27/6/09

ESCARBANDO en LQ Somos

La esperanza como bandera
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El pasado 6 de abril, en el marco de una actividad por el Día de la Memoria organizada por el Centro de Estudiantes del Normal No.1, un alumno con más de 60 años de edad y que se hacía llamar “Antonio” por sus pares, manifestó haber sido cómplice de crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura militar. Nadie lo obligó a confesar, pero cuando “Antonio” habló, sus compañeros y compañeras de estudio sintieron que una vieja y oscura sombra los cubría repentinamente. No era sólo la edad avanzada de ese alumno, ni el tono monocorde de su voz, ni la evidencia de que no se le movía un músculo de la cara al hablar. No, la sombra cobraba un cuerpo inusitado en el relato de las atrocidades que “Antonio” desgranaba.
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Es que resultaba inconcebible que en esa conmemoración de lo ocurrido bajo el terrorismo de Estado, alguien apelara al detalle escabroso, al regodeo en los pormenores del horror. Más impensado aún cuando ese alguien lo hacía en presencia de familiares directos de las víctimas fatales de la dictadura asesina y a quienes la narración sumaria de las atrocidades jamás les sería indiferente. ¿O acaso Mirta, la hermana de Teresa Israel –esa digna militante secuestrada y desaparecida por los genocidas- que había concurrido a dar testimonio frente a los alumnos, podía permanecer impasible? Cinecio Antonio Contrera –tal su verdadero nombre- hizo gala de una frialdad calculada. Consciente pues de lo que decía y del efecto que provocaba, hasta se permitió preguntar si debía seguir con su anecdotario. Él había cumplido órdenes superiores, dijo, “del Comandante Bussi en Tucumán, donde llegaban camiones con personas desnudas y atadas con alambre para que las incineráramos”. También “en la Esma”, incluso en “un operativo en una casa de San Juan y Entre Ríos donde había más de treinta personas detenidas, algunas destripadas”. La obediencia debida; él sólo se limitaba a ejecutar lo que otros le mandaban.

Pero después hubo preguntas y se sintió acorralado. Al marcharse, Cinecio Contrera, ex policía según sus propios dichos, recuperó su vieja jerga y atinó a decir “no me obstruyan el paso”. No dijo “permiso”, ahora volvía a ordenar. Recobraba ese destello helado en la mirada y, con paso firme, huía del cerco que él mismo se había tendido. Desde la bedelía llamó telefónicamente a un patrullero para que resguardara su integridad física supuestamente amenazada por sus compañeros de curso. El privador de libertades privado de la propia. Era la pertinaz dialéctica de quien, habiéndose autoinculpado, ahora culpaba a otros y reflotaba, aun a costa de sí mismo, la burda teoría de los dos demonios. ¿Qué falló en sus previsiones? Que la memoria histórica de un pueblo es una construcción social concreta. No son memoriosos únicamente quienes padecieron en carne viva el horror. Son memoriosos también todos aquellos que, como mínimo desde 2003 en adelante, saben que sólo hay futuro cuando no se abandona el recuerdo de lo pasado porque, al resignificar ese pasado en el presente, el mañana deja de ser un misterio insondable.

El Consejo Directivo del Normal No.1 decidió la inmediata suspensión de este alumno cómplice del genocidio hasta poder concretar su definitiva expulsión. Sin embargo, el 1 de junio recibió la providencia N º 2251/09 de la Dirección de Formación Docente del Gobierno de la Ciudad que dictamina: “al no obrar elementos de prueba suficientes para formular una denuncia penal dentro de las constancias que conforman los actuados (…), no existe motivo alguno para que no concurra regularmente en su condición de alumno a la Institución.”. O sea, la misma jurisprudencia que abona y fundamenta a la tenebrosa Ucep como tropa privada para los desalojos y patoteadas impunes, ahora apaña a un criminal confeso.

¿Será de este modo la “transición civilizada” que proponen Mauricio Macri y Gabriela Michetti? ¿Ésta es la vía “pro” para alentar una educación consustanciada con el imperativo de que nunca más se conculquen las libertades ciudadanas, los derechos cívicos? ¿Qué se puede esperar del futuro que prometen si hoy, en lugar de garantizar todo lo conquistado en materia de derechos humanos, se esfuerzan por negarlo? ¿Imaginaron, acaso, que con esa inaudita disposición administrativa de su gobierno borrarían de la conciencia de la comunidad educativa del Normal No.1 los ejemplos indelebles de Guillermo Barros, Isauro Arancibia, Marina Viltes y tantos docentes desaparecidos? Tal vez el vértigo de la campaña electoral los llevó a Macri y a Michetti a la insensata subestimación. Quizás la cuenta anticipada de los votos los indujo a creer que los pibes del Profesorado, nacidos y criados en democracia, ya no prestarían atención a cosas que es mejor olvidar que tener presentes. No supieron medir, justo ellos que se la pasan midiendo porque, sin amilanarse, los estudiantes del Normal No.1 salieron a la calle, para denunciar al genocida y a sus “imparciales” protectores.

Sea cual fuere la suerte que le depare la justicia a Cinecio Contrera, un mérito habrá que reconocerle: su pésimo cálculo demuestra que la patria –ese torbellino de escrituras, sangre, recuerdos y amores- es una memoria vital siempre en movimiento y no hay “Antonios” que alcancen para detenerla. A su pesar, el criminal y quienes lo apañan han descubierto que la patria es, todos los días, una chica o un chico con la esperanza como bandera.-
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LQSomos. Carlos Girotti *. Junio de 2009.
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(*) Sociólogo, CONICET.
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LQSomos/27/06/2009

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