Un domingo de vida o muerte
Una multitud roja apoya reforma de Chávez Miles de seguidores del presidente venezolano, Hugo Chávez, se reúnen, en la avenida Bolívar de Caracas, donde está convocado el cierre de la campaña a favor de la reforma constitucional, el mismo espacio en el que un día antes se concentró una multitud opuesta a los cambios en la Carta Magna.
(Foto EFE)-
Por Armando Añel
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Este domingo va a ser particularmente decisivo en el rumbo estructural que tomarán en los próximos meses –que pudieran consolidar en los próximos años- Cuba y Venezuela. En este último país se decide también, en buena medida, el futuro inmediato de Latinoamérica. Si el SI finalmente “triunfa” en el referendo sobre la reforma constitucional chavista, y ese “triunfo” es acatado a mediano y largo plazo por la sociedad venezolana, el futuro del continente pintaría pardo con pespuntes negros. Un desastre a gran escala y con escasos paliativos intermedios.
Los pespuntes son los del oro negro con el que Hugo Chávez continúa comprando a la clase política y a los sectores sociales más manipulables, o radicales, de América Latina. El pardo es el de las camisas del fascismo, porque el rojo chavista no es más que pardo reciclado: en definitiva, con sólo sustituir la retórica nazi por la excluyente e incendiaria de la llamada revolución bolivariana se arriba a un nacionalsocialismo al más puro estilo hitleriano (militarización de la sociedad, ideologización de la simbología nacional, criminalización de la diferencia y un largo etcétera). Ello puede detectarse, incluso, observando las imágenes que el chavismo difunde indirectamente, a través de las agencias noticiosas de medio mundo.
Por eso, aunque comparecen otras razones puntuales, la clase política colombiana ha pedido a la ciudadanía venezolana, en una reacción inédita, que vote por el No en el referendo de este domingo.
En el caso de Cuba, la reforma constitucional que se vota en Venezuela abre camino a la idea de Confederación que Chávez y varios de los más altos dirigentes cubanos han manejado en múltiples oportunidades. Los cambios a la Carta Magna propuestos por Miraflores no sólo incluyen la reelección presidencial indefinida o atribuciones gubernamentales que postrarían a la sociedad venezolana a los pies del totalitarismo, sino la creación de la estructura del Poder Popular, copiada al papel carbón de la que institucionalizara el castrismo en Cuba en 1976.
Uno de los acápites con los que el chavismo pretende marcar a fuego lento la Constitución venezolana, es elocuente en este sentido. En caso de aprobarse este domingo, el artículo 153 estipularía que Venezuela debe promover “la integración, la Confederación y la unión de América Latina y del Caribe a objeto de configurar un gran bloque regional de poder político, económico y social”. Un gran bloque cuya matriz sería sin duda Cubazuela. O Venecuba. O, más pomposamente, la “Confederación Cubanovenezolana de Repúblicas Bolivarianas”.
En Cuba, en el ámbito económico, la dependencia del chavismo es cada vez más acusada. Actualmente, Caracas es el principal socio comercial de La Habana, con un intercambio de unos 3.000 millones de dólares anuales. Asimismo, Venezuela abastece al régimen cubano con 92.000 barriles diarios de petróleo en condiciones preferenciales (la deuda con la República Bolivariana continúa acumulándose). La nomenclatura castrista tiene entre sus principales ingresos el pago venezolano por unos 36.000 médicos y entrenadores deportivos. En su último viaje a la Isla, Chávez firmó proyectos millonarios en petróleo, níquel, turismo y comunicación, además de anunciar la instalación de un cable de fibra óptica submarino y la construcción de un polo petroquímico. A lo que hay que sumar 16 acuerdos para la creación de empresas mixtas en construcción, transporte, gas y otros sectores. Estos nuevos acuerdos acelerarán el proceso de “unión entre los pueblos de Venezuela y de Cuba”, según el ministro venezolano del Poder Popular para Relaciones Exteriores, Nicolás Maduro.
Entretanto, la imagen y el discurso del ex golpista venezolano son cada vez más cotidianos en la mayor de las Antillas. “Un Chávez sonriente o estrechando la mano de Fidel aparece en afiches en tiendas, bodegas, mercados, casas de cambio, escuelas, peluquerías o en vallas gigantes, en La Habana y otras ciudades”, dice un cable de la agencia AFP.
La contención por lo menos parcial de esta pesadilla está en manos de la ciudadanía venezolana, que este domingo debe derrotar el proyecto de reforma chavista en las urnas o, si ello fuera desconocido, denunciar con toda la energía de que es capaz el fraude del oficialismo. Pero la contención global, definitiva, del fenómeno castrochavista –como del fenómeno Ahmadinejad y tantos otros- está en manos de las potencias occidentales, puerilmente dependientes del petróleo como fuente energética. Es hora de dar un golpe de timón y subordinar las infraestructuras existentes –aféctense los intereses que se afecten- a la introducción de energías alternativas, como ya ha indicado unos de los candidatos a ocupar la Casa Blanca en 2009, el republicano Mike Huckabee.
