9/12/07

Opinar tiene un costo

Los riesgos del oficio
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Alfonso Gumucio D.*
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Hace cuatro años empecé a colaborar con Bolpress. Desde diciembre del 2003 he escrito sobre política nacional e internacional, sobre cultura y otros temas que me interesan. Mis artículos sobre política nacional son recibidos con reacciones de apoyo o de rechazo, casi por partes iguales. Pero al menos arriesgo mi opinión, cosa que otros no hacen. A veces, los colegas de Bolpress prefieren poner sus propios artículos, aunque sean de fecha anterior, encima de los míos, una manera de decirme que no les gustan.
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Hay lectores que rebaten o apoyan mis argumentos con otros argumentos. A ellos los respeto porque se lo merecen. Otros lectores, muy pobres intelectualmente, como poca sustancia en su cabeza, se limitan a enviarme un par de líneas, a veces con algún insulto: “Eres un hijo de puta”, o algo así. Cuando realmente se mueren de rabia e impotencia, llegan a insultar a mi familia. Obviamente, dan pena, no son capaces de hilvanar un párrafo coherente, por eso acuden a los epítetos cortantes. Algunos, afincados en Suecia o en España, o anclados desde hace 30 años en algún suburbio de Estados Unidos, me dan consejos de cómo debo escribir sobre política nacional. ¿Por qué no lo hacen ellos?
He notado que la desinformación es bastante grande, incluso entre los lectores bolivianos. Generalmente se guían por los titulares, y sobre todo, por sus buenas conciencias. Muchos no son capaces de discriminar entre los enunciados y las realidades, que en política constituyen -a veces- dos extremos. Muestran bastante incapacidad crítica, y esa no es la mejor manera de apoyar un proceso que quisiéramos que tenga éxito.
Algunos lectores se sienten desconcertados porque no muestro una manera de pensar en “blanco y negro” cuando escribo. A veces manifiesto mi apoyo a ciertos aspectos del proceso y a veces me opongo. Nunca me he guiado por consignas, y por ello no he podido ser militante de ningún partido, porque no soy un buen soldado. Yo pienso por mí mismo, de modo que es difícil que me adhiera al 100 % con alguna capilla o posición. Trato de analizar cada tema sin contaminarlo de prejuicios.
Las percepciones en nuestro país son a veces muy maniqueas. Para manifestar su adhesión incondicional a Evo, algunos se alinean con el lenguaje que hoy es “políticamente correcto”. Por ejemplo, todo lo que tenga que ver con las protestas en Santa Cruz es tildado de maniobra de la “oligarquía cruceña”, como si no hubiera en el oriente boliviano campesinos pobres, y más aún campesinos de origen aymara y quechua, que actúan con un sentido de pertenencia a su departamento de adopción. Desconocer esto, es ingenuo y lleva a grandes equivocaciones. En Santa Cruz, como en cualquier parte, hay diversas opciones políticas, no solamente dos bandos. Eso solo cabe en una cabeza simple. Los incondicionales no piensan por si mismos.
Otra interpretación maniquea es que todos los que en Sucre se manifiestan a favor del retorno de la capital a esa ciudad, y los que se oponen a que la nueva Constitución Política del Estado sea discutida y decidida en un cuartel por una sola alianza política, son “cachorros de las dictaduras militares”, “vándalos”, “turbas exaltadas” o cosas por el estilo. Esa descalificación de los otros, de los que no piensan como uno, tiene mucho de la “furia de los conversos” que ha sido responsable de tanta sangre en la historia de la humanidad. Además, es demasiado fácil cubrir las ideas con eslóganes, y no contribuye a que discutamos los temas con argumentos sólidos.
Hay quienes son incapaces de ejercer una posición crítica sobre las posiciones indigenistas hegemónicas, porque sienten remordimiento y culpabilidad por haber nacido un poco más blancos en un país donde más de la mitad es indígena. Yo no siento ningún remordimiento, ni tengo una actitud paternalista respecto a los indígenas. Precisamente porque no los veo con paternalismo, me permito criticar sus acciones como las de otros ciudadanos, independientemente del color de la piel, que nada tiene que ver con las ideologías. Por eso me permito criticar a veces a Evo (que no es precisamente el mejor ejemplo de indígena, ni habla quechua ni aymara), y a cualquier otro. Ejerzo mi derecho ciudadano de opinar públicamente, cosa que otros solamente hacen en mensajes de emails a sus amigos.
