ESCARBANDO...LQ somos.
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Desde hace un tiempo, unos años, los últimos años, he estado preocupado por la situación económica que se nos presentaba a los ciudadanos de a pie, a los que dependemos de un salario; porque hay mucha otra gente cuya preocupación es otra, bien distinta. Para el primer grupo al que me refiero, el mercado es la plaza, la bolsa es la de la compra, el interés es mutuo, los valores, humanos y los futuros, inciertos. Para el segundo grupo el mercado es el financiero, la bolsa sube y baja, el interés es compuesto, los valores cotizan y los futuros se venden. Aunque es bien cierto que también en estos últimos años ha habido un tránsito apreciable de personas que han pasado, casi sin darse cuenta, del sufrido primer colectivo al prestigioso segundo grupo, gracias a haber podido ahorrar y luego especular con una segunda, tercera (o más) vivienda, adquirida en los años anteriores y que se ha visto triplicado su valor en el mercado gracias a la especulación galopante.
La preocupación a la que me refería al principio se refiere a la situación en la que nos encontramos los renegados integrantes del primer grupo; infelices encadenados a una hipoteca, condenados a reservar una gran parte, cada vez mayor, del salario mensual para liquidar la letra del préstamo o en otros casos satisfacer el importe del alquiler. En un caso una hipoteca suscrita en uno de los grupos financieros que manejan y mantienen el hinchado mercado de la vivienda y en el otro una renta satisfecha a un grupo constructor o inmobiliario o bien a un casero venido a más, nuevo y feliz integrante del selecto segundo club.
Pero con las constantes y desmesuradas subidas de precios que se han producido en los últimos años en el mercado inmobiliario, animadas por la alegría inversora y especulativa de los felices integrantes del segundo grupo, parecía que la explosión de la burbuja inmobiliaria estaba cada vez más cercana. Se temían, incluso desde algunos ámbitos, posibles crisis a la argentina causadas por el exagerado inmovilizado de capital alojado en hipotecas, préstamos, fondos, etc. Se tenía la preocupación de que cada vez más familias serían incapaces de asumir un mínimo incremento de los tipos de interés, encorsetados por las condiciones de los préstamos y ceñidos a una cuota mensual ajustada al máximo, en años e importes. Mientras, los jóvenes que intentaban optar a una vivienda digna, lo tenían cada vez más difícil, por idénticos motivos: ¿cómo dedicar a satisfacer la cuota mensual de amortización o alquiler un porcentaje cada vez más cercano al total de lo ingresado por nómina? Sin embargo, algunos indicios contradecían estos supuestos, quedándonos perplejos ante las noticias respecto al mercado inmobiliario: lejos de frenarse, disminuir o colapsarse las cifras de ventas de viviendas en propiedad siguen aumentando y los precios continúan subiendo, batiendo registros constantemente.
Pues bien. Ya no es que no esté preocupado por la situación, pero hace poco he comprendido la dinámica perversa de todo este tinglado. He pensado en los mecanismos al alcance de los que cobran y de las posibilidades de los que pagamos. Los que piensan, integrantes de la elite del segundo grupo o, incluso, distinguidos componentes de un selecto club aparte, que deciden y manejan en función de parámetros que se nos escapan, lo tienen todo muy bien atado. Una base de excelentes medidas e ingeniosas soluciones nos brindan, día a día, en un increíble ejercicio de imaginación y flexibilidad para adaptar los mecanismos de cobro a la disponibilidad de los pagadores.