En cualquier caso, éste será un domingo de vida o muerte.
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Titulares
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Presagian victoria del bando de Putin
Buscan solución a crisis hipotecaria
Este domingo va a ser particularmente decisivo en el rumbo estructural que tomarán en los próximos meses –que pudieran consolidar en los próximos años- Cuba y Venezuela. En este último país se decide también, en buena medida, el futuro inmediato de Latinoamérica. Si el SI finalmente “triunfa” en el referendo sobre la reforma constitucional chavista, y ese “triunfo” es acatado a mediano y largo plazo por la sociedad venezolana, el futuro del continente pintaría pardo con pespuntes negros. Un desastre a gran escala y con escasos paliativos intermedios.
Los pespuntes son los del oro negro con el que Hugo Chávez continúa comprando a la clase política y a los sectores sociales más manipulables, o radicales, de América Latina. El pardo es el de las camisas del fascismo, porque el rojo chavista no es más que pardo reciclado: en definitiva, con sólo sustituir la retórica nazi por la excluyente e incendiaria de la llamada revolución bolivariana se arriba a un nacionalsocialismo al más puro estilo hitleriano (militarización de la sociedad, ideologización de la simbología nacional, criminalización de la diferencia y un largo etcétera). Ello puede detectarse, incluso, observando las imágenes que el chavismo difunde indirectamente, a través de las agencias noticiosas de medio mundo.
Por eso, aunque comparecen otras razones puntuales, la clase política colombiana ha pedido a la ciudadanía venezolana, en una reacción inédita, que vote por el No en el referendo de este domingo.
En el caso de Cuba, la reforma constitucional que se vota en Venezuela abre camino a la idea de Confederación que Chávez y varios de los más altos dirigentes cubanos han manejado en múltiples oportunidades. Los cambios a la Carta Magna propuestos por Miraflores no sólo incluyen la reelección presidencial indefinida o atribuciones gubernamentales que postrarían a la sociedad venezolana a los pies del totalitarismo, sino la creación de la estructura del Poder Popular, copiada al papel carbón de la que institucionalizara el castrismo en Cuba en 1976.
Uno de los acápites con los que el chavismo pretende marcar a fuego lento la Constitución venezolana, es elocuente en este sentido. En caso de aprobarse este domingo, el artículo 153 estipularía que Venezuela debe promover “la integración, la Confederación y la unión de América Latina y del Caribe a objeto de configurar un gran bloque regional de poder político, económico y social”. Un gran bloque cuya matriz sería sin duda Cubazuela. O Venecuba. O, más pomposamente, la “Confederación Cubanovenezolana de Repúblicas Bolivarianas”.
En Cuba, en el ámbito económico, la dependencia del chavismo es cada vez más acusada. Actualmente, Caracas es el principal socio comercial de La Habana, con un intercambio de unos 3.000 millones de dólares anuales. Asimismo, Venezuela abastece al régimen cubano con 92.000 barriles diarios de petróleo en condiciones preferenciales (la deuda con la República Bolivariana continúa acumulándose). La nomenclatura castrista tiene entre sus principales ingresos el pago venezolano por unos 36.000 médicos y entrenadores deportivos. En su último viaje a la Isla, Chávez firmó proyectos millonarios en petróleo, níquel, turismo y comunicación, además de anunciar la instalación de un cable de fibra óptica submarino y la construcción de un polo petroquímico. A lo que hay que sumar 16 acuerdos para la creación de empresas mixtas en construcción, transporte, gas y otros sectores. Estos nuevos acuerdos acelerarán el proceso de “unión entre los pueblos de Venezuela y de Cuba”, según el ministro venezolano del Poder Popular para Relaciones Exteriores, Nicolás Maduro.
Entretanto, la imagen y el discurso del ex golpista venezolano son cada vez más cotidianos en la mayor de las Antillas. “Un Chávez sonriente o estrechando la mano de Fidel aparece en afiches en tiendas, bodegas, mercados, casas de cambio, escuelas, peluquerías o en vallas gigantes, en La Habana y otras ciudades”, dice un cable de la agencia AFP.
La contención por lo menos parcial de esta pesadilla está en manos de la ciudadanía venezolana, que este domingo debe derrotar el proyecto de reforma chavista en las urnas o, si ello fuera desconocido, denunciar con toda la energía de que es capaz el fraude del oficialismo. Pero la contención global, definitiva, del fenómeno castrochavista –como del fenómeno Ahmadinejad y tantos otros- está en manos de las potencias occidentales, puerilmente dependientes del petróleo como fuente energética. Es hora de dar un golpe de timón y subordinar las infraestructuras existentes –aféctense los intereses que se afecten- a la introducción de energías alternativas, como ya ha indicado unos de los candidatos a ocupar la Casa Blanca en 2009, el republicano Mike Huckabee.
En cualquier caso, éste será un domingo de vida o muerte.
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Presagian victoria del bando de Putin
Buscan solución a crisis hipotecaria
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Diario las Américas - USA/01/12/2007
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