8/10/07

Cuando la política se aleja de los ciudadanos

Rossana Rossanda
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Cuando la política se aleja de los ciudadanos Yo no creo que haya de hecho un "vacío" de política.
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Rossana Rossanda
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Yo no creo que haya de hecho un "vacío" de política. Hay negocios y corruptelas, no es novedad, pero en un "pleno" de política, si política es voluntad de intervención modificadora en la cosa pública. Más en serio, hay que preguntarse porque se aleja de los ciudadanos, cuando no solicita de ellos el peor individualismo, "esta" política que comenzó a perfilarse en los años setenta y se desplegó al completo en los noventa. Su objetivo, anunciado, la primera, por Margaret Thatcher, es demoler también en Europa la intervención pública en la economía y deslegitimar el conflicto social. Tal es el eje de los tratados europeos, ya se trate del macizo paquete en situación de moratoria desde el "No" en los referenda francés y holandés, ya del tratado de Maastricht (anterior, y nunca sometido a referéndum), ya del de formato reducido precocinado por Sarkozy-Merkel para un próximo encuentro de los primeros ministros, y que sin duda será substraído a la consulta popular.
Demoler lo que vino en llamarse el "modelo europeo" no es empresa de poca cuenta. Tras la crisis de 1929, y en presencia de una URSS a la que no la había alcanzado, EEUU y Europa se vieron inducidos a no seguir fiándose de los cantores del mercado, como von Hayek, y a tratar de corregirlo, bien a través de la inversión en grandes obras de desarrollo, garantes del crecimiento y de la ocupación, bien poniendo por obra legislación favorable a los "no-propietarios de los medios de producción", asegurándoles cierta protección social y contractual. Si las famosas cuatro prioridades de Lord Beveridge fueron su punto culminante, propiciando tras la guerra la clamorosa victoria del Labour en el Reino Unido, ya antes, y en la misma dirección, se había movido Francia en1936, y análogas medidas habían iniciado finalmente los regímenes fascistas, como demuestra un ensayo de Franco de Felice en vías de publicación.
Sólo después de 1973, tras un gran ciclo de luchas en occidente, tras la descolonización y con la crisis energética derivada de la recuperación del control del petróleo por parte de los países productores del mismo, decide la clase dominante un cambio de ruta, redescubre al fatal von Hayek, escucha a Milton Friedmann, y luego, Margaret Thatcher empuja a Ronald Reagan y a la acción conjunta de FMI y Banco Mundial denunciada por Stiglitz.
Mas, ¿cómo advino ese cambio de ruta, si no por la voluntad de los estados y los gobiernos, y por la rendición sin condiciones de los representantes sindicales y políticos de las clases subalternas? En Europa –en donde, más que un vago "modelo renano", estuvo presente la fuerza de las organizaciones políticas y sindicales, que sostuvieron al laborismo y a las socialdemocracias o que, en Francia y en Italia, obligaron a los gobiernos respectivos a tomar ciertas medidas— el instrumento principal ha sido la aceleración de una unificación única y exclusivamente monetaria, a través de la formación de un mercado común y del euro, gobernados por el Banco Central y la Comisión Europea.
No vengamos con historias. No es la economía la que ha socavado el terreno de la política, a trasmano de ésta y de los gobiernos. Son las fuerzas políticas y los gobiernos que han desecho activamente el famoso compromiso social, y en nuestro continente –el único en que tal compromiso existió—, y todavía no ha terminado la labor. ¿No deberíamos, al menos, creer a Alan Greenspan, que acaba de admitirlo galanamente ahora, con ocasión de la publicación de su libro? Han sido las fuerzas políticas, y no tanto las de derecha, sino las de centroizquierda y de la ex–nueva izquierda, subitáneamente convertidas al estado mínimo, es decir, a la renuncia de una intervención pública, capaz también de atender a las necesidades. No es casualidad que Europa no esté en disposición de tener, o mejor dicho, de explicitar, una línea económica y fiscal común.
