EEUU: ¿Oligarquía o Democracia?
Emilio Rabasa Gamboa*
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Si se deja a un lado la parafernalia que rodea a la política estadounidense con sus circos de convenciones, los ciudadanos de nuestro vecino país del norte viven en estos momentos un verdadero drama. En noviembre van a tener que elegir entre una disyuntiva histórica: la oligarquía que en ocho años ha configurado Bush y en cuatro consolidarían McCain y Sarah Palin, o la democracia que defienden Barack Obama y Joe Biden.
La actual elección presidencial está marcada por un profundo distanciamiento en las plataformas políticas de ambos partidos contendientes. Pocas veces el bipartidismo del sistema político estadounidense se había mostrado tan bipolar. La elección de noviembre no es sólo sobre personalidades y carismas; ahora también contarán las políticas y programas. No es sólo sobre si vende más votos el joven Barack Obama, primer afroestadounidense en intentar llegar a la Casa Blanca, o John McCain, un veterano de la injusta guerra contra Vietnam, sino sobre lo que cada uno propone al electorado.
La encrucijada consiste en seguir apoyando a la clase alta de los grandes capitales, particularmente de las compañías petroleras, a las que el gobernador de Montana, Brian Schweitzer, calificara en Denver de petro-dictators (dictadores del petróleo), o lograr un gobierno de la clase media muy golpeada por las políticas fiscales del gobierno de Bush, el aumento en el costo de la vida, el desempleo y los salarios a la baja, la inseguridad que condujo al 9/11, la negligencia gubernamental ante el azote del huracán Katrina, la falta de seguridad social y educación para todos.
¡Basta ya!, gritó Obama en su discurso de aceptación de la candidatura, aclarando que “el cambio no llegará de Washington, sino a Washington”. Se trata de una elección entre dos clases sociales, los de arriba o los de abajo. Y ante la tesitura de más de lo mismo o el cambio, resurge idéntica amenaza que en su momento padecieron Abraham Lincoln y Martin Luther King, cuando se atrevieron a soñar con un país democrático. Ahí está el ominoso mensaje que manda el arresto de Nathan Johnson y Tharin Gartrell, sicarios a sueldo para asesinar a Obama y evitar el cambio. En la esfera externa, Bush deja a su país en guerra contra Irak, que muchas vidas ha costado; erráticas decisiones sobre Paquistán y Afganistán que han generado un reagrupamiento de Al-Qaeda, lo cual hace vulnerable a EU; al mismo tiempo que abre otro punto de conflicto con Rusia sobre Georgia que huele a una nueva guerra fría en el siglo XXI.
A México le deja una barda en la frontera norte y nada del arreglo migratorio. La diferencia de fondo entre Obama y McCain no está en los objetivos, una economía fuerte en el interior y un liderazgo reconocido en el exterior, sino en cómo lograrlos, con “el poder del ejemplo o el ejemplo del poder”, como lo señaló Bill Clinton en la Convención Demócrata, esto es, con la oligarquía o con la democracia.
La actual elección presidencial está marcada por un profundo distanciamiento en las plataformas políticas de ambos partidos contendientes. Pocas veces el bipartidismo del sistema político estadounidense se había mostrado tan bipolar. La elección de noviembre no es sólo sobre personalidades y carismas; ahora también contarán las políticas y programas. No es sólo sobre si vende más votos el joven Barack Obama, primer afroestadounidense en intentar llegar a la Casa Blanca, o John McCain, un veterano de la injusta guerra contra Vietnam, sino sobre lo que cada uno propone al electorado.
La encrucijada consiste en seguir apoyando a la clase alta de los grandes capitales, particularmente de las compañías petroleras, a las que el gobernador de Montana, Brian Schweitzer, calificara en Denver de petro-dictators (dictadores del petróleo), o lograr un gobierno de la clase media muy golpeada por las políticas fiscales del gobierno de Bush, el aumento en el costo de la vida, el desempleo y los salarios a la baja, la inseguridad que condujo al 9/11, la negligencia gubernamental ante el azote del huracán Katrina, la falta de seguridad social y educación para todos.
¡Basta ya!, gritó Obama en su discurso de aceptación de la candidatura, aclarando que “el cambio no llegará de Washington, sino a Washington”. Se trata de una elección entre dos clases sociales, los de arriba o los de abajo. Y ante la tesitura de más de lo mismo o el cambio, resurge idéntica amenaza que en su momento padecieron Abraham Lincoln y Martin Luther King, cuando se atrevieron a soñar con un país democrático. Ahí está el ominoso mensaje que manda el arresto de Nathan Johnson y Tharin Gartrell, sicarios a sueldo para asesinar a Obama y evitar el cambio. En la esfera externa, Bush deja a su país en guerra contra Irak, que muchas vidas ha costado; erráticas decisiones sobre Paquistán y Afganistán que han generado un reagrupamiento de Al-Qaeda, lo cual hace vulnerable a EU; al mismo tiempo que abre otro punto de conflicto con Rusia sobre Georgia que huele a una nueva guerra fría en el siglo XXI.
A México le deja una barda en la frontera norte y nada del arreglo migratorio. La diferencia de fondo entre Obama y McCain no está en los objetivos, una economía fuerte en el interior y un liderazgo reconocido en el exterior, sino en cómo lograrlos, con “el poder del ejemplo o el ejemplo del poder”, como lo señaló Bill Clinton en la Convención Demócrata, esto es, con la oligarquía o con la democracia.
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*Profesor investigador del Tec de Monterrey, CCM
*Profesor investigador del Tec de Monterrey, CCM
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El Universal - México/04/09/2008
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