Escribir siempre entraña riesgos. Expresar públicamente lo que uno piensa, es dar a los demás una parte de si mismo. Tengo la ventaja de que escribo sin deudas ni compromisos con nadie, lo que me permite hacerlo con mayor libertad. Puedo equivocarme, como todos, porque no manejo toda la información, pero sé bastante más que la mayoría, pues no me limito a leer los diarios, sino una cantidad de sitios de discusión y de noticias, como AulaLibreBol o Bolpress, y además intercambio mucho con colegas de diferentes departamentos de Bolivia. Veo el bosque en su conjunto, no solamente los árboles que me rodean.
Conozco personas que podrían expresar sus ideas a través de artículos pero no lo hacen. Mantienen un silencio demasiado prudente, que indica que no quieren arriesgar nada, ni siquiera una opinión. Amigos míos, incluso periodistas o escritores, me escriben correos privados para manifestar su desacuerdo con algo que escribí, pero no son capaces de exponer ellos mismos lo que piensan. Prefieren mirar desde el palco, sin fijar posiciones. ¿Oportunismo o cobardía? Quizás esperan que las cosas se definan para tomar una posición.
En el curso de mi vida he sido testigo de tantos transfugios partidistas y tantos cambios de opinión, que me alegra no haber sido nunca militante de un partido político. Cuando estaba exiliado en Paris, durante la dictadura de Bánzer, recibía ofertas de partidos políticos para sumarme a ellos, pero siempre preferí mantener una posición independiente. Amigos que militaban en el MIR trataban de convencerme de que era el partido del “entronque histórico” en el que yo, naturalmente, debía militar. Mantuve una distancia prudente y pude ver el descalabro de esa agrupación. Basta ver en lo que terminó Jaime Paz Zamora. Otros, más radicales, me sugerían unirme al PCML (maoístas), la vanguardia comandada por el Motete Zamora. Que vergüenza sentiría hoy si me hubiera unido a semejante cáfila.
A muchos de esos amigos militantes, a veces más radicales que yo, los he visto dar tumbos de un partido a otro, acomodándose convenientemente para poder usufructuar de algún trabajo en el Estado o algún puesto diplomático.
Prefiero pues seguir opinando de manera independiente, aún con el riesgo de equivocarme. Mi aspiración es que el proceso de cambio se consolide, pero no en torno a una sola persona, ni a un poder omnímodo por tiempo indefinido. Quiero una Bolivia unida y diversa, donde ninguna región del país abuse a las otras ni trate de imponer sus creencias. Mi reflejo anarquista me hace estar en contra de todo autoritarismo, no lo voy a aceptar jamás, venga de quien venga. Y como periodista y comunicador tampoco tolero las mentiras y falsedades que engañan a los menos informados, vengan del gobierno o de los medios masivos..
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Alfonso Gumucio D.*
Escritor, cineasta, periodista, fotógrafo y especialista en comunicación para el desarrollo. Es autor de una veintena de libros y películas documentales, y ha trabajado en seis continentes en proyectos de comunicación participativa para el cambio social. Es Director Ejecutivo del Consorcio de Comunicación para el Cambio Social.
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Fue miembro de la redacción del Semanario "Aquí" hasta el golpe de 1980, y ha publicado en diarios y revistas de Bolivia, América Latina, Europa, Norteamérica, África y Asia.
Desde 1980 su trabajo en comunicación para el desarrollo lo ha llevado a todas las regiones del planeta. Trabajó con UNICEF en Nigeria (1990-94) y Haití (1995-97); fue director del "Tierramérica" (1998), una plataforma regional de información para el medio ambiente.
Ha sido consultor de FAO, UNESCO, PNUD, PNUMA, la Cooperación Australiana, UNAIDS, DTCD y la Fundación Rockefeller en proyectos de comunicación para el cambio social.
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Ha escrito veinte libros de poesía, narrativa, testimonio, y estudios sobre literatura, cine y comunicación: Historia del Cine Boliviano (México, 1982); Cine, Censura y Exilio en América Latina (1979); Luis Espinal y el Cine (1986); Las Radios Mineras de Bolivia (1989) en colaboración con Lupe Cajías; Comunicación Alternativa y Cambio Social (1990); La Máscara del Gorila (1982) que obtuvo el Premio del Instituto Nacional de Bellas Artes de México (INBA); y Haciendo Olas: Comunicación Participativa para el Cambio Social (2001), entre otros.
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BolPress - Bolivia/09/12/2007

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