Quedaría por ver por qué la izquierda histórica se lanzó a tal velocidad en brazos del neoliberalismo –desde Marx, y aun desde Proudhon; no es salto de poca cuenta—, y por qué las nuevas izquierdas –nosotros, los de Il Manifesto, incluidos— llegaron a coquetear con eso; tal vez creyendo que –no tiene límites la capacidad para eludir la percepción de las relaciones de fuerza reales—, en lugar de la gestión, desde luego no neutral, centralista y burocrática del estado burgués, pasaríamos, felices, a la libre autogestión de las masas. No ha sido error de poca cuenta; hemos recaído en las manos incontroladas de la propiedad privada, nunca antes tan articulada y extendida. El capital ha replicado con la innovación tecnológica y la reorganización del trabajo a las subjetividades de lucha que habían asomado en los años sesenta, mientras las izquierdas, la vieja y la nueva, anduvieron tardas en comprenderlo. Ha recuperado incluso genialmente aquella renta financiera (e inmobiliaria) que nosotros dábamos por definitivamente extinta. Finalmente, se ha beneficiado del ocaso de los "socialismos reales" para extenderse sin encontrar más que escasa resistencia a escala mundial. Hoy sólo tiene que vérselas con sus propias contradicciones internas, las cuales, por lo demás, ha conseguido superar siempre (con muertos y heridos ajenos).
Todo eso ha ocurrido dentro de la política, no fuera de ella. Una política fuerte, no exánime. Gobiernos, partidos, medios de comunicación. Mientras –pero eso es harina de otro costal— la idea fuerte de la clase degeneraba en cháchara sobre multitudes. Ni siquiera eso era obligado.
Midamos por esta vara las cosas que pasan aquí. El carácter impresentable de la CDL [Casa de las libertades; el bloque de Berlusconi], en el linde de la legalidad, ha llevado a una coalición de capas sociales, intereses y siglas políticas diversas que ha ganado por pocos votos en las últimas legislativas. La brutalidad de la ley electoral –pero los bicameralismos son siempre más o menos forzados— ha revelado su fragilidad numérica y política en el Senado. En donde en cada votación el gobierno se arriesga a caer a manos de su propia mayoría.
No sólo por vicios específicos de la política, entre los que, junto a los estigmatizados por el grillismo [del cómico antipolítico Beppe Grillo; NT] o el exceso de los costes (que denunciaron, los primeros y sin que se les prestase atención, Cesare Salvi y Máximo Villone), la fallida elaboración de la crisis de la primera República, con las consiguientes soluciones bloqueadas, que ha hecho finalmente que la anunciada simplificación de la representación degenerara en una estupefaciente fragmentación de la misma. La dificultad es más profunda, antes habríamos dicho "estructural". El centroizquierda está realmente atravesado por el contraste entre los intereses de las capas subalternas –trabajadores asalariados, pensionistas, precarios y una gran parte de los llamados trabajadores autónomos— y los de la mundialización capitalista en acto, de la cual la UE no es sino una región, y el "capitalismo de los honestos", el ariete ideológico. La crisis de las subjetividades fuertes ha desbaratado las defensas, y no es bienpensante quien no las acuse de maximalismo o de extremismo.
Y hete aquí los resultados de estos últimos meses, con el verano y la discusión presupuestaria de por medio. Las opciones tomadas por el gobierno de centroizquierda, coherentes con la inspiración de Prodi, que dirigió la Comisión de la UE en los años decisivos, son las siguientes:
1) prioridad acordada al saldo de la deuda, de acuerdo con el BCE, y por lo tanto, a una política monetaria única y exclusivamente obsesionada por el temor a una inflación inexistente;2) la consiguiente reducción del gasto público, en el que precisamente Italia se halla –por ejemplo, en educación, investigación y sanidad— por debajo de las medias europeas;
3) el giro, apremiado por Almunia, hacia la reducción de las pensiones, aun si, como se ha hecho patente, se financian por sí mismas; el objetivo es forzar al recurso a fondos complementarios, destinados a nutrir el magro mercado de capitales; 4) la aceleración de las privatizaciones, poniendo en almoneda los antiguos bienes públicos o confiando a privados el desarrollo de funciones públicas, método que ha conseguido ya echar a perder los ferrocarriles y pronto hará lo propio con Alitalia, mientras la concesión de las obras al concurrente más barato alimenta una selva de empresas de baja calidad;