Claro, no podría ser de otra manera. Ellos nos necesitan, bueno, necesitan nuestro dinerito. Por nada del mundo les interesa provocar una explosión de la burbuja; ningún riesgo desean soportar que ponga en peligro su cuenta de resultados. Se han dedicado a estudiar materiales y texturas para que esa burbuja siga creciendo sin romperse nunca, ofreciendo, poco a poco, fórmulas de pago que nos permitan seguir comprando y, por tanto, seguir pagando. Al igual que ocurre con los avances en tecnología, que existen mucho antes de que se ofrezcan al mercado, pero se dosifican para sacarle el máximo beneficio. De eso se trata. En ese devenir de mentes privilegiadas que trabajan duro pensando soluciones que nos faciliten, no la vida, sino su cobro de la deuda, ofrecen continuas y dosificadas soluciones ingeniosas que nos permitan seguir pagándola religiosamente. Antes eran créditos hipotecarios a 10 años, luego a 15, y así los períodos fueron creciendo, como la edad de unos hijos parásitos que nos esquilman nuestro sueldo mensual durante períodos cada vez más largos. La fórmula es sencilla: si se aumenta el tiempo de amortización en años se puede mantener o subir muy ligeramente la asignación mensual. ¡Han de permitir que podamos seguir pagando! Pero a su vez han de estudiar también los mecanismos para asegurarse el cobro. Todas las entidades financieras nos han ido ofreciendo, en feroz competencia, cielos alcanzables por 30 años de condena. Hace poco el todopoderoso SCH anunció su "Revolución": hipotecas a 40 años. Eso sí, has de ser joven, bien remunerado y contar con aval, porque si no el cielo no estará a tu alcance. Recientemente el ingenio estratégico comercial del BBK ha saltado al escenario financiero-inmobiliario con su nuevo producto estrella: la hipoteca a ¡50 años! El siguiente paso ha de ser la hipoteca heredable. Nada hay que lo impida. Si tus hijos desean heredar tu casa, que hereden también la deuda. No está nada mal pensado. De hecho ese es el futuro; seguro que en el BBK han pensado en ello. Apuesto a que las masas grises (metáfora idónea para referirme a las mentes pensantes, por una parte como cerebros y por otra como individuos siniestros y entregados al capital) del resto de entidades financieras trabajan duro en esta línea. Es algo parecido a una perversa y moderna versión de la fórmula aún empleada en algunos países del Sur: la esclavitud por deuda.
La idea es que, en definitiva, lo que los departamentos de cobro de las entidades financieras, y por ende todos los poderes ejecutivos del sistema de economía liberal de mercado, han de asegurar es que se pueda seguir comprando. Si las condiciones se convierten en imposibles, su veloz chiringuito financiero se detiene y sus beneficios se ven comprometidos. Han de ponerlo difícil pero no imposible, así seguirá siendo deseable: la clásica estrategia de la zanahoria y el burro. Han de mantener el sistema apoderándose de esa buena parte de nuestro sueldo, subsidio o pensión, y mejor si es de por vida, para asegurarse así el negocio y cuidando bien de que éste no se acabe. De ese modo, basando su negocio en esa parte de nuestra nómina, de nuestros ingresos después de pagar impuestos, de nuestra vida en definitiva, se aseguran el cobro mensual, ineludible y eterno de nuestra asignada y bien estudiada cuota.
Desde hace un tiempo, unos años, los últimos años, he estado preocupado por la situación económica que se nos presentaba a los ciudadanos de a pie, a los que dependemos de un salario; porque hay mucha otra gente cuya preocupación es otra, bien distinta. Para el primer grupo al que me refiero, el mercado es la plaza, la bolsa es la de la compra, el interés es mutuo, los valores, humanos y los futuros, inciertos. Para el segundo grupo el mercado es el financiero, la bolsa sube y baja, el interés es compuesto, los valores cotizan y los futuros se venden. Aunque es bien cierto que también en estos últimos años ha habido un tránsito apreciable de personas que han pasado, casi sin darse cuenta, del sufrido primer colectivo al prestigioso segundo grupo, gracias a haber podido ahorrar y luego especular con una segunda, tercera (o más) vivienda, adquirida en los años anteriores y que se ha visto triplicado su valor en el mercado gracias a la especulación galopante.
La preocupación a la que me refería al principio se refiere a la situación en la que nos encontramos los renegados integrantes del primer grupo; infelices encadenados a una hipoteca, condenados a reservar una gran parte, cada vez mayor, del salario mensual para liquidar la letra del préstamo o en otros casos satisfacer el importe del alquiler. En un caso una hipoteca suscrita en uno de los grupos financieros que manejan y mantienen el hinchado mercado de la vivienda y en el otro una renta satisfecha a un grupo constructor o inmobiliario o bien a un casero venido a más, nuevo y feliz integrante del selecto segundo club.
Pero con las constantes y desmesuradas subidas de precios que se han producido en los últimos años en el mercado inmobiliario, animadas por la alegría inversora y especulativa de los felices integrantes del segundo grupo, parecía que la explosión de la burbuja inmobiliaria estaba cada vez más cercana. Se temían, incluso desde algunos ámbitos, posibles crisis a la argentina causadas por el exagerado inmovilizado de capital alojado en hipotecas, préstamos, fondos, etc. Se tenía la preocupación de que cada vez más familias serían incapaces de asumir un mínimo incremento de los tipos de interés, encorsetados por las condiciones de los préstamos y ceñidos a una cuota mensual ajustada al máximo, en años e importes. Mientras, los jóvenes que intentaban optar a una vivienda digna, lo tenían cada vez más difícil, por idénticos motivos: ¿cómo dedicar a satisfacer la cuota mensual de amortización o alquiler un porcentaje cada vez más cercano al total de lo ingresado por nómina? Sin embargo, algunos indicios contradecían estos supuestos, quedándonos perplejos ante las noticias respecto al mercado inmobiliario: lejos de frenarse, disminuir o colapsarse las cifras de ventas de viviendas en propiedad siguen aumentando y los precios continúan subiendo, batiendo registros constantemente.
