17/7/07

La fuerza de la razón

17/07/2007
OPINIÓN
TRIBUNA
M.A.MORALES ESCUDERO
Diario de León
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Cuando Constantino Paleólogo elaboró un censo para saber cuántos ciudadanos de Constantinopla estaban dispuestos a empuñar las armas para defender la ciudad ante el inminente asalto del Imperio Otomano, se encontró con que tan sólo cuatro mil novecientos setenta respondían a ese requerimiento. El resto de la urbe estaba degradada por el pacifismo, por el vicio o por la indolencia. En el año 1453 d.c. las fuerzas de Mehmet II se situaron frente a Constantinopla con doscientos cincuenta mil soldados otomanos. La suerte del Imperio Bizantino estaba echada. Los europeos no supieron ver que una vez que cayera la ciudad blanca, los invasores no se contentarían con ella. De hecho, siguieron con su política de conquista hasta que, muchos años después, llegaron hasta las puertas de la misma Viena. Me viene a la memoria este pasaje histórico al leer estos días las opiniones de muchos sobre la conveniencia de que el ejército español abandone sus misiones en el extranjero después del asesinato de los soldados españoles en el Líbano. El Gobierno oculta la realidad a la opinión pública porque piensa que la guerra no es honorable ni justa en ningún caso, imbuido del mismo espíritu de cobardía y pusilanimidad que en su día hizo caer imperios como el de Bizancio. Debido a ese mismo espíritu España abandonó cobardemente uno de los territorios más necesitados de ayuda y, a la vez, más importantes estratégicamente: Irak. Hay muchas y variadas razones para estar hoy en Afganistán, en el Líbano y para volver a Irak. La primera es controlar los importantes yacimientos de gas y petróleo y sus rutas de suministro que son la base de la economía occidental. Occidente no tiene por qué justificarse ni pedir perdón por ello, al fin y al cabo, paga por ellos generosamente cuando los podría tomar por la fuerza. Privar a toda una cultura de la savia que la sustenta es un «casus belli» mucho más importante y más grave que la existencia o no de armas de destrucción masiva. No se puede ahogar a alguien y pedirle que no se defienda. La segunda es el terrorismo. Es evidente que la política americana en relación con Afganistán e Irak ha sido un éxito. Antes de la invasión y conquista de estos territorios, los Estados Unidos habían sufrido cuatro ataques muy graves, entre ellos los de la embajada en Kenia, el ataque al U.S.S. Cole y el asesinato masivo de ciudadanos inocentes en las Torres Gemelas. Después de los ataques a Irak y Afganistán no han sufrido ningún atentado terrorista más ni en su territorio ni en sus intereses fuera de las bajas, -lógicas por otra parte- de las tropas en zona de combate. Esto es tener éxito. Es un viejo principio de real politik: llevar la zona de combate al territorio enemigo para salvaguardar el propio. Hasta la propia Hillary Clinton y el resto de dirigentes del partido demócrata americano han tenido que reconocer que se vive más seguro hoy en USA que antes de las intervenciones militares. La tercera es humanitaria. No se puede abandonar a su suerte, a la voluntad y el capricho de los terroristas, de regímenes que no respetan los derechos humanos, a la población de esos países. El ejército español junto con el resto de ejércitos occidentales tiene que vencer militarmente al terrorismo, dure el tiempo que dure para garantizar la democracia y la libertad de todos los ciudadanos de esos países. Si al Gobierno no le gusta la guerra en defensa de la libertad y de los valores occidentales, si ha estado haciendo pedagogía de una paz ñoña y cobarde entre la población española debe rectificar. Hace falta enseñar al pueblo español que esta nación se construyó a través de setecientos años de guerra; que, por las buenas y con el diálogo, ni los almorávides, ni los almohades ni Boabdil, ni ningún otro hubiera dado un solo paso atrás en la península. Que en muchas páginas web y en muchos círculos de musulmanes radicales y madrasas se llama a la yihad para recuperar Al-Andalus y que la idea, por peregrina que parezca, está en la mente de multitudes, incluidos todos aquellos que organizaron la matanza de nuestros compatriotas en Atocha. Cuando estuve en Estambul fui, cómo no, a visitar Santa Sofía, disfrazada de mezquita desde 1453. La verdad es que sentí un profundo dolor al ver en qué la han convertido, cómo la han transformado al gusto de los conquistadores. Jamás se plantearon devolver lo que lograron por la fuerza de las armas. Jamás habrá diálogo para convertirla al culto de sus legítimos propietarios, los cristianos que la construyeron. Que piensen en ello los que piden que huyamos de nuevo como conejos en vez de enfrentarnos a nuestras responsabilidades. En esto, como en todo, la historia sigue siendo maestra de la vida.

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