22/4/07

Reflexión útil para la construcción del socialismo del siglo XXI. Diferencia entre opinión y dogma

Vladimir Acosta
Aporrea/22/04/2007

Hoy vamos a tener que tomar otra vez como tema algunas consideraciones acerca de la condición socialista de Jesús, la actitud de la Iglesia Católica, el problema del dogma religioso y el problema del socialismo del siglo XXI, a propósito de unas palabras del presidente Chávez en un acto público hace una semana. Me preocupa el asunto porque la situación que se está creando en relación con esa discusión podría derivar en una amenaza peligrosa contra este proceso y de la que, al parecer, no se está muy consciente.

Hasta ahora la discusión sobre el real o supuesto socialismo de Jesús se había mantenido en el terreno de la opinión. El terreno de la opinión realmente no es un terreno muy problemático. El presidente Chávez insiste en que Jesús fue socialista exponiendo argumentos al respecto y voceros calificados de la Iglesia –no ha habido todavía un pronunciamiento oficial de la alta jerarquía religiosa- insisten en lo contrario, diciendo que Jesús no fue socialista, que no habría podido ser socialista. Hasta ahí no hay mucho problema. Pero la polémica empieza a tomar, pienso yo, un cariz peligroso al pasar del terreno de la opinión al terreno del dogma, al terreno del argumento de autoridad. Y es aquí donde yo veo el peligro que quiero advertir a tiempo.

Porque creo que esta revolución tiene suficientes problemas, suficientes enemigos poderosos como para tener, pienso yo que sin mucha necesidad, que entrar a pelear en un terreno delicado en el que el proceso revolucionario tiene posibilidades de sufrir una derrota desde el punto de vista ideológico político o de verse enfrentado a nuevas dificultades. Repito, el punto de partida es lo ocurrido el lunes pasado en el acto de graduación de una buena cantidad de médicos revolucionarios en el Teatro Teresa Carreño. Ahí el presidente Chávez dio una declaración acerca del socialismo de Jesús y, en mi opinión, lo dijo de una manera que tenía rasgos dogmáticos, rasgos de argumento de autoridad. Fue algo como esto: “Diga lo que diga la Iglesia, Jesús era socialista ... y si no, no se entiende qué misión vino a cumplir Jesús en este mundo”. Quizás no sean exactamente las palabras pero fue muy parecido. Aquí pareciera que estaba hablando un teólogo católico y no un presidente laico de una República laica, donde el Estado está separado de la Iglesia. Y es esto lo que yo estimo peligroso. Porque hasta ahora el presidente Chávez es presidente, pero no es teólogo católico ni es vocero autorizado de la Iglesia. Y aquí es donde puede brotar el problema que estoy avizorando.

Por ello es necesario volver sobre el tema del socialismo de Jesús, sobre la relación de este tema con la autoridad religiosa, los peligros que ello implica para la separación de la Iglesia y el Estado, condensando algunas reflexiones que he hecho antes.

De entrada, repito aquí, para hablar con seriedad acerca de Jesús, del tema de su existencia o no, de sus dichos, hechos, de los Evangelios, de los orígenes cristianos, en fin, de todos esos temas, no basta con haber asistido al catecismo en la niñez, como ocurre con la mayoría de los católicos, o con haber hojeado de vez en cuando los Evangelios. Eso lo hace o lo puede hacer cualquier católico sin salirse de la égida, del dominio, de la Iglesia y de la lectura o interpretación que hace la Iglesia de Jesús y de los Evangelios: Jesús es Dios. Jesús es Hijo de Dios, enviado por Dios al Mundo. Jesús es Mesías. Los Evangelios son Textos Sagrados escritos o inspirados por Dios. Cada palabra es Sagrada, como repite el papa Ratzinger, por el Espíritu Santo.

Soy de los que cree que para opinar con base, con seriedad sobre Jesús hay que estudiar. Hay que estudiar a fondo las religiones, el judaísmo, el llamado paganismo grecorromano, los orígenes del cristianismo, estudiar a fondo los orígenes de la propia Iglesia cristiana, los cultos orientales, en síntesis, hay que tener una buena información, seria, procesada, acerca de esto. Nosotros los seres humanos de hoy tenemos ya a nuestras espaldas, por lo menos, doscientos cincuenta años de estudios rigurosos, de investigaciones serias -que por supuesto en muchos casos han generado polémica, no podía ser de otra manera- entre historiadores de las religiones y teólogos cristianos. Y sin conocer bien por lo menos los resultados esenciales de tales obras, no se puede avanzar. Lo único que se puede hacer es seguir repitiendo lo que la Iglesia impone como dogma.

