Escritores y mercado editorial en Iberoamérica
No queremos que quede una idea hegemónica sobre un tema que es en realidad polémico, que al menos suscita en ocasiones opiniones acaloradas. El tema es el siguiente: “Escritores y mercado editorial en Iberoamérica” , y, repito, no deja de ser contradictorio, sobre todo en el momento actual donde al parecer hay tanta dinámica editorial, donde se publican tantos libros si uno lo mira de manera rápida. Habría que entrar a analizar después el predominio de los géneros, de los estilos, enfoques, etc.
A propósito del tema recordaba una reseña que hace La Jornada de la visita que realizara a México Erich Hackl, el conocido escritor austriaco, lamento que sigan siendo muy pesimistas estas alusiones al mercado. Él decía concretamente que la difusión de la literatura latinoamericana en Europa ―se refería a mercados no hispanohablantes― tuviera que pasar primero, de una manera obligatoria por el represivo mercado español. “Represivo” es un epíteto que usa él mismo. Hackl ponía como ejemplo que emporios tan grandes como el grupo Santillana publicara un libro en un país determinado, digamos en Argentina y después se rehusaran a publicarlo en otros o en la propia España, mencionaba excepciones como la de Roberto Bolaños, pero él insiste en que es muy trabajoso conocer a un escritor latinoamericano en Europa que no haya pasado antes por esa especie de filtro que establece el mercado español. En otra parte de su intervención declara que lamentablemente los autores no estaban acostumbrados ya a las polémicas ni a los análisis ―se refiere a los autores que, según él, mima el mercado español―, sino que pueden, por ejemplo, presentarse a una mesa redonda en la que casi invariablemente se presentarán como actores, cuentan cosas para que el público se ría, pero lo hacen entre amigos, no hay polémica.
Sobre la gestión de las editoriales pequeñas yo había anotado fragmentos de una intervención de Manuel Fernández Cuesta, de la editorial Debate, en la Feria del Libro, aquí en La Habana. Fernández Cuesta insistía en la dificultad de las editoriales pequeñas para ver sus títulos en las librerías y ahí se metía en el asunto de la relación con los libreros que, por supuesto, también está condicionada por el mercado, porque según él son los libreros quienes piden tal o más cual cantidad de libros, siempre muy pequeña cantidad, puesto que como las grandes editoriales consideran ya en los costos de los libros que publican ingentes gestiones de publicidad, los libreros piden los libros que ya han sido anunciados en los medios y entonces una editorial como Debate decide las tiradas de sus libros mediante un método cuasi artesanal: dice Fernández Cuesta que ellos imprimen una cubierta o una muestra muy aproximada de lo que sería la cubierta de un libro y se dedican a indagar entre los libreros y los supermercados que ofertan libros como un producto más. La pregunta que hacen es muy simple: ¿cuántos ejemplares de este libro estás dispuesto a adquirir en consignación? La respuesta puede ser diez, ocho, cinco, pero los libros de Debate ―dice él― son devueltos en una significativa proporción a los tres meses, en caso de que no se vendan, y cuenta que se venden con dificultad. Entonces hay que destruirlos porque los costos de almacenaje son siempre superiores a los costos de la destrucción, de quemar los libros. Para desviarse un tanto de ese pesimismo, admite este editor que después del 11 de septiembre la gente busca más libros de pensamiento crítico, si bien en una medida muy pequeña todavía. De modo que opina que las pequeñas editoriales pudieran aprovechar este filón casi minúsculo. De todas maneras nosotros nos podríamos preguntar: ¿No es posible dialogar con el mercado? ¿En qué nivel de su carrera un escritor que supuestamente ha sido construido o ha sido ayudado a adquirir reconocimiento —eso que también llamamos legitimación— por el mercado puede dialogar con ese mercado y entonces proponer algunas de sus condiciones, puesto que no imponer? En definitiva, como se ha dicho, las grandes editoriales tienen en sus catálogos a escritores de prestigio, y reeditan, por ejemplo, a Alejo Carpentier, a Juan Rulfo. Recuerdo una entrevista hace algunos años, en la que Gabriel García Márquez contaba que su novela El otoño del patriarca había sido prácticamente subvencionada por Cien años de soledad, es decir, él pudo publicar esta novela porque ya era conocido como el autor de Cien años de soledad. El otoño del patriarca como ustedes saben es una novela bastante densa, con demorados movimientos internos, y tuvo indudablemente una buena difusión.
