30/9/07

Un misántropo en Ramadán (Acto I)

30/09/2007
Layla Anwar
An Arab Woman Blues
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Traducido del ingles por Sinfo Fernández
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Añoro tanto el mar.
El mar representa para mí las aguas primigenias, la “Prima Mater”, el útero de la tierra, el origen de todos los seres vivientes.
Es inútil intentar domesticar al mar. Se impone a sí mismo con su calma, sus olas y sus corrientes subterráneas.
Por eso, cuando un amigo, amablemente, me organizó un corto viaje de un día a la costa, aproveché la oportunidad y con gran anticipación me puse en camino.
Pensaba para mí, “ésta es época de Ramadán, el lugar estará o vacío o, como mucho, albergará a algún que otro ‘turista raro’, como yo…”
Casi no podía esperar para sentir la arena bajo mis pies y tan pronto como llegué me zambullí en las aguas saladas como si de un bautismo se tratara, como si fuera un ritual de purificación. Purificar el cuerpo, los sentidos y el alma de “energías negativas”, del exceso de equipaje que he venido cargando…
Tal y como esperaba, la playa estaba virtualmente vacía. Elegí un lugar a la sombra… Éxtasis, era un puro éxtasis.
Una hora después, dos parejas rusas, de constitución gruesa, se sentaron justo enfrente de mí, obstruyendo mi visión con su masa voluminosa. Un poco demasiado cerca para poder sentirme bien. Después de todo, la playa estaba vacía, ¿por qué tenían que ponerse allí?
La rusa “Dasha”, de talla XXL, movió entonces su tumbona hasta el diminuto lugar con sombra que yo ocupaba. Su pareja, “Iván el Terrible”, se enrolló el traje de baño entre las nalgas convirtiéndolo en un tanga. Quería asegurarse de que su ruso culo consiguiera, justo bajo mi nariz, una exposición completa al sol.
Cualquiera que viaje regularmente por estas playas turísticas de Oriente Medio, sabe bien que el turista ruso medio es conocido por su brusquedad, su falta de consideración hacia los demás, especialmente si son árabes, por su arrogancia y por su comportamiento de nuevo rico. Nuestros “visitantes” no eran una excepción.
Media hora después, otras dos parejas vinieron y se sentaron a mi derecha… Mucho más cerca de lo necesario. Eran israelíes, ashkenazis (1), para ser más precisa.
Bien, nadie, absolutamente nadie, supera a los horteras nuevos ricos israelíes. Una de las mujeres llevaba un vestido con manchas de leopardo, un traje de baño con el mismo estampado, un sombrero de leopardo y, por supuesto, una bolsa de leopardo que iba muy bien con el resto del “conjunto”. Más toda la joyería dorada.
Parecía como si hubiera salido de alguna expedición de caza por alguna selva y apareciera portando sus trofeos. Supongo que “Israel” puede ser considerado como una selva y los palestinos unas especies en vías de extinción.
Y si todo ese grotesco conjunto no fuera suficiente, iba mascando chicle de la forma más vulgar. Pensé que estaba sentada al lado de una vaca rumiante.
Más tarde aprendí varias cosas “interesantes” sobre los turistas israelíes:
Una, nunca pagan en moneda local. Consiguen tarifas excesivamente baratas en “casa” y todo está pagado por adelantado. Por eso, la economía “local” anfitriona no consigue más que una miseria de sus visitas.
Lo segundo que aprendí es que los turistas israelíes son conocidos por ser unos cleptómanos. Arramblan básicamente con todo lo que cae en sus manos. Toallas de hotel, ceniceros, jaboneras e incluso los cuadros de las paredes. Por eso, los hoteles han clavado sus cuadros de forma que los han hecho inamovibles o como diría yo, imposibles de robar. A menos, desde luego, que convoquen al establecimiento a un bulldozer israelí.
Lo tercero que aprendí es que los israelíes no necesitan visado, mientras que los “locales” deben solicitar uno, para ir a su país, con semanas de anticipación y les es denegado nueve de cada diez veces.
Y lo último, pero no menos importante, que hay un período festivo de vacaciones en “Israel” y que un buen número de israelíes prefieren las costas de al lado a sus propias, saturadas y kitsch playas.
Y, por supuesto, este particular grupo era el típico grupo ruidoso, arrogante, desagradable y desconsiderado con el personal que trabaja en la zona… discutiendo hasta cada céntimo de la factura.
Un poco más tarde, aterrizó una pareja inglesa que también procedió a sentarse justo detrás de mí. Yo pensé para mí: “Nena, paciencia, veamos hasta donde llega tu gafe hoy”. La rosada pareja inglesa tenía el acento cockney (2) más fuerte que he oído nunca. Continuamente estaban diciendo “iyia!”.
El británico tatuado pidió cantidades industriales de cerveza, que su “colega” y él mismo tragaron a la velocidad del rayo, engullendo puñados de frutos secos del plato y escupiéndolos de sus bocas como si nunca antes en toda su vida hubieran visto un pistacho.
Así, pues, recapitulemos… Cuatro rusos enfrente de mí. Cuatro israelíes a mi derecha. Dos ingleses chabacanos detrás de mí, y yo esperando que sobreviniera la “gran final” antes de que bajara el telón. Y desde luego que sobrevino.
Poco después, llegó una pareja estadounidense y se sentó a mi izquierda. Casi me desmayé. Tenía el gafe, seguro.