Repito, he hablado de esto en dos programas recientes (ver nota final). Lo he hecho porque he investigado el tema, he estudiado el tema. Generalmente hablo de cosas que conozco y este tema me ha interesado toda mi vida y, a lo largo de ella -entre miles de cosas que he podido hacer- le he dedicado mucho tiempo y muchas reflexiones a este tema. Y quiero puntualizar algunas ideas.

Lo que se puede tener claro en relación con la Iglesia cristiana, los orígenes el cristianismo, Jesucristo, los Evangelios, etc., pienso que es lo siguiente. En primer lugar, si se quiere estudiar y discutir acerca de Jesús –es decir, si se quiere hacer algo diferente de repetir como loros una supuesta historia sagrada que nos enseñan durante la niñez, una historia manipulada por la Iglesia en función de sus intereses-, entonces, resulta indispensable salirnos argumentalmente de la Iglesia y de la lectura religiosa. Es decir, suspender la fe, al menos por un momento. Porque si no, no se puede razonar. Si se parte de que Jesús es Dios o de que Jesús es Mesías o de que vino al mundo a salvar a la humanidad, es decir, de lo que nos inculcaron en nuestra temprana niñez, antes de que tuviéramos uso de razón, entonces no podemos entender ni discutir nada. Ese es el dogma enseñado por la Iglesia Católica en la infancia a cada uno de los católicos y, una vez que esto se acepta como dogma, como fe, ya no se lo puede discutir. Porque la fe no se discute. La fe no se razona. Se cree y se acabó. No importa lo absurdo o lo irracional que pueda ser lo que uno cree. Uno cree y se acabó. Con la fe no se discute.

Y cuando la fe es religiosa, menos aún. Con Dios, ¿cómo se va a discutir con Dios? De Dios no se pueden discutir los motivos, motivos insondables o motivos impenetrables, como dice la Iglesia. Pero claro está, a pesar de que son insondables e impenetrables, ella sí los sondea, ella sí los penetra y ella es la que nos los explica. Y entonces, una vez que aceptamos eso tenemos que aceptar que la Iglesia sea la Intérprete, la única Intérprete autorizada por el propio Dios para decirnos o explicarnos esos misterios que nosotros no comprendemos. Porque ella dice justamente que es la Autorizada para explicarnos las cosas de la religión tal como ella las ve o tal como ella, la Iglesia, o sea, la alta jerarquía religiosa, quiere que las veamos.

Así no hay salida. Así no hay salida. Jesús es entonces lo que la Iglesia diga que es Jesús. Por desgracia, la mayoría de los católicos, la casi totalidad de los católicos, piensa así. En materia de dogma no razonan; simplemente, creen. Porque, como afirma la propia Iglesia, los católicos son las “ovejas” y la Iglesia, es decir, ellos, los curas, sobre todo los obispos, los cardenales y los papas, son los “pastores”. Ellos son los únicos que piensan. Y al que intenta salirse del rebaño de ovejas, vale decir, al que intenta pensar, razonar y discutir lo callan, lo califican de “hereje”, lo expulsan del rebaño. Y hasta no hace mucho tiempo, lo quemaban vivo. Esta es la primera consideración que quería señalar.

En segundo lugar, quiero recordar que esos dos siglos y medio de estudios e investigaciones sobre Jesús, los orígenes del cristianismo y de la Iglesia cristiana, son la obra de una serie grande de investigadores y estudiosos -muy larga para mencionar aquí, algunos de ellos incluso son sacerdotes o teólogos católicos que fueron execrados y condenados por el Papado-, lo que esos dos siglos y medio de estudios de Jesús, decía, nos han enseñado o al menos, lo que hoy acepta la gran mayoría de esos estudiosos (y que la Iglesia Católica, el sector más atrasado y más reaccionario del cristianismo, se sigue negando a reconocer), fundamentalmente, lo que se acepta es que en la Palestina dominada por los romanos del primer siglo de nuestra era, de la llamada era cristiana, debió de existir -entre tantos predicadores populares, entre tantos candidatos judíos que vivían entonces y se querían proclamar como Mesías, es decir, como enviados de Yahvé o de redentores de su pueblo que entonces estaba sometido al dominio romano- debió de existir uno de ellos que pudo ser Jesús. Pero que no dejó ninguna huella que fuera recogida ni por los historiadores judíos ni por los historiadores romanos de su tiempo. Entonces, prácticamente, no sabemos nada.

Quizás podamos admitir que algunas cortas frases suyas sobreviven en los Evangelios, siendo que la mayor parte del pensamiento de ese personaje que sirvió para construir el Jesús de los Evangelios, la mayor parte de su pensamiento, era un pensamiento dependiente de la sabiduría judía de su tiempo, sobre todo, de la sabiduría de los fariseos.

