Pakistán, tras el asesinato de Bhutto: la distorsionada percepción de Occidente
Tariq Ali
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(Sin Permiso) - «Los matrimonios apalabrados pueden ser asunto complicado. Concebidos primordialmente como instrumento de acumulación de riquezas, no sirven, sin embargo, para superar escarceos amorosos indeseables o para evitar historias amorosas clandestinas. Si es notorio que los contrayentes se detestan mutuamente, sólo un padre despiadado, de sensibilidad embotada por la perspectiva del beneficio inmediato, insistirá en un proceso, cuyo infeliz y aun violento final conoce a la perfección. Que eso vale también para la vida política, es cosa que ha revelado cristalinamente la reciente tentativa de Washington de unir a Benazir Bhutto con Pervez Musharraf. De firme resuelto padre único ha hecho en este caso las veces un desesperado Departamento de Estado –con John Negroponte en el papel de diabólico intermediario y Gordon Brown, en el de damisela azorada— poseído por el temor de no conseguir imponerse a los potenciales contrayentes y hacerse demasiado viejo para reciclarse».
(Sin Permiso) - «Los matrimonios apalabrados pueden ser asunto complicado. Concebidos primordialmente como instrumento de acumulación de riquezas, no sirven, sin embargo, para superar escarceos amorosos indeseables o para evitar historias amorosas clandestinas. Si es notorio que los contrayentes se detestan mutuamente, sólo un padre despiadado, de sensibilidad embotada por la perspectiva del beneficio inmediato, insistirá en un proceso, cuyo infeliz y aun violento final conoce a la perfección. Que eso vale también para la vida política, es cosa que ha revelado cristalinamente la reciente tentativa de Washington de unir a Benazir Bhutto con Pervez Musharraf. De firme resuelto padre único ha hecho en este caso las veces un desesperado Departamento de Estado –con John Negroponte en el papel de diabólico intermediario y Gordon Brown, en el de damisela azorada— poseído por el temor de no conseguir imponerse a los potenciales contrayentes y hacerse demasiado viejo para reciclarse».
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Escribí este párrafo inicial en un largo ensayo para la London Review of Books a comienzos de este mes. Que la violencia haya llegado a tal punto tan pronto, no ha dejado de sorprenderme. El choque inicial del asesinato de Benazir Bhutto va quedando atrás, y es preciso valorar desapasionadamente sus probables consecuencias, evitando el pietismo que invade las columnas de los grandes medios de comunicación globales. Prácticamente todo lo que se escribe en los periódicos o muestran las pantallas televisivas es engañoso y se diría concebido para eludir la discusión de lo que anda verdaderamente en juego.
¿Por qué Bush, Negroponte y los acólitos británicos estaban tan resueltos a poner precisamente ese remedio a la crisis pakistaní? ¿Qué pensaban lograr? ¿Qué "mundo nuevo" habían fantaseado? Casi todos su supuestos se fundaban en hechos sistemáticamente y selectivamente retocados, distorsionados o exagerados, a fin de evitar cualquier responsabilidad occidental en la actual crisis. Puesto que, con insignificantes variaciones, todo eso lo vienen repitiendo hasta la náusea los medios de comunicación globales, no será ocioso examinar específicamente cada uno de los principales argumentos esgrimidos:
a) Pakistán es un estado nuclear, el único país musulmán en posesión de armas atómicas y que ha realizado pruebas nucleares. Si los jihadistas/alQaeda metieran mano en esas armas, existe el peligro de que pudieran desencadenar un holocausto nuclear. Hay que apoyar a Musharraf porque se opone vigorosamente a es posibilidad.
Hay que recordar que Pakistán ha perfeccionado su armamento nuclear en los años 80 bajo la dictadura del general Zia ul Haq, ínclito aliado de Occidente y pieza central de la entonces llamada guerra contra el Imperio del Mal (la URSS) en Afganistán. Los EEUU estaban a tal punto obsesionados con el conflicto con los rusos, que decidieron organizar una red jihadista global para reclutar militantes en la guerra santa de Afganistán y mirar para otro lado durante la poco disimulada construcción de los silos nucleares pakistaníes.
