Venezuela
11/06/2007
La oligarquía venezolana teme que esté perdiendo el derecho a dirigir el paísLa lucha no es sólo por la televisión, es por la raza y la clase
Richard Gott
The Guardian
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Después de 10 días de protestas rivales en las calles de Caracas, han resucitado los recuerdos de anteriores intentos de derrocar la revolución bolivariana de Hugo Chávez, que actualmente está en su noveno año. Manifestaciones callejeras, que culminaron en un intento de golpe en 2002 y un prolongado cierre patronal en la industria petrolera nacional, pareció ser el último recurso de una oposición incapaz de salir adelante en las urnas. Sin embargo, los disturbios actuales son un débil eco de esos tumultuosos acontecimientos, y la lucha política tiene lugar en un marco más reducido. La batalla actual es por los corazones y las mentes de una generación más joven, confundida por las conmociones de un proceso revolucionario innovador.
Estudiantes universitarios de sectores privilegiados han sido lanzados contra jóvenes recientemente emancipados de los barrios pobres, beneficiarios del aumento de los ingresos del petróleo invertidos en proyectos de educación para los pobres. Estos grupos separados nunca se han encontrado, pero ambos lados ocupan su terreno familiar dentro de la ciudad, uno en las frondosas plazas del este de Caracas, el otro en las estrechas y pululantes calles del oeste. Esta batalla simbólica se hará cada vez más común en Latinoamérica en los años por venir: ricos contra pobres, blancos contra morenos y negros, colonos inmigrantes contra pueblos indígenas, minorías privilegiadas contra la gran masa de la población. La historia podrá haber llegado a su fin en otras partes del mundo, pero en este continente los procesos históricos se convierten en un verdadero aluvión.
La discusión aparente es por los medios, y por la decisión del gobierno de no renovar la licencia de una destacada estación, Radio Caracas Televisión (RCTV), y de entregar sus frecuencias a un canal estatal recién establecido. ¿Cuáles son los derechos de canales comerciales de televisión? ¿Cuáles son las responsabilidades de los que son financiados por el Estado? ¿Dónde debería encontrarse el equilibrio entre ellos? Son temas académicos en Europa y EE.UU., pero el debate en Latinoamérica es sonoro y apasionado. Aquí hay poca tradición de televisión de servicio público, y las estaciones comerciales a menudo recibieron sus licencias durante los días de gobierno militar.
El debate en Venezuela tiene menos que ver con la supuesta ausencia de libertad de expresión que con el problema eternamente difícil al que se refieren localmente como “exclusión,” una manera conveniente para referirse a “raza” y “racismo.” RCTV no sólo era una organización políticamente reaccionaria que apoyó el intento de golpe de 2002 contra un gobierno democrática elegido – también era un canal supremacista blanco. Su personal y sus presentadores, en un país que en su mayoría desciende de negros e indígenas, eran uniformemente blancos, así como los protagonistas de sus telenovelas y de sus anuncios. Era una televisión “colonial”, que reflejaba los deseos y ambiciones de un poder extranjero.
En la fiesta final de cierre de RCTV el mes pasado, lo que más se veía en la pantalla eran rubias pulcras de cabellos largos. Tales imágenes constituyen excelente televisión para varones europeos y norteamericanos, y esas lánguidas rubias son ciertamente personajes familiares de los concursos de Miss Mundo y de Miss Universo en los que las hijas de inmigrantes recientes de Europa son invariablemente las principales participantes por Venezuela. Sin embargo su omnipresencia en la pantalla impidió que el canal fuera un espejo de la sociedad que trataba de servir o entretener. Cuando ves una estación comercial venezolana (y varias siguen existiendo) te llegas a imaginar que te han transportado a EE.UU. Todo se basa en una sociedad moderna, urbana e industrializada, remota de las experiencias de la mayoría de los venezolanos. Sus programas, argumenta Aristóbulo Istúriz, hasta hace poco ministro de educación de Chávez (y afro-venezolano), alientan el racismo, la discriminación y la exclusión.
Los nuevos canales financiados por el Estado (y hay varios, más innumerables estaciones comunitarias de radio) hacen algo completamente diferente, y poco usual en el mundo competitivo de la televisión comercial. Sus programas tienen lugar en Venezuela, y muestran un corte transversal de la población que se ve en los autobuses que circulan a través del país o en el metro de Caracas. Como en todos los países del mundo, no todos en Venezuela son bellezas naturales. Muchos son viejos, feos y gordos. Hoy tienen una voz y una cara en los canales de televisión del Estado. Muchos son sordos u oyen mal. Ahora tienen interpretación por lenguaje por señas en todos los programas. Muchos son campesinos que se expresan con dificultad. También reciben su momento en la pantalla. Su lucha inmediata y peligrosa por la tierra no es sólo observada por un documentalista de la ciudad. Se les enseña a hacer las películas ellos mismos.
