18/6/07

Se compró su casa con un meteorito

El leonés José Vicente Casado con el mayor meteorito de su colección. / MAURICIO PEÑA
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La historia de Mike, de Arizona, no es extraordinaria entre los cazameteoritos. En España también actúan. Tras las rocas que caen del cielo se esconde un gran negocio mundial: valen hasta 65 veces el precio del oro
VICTOR RODRIGUEZ
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El leonés José Vicente Casado con el mayor meteorito de su colección. / MAURICIO PEÑA
Durante los cinco meses que pasa al año en su casa de Tucson, en el desértico estado norteamericano de Arizona, Mike Farmer mira su correo electrónico al minuto. Recibe docenas de e-mails al día: gente que quiere comprar algún meteorito, el mensaje de un contacto en Marruecos, una solicitud de entrevista...
Pero los que más le interesan a uno de los mayores cazameteoritos del mundo son los que llevan el enunciado Google Alert. Farmer está suscrito al servicio de alertas del buscador, una sencilla herramienta por la que uno recibe todas las noticias aparecidas en Internet que contengan la palabra clave que desee.
Farmer tiene alertas para un montón de palabras: meteorito, luna, planeta... En cuanto en una de esas noticias aparece una zona en la que ha caído un meteorito, Farmer abandona la casa de Tucson que se hizo construir hace siete años con lo que ganó de vender un solo meteorito y mueve su pesado cuerpo de ex soldado hacia el aeropuerto. «Sin hacer las maletas», dice.
La recompensa merece la pena. En su mayor pelotazo, y posiblemente una de las ventas de meteoritos más lucrativas de la Historia, Farmer llegó a vender un fragmento lunar de aproximadamente un kilo encontrado cerca de Agadir (Marruecos) por 1,5 millones de dólares (1,14 millones de euros). A 1.140 euros el gramo. Esta semana el oro estaba en los mercados a 17,5 euros el gramo, 65 veces más barato.
Como Michael Farmer, entre 30 y 50 personas en todo el mundo se dedican a localizar, comprar y vender meteoritos en un singular mercado internacional que genera pingües beneficios con sedes en Internet y en las abundantes ferias internacionales de minerales y joyería.
No es raro que en las semanas siguientes a la caída de un objeto los socios de este peculiar club se dejen ver por la zona dispuestos a recoger o comprar a quien ya los haya recogido los pedazos de meteorito.
Ésa es la razón de que los investigadores no hayan querido revelar dónde se han encontrado los restos del bólido que el pasado 10 de mayo cruzó la Península.
«Se han recuperado cinco fragmentos de pocos gramos cada uno», explica Jordi Llorca, profesor de la Universidad Politécnica de Barcelona y miembro de la Red de Investigación sobre Bólidos y Meteoritos. «Los ha encontrado Thomas Grau, un buscador alemán con mucha experiencia. Estamos pendientes de analizarlos. Los fragmentos han aparecido en Castilla-La Mancha, pero no vamos a ser más precisos. No queremos que ocurra lo que ocurrió en Villalbeto...».
Lo que ocurrió en Villalbeto fue que cazameteoritos profesionales franceses y alemanes se llevaron para vender algunas de las mejores porciones de la tarta.
El 4 de enero de 2004 un pedazo de roca de 750 kilos que llevaba 48 millones de años vagando por el espacio entró en la atmósfera produciendo una espectacular bola de fuego visible desde el sur de Francia hasta Andalucía. Los científicos de la Red de Investigación sobre Bólidos y Meteoritos calculan que entre cinco y 10 kilos pudieron llegar en fragmentos a la Tierra en una área aproximada de 100 kilómetros cuadrados junto al pueblo palentino de Villalbeto de la Peña.