Pues bien. Ya no es que no esté preocupado por la situación, pero hace poco he comprendido la dinámica perversa de todo este tinglado. He pensado en los mecanismos al alcance de los que cobran y de las posibilidades de los que pagamos. Los que piensan, integrantes de la elite del segundo grupo o, incluso, distinguidos componentes de un selecto club aparte, que deciden y manejan en función de parámetros que se nos escapan, lo tienen todo muy bien atado. Una base de excelentes medidas e ingeniosas soluciones nos brindan, día a día, en un increíble ejercicio de imaginación y flexibilidad para adaptar los mecanismos de cobro a la disponibilidad de los pagadores.
Claro, no podría ser de otra manera. Ellos nos necesitan, bueno, necesitan nuestro dinerito. Por nada del mundo les interesa provocar una explosión de la burbuja; ningún riesgo desean soportar que ponga en peligro su cuenta de resultados. Se han dedicado a estudiar materiales y texturas para que esa burbuja siga creciendo sin romperse nunca, ofreciendo, poco a poco, fórmulas de pago que nos permitan seguir comprando y, por tanto, seguir pagando. Al igual que ocurre con los avances en tecnología, que existen mucho antes de que se ofrezcan al mercado, pero se dosifican para sacarle el máximo beneficio. De eso se trata. En ese devenir de mentes privilegiadas que trabajan duro pensando soluciones que nos faciliten, no la vida, sino su cobro de la deuda, ofrecen continuas y dosificadas soluciones ingeniosas que nos permitan seguir pagándola religiosamente. Antes eran créditos hipotecarios a 10 años, luego a 15, y así los períodos fueron creciendo, como la edad de unos hijos parásitos que nos esquilman nuestro sueldo mensual durante períodos cada vez más largos. La fórmula es sencilla: si se aumenta el tiempo de amortización en años se puede mantener o subir muy ligeramente la asignación mensual. ¡Han de permitir que podamos seguir pagando! Pero a su vez han de estudiar también los mecanismos para asegurarse el cobro. Todas las entidades financieras nos han ido ofreciendo, en feroz competencia, cielos alcanzables por 30 años de condena. Hace poco el todopoderoso SCH anunció su "Revolución": hipotecas a 40 años. Eso sí, has de ser joven, bien remunerado y contar con aval, porque si no el cielo no estará a tu alcance. Recientemente el ingenio estratégico comercial del BBK ha saltado al escenario financiero-inmobiliario con su nuevo producto estrella: la hipoteca a ¡50 años! El siguiente paso ha de ser la hipoteca heredable. Nada hay que lo impida. Si tus hijos desean heredar tu casa, que hereden también la deuda. No está nada mal pensado. De hecho ese es el futuro; seguro que en el BBK han pensado en ello. Apuesto a que las masas grises (metáfora idónea para referirme a las mentes pensantes, por una parte como cerebros y por otra como individuos siniestros y entregados al capital) del resto de entidades financieras trabajan duro en esta línea. Es algo parecido a una perversa y moderna versión de la fórmula aún empleada en algunos países del Sur: la esclavitud por deuda.
La idea es que, en definitiva, lo que los departamentos de cobro de las entidades financieras, y por ende todos los poderes ejecutivos del sistema de economía liberal de mercado, han de asegurar es que se pueda seguir comprando. Si las condiciones se convierten en imposibles, su veloz chiringuito financiero se detiene y sus beneficios se ven comprometidos. Han de ponerlo difícil pero no imposible, así seguirá siendo deseable: la clásica estrategia de la zanahoria y el burro. Han de mantener el sistema apoderándose de esa buena parte de nuestro sueldo, subsidio o pensión, y mejor si es de por vida, para asegurarse así el negocio y cuidando bien de que éste no se acabe. De ese modo, basando su negocio en esa parte de nuestra nómina, de nuestros ingresos después de pagar impuestos, de nuestra vida en definitiva, se aseguran el cobro mensual, ineludible y eterno de nuestra asignada y bien estudiada cuota.
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LQSomos. Carlos Martín. Marzo de 2008 (Escrito en Enero de 2006 y actual en 2008)
LQSomos. Carlos Martín. Marzo de 2008 (Escrito en Enero de 2006 y actual en 2008)
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LQSomos/13/03/2008
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