Blanca Eekhout, jefa de Vive TV, el canal cultural del gobierno, lanzado hace dos años, acuñó la consigna “No mires televisión, hazla.” Se han organizado clases de producción de cine en todo el país. Lil Rodríguez, periodista afro-venezolana y jefa de TVES, el canal que reemplaza a RCTV, afirma que el canal se convertirá “en un espacio útil para rescatar aquellos valores que otros modelos de televisión siempre ignoran, especialmente nuestro patrimonio africano.” Con el pasar del tiempo, los excluidos hallarán una voz dentro de la tendencia dominante.
Poco de esto se discute en el diálogo de sordos que tiene lugar en las calles de Caracas. Para los estudiantes universitarios que protestan, la discusión sobre los medios no es más que un garrote más con el cual golpean contra el popularísimo Chávez. Pero mientras se lamentan por la pérdida de sus telenovelas favoritas, ya saben que su pérdida puede terminar por ser más sustancial. Como hijos de la oligarquía, pueden haber esperado que un día dirigieran el país. Ahora aparecen caras frescas de los barrios pobres que los desafían, una nueva clase que se educa rápidamente y que tiene la intención de arrebatarles su primogenitura.
Hace sólo algunas semanas, Chávez esbozó sus planes para la reforma universitaria, alentando un acceso más amplio y el desarrollo de un plan de estudios diferente. Nuevas universidades e institutos en todo el país diluirán el prestigio de los establecimientos más antiguos, que siguen siendo el dominio de los acaudalados, y la batalla por los medios pronto se sumergirá en una lucha más amplia por la reforma educacional. Chávez no se preocupa de las quejas y simplemente sigue adelante, con las características de un predicador evangélico: insta a la gente a llevar vidas morales, a vivir de manera simple y a resistir el cebo del consumismo. Se ha lanzado en un desafío del orden establecido que ha regido desde hace tiempo en Venezuela y en todo el resto de Latinoamérica, esperando que el mensaje de su revolución cultural pronto encuentre ecos en todo el continente.
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· Richard Gott es autor de “Hugo Chávez and the Bolivarian Revolution”
rwgott@aol.com
http://www.guardian.co.uk/comment/story/0,,2097076,00.html#article_continue
La oligarquía venezolana teme que esté perdiendo el derecho a dirigir el paísLa lucha no es sólo por la televisión, es por la raza y la clase
Richard Gott
The Guardian
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Después de 10 días de protestas rivales en las calles de Caracas, han resucitado los recuerdos de anteriores intentos de derrocar la revolución bolivariana de Hugo Chávez, que actualmente está en su noveno año. Manifestaciones callejeras, que culminaron en un intento de golpe en 2002 y un prolongado cierre patronal en la industria petrolera nacional, pareció ser el último recurso de una oposición incapaz de salir adelante en las urnas. Sin embargo, los disturbios actuales son un débil eco de esos tumultuosos acontecimientos, y la lucha política tiene lugar en un marco más reducido. La batalla actual es por los corazones y las mentes de una generación más joven, confundida por las conmociones de un proceso revolucionario innovador.
Estudiantes universitarios de sectores privilegiados han sido lanzados contra jóvenes recientemente emancipados de los barrios pobres, beneficiarios del aumento de los ingresos del petróleo invertidos en proyectos de educación para los pobres. Estos grupos separados nunca se han encontrado, pero ambos lados ocupan su terreno familiar dentro de la ciudad, uno en las frondosas plazas del este de Caracas, el otro en las estrechas y pululantes calles del oeste. Esta batalla simbólica se hará cada vez más común en Latinoamérica en los años por venir: ricos contra pobres, blancos contra morenos y negros, colonos inmigrantes contra pueblos indígenas, minorías privilegiadas contra la gran masa de la población. La historia podrá haber llegado a su fin en otras partes del mundo, pero en este continente los procesos históricos se convierten en un verdadero aluvión.
La discusión aparente es por los medios, y por la decisión del gobierno de no renovar la licencia de una destacada estación, Radio Caracas Televisión (RCTV), y de entregar sus frecuencias a un canal estatal recién establecido. ¿Cuáles son los derechos de canales comerciales de televisión? ¿Cuáles son las responsabilidades de los que son financiados por el Estado? ¿Dónde debería encontrarse el equilibrio entre ellos? Son temas académicos en Europa y EE.UU., pero el debate en Latinoamérica es sonoro y apasionado. Aquí hay poca tradición de televisión de servicio público, y las estaciones comerciales a menudo recibieron sus licencias durante los días de gobierno militar.