Las instalaciones nucleares están sujetas a un control militar muy rígido. No hay la menor posibilidad de que un grupo extremista pueda sustraerse al control de un ejército de medio millón de soldados. La única manera que tendrían los extremistas religiosos de hacerse con el poder es por la decisión del ejército de que eso es lo que ha de pasar. El Pentágono y la DIA (la inteligencia militar de EEUU) saben muy bien que la estructura de mando militar de Pakistán jamás ha sido derrotada, y que los generales dependen de la financiación y del armamento americanos. Mes tras mes, el ejército pakistaní rinde cuentas al CENTCOM de Florida (el mando central estadounidense para operaciones en el extranjero) de sus actividades en la frontera afgano-pakistaní. Es el ejército como institución el que responde a esas exigencias, no sólo los generales. A Musharraf no le resta la menor legitimidad en este asunto, por cuanto ha abandonado el uniforme. De aquí la insistencia de Bush en que el proceso electoral siga su curso, a pesar del boicoteo masivo, de los procesos judiciales parados, del chitón de los medios de comunicación, de políticos clave bajo arresto domiciliario y de la ejecución pública de la señora Bhutto. De haberse decidido Benazir a boicotear las elecciones (lo que habría significado romper con Washington), seguiría viva.
b) Pakistán es un Estado en bancarrota, a pique del colapso y circundado de resueltos jihadistas furiosos al acecho. De aquí la exigencia de una alternativa no religiosa y el papel de Benazir Bhutto para ayudar a Musharraf a conseguir un poco de la legitimidad que necesita desesperadamente.
Pakistán no es un «estado fracasado» en el sentido en que lo son el Congo o Ruanda. Es un Estado que funciona mal, y en esa condición se ha mantenido durante casi cuatro décadas. A veces, la situación es mejor, a veces, peor. En el corazón de su mal funcionar está la dominación del país por parte del ejército, y cada nuevo gobierno militar no ha hecho sino empeorar las cosas. Eso es lo que ha impedido la estabilidad política y ha hecho imposible la aparición de instituciones consolidadas. De eso traen los EEUU responsabilidad directa, puesto que siempre han considerado –y siguen considerando— al ejército como la única institución del país con la que se puede tratar, el rocallar que contiene las agitadas aguas de la impetuosa torrentada.
Económicamente, el país se apoya desequilibradamente en una elite corrupta y ultrarrica, pero eso, ciertamente, resulta grato al Consenso de Washington. Y el Banco Mundial siempre fue próvido en elogios para las políticas económicas de Musharraf.
La última crisis es resultado directo de la guerra y de la ocupación de Afganistán por las fuerzas de la OTAN, que han desestabilizado la frontera noroccidental de Pakistán, generando una crisis de conciencia en el seno del ejército. Una fuente de desdicha, eso de ser pagado para matar a camaradas musulmanes en las áreas tribales fronterizas con Pakistán y Afganistán. La conducta arrogante y humillante de los soldados de la OTAN no ha ayudado, desde luego, a resolver los problemas entre ambos países. El envío tropas estadounidenses para adiestrar a los militares pakistaníes en labores de contrainsurrección provocará con toda probabilidad una ulterior inflamación de los ánimos. Afganistán sólo podrá ser estabilizado mediante un acuerdo regional que coimplique a India, Rusia, Irán y Pakistán y que venga acompañado de la retirada total de las tropas de la OTAN. Las tentativas de EEUU por evitar precisamente eso refuerzan la crisis en ambos países.
Musharraf ha fracasado en su papel de hombre clave de EEUU en Pakistán. Su incapacidad para proteger a Benazir Bhuto ha tenido mala acogida en Washington, que podría cambiar de posta el año próximo y volver a depositar sus esperanzas en el general Ashfaq Kayani, quien ha relevado ya a Musharraf como jefe del ejército. Menos fácil será hallarle un substituto a Benazir. Los hermanos Sharif no son de fiar, y son demasiado cercanos a los sauditas. Las elecciones serán manipuladas groseramente, lo que las privará de verdadera legitimidad. La noche oscura está muy lejos de su fin.
Escribí este párrafo inicial en un largo ensayo para la London Review of Books a comienzos de este mes. Que la violencia haya llegado a tal punto tan pronto, no ha dejado de sorprenderme. El choque inicial del asesinato de Benazir Bhutto va quedando atrás, y es preciso valorar desapasionadamente sus probables consecuencias, evitando el pietismo que invade las columnas de los grandes medios de comunicación globales. Prácticamente todo lo que se escribe en los periódicos o muestran las pantallas televisivas es engañoso y se diría concebido para eludir la discusión de lo que anda verdaderamente en juego.
