15/11/07

El reto de la política exterior estadounidense

Hay países cuyos reclamos a Estados Unidos son antiguos y legítimos, pero pocas veces el reproche ha sido tan universal y tan justificado como en los últimos años.
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Sergio Muñoz Bata
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En un lapso de siete años, cuatro profesionales de la comunicación han fracasado en su intento por mejorar la imagen de Estados Unidos en el mundo, y particularmente en el Cercano Oriente, al frente de la oficina de Diplomacia Pública del Departamento de Estado.
La última es Karen Hughes, la confidente y antigua colaboradora del presidente George W. Bush, quien asumió el puesto en agosto de 2005 y recién acaba de anunciar que renuncia al puesto a finales de diciembre. La anterior, Margaret Tutwiler, ex vocera del poderoso abogado del presidente y ex secretario de Estado James Baker, apenas duró seis meses en el puesto.
La gestión de la famosa publicista Charlotte Beers duró menos de dos años y más breve aún fue la de la primera titular del puesto, Evelyn Lieberman, quien renunció antes de cumplir 16 meses en el puesto.
Si bien es cierto que Hughes pagó el noviciado con pifias que evidenciaban su falta de experiencia en el mundo de la diplomacia, también es cierto que gracias a su cercanía al presidente logró aumentar considerablemente el presupuesto de la oficina, creó una eficiente infraestructura de comunicación para responder a los medios árabes y organizó interesantes programas de intercambio cultural con niños árabes. Nada de esto sirvió. Durante su mandato, la imagen de Estados Unidos no solo no mejoró, sino que tuvo un marcado descenso en los países musulmanes.
A pesar de los malos resultados, la crítica de los círculos más liberales del país no se ha centrado en el desempeño de Hughes. Más bien, lo que se ha enfatizado es que cualquier intento de mejorar la imagen del país está condenado al fracaso mientras sigan vigentes las políticas de la administración de Bush que perpetúan la ocupación de Iraq; plantean tortuosas redefiniciones de la tortura; se repudian los Convenios de Ginebra; se establecen centros de detención ilegales y se le da trato preferencial a Israel en el conflicto con los palestinos.
Históricamente, apenas sería justo señalar que el sentimiento anti Estados Unidos en el mundo ha pasado por ciclos en los que aumenta y disminuye en función de sus guerras y su poderío militar, su política exterior, el avance global de la economía de mercado, el contacto directo con los americanos y con la cultura popular norteamericana. Hay países cuyos reclamos a Estados Unidos son antiguos y legítimos, pero pocas veces el reproche ha sido tan universal y tan justificado como en los últimos años.
Entre los grupos moderados también prevalece la opinión de que la imagen del país no va a mejorar con programas de fortalecimiento de la diplomacia pública, y aunque reconocen el peso del problema coyuntural que representan las políticas de Bush, argumentan que el problema podría tener solución una vez que asuma el poder el próximo presidente o presidenta.
Para ello, razonan, habría que convertir la oficina de diplomacia pública en un verdadero centro de información sobre la historia, los valores y la política exterior de Estados Unidos. También abogan porque la dependencia gubernamental se constituya en un foro en el que el Gobierno asuma la defensa de sus políticas y se abra al debate con sus detractores y con sus simpatizantes.
En este sentido, por ejemplo, las recientes visitas del presidente francés, Nicolas Sarkozy, y la canciller de Alemania, Angela Merkel, a Estados Unidos parecerían darle sustento a la tesis. Más allá de las posibles coincidencias entre los conservadores Sarkozy y Merkel con Bush, la visión positiva que los dos europeos tienen de Estados Unidos antecede a la actual administración y sobrevivirá después de que Bush deje el poder.
Sarkozy está en lo correcto cuando dice que Europa le debe eterno agradecimiento a Estados Unidos por garantizar su libertad no una, sino dos veces, y que le admira por su espíritu innovador, su música, su cine, su literatura, su arte, su exploración del espacio, su apego a los ideales de la democracia y la libertad. Más sobria, Merkel utilizó su visita al rancho de Bush para descongelar la relación y puntualizar los acercamientos de las posturas sobre Irán, Iraq y Afganistán.
Por el momento, y hasta donde se puede pronosticar, Estados Unidos seguirá siendo, como alguna vez dijo la secretaria de Estado Madeleine Albright, “el poder indispensable”.
Lo deseable, en todo caso, sería que el próximo presidente vuelva a la fórmula de Walter Lippman, quien desde 1943 pugnaba por darle solvencia a la política exterior norteamericana “manteniendo un equilibrio entre sus objetivos y su poder, sus propósitos y sus medios”, y establecía como condición indispensable de la “solvencia”, el acuerdo consensuado entre los partidos políticos.
sergio@intelatin.com
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La Prensa Gráfica - El Salvador/15/11/2007

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