantil sigue siendo mayor que el promedio de las naciones europeas. En la Argentina, “Ni un pibe menos” puede ser lema y bandera de movimientos sociales; en Estados Unidos, un principio similar ha hecho bajar, paradójicamente, la popularidad presidencial. Por primera vez desde su jura ante el Capitolio el 20 de enero, sólo el 49% de los estadounidenses ve con buenos ojos la prevista reforma del sistema sanitario del mandatario. Estos números arrojó un sondeo publicado por el Washington Post. Y el diario del caso Watergate resulta insospechable de alentar simpatías republicanas.
El estudio, en el que colaboró también la cadena de televisión ABC, señala que el apoyo a Obama cayó ocho puntos en julio; en abril, era el 57% de la población el que apoyaba no sin entusiasmo los grandes planes sociales del presidente. Más significativo aún que esta caída es el aumento de las voces decididamente discordantes con la reforma sanitaria: crecieron de un 29 a un 44 por ciento. La modernización del sector de salud –o aquello que los demócratas llaman así, mientras que sus adversarios califican como salto retrógrado al estatismo y hasta al socialismo– fue considerada como uno de los principales proyectos en política interna del gobierno de Obama. El Partido Republicano, después de la victoria arrolladora de los demócratas en las elecciones presidenciales de noviembre, se apuró a dar un paso acaso más gigantesco que el que había dado el país, al elegir para su liderazgo a un afroamericano por primera vez en su historia. Michael Steele fue el hombre elegido para embestir contra Barack Obama.
En la actualidad, el presidente debe enfrentar problemas “con el programa coyuntural y en asuntos del déficit”, según el análisis de la encuesta ofrecido por ABC. El mismo sondeo constata que más de las tres cuartas partes de los norteamericanos está inquieta por la evolución de la economía durante los próximos años. En asuntos financieros, casi cada segundo encuestado se opone a un mayor incremento del déficit público, mientras sólo el 43% apoya la política de la Casa Blanca. Por cierto, el plan universal de salud significaría un aumento del déficit federal.
De este temor ante la perspectiva de una socialización de la medicina no ha de inferirse, sin embargo, la desaprobación personal de Obama: 7 de cada 10 estadounidenses lo siguen considerando un gran líder político. Un 60% considera que el presidente demócrata está cumpliendo con sus promesas electorales. Obama registra también una popularidad nítidamente mayor que aquella a la que pueden aspirar sus rivales políticos republicanos.
El escepticismo nacional, que contrasta con una presidencia que hizo de la esperanza su marca registrada, se centra por sobre todas las cosas en el plan universal de salud. Ha llegado a afectar, incluso, al gobernante Partido Demócrata. Varios senadores y diputados de la agrupación política del presidente se han mostrado preocupados por los inmensos costos previstos por la reforma, estimados en un billón de dólares en los próximos diez años.
Infructuosamente, Obama pidió al Congreso que apruebe con celeridad el proyecto. El presidente esperaba que las comisiones parlamentarias hubieran debatido todas las propuestas de ley antes del comienzo del receso de verano (del hemisferio norte) en el Congreso, a comienzos de agosto. Con más realismo, ahora ha dicho que se conforma con que antes de fin de año los lineamientos generales de la ley hayan sido discutidos y aprobados. Con ojos iberoamericanos, resulta difícil entender el razonamiento de la ciudadanía: en la Argentina, perdería popularidad un gobernante que buscara arancelar los hospitales, no uno que procurara asistencia médica gratuita para todos los que la necesiten.
El objetivo de la reforma de Obama, básico y simple, es que todos los ciudadanos norteamericanos cuenten con un seguro médico. Actualmente, 46 millones de los 300 millones de habitantes de Estados Unidos no están asegurados. También pretende reducir los exorbitantes costos del sistema de salud: el de Estados Unidos está considerado uno de los más caros del mundo.
Por Alfredo Grieco y Bavio
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El mismo día en que Barack Obama rodeado de astronautas celebraba en la Casa Blanca los 40 años del primer alunizaje, los hombres en órbita de la estación espacial ISS se enfrentaban al problema banal de que en el espacio no podían usar el baño, que estaba descompuesto. Si a la aventura espacial le falta hoy toda elevación épica, según insisten muchos críticos de la NASA, otro tanto parecía ocurrir en el debate político entre gobierno y oposición norteamericanos. El primer presidente negro en la Casa Blanca fue agredido por el primer presidente negro del derechista Partido Republicano con una calculada injuria que en Estados Unidos sigue rindiendo frutos políticos: “Socialista”. La bien elegida oportunidad del ataque de Michael Steele es la votación en el Senado de la ley que está en el centro del programa de la administración demócrata: el plan de salud universal. Que cambiará para siempre las condiciones sanitarias nacionales, pero que también costará un billón de dólares durante los próximos diez años.
