BOLIVIA - EE.UU: Descertificación y amenazas
Las tendencias dictatoriales no van a  cambiar porque Barack Obama haya sustituido a George W. Bush y anunciado un  nuevo trato en sus relaciones con nuestra América. Una vez más, arrogándose  atribuciones que nadie le otorgó, el gobierno de Washington “descertifica” a  Bolivia en la política contra el narcotráfico; es decir, no le otorga su visto  bueno, aduciendo la expulsión de la Drug Enforcement Administration (DEA).  
 Agregando más leña al fuego, un señor  anunció, por un canal de televisión local, que su organización había establecido  que los cultivos de coca en Bolivia se estimaban en 54 mil hectáreas. Dijo algo  más: para el consumo tradicional, y entrecomilló esta palabra, se requería 7 mil  hectáreas de cultivo. Ni el nombre y cargo que ocupa esta persona ni el nombre  de la institución que representa, aparecieron en ningún momento en la entrevista  televisada. 
 Pero el tema es la certificación o el  retiro de ésta. El más grande consumidor de drogas (cocaína, opio, morfina,  ‘crack’, anfetaminas y un largo etcétera) se da el rango de fiscal y envía  agentes de la DEA a otros países, mientras las mafias que operan en Estados  Unidos hacen negocios multimillonarios con las drogas. Es más: ese organismo,  hace más de 20 años y en un escándalo que se ventiló en tribunales  norteamericanos, fue acusado de controlar la elaboración de cocaína en la más  grande fábrica que había entonces en Bolivia, venderla en Estados Unidos y  entregar las ganancias al Cnel. Oliver North, jefe de seguridad de la Casa  Blanca para la compra de armas que la CIA entregaba a la llamada ‘contra’ de  Nicaragua y los grupos subversivos iraníes. El caso “Irán-contras” fue  absolutamente documentado, pero los acusados quedaron en libertad y North  aclamado como héroe por haber hecho ese trabajo sucio. Claro que igual reacción  motivó la oficial del ejército norteamericano que administró la prisión Abu  Ghraib, en Irak, donde se cometieron abusos humillantes y torturas impactantes  contra los presos iraquíes.
 Ese es el gobierno que da o quita  certificados. Por supuesto, “certificó” al gobierno de Colombia, primer  productor de coca destinada al narcotráfico, el cual recibe la mayor ayuda de  Washington para éste y otros rubros, pues permite que se rocíe desfoliadores en  amplias regiones con efectos nocivos que rebasan sus fronteras y firma acuerdos  secretos para la instalación de bases militares estadounidenses en su  territorio, amenazando a la democracia en la región.
 La presencia de la DEA en Bolivia, a  partir de la ley 1008 aprobada en mayo de 1988, de control del cultivo de coca,  permitió la presencia en nuestro país de un número indeterminado de agentes de  ese organismo que gozaban de privilegios diplomáticos y actuaban directamente en  la erradicación de los cultivos. Su base en Chimoré, al centro del Chapare, no  podía ser fiscalizada por ninguna autoridad boliviana y, al revés, mantenía un  control directo sobre la Fuerza Especial de Lucha contra el Narcotráfico  (FELCN), que actuaba según sus instrucciones. Esta fuerza estaba entrenada para  erradicar los cultivos y sólo de modo secundario en la detección del  narcotráfico. La prueba de la distorsión de la labor de la DEA en Bolivia es su  actividad en la fábrica de drogas en Huanchaca, donde los narcotraficantes  asesinaron al científico Noel Kempff Mercado y sus acompañantes; de allí la  droga para la operación “Irán-contras”. Pero es también el hecho de que, desde  la expulsión de ese organismo, se ha descubierto una cantidad mayor de fábricas  de droga y se ha confiscado cantidades muy superiores a las que registraba la  DEA.
 Decir que, el gobierno de Washington  está interesado en restablecer relaciones plenas con Bolivia, es contradictorio  con las restricciones que se trata de imponer a nuestro país. El tema de las  drogas no puede determinar el carácter de esa relación. Pero, aun suponiendo que  así fuese, se hace necesaria una revisión de los términos en que está planteada.  Habrá que revisar y modificar la Ley 1008, debe estudiarse un acuerdo distinto  al que se firmó en Bogotá durante el gobierno de Jaime Paz y, sobre todo,  establecer programas de lucha contra el narcotráfico en condiciones de respeto  mutuo. Esto comienza por reconocer que las relaciones deben ser respetuosas de  las políticas que se desarrollen en ambos países, de coordinación en los temas  sociales y de equilibrio en la cuestión económica. De otra manera, las  relaciones diplomáticas seguirán complicándose.
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 *Antonio Peredo Leigue es  periodista, senador del Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia.
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ALAI/19/09/2009
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