El chico parecía uno de esos soldados que disfrutan de un breve descanso de la dura y cansada tarea de matar y su “significativo adlátere” (una calificación típica políticamente correcta, ¿no creen?, ¿ven como aprendo?), su acompañante, era una cosa repugnante y chillona llamada “mujer”. Puedo afirmar sin exageración alguna que el tono de su voz podía oírse desde el final de la playa y quizá a través de las fronteras…
Si realmente quieren saber cómo sonaba, les invito a apretarse fuertemente las ventanas de la nariz y a hablar rápidamente con la voz más alta que puedan conseguir.
Eso es, inténtenlo… Sí, así era exactamente.
Su compañero, cansado de su parloteo asesino, se colocó su Ipod, obviamente ignorando su incansable charla sobre el último dulce de chocolate que se comió en casa de la tiíta Lou. Después de un rato, al ver que estaba siendo manifiestamente ignorada, sacó una novelucha de Danielle Steel; leía una línea, paraba, y volvía a parlotear…
¿No les encantan esas intelectuales conversaciones estadounidenses?
Y si todo lo anterior no fuera suficiente, me tocó, para rematar, el premio gordo. El barman de la playa decidió poner algo de música. ¿Adivinan lo que puso? Una horrible música de banjo que hizo que Dolly Parton pareciera en comparación una diva de la ópera.
Y allí estaba yo, cogida en una cacofonía de indeseable hebreo, descaradamente reaccionario ruso, desdeñoso inglés cockney y repugnante y estridente inglés estadounidense, toda una mezcla de lenguas coronadas por una especie de música de banjo de Iowa… Y allí estaba yo, sentada en el corazón del Oriente Medio durante el Ramadán.
Sentía una claustrofobia terrible que casi no me dejaba respirar… Sentía como si mil muros se estuvieran desplomando sobre mí… Reuní mis cosas y escapé hasta el rincón más lejano de la playa, mirando ansiosamente tras de mí, confiando en que toda esa turba ocupante no me siguiera…
Le dije a uno de los camareros cuando me encaminaba hacia puerto seguro: “Por amor de Dios, cambia esa música… No estamos en un campo de maíz de Iowa”. Lo que realmente me apetecía gritar, tan fuerte como fuera posible, era: “¡Maldita sea, cambia esa música yankee de mierda.” Pero me contuve. Después de todo, yo era la auténtica extranjera allí, no ellos. “No hay problema, Madam, tengo a Celine Dion”, contestó. No puedo soportar a Celine Dion, pero cualquier cosa era mejor que aquello.
Finalmente me relajé un poco y escuché a la tímida Celine Dion atacando el tema de la película “Titanic”, ya saben: el del naufragio.
Quien se sentía naufragar era yo. Me reproché a mí misma haberme metido en ese torturante proceso de observación “socio-política” que me había causado un inmenso ataque de ansiedad que estuvo casi a punto de ahogarme.
Sintiendo que mi corazón se tranquilizaba, me recosté y traté de sacar a Celine Dion, y a aquella gente, de mi mente. Enchufé mi anticuado walkman y como no tenía cintas, me puse a sintonizar la radio. Tropecé con un boletín de noticias:
Un minusválido palestino de Nablus fue asesinado de un tiro por soldados israelíes cuando estaba apoyado en la ventana de su casa. El hombre estaba minusválido desde 2001, como consecuencia de una incursión israelí.
Un niño palestino de doce años fue atropellado en Gaza por un bulldozer israelí.
15 muertos y varios heridos en diversos lugares de Iraq…
Mientras escuchaba el boletín de noticias, recibí dos mensajes de texto: El primero era de Radhi y decía: “Ellos han matado a tres (se refería a los estadounidenses y a las milicias de su barrio). No te preocupes, aún estamos vivos”.
El segundo era de Zayd: “Esta noche, a las 9 en punto, visita, condolencias a X. Sobrino muerto disparo en su casa por tipos del Mahdi. No tardes. ¡Disfruta!”.
Suspiré y cambié de emisora y escuché una vieja canción tradicional iraquí, cantada en hebreo, seguida por una canción tradicional palestina, cantada también en hebreo.
Para entonces, la playa estaba vacía. Supongo que los diversos “huéspedes” se preparaban para otra suculenta “Cena” tipo Oriente Medio…
Podía casi imaginarme al equipo del hotel inclinándose y gimoteando como en los “buenos y viejos” días coloniales…
Entonces recordé lo que una anciana señora palestina me dijo hace pocos días: “Cuando estaba en el instituto en Jerusalén, nuestro profesor de inglés nos decía: las niñas educadas se sientan derechas, con la cabeza y la espalda estirada. Pero vosotras (palestinas) no necesitáis aprenderlo realmente, sólo nosotros (ingleses) tenemos derecho a esa postura.”
Era hora de irme ya. Tenía que hacer una visita de funeral y eché una última y larga mirada… El sol desaparecía lentamente bajo la línea en que se unían el horizonte y el mar. El agua se tiñó de color azul plateado, brillando como si miles de diamantes flotaran en su superficie. Todo iba quedando envuelto de matices rosa, rojo, amarillo e índigo.
Y en pocas horas, en cuanto amanezca, el mar y su costa serán testigos de un resplandeciente nuevo día de… Ocupación.
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N. de la T.:
(1) ashkenazi: nombre dado a los judíos que se asentaron en Europa central y oriental.
(2) cockney: lenguaje vulgar, chabacano, utilizado por la clase trabajadora de Londres, especialmente del Este de Londres.

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