¿Por qué Bush, Negroponte y los acólitos británicos estaban tan resueltos a poner precisamente ese remedio a la crisis pakistaní? ¿Qué pensaban lograr? ¿Qué "mundo nuevo" habían fantaseado? Casi todos su supuestos se fundaban en hechos sistemáticamente y selectivamente retocados, distorsionados o exagerados, a fin de evitar cualquier responsabilidad occidental en la actual crisis. Puesto que, con insignificantes variaciones, todo eso lo vienen repitiendo hasta la náusea los medios de comunicación globales, no será ocioso examinar específicamente cada uno de los principales argumentos esgrimidos:
a) Pakistán es un estado nuclear, el único país musulmán en posesión de armas atómicas y que ha realizado pruebas nucleares. Si los jihadistas/alQaeda metieran mano en esas armas, existe el peligro de que pudieran desencadenar un holocausto nuclear. Hay que apoyar a Musharraf porque se opone vigorosamente a es posibilidad.
Hay que recordar que Pakistán ha perfeccionado su armamento nuclear en los años 80 bajo la dictadura del general Zia ul Haq, ínclito aliado de Occidente y pieza central de la entonces llamada guerra contra el Imperio del Mal (la URSS) en Afganistán. Los EEUU estaban a tal punto obsesionados con el conflicto con los rusos, que decidieron organizar una red jihadista global para reclutar militantes en la guerra santa de Afganistán y mirar para otro lado durante la poco disimulada construcción de los silos nucleares pakistaníes.
Las instalaciones nucleares están sujetas a un control militar muy rígido. No hay la menor posibilidad de que un grupo extremista pueda sustraerse al control de un ejército de medio millón de soldados. La única manera que tendrían los extremistas religiosos de hacerse con el poder es por la decisión del ejército de que eso es lo que ha de pasar. El Pentágono y la DIA (la inteligencia militar de EEUU) saben muy bien que la estructura de mando militar de Pakistán jamás ha sido derrotada, y que los generales dependen de la financiación y del armamento americanos. Mes tras mes, el ejército pakistaní rinde cuentas al CENTCOM de Florida (el mando central estadounidense para operaciones en el extranjero) de sus actividades en la frontera afgano-pakistaní. Es el ejército como institución el que responde a esas exigencias, no sólo los generales. A Musharraf no le resta la menor legitimidad en este asunto, por cuanto ha abandonado el uniforme. De aquí la insistencia de Bush en que el proceso electoral siga su curso, a pesar del boicoteo masivo, de los procesos judiciales parados, del chitón de los medios de comunicación, de políticos clave bajo arresto domiciliario y de la ejecución pública de la señora Bhutto. De haberse decidido Benazir a boicotear las elecciones (lo que habría significado romper con Washington), seguiría viva.
b) Pakistán es un Estado en bancarrota, a pique del colapso y circundado de resueltos jihadistas furiosos al acecho. De aquí la exigencia de una alternativa no religiosa y el papel de Benazir Bhutto para ayudar a Musharraf a conseguir un poco de la legitimidad que necesita desesperadamente.
Pakistán no es un «estado fracasado» en el sentido en que lo son el Congo o Ruanda. Es un Estado que funciona mal, y en esa condición se ha mantenido durante casi cuatro décadas. A veces, la situación es mejor, a veces, peor. En el corazón de su mal funcionar está la dominación del país por parte del ejército, y cada nuevo gobierno militar no ha hecho sino empeorar las cosas. Eso es lo que ha impedido la estabilidad política y ha hecho imposible la aparición de instituciones consolidadas. De eso traen los EEUU responsabilidad directa, puesto que siempre han considerado –y siguen considerando— al ejército como la única institución del país con la que se puede tratar, el rocallar que contiene las agitadas aguas de la impetuosa torrentada.
Económicamente, el país se apoya desequilibradamente en una elite corrupta y ultrarrica, pero eso, ciertamente, resulta grato al Consenso de Washington. Y el Banco Mundial siempre fue próvido en elogios para las políticas económicas de Musharraf.
La última crisis es resultado directo de la guerra y de la ocupación de Afganistán por las fuerzas de la OTAN, que han desestabilizado la frontera noroccidental de Pakistán, generando una crisis de conciencia en el seno del ejército. Una fuente de desdicha, eso de ser pagado para matar a camaradas musulmanes en las áreas tribales fronterizas con Pakistán y Afganistán. La conducta arrogante y humillante de los soldados de la OTAN no ha ayudado, desde luego, a resolver los problemas entre ambos países. El envío tropas estadounidenses para adiestrar a los militares pakistaníes en labores de contrainsurrección provocará con toda probabilidad una ulterior inflamación de los ánimos. Afganistán sólo podrá ser estabilizado mediante un acuerdo regional que coimplique a India, Rusia, Irán y Pakistán y que venga acompañado de la retirada total de las tropas de la OTAN. Las tentativas de EEUU por evitar precisamente eso refuerzan la crisis en ambos países.
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BolPress - Bolivia/02/01/2008
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