Intervención a propósito del tema " Escritores y mercado editorial en Iberoamérica " .
A propósito del tema recordaba una reseña que hace La Jornada de la visita que realizara a México Erich Hackl, el conocido escritor austriaco, lamento que sigan siendo muy pesimistas estas alusiones al mercado. Él decía concretamente que la difusión de la literatura latinoamericana en Europa ―se refería a mercados no hispanohablantes― tuviera que pasar primero, de una manera obligatoria por el represivo mercado español. “Represivo” es un epíteto que usa él mismo. Hackl ponía como ejemplo que emporios tan grandes como el grupo Santillana publicara un libro en un país determinado, digamos en Argentina y después se rehusaran a publicarlo en otros o en la propia España, mencionaba excepciones como la de Roberto Bolaños, pero él insiste en que es muy trabajoso conocer a un escritor latinoamericano en Europa que no haya pasado antes por esa especie de filtro que establece el mercado español. En otra parte de su intervención declara que lamentablemente los autores no estaban acostumbrados ya a las polémicas ni a los análisis ―se refiere a los autores que, según él, mima el mercado español―, sino que pueden, por ejemplo, presentarse a una mesa redonda en la que casi invariablemente se presentarán como actores, cuentan cosas para que el público se ría, pero lo hacen entre amigos, no hay polémica.
Sobre la gestión de las editoriales pequeñas yo había anotado fragmentos de una intervención de Manuel Fernández Cuesta, de la editorial Debate, en la Feria del Libro, aquí en La Habana. Fernández Cuesta insistía en la dificultad de las editoriales pequeñas para ver sus títulos en las librerías y ahí se metía en el asunto de la relación con los libreros que, por supuesto, también está condicionada por el mercado, porque según él son los libreros quienes piden tal o más cual cantidad de libros, siempre muy pequeña cantidad, puesto que como las grandes editoriales consideran ya en los costos de los libros que publican ingentes gestiones de publicidad, los libreros piden los libros que ya han sido anunciados en los medios y entonces una editorial como Debate decide las tiradas de sus libros mediante un método cuasi artesanal: dice Fernández Cuesta que ellos imprimen una cubierta o una muestra muy aproximada de lo que sería la cubierta de un libro y se dedican a indagar entre los libreros y los supermercados que ofertan libros como un producto más. La pregunta que hacen es muy simple: ¿cuántos ejemplares de este libro estás dispuesto a adquirir en consignación? La respuesta puede ser diez, ocho, cinco, pero los libros de Debate ―dice él― son devueltos en una significativa proporción a los tres meses, en caso de que no se vendan, y cuenta que se venden con dificultad. Entonces hay que destruirlos porque los costos de almacenaje son siempre superiores a los costos de la destrucción, de quemar los libros. Para desviarse un tanto de ese pesimismo, admite este editor que después del 11 de septiembre la gente busca más libros de pensamiento crítico, si bien en una medida muy pequeña todavía. De modo que opina que las pequeñas editoriales pudieran aprovechar este filón casi minúsculo. De todas maneras nosotros nos podríamos preguntar: ¿No es posible dialogar con el mercado? ¿En qué nivel de su carrera un escritor que supuestamente ha sido construido o ha sido ayudado a adquirir reconocimiento —eso que también llamamos legitimación— por el mercado puede dialogar con ese mercado y entonces proponer algunas de sus condiciones, puesto que no imponer? En definitiva, como se ha dicho, las grandes editoriales tienen en sus catálogos a escritores de prestigio, y reeditan, por ejemplo, a Alejo Carpentier, a Juan Rulfo. Recuerdo una entrevista hace algunos años, en la que Gabriel García Márquez contaba que su novela El otoño del patriarca había sido prácticamente subvencionada por Cien años de soledad, es decir, él pudo publicar esta novela porque ya era conocido como el autor de Cien años de soledad. El otoño del patriarca como ustedes saben es una novela bastante densa, con demorados movimientos internos, y tuvo indudablemente una buena difusión.
Intervención a propósito del tema " Escritores y mercado editorial en Iberoamérica " .
Espacio Ciclos en Movimiento, del Centro Cultural Dulce María Loynaz.
La Habana, 24 de mayo de 2007.
Fuente: La Jiribilla
Titulares
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Cubarte/008/06/2007
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