25/11/07

Despolitizar la sociedad

Los medios de información son el nuevo poder mundial. Muchos políticos lo saben y por eso se han convertido en gobernantes mediáticos.
CATAULTADO MEDIATICAMENTE: Dos veces presidente de Italia, Silvio Berlusconi, es un magnate de los medios de comunicación.
RELACIONES PELIGROSAS:
El presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, es acusado de tener una alianza escandalosa con dueños de diarios.
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Por Sebastián Dozo Moreno*
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Es evidente que el político-vedette de la moderna sociedad del espectáculo, con su sonrisa gardeliana congelada en el rostro y la demagogia a flor de piel, es un militante inmaduro en perpetua carrera electoral.

La mayoría de los políticos actuales se esmera en abrazar a un niño antes que su misión patriótica, y revolea el bastón de mando como porrista antes que señalar con él un rumbo para el Estado.

Los medios de información -o el periodismo, en un sentido amplio- son el nuevo poder mundial, más poderoso aún que las armas, el dinero y la política. El diccionario de la Real Academia define periodismo de este modo: “Captación y tratamiento, escrito, oral, visual o gráfico, de la información en cualquiera de sus formas y variedades”. En el mundo actual, quien capta y trata la información tiene el cetro en su puño, así que el destino de los pueblos depende, en gran medida, del modo en que el periodismo ejerza su poder mediático.
Prueba de que el poder pasa hoy por el periodismo es que, en vez de cumplirse en nuestro tiempo el viejo ideal platónico del rey-filósofo, surgió una especie de contraideal político, y es la figura del gobernante-mediático. Se trata de estadistas que, sin ser déspotas declarados, basan su poder en el manejo de los medios de comunicación: el dos veces presidente de Italia, Silvio Berlusconi es un magnate mediático, y el flamante presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, está acusado de tener una alianza escandalosa con dueños de importantes medios de comunicación. “El Estado soy yo”, pudo decir Berlusconi, al modo de Luis XIV, gracias a que es el dueño de periódicos, editoriales y cadenas de televisión. Pero lo que hay que destacar es que il cavaliere pudo decir aquello sin la necesidad de ser “rey”, y he ahí la cuestión.
Esta nueva realidad abre un abanico de posibilidades inusitadas. Y entre esas posibilidades, la más osada y positiva es que los medios son capaces de dar inicio a una revolución social con vistas al mejoramiento espiritual del hombre sin que sea necesario echar a rodar cabezas, como en la Revolución Francesa, sino sólo las rotativas, pero con un sentido de misión nuevo y más alto (la palabra del periódico sigue teniendo un prestigio y una autoridad que no tienen ni la palabra radial ni la imagen. La imagen impresiona más, pero la palabra impresa cala más hondo).
¿Y cuál sería la mayor revolución mediática del siglo XXI en aras del bien común? A nuestro entender: despolitizar al ciudadano y civilizar al político. ¿En qué sentido?
“La política es la fatalidad moderna”, sentenció Napoleón con gesto profético, y sus palabras siguen vigentes. Esto no significa que los ciudadanos modernos suframos el influjo del poder político en mayor grado que los hombres del pasado, sino que el “espíritu” de la política, o bien, las actitudes e intereses propios de quienes detentan el poder político pasaron a ser también los de los ciudadanos comunes; a saber: la especulación, el afán de poder y notoriedad, la avidez de riquezas, el trastrocamiento de los valores y del discurso según el provecho personal, la preocupación por la imagen antes que por los sentimientos genuinos, la hipocresía moral, etc.
Ortega y Gasset, en el primer tomo de El Espectador, expresó la misma verdad de este modo: “No he hallado en derredor sino políticos, gentes a quienes no interesa ver el mundo como él es, sino dispuestas sólo a usar de las cosas como les conviene. Política se hace en las academias y en las escuelas, en un libro de versos y en el libro de historia, en el gesto rígido del hombre moral y en el gesto frívolo del libertino, en el salón de las damas y en la celda del monje”.
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Desfachatez, divismo y prepotencia
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La gran revolución de los medios consistiría, entonces, en despolitizar a la sociedad. ¿Cómo? Civilizando a los políticos, es decir, quitándoles protagonismo mediático, tanto por el bien de la sociedad como por el de ellos mismos. Mientras los políticos sigan siendo estrellas mediáticas, la imagen y la propaganda partidista seguirán preocupando a los políticos más que el cumplimiento de sus proyectos y promesas y, a su vez, el ciudadano, a la hora de votar, seguirá prestando más atención al carisma del candidato que a su honestidad y capacidades. Porque es un hecho evidente que el político-vedette de la moderna sociedad del espectáculo, con su sonrisa gardeliana congelada en el rostro y la demagogia a flor de piel, es un militante inmaduro en perpetua carrera electoral, para quien la casa de gobierno es una tienda rosa de campaña y no un lugar de trabajo esforzado y responsable. Por esto, la mayoría de los políticos actuales se esmera más en abrazar a un niño para las fotos que en abrazar su misión patriótica, y en revolear el bastón de mando como una porrista (o un camorrero) que en señalar con él los rumbos de la nave del Estado. Esta frivolidad de los representantes del pueblo, naturalmente, afecta gravemente a la sociedad en su conjunto, que no encuentra en el poder político modelos de sobriedad y de trabajo, sino de desfachatez, divismo, y prepotencia.
En cambio, si, por ejemplo, un medio de comunicación de alcance masivo resistiera la tentación de convertir a los políticos en centro de las noticias cotidianas y diera más lugar a otra clase de noticias (culturales, educativas, científicas) y, además, dedicara secciones diarias, y no sólo dominicales, al pensamiento, la literatura, la música y las noticias de contenido positivo, entonces ese medio lideraría una revolución social que modificaría “el espíritu de la época” y daría por tierra con la fatalidad denunciada por Bonaparte. El ciudadano se despolitizaría, y el político se civilizaría, es decir, se concentraría en sus labores cultivando un perfil bajo de trabajador maduro que lo haría merecedor de figurar, con muy alto perfil, en el reverso de las monedas nacionales del futuro. ¿Es posible una revolución tal o sólo se trata de una utopía bella pero irrealizable? En nuestra opinión, es posible. Sólo es preciso que el Robespierre de la era del periodismo entre en escena en el gran teatro del mundo mediatizado, y eche a girar las rotativas al son de una triple y nueva divisa, que bien podría ser: “Información, Formación, Transformación”.
¿Que hay demasiados obstáculos?... También la Bastilla parecía inexpugnable. © LA GACETA
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Sebastián Dozo Moreno*
Profesor de Literatura y de Filosofía. Colaborador permanente del diario “La Nación”.
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La Gaceta Tucumán - Argentina/25/11/2007

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