El debate en Venezuela tiene menos que ver con la supuesta ausencia de libertad de expresión que con el problema eternamente difícil al que se refieren localmente como “exclusión,” una manera conveniente para referirse a “raza” y “racismo.” RCTV no sólo era una organización políticamente reaccionaria que apoyó el intento de golpe de 2002 contra un gobierno democrática elegido – también era un canal supremacista blanco. Su personal y sus presentadores, en un país que en su mayoría desciende de negros e indígenas, eran uniformemente blancos, así como los protagonistas de sus telenovelas y de sus anuncios. Era una televisión “colonial”, que reflejaba los deseos y ambiciones de un poder extranjero.
En la fiesta final de cierre de RCTV el mes pasado, lo que más se veía en la pantalla eran rubias pulcras de cabellos largos. Tales imágenes constituyen excelente televisión para varones europeos y norteamericanos, y esas lánguidas rubias son ciertamente personajes familiares de los concursos de Miss Mundo y de Miss Universo en los que las hijas de inmigrantes recientes de Europa son invariablemente las principales participantes por Venezuela. Sin embargo su omnipresencia en la pantalla impidió que el canal fuera un espejo de la sociedad que trataba de servir o entretener. Cuando ves una estación comercial venezolana (y varias siguen existiendo) te llegas a imaginar que te han transportado a EE.UU. Todo se basa en una sociedad moderna, urbana e industrializada, remota de las experiencias de la mayoría de los venezolanos. Sus programas, argumenta Aristóbulo Istúriz, hasta hace poco ministro de educación de Chávez (y afro-venezolano), alientan el racismo, la discriminación y la exclusión.
Los nuevos canales financiados por el Estado (y hay varios, más innumerables estaciones comunitarias de radio) hacen algo completamente diferente, y poco usual en el mundo competitivo de la televisión comercial. Sus programas tienen lugar en Venezuela, y muestran un corte transversal de la población que se ve en los autobuses que circulan a través del país o en el metro de Caracas. Como en todos los países del mundo, no todos en Venezuela son bellezas naturales. Muchos son viejos, feos y gordos. Hoy tienen una voz y una cara en los canales de televisión del Estado. Muchos son sordos u oyen mal. Ahora tienen interpretación por lenguaje por señas en todos los programas. Muchos son campesinos que se expresan con dificultad. También reciben su momento en la pantalla. Su lucha inmediata y peligrosa por la tierra no es sólo observada por un documentalista de la ciudad. Se les enseña a hacer las películas ellos mismos.
Blanca Eekhout, jefa de Vive TV, el canal cultural del gobierno, lanzado hace dos años, acuñó la consigna “No mires televisión, hazla.” Se han organizado clases de producción de cine en todo el país. Lil Rodríguez, periodista afro-venezolana y jefa de TVES, el canal que reemplaza a RCTV, afirma que el canal se convertirá “en un espacio útil para rescatar aquellos valores que otros modelos de televisión siempre ignoran, especialmente nuestro patrimonio africano.” Con el pasar del tiempo, los excluidos hallarán una voz dentro de la tendencia dominante.
Poco de esto se discute en el diálogo de sordos que tiene lugar en las calles de Caracas. Para los estudiantes universitarios que protestan, la discusión sobre los medios no es más que un garrote más con el cual golpean contra el popularísimo Chávez. Pero mientras se lamentan por la pérdida de sus telenovelas favoritas, ya saben que su pérdida puede terminar por ser más sustancial. Como hijos de la oligarquía, pueden haber esperado que un día dirigieran el país. Ahora aparecen caras frescas de los barrios pobres que los desafían, una nueva clase que se educa rápidamente y que tiene la intención de arrebatarles su primogenitura.
Hace sólo algunas semanas, Chávez esbozó sus planes para la reforma universitaria, alentando un acceso más amplio y el desarrollo de un plan de estudios diferente. Nuevas universidades e institutos en todo el país diluirán el prestigio de los establecimientos más antiguos, que siguen siendo el dominio de los acaudalados, y la batalla por los medios pronto se sumergirá en una lucha más amplia por la reforma educacional. Chávez no se preocupa de las quejas y simplemente sigue adelante, con las características de un predicador evangélico: insta a la gente a llevar vidas morales, a vivir de manera simple y a resistir el cebo del consumismo. Se ha lanzado en un desafío del orden establecido que ha regido desde hace tiempo en Venezuela y en todo el resto de Latinoamérica, esperando que el mensaje de su revolución cultural pronto encuentre ecos en todo el continente.
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· Richard Gott es autor de “Hugo Chávez and the Bolivarian Revolution”
rwgott@aol.com
http://www.guardian.co.uk/comment/story/0,,2097076,00.html#article_continue
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