«En los cuatro meses siguientes la zona se llenó de buscadores», relata José Vicente Casado, empresario, miembro de la Asociación Leonesa de Astronomía y dueño de una de las mejores colecciones de meteoritos de España con 200 ejemplares -uno incluso de 600 kilos por el que pagó 50.000 euros- que va alquilando a museos, colegios o instituciones. «Unos se quedaban una semana, otros un mes». Al final, dos meses después de la caída, dos conocidos cazameteoritos franceses, Pierre Marie Pelé y Vincent Lejeune, encontraron el trozo más grande: un pedazo de 1.367 gramos. Hoy se puede comprar por Internet un fragmento de 12,60 gramos de aquel meteorito por 430 euros.
Es poco en comparación con lo que se paga por ejemplares más exóticos. Cada día entran en la atmósfera 110 toneladas de materia interplanetaria, aunque la mayor parte se achicharra antes de llegar al suelo. Una vez por semana cae un meteorito, a menudo en el mar.
Hasta 1970 se tenía constancia de la caída de unos 3.000 meteoritos en toda la Tierra, pero el aumento del interés científico y de la actividad de los cazameteoritos han elevado la cifra a 30.000. De esos 30.000, procedentes de la Luna o de Marte, habrá una treintena de cada. Fragmentos de 2 milímetros de meteorito lunar -apenas un grano de tierra- se ofrecen a 75 euros. Pedazos de tres centímetros de meteorito de Marte, a 12.000.
«A veces resulta obsceno», asegura Casado en conversación con su teléfono móvil desde el monte, adonde ha salido, precisamente, a por meteoritos. «Objetos de tanto valor científico no deberían mover semejantes intereses pecuniarios. Pero los anglosajones mandan...».
Obsceno y, según algunos, ilegal, rayano en el expolio. La Ley de Patrimonio Histórico Español de 1985, que prohíbe comerciar con el patrimonio, no cita expresamente los meteoritos, pero en su artículo 1 establece: «Integran el Patrimonio Histórico Español los inmuebles y objetos muebles de interés artístico, histórico, paleontológico, arqueológico, etnográfico, científico o técnico». Una definición en la que podría caber un meteorito.
El famoso cazameteoritos Robert Haag, conocido en el mundillo como Hombre Meteorito o el Indiana Jones de los Meteoritos y que se jacta de haber comerciado con rocas espaciales por valor de 1.000 dólares de media cada día de los últimos 30 años, ha llegado a estar detenido en Argentina por intentar llevarse un ejemplar de 37 toneladas.
«Es como el asunto del Odyssey», prosigue Casado. «El Odyssey busca un pecio y mientras lo busca nadie dice nada. Cuando lo encuentra, lo vende al mejor postor. Esto es parecido, pero con un desinterés de las administraciones aún mayor».
Y con la diferencia de que no hace falta un robot de 7 millones.
Ni siquiera interesarse por la astronomía. Michael Farmer nunca estudió Física en la universidad. Por no tener, ni tiene telescopio. Ex sargento del Ejército de EEUU, estuvo destinado en Colombia y Panamá. Hasta que los meteoritos se cruzaron en su vida. «A mí no me interesa mirar, yo quiero tocar. Tener en las manos algo que ha estado millones de años en el espacio es indescriptible», afirma.
Compró el primero hace 12 años y desde entonces hasta hoy, a sus 35 años, sus zapatillas New Balance han recorrido 62 países en busca de piedras espaciales. Hasta vino a España a buscar en Villalbeto, aunque se volvió de vacío. «Unas cinco personas me han comprado meteoritos desde España», asegura.
Igual que no tiene telescopio, nada especial lleva en sus viajes: un GPS, una cámara de fotos... A veces ni usa detector de metales. «Buscar meteoritos no es muy distinto de buscar setas. Sólo hace falta suerte y, como con las setas, saber identificarlos», explica Casado.
Curiosas setas. Dicen que por una trufa blanca del Piamonte se pagan 30.000 euros. Hasta el millón del meteorito de Farmer faltan...
elmundo.es/18/06/2007

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