5) el continuo goteo de facilidades a las empresas, desgravándolas fiscalmente o aligerándoles el coste del trabajo por varias vías, la más indecente de las cuales sigue siendo la Ley 30, que el actual gobierno se niega a modificar en serio (estupefaciente la cláusula, conforme a la cual los trabajadores pueden quedar en situación de usar y tirar "durante no más de 36 meses", es decir, tres años, para luego no necesariamente tener que ser incorporados, sino sólo ¡poder recurrir a una oficina provincial de desempleo!); 6) la negativa a gravar fiscalmente las rentas financieras al menos a nivel europeo;7) facilidades a las rentas inmobiliarias, bajando el ICI [impuesto inmobiliario] para la llamada "primera residencia", lo mismo para quien tiene un palacete en la calle Montenapoleone que para quien viva en una casucha en Zagarolo; 8) facilidades cero y sostén cero al trabajo asalariado;9) donación de 600 euros una tantum a las familias –¡oíganlo bien!— de al menos cuatro personas, dos de las cuales hijos, que no dispongan de una renta superior a los 7.500 euros anuales, es decir, 625 euros al mes (muy por debajo del umbral de pobreza). Sólo una de las medidas presupuestarias revela dudas respecto de la capacidad de las empresas para invertir y crear puestos de trabajo: la decisión de financiar trabajos públicos en infraestructuras por una suma de al menos 11,7 mil millones de euros. (No muy innovadora, y esperemos que para obtener la concesión el sólo requisito no sea, como se lee ahora en los concursos promovidos por los entes locales, "el menor coste posible").
¿Es un cuadro insensato? Espero que se me rectifique. Si al menos pudiera decirse que, en efecto, es un sistema desequilibrado a favor de las empresas y de las rentas, pero capaz de asegurar el crecimiento... Pero no. Hace años que, lo mismo con gobiernos de derecha que con gobiernos centroizquierda, anda renqueante. Las previsiones en Italia para el 2007 ya han sido corregidas a la baja.
Esa es la realidad. Es posible que, dadas las relaciones de fuerza, los márgenes de maniobra para una izquierda decente, demasiado minoritaria, no sean grandes. Está entre el yunque de salir del gobierno, derribándolo y abriendo el camino a Berlusconi, y el martillo de quedarse, en mengua de la propia credibilidad. Pero al menos que se diga una verdad que ahora se recata con sumo cuidado.
Y ya sólo queda una última observación por hacer. ¿Cuántos italianos se percataron en 1992 de que pasaba un tratado, el de Maastricht, que imponía un marco de compatibilidades en el que ni siquiera los mínimos parámetros sociales (empleo, niveles de instrucción y sanidad, pensiones y cultura) tenían derecho de ciudadanía? ¿Y de que la devaluación de la lira decidida por Giuliano Amato daba lugar a una reanimación económica inducida de modo totalmente artificial? Muy pocos. Corríamos, entonces, tras [el juez] De Pietro y Manos Limpias, unos procesos que no han dado sino unas pocas condenas y algunos suicidios, continuando luego todo como antes y con la gente que, poco después, votaría compactamente por Berlusconi (lo que, dicho sea de paso, para lo que fue aquella orgía celebratoria de la moralidad, ha resultado el colmo).
Hoy se corre tras Beppe Grillo [el cómico italiano que encabeza el movimiento Vaffanculo para mandar –literalmente— a "tomar por el culo" a todos los políticos; NT.]. El mundo cambia, pero el "Llueve, ¡gobierno ladrón!" es la única consigna que de verdad funciona.
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Rossana Rossanda es una escritora y analista política italiana, cofundadora del cotidiano comunista italiano Il Manifesto. Acaban de aparecer en Italia sus muy recomendables memorias políticas: La ragazza del secolo scorso [La muchacha del siglo pasado], Einaudi, Roma 2005.
El lector interesado puede escuchar una entrevista radiofónica (25 de enero de 2006) a Rossanda sobre su libro de memorias en Radio Popolare: parte 1 : siglo XX; octubre de 1917, mayo 1968, Berlinguer, el imperdonable suicidio del PCI, movimiento antiglobalización, feminismo; una generación derrotada; y parte 2 : zapatismo; clase obrera de postguerra; el discurso político de la memoria; Castro y Trotsky; estalinismo; elogio de una generación que quiso cambiar el mundo.
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Traducción para
www.sinpermiso.info: Leonor Març
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kaosenlared.net - España/08/10/2007

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