3/11/08

Krugman, pero también Mundell

03/11/2008
Opinión
Ricardo Becerra
La Crónica de Hoy
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Lo que en Estados Unidos se vive como una crisis crediticia, en México se resiente como una crisis cambiaria. Allá, el crédito se estranguló; aquí la moneda se devaluó. Estos síntomas se están propagando velozmente por toda la realidad económica de ambos países (y en muchos más), pero no es casual que la primera gran consecuencia del crack encadene de manera tan férrea dos variables bien distintas: el crédito norteamericano y el peso mexicano. Pero esta es una historia vieja, una historia que data de hace medio siglo, ocurrida por primera vez en un país tan extraño como ¡Canadá! Y es que los canadienses tienen el pequeño inconveniente de compartir una enorme frontera con Estados Unidos y ya para los años 50 del siglo pasado, también tenían una enorme interdependencia económica con sus vecinos del sur. El dólar canadiense y el estadunidense fluían sin cortapisas de un lado al otro y mientras su comercio no cesaba de crecer. En aquellos años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, los flujos financieros estaban muy regulados y controlados y la indiscriminada apertura de fronteras al flujo de dinero era una especie muy rara: sólo ocurría entre los países gigantes de Norteamérica.

Para que esta relación fuese fructífera, los canadienses necesitaban de una moneda estable y predecible con la cual facilitar el comercio, los viajes, las inversiones. Pero también querían otra cosa: una política monetaria que pudiese ayudar a reducir el desempleo (por ejemplo otorgando crédito barato a las empresas) y cuando fuese necesario, contener la inflación. ¿Qué fue lo que descubrieron entonces esos canadienses? Que ambos objetivos resultaban ya incompatibles, que la gran, libre, circulación de capitales gestada entre ambos países los obligaba a optar: o moneda estable o política monetaria propia. En el despiadado mundo de la globalización, no se pueden ambas cosas. Veamos por qué.

Si los Estados Unidos querían atraer dinero para sus instituciones de crédito subían la tasa de interés. Esto obligaba a los canadienses a incrementar la tasa propia si querían retener los capitales; pero entonces no tendrían más remedio que encarecer el crédito interno, con los efectos nocivos (que los mexicanos conocemos bien) para la producción y la inversión nacional.

Padecían antes que nadie, la extraña enfermedad conocida ahora como la “Imposibilidad de Mundell”, o sea: todo país que quiera libertad de capitales debe elegir entre dos deseos macroeconómicos: independencia monetaria o tipo de cambio estable. Y no hay forma de escaparse.

La cosa fue teorizada y estilizada en una fórmula matemática por un joven llamado Robert Mundell, en 1965 (treinta y cuatro años después, recibiría el Nobel, justo por ese texto “El sistema monetario internacional: conflicto y reforma”). Pero lo que hace medio siglo era un fenómeno curioso que brotaba del roce entre dos economías desarrolladas, se volvió el pan de cada día en la década de los noventa. Entonces, el mundo tuvo que rendirse ante Mundell y reconocer que este es el límite central de la globalización, tal y como la conocemos.

No es nada casual que México haya sido el siguiente país en experimentar una conmoción debida a la paradoja de Mundell: en 1994-95 una estampida de capitales terminaron hundiendo al peso, precisamente porque nos habíamos integrado alegremente al libérrimo sistema financiero global.

Europa había experimentado una calamitosa semejante en 1992 y por eso la emprendió —de la mano de Mundell, precisamente— hacia la construcción del euro. El destino de la imposibilidad alcanzó después a Tailandia, Rusia, Brasil, Turquía y Argentina.

Todo lo cuál nos tiene metidos en una extraña etapa histórico-económica repleta de crisis bancarias y monetarias (o viceversa) desde finales del siglo XX y hasta la fecha.

En los momentos en que el capital se desplaza masivamente (por ejemplo, ahora mismo) los gobiernos que quieran mantener sus monedas estables, fijas ó ancladas a otra más fuerte, deben pagar el precio bajo la forma de tasas de interés altísimas, menos inversión productiva, recesión y más desempleo.