En el país del mayor desarrollo médico y tecnológico, la mortalidad infantil sigue siendo mayor que el promedio de las naciones europeas. En la Argentina, “Ni un pibe menos” puede ser lema y bandera de movimientos sociales; en Estados Unidos, un principio similar ha hecho bajar, paradójicamente, la popularidad presidencial. Por primera vez desde su jura ante el Capitolio el 20 de enero, sólo el 49% de los estadounidenses ve con buenos ojos la prevista reforma del sistema sanitario del mandatario. Estos números arrojó un sondeo publicado por el Washington Post. Y el diario del caso Watergate resulta insospechable de alentar simpatías republicanas.
El estudio, en el que colaboró también la cadena de televisión ABC, señala que el apoyo a Obama cayó ocho puntos en julio; en abril, era el 57% de la población el que apoyaba no sin entusiasmo los grandes planes sociales del presidente. Más significativo aún que esta caída es el aumento de las voces decididamente discordantes con la reforma sanitaria: crecieron de un 29 a un 44 por ciento. La modernización del sector de salud –o aquello que los demócratas llaman así, mientras que sus adversarios califican como salto retrógrado al estatismo y hasta al socialismo– fue considerada como uno de los principales proyectos en política interna del gobierno de Obama. El Partido Republicano, después de la victoria arrolladora de los demócratas en las elecciones presidenciales de noviembre, se apuró a dar un paso acaso más gigantesco que el que había dado el país, al elegir para su liderazgo a un afroamericano por primera vez en su historia. Michael Steele fue el hombre elegido para embestir contra Barack Obama.
En la actualidad, el presidente debe enfrentar problemas “con el programa coyuntural y en asuntos del déficit”, según el análisis de la encuesta ofrecido por ABC. El mismo sondeo constata que más de las tres cuartas partes de los norteamericanos está inquieta por la evolución de la economía durante los próximos años. En asuntos financieros, casi cada segundo encuestado se opone a un mayor incremento del déficit público, mientras sólo el 43% apoya la política de la Casa Blanca. Por cierto, el plan universal de salud significaría un aumento del déficit federal.
De este temor ante la perspectiva de una socialización de la medicina no ha de inferirse, sin embargo, la desaprobación personal de Obama: 7 de cada 10 estadounidenses lo siguen considerando un gran líder político. Un 60% considera que el presidente demócrata está cumpliendo con sus promesas electorales. Obama registra también una popularidad nítidamente mayor que aquella a la que pueden aspirar sus rivales políticos republicanos.
El escepticismo nacional, que contrasta con una presidencia que hizo de la esperanza su marca registrada, se centra por sobre todas las cosas en el plan universal de salud. Ha llegado a afectar, incluso, al gobernante Partido Demócrata. Varios senadores y diputados de la agrupación política del presidente se han mostrado preocupados por los inmensos costos previstos por la reforma, estimados en un billón de dólares en los próximos diez años.
Infructuosamente, Obama pidió al Congreso que apruebe con celeridad el proyecto. El presidente esperaba que las comisiones parlamentarias hubieran debatido todas las propuestas de ley antes del comienzo del receso de verano (del hemisferio norte) en el Congreso, a comienzos de agosto. Con más realismo, ahora ha dicho que se conforma con que antes de fin de año los lineamientos generales de la ley hayan sido discutidos y aprobados. Con ojos iberoamericanos, resulta difícil entender el razonamiento de la ciudadanía: en la Argentina, perdería popularidad un gobernante que buscara arancelar los hospitales, no uno que procurara asistencia médica gratuita para todos los que la necesiten.
El objetivo de la reforma de Obama, básico y simple, es que todos los ciudadanos norteamericanos cuenten con un seguro médico. Actualmente, 46 millones de los 300 millones de habitantes de Estados Unidos no están asegurados. También pretende reducir los exorbitantes costos del sistema de salud: el de Estados Unidos está considerado uno de los más caros del mundo.
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El Argentino - Argentina/27/07/2009
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