Todo esto encaja con las aportaciones de Paul Krugman, el Premio Nobel de Economía 2008 de nueve años después. Pues la labor del economista de Yale ha sido la de explicar los patrones del comercio internacional en aquel mundo inestable y conflictivo que describió Mundell. Un mundo en el que los demás factores de producción (aparte del dinero) se mueven con más libertad que nunca de una frontera a otra (trabajo, insumos, tecnología), pero también un mundo determinado por las economías de escala, o sea, el planeta puro y duro de la producción en masa, la única que disminuirá (al largo plazo) el costo de los productos.

La idea esencial es bastante evidente, así que puede decirse de un modo menos enredado: en el universo económico krugmaniano es muy posible que un puro hecho de tabaco dominicano se consiga más barato en una empresa forjadora de Holanda o que la ensambladora de computadoras más económica resida en la India; todo es cuestión de escala, tecnología y localización estratégica (un modelo para la innovación, transferencia tecnológica y distribución mundial del ingreso, su artículo señero de 1979).

Lo que he querido decir con todo esto, es que Krugman y Mundell son los economistas vivos que han comprendido mejor que nadie los dilemas del nuevo comercio internacional, de las nuevas interconexiones financieras, monetarias, productivas y tecnológicas, para ponernos en el umbral de una verdadera teoría de la globalización. Si queremos liberarnos de los efectos del crack, necesitamos de esa teoría; nos está haciendo mucha falta.
mailto:fricbec@prodigy.net.mx
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El político está hecho para gastar
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Opinión
Julio Brito A.
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Parece que el susto ya pasó, de menos en los mercados bursátiles, que tienen el especial don de adelantarse a lo que va a suceder en la economía real. Tienen el poder de predecir el futuro y de un pronóstico desolador, mayor a la crisis de 1929, que duró 14 años, parece que la actual crisis se llevará menos tiempo y las víctimas también se reducirán de manera importante, sin embargo, la pregunta es ¿quién pagará los platos rotos?

De principio será el pobre contribuyente. Respetamos mucho la opinión del Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, sus recomendaciones y elogios a la compra gubernamental de bancos en desgracia, pero eso tiene un precio que deberá impactar a los presupuestos gubernamentales, porque esto no es gratis. Claro que las intervenciones y compromisos se hacen bajo el supuesto de que “un gobierno jamás quiebra” y siempre paga.

La intervención del gobierno no como regulador sino como participante activo, siempre ha sido una desgracia para los contribuyentes, porque se parte de la base que un gobierno no está para generar ganancias o utilidades, sino bienestar social. Desde ese punto de vista los administradores de gobierno —regularmente políticos— carecen de la estructura empresarial, porque no está hecho para administrar, sino regular en economía y participar en política.

En una democracia, el hecho más importante de un político es ganar elecciones, no dinero o administrar empresas. En México los políticos van a gastar más de 12 mil millones de pesos el año próximo en las elecciones intermedias, porque su naturaleza es luchar por el poder. De ahí el carácter de gasto. Lo van a lanzar al aire, en forma de spots, anuncios, etc.

El hecho de que los políticos metan mano en la economía, como sucederá de manera cada vez más intensa en los próximos años, irá acumulándose a las finanzas públicas. No podemos olvidar la famosa década pérdida, los 80, que una deuda externa nos impidió crecer, porque había que cumplir con los pasivos, hasta que un político se le ocurrió decir que primero íbamos a comer y luego a liquidar pasivos y el mundo financiero empezó a temblar.

El futuro no es una panacea, porque el repunte de la economía todavía se llevará en el mejor del caso 18 meses y los gobiernos tendrán que mostrar los recursos que dicen tener y muy especialmente México.

En estos momentos, el Presupuesto de Ingresos para el 2009 es ya deficitario, porque el precio del barril de petróleo está cerca de 20 dólares debajo de lo previsto. Esto quiere decir que el gobierno tiene dos opciones, echar a caminar la maquinita de billetes para hacer las obras, que promecontribuyentes soportando una carga fiscal cada vez más rigurosa, porque todavía no hay magia en la economía te o simplemente no hacerlas. Ya se anunció un déficit de un punto porcentual sobre el PIB, pero la realidad es que al finalizar el 2009 estaremos con un desbalance cercano al tres por ciento, todo en nombre de que los gobiernos deben intervenir en la economía y nosotros los

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