El Jesús que describen los llamados Evangelios Canónicos, esto es, los tres Evangelios Sinópticos –que se atribuyen falsamente a Mateo, a Marcos y a Lucas- y el cuarto Evangelio, -el que se atribuye falsamente a Juan- sería entonces el único Jesús que podríamos conocer. Pero resulta que este Jesús, el único que podríamos conocer, fue construido y elaborado, por la segunda, la tercera y hasta la cuarta de las generaciones judeocristianas. Y fue construido, modificado y manipulado en función de la evolución y de los intereses de esa secta judía, herética, originaria, rebelde, que defendía la condición de Jesús como Mesías (a lo cual se oponía la mayoría del judaísmo), que se apoyaba en el judaísmo porque era la única forma de fundamentar la condición mesiánica y divina de Jesús, pero que para diferenciarse del judaísmo terminó enfrentándose a él y convirtiéndose al cabo de cierto tiempo en una nueva religión: el cristianismo. Religión que tiene muchísimo de judaísmo pero que también tiene mucho del paganismo grecorromano y de cultos orientales.

Así que, los Evangelios, que son obras tardías y manipuladas por razones políticas o dogmáticas de esas corrientes que dominaban en la Iglesia cristiana en construcción, no son biografías de un personaje real sino obras kerigmáticas, es decir, obras cuyo objetivo es mostrar que Jesús fue el Mesías. Y su caso, mostrarnos que Jesús fue el Mesías porque Jesús era Hijo de Dios. Porque había sido enviado por Dios. Y por tanto, todo recuerdo, real o supuesto, del casi desconocido personaje que le sirvió de base a la construcción evangélica, se subordinó a la idea de tener que mostrar su Divinidad, que debía fundarse en milagros para aquel momento usuales: caminar sobre las aguas, volar, multiplicar panes y peces, etc.(eso hacían los diversos milagreros o taumaturgos de esa época, tanto judíos como paganos) y se apoyó para construir el personaje en textos o en supuestas profecías bíblicas -es decir, judías- y también en la adopción por el judeocristianismo en formación, de diversos mitos paganos como la maternidad, la virgen madre, etc.

Así, el resultado de todo esto es que, aunque algunos recuerdos de ese personaje casi desconocido que sirvió de base a la elaboración del personaje cristiano Jesús en los Evangelios, aunque algunos recuerdos de ese personaje debieron servir de base para construir el personaje que muestran los Evangelios Canónicos y, con mucha mayor fantasía, los Evangelios Apócrifos, lo dominante en estos Evangelios es el objetivo místico, el objetivo religioso, mágico, milagrero, fabuloso, por lo que, como demostraron diversos estudiosos a lo largo del siglo XIX y más aún, del siglo XX y entre ellos, el más importante de todos los téologos cristianos, en este caso protestante, que estudió este tema, Rudolf Bultmann (el único que voy a mencionar) hace ya más de medio siglo, la dura realidad es que no es posible encontrar en esos Evangelios un Jesús histórico, no es posible encontrar un personaje real que vaya más allá de algo que, como sostuvo Bultmann en una ocasión, se puede resumir en unas cortas frases y en unas pocas líneas. Y esto lo acepta también esa parte de los estudiosos católicos que no son unos sectarios intransigentes que deban repetir lo que dice el papa o la Iglesia. Así pues el Jesús del que tenemos información, el único Jesús del que podemos hablar, es el Jesús que describen los Evangelios. Los cuatro Evangelios y también los Evangelios Apócrifos, con mayor fantasía.

Porque del personaje real que debió existir y que pudo servirle de base remota, repito, prácticamente no sabemos nada.

Por eso sólo aquellos que creen lo que dice la Iglesia, que creen que cada palabra de los Evangelios es Sagrada porque así lo dice el papa o los obispos, que cada palabra de los Evangelios es inspirada por Dios, olvidando que la Iglesia ha modificado y ha metido mano cada vez que ha querido durante estos siglos para adaptarlos a sus intereses, sólo quienes creen eso pueden afirmar –armados de la fe pero no de la razón- que Jesús dijo esto o que Jesús dijo aquello, como si estuvieran hablando de las cartas de Bolívar, del hablando del último discurso de Zapatero o de Fidel Castro. Repito. El Jesús de los Evangelios es el único Jesús que existe. Esa es la única referencia porque no tenemos ninguna expresión, documento escrito o fuente histórica que describa al personaje real que probablemente sirvió de base.

Esto es importante tomarlo en cuenta porque justamente ayuda a poner las cosas en su sitio. El Jesús del cual hablamos todos es el Jesús que está en los Evangelios. La construcción, a partir de un probable personaje real, de un personaje que es producto de una elaboración de diversos teólogos y en función de los intereses fundamentales y de la evolución de una iglesia que terminó siendo la Iglesia cristiana.

Ahora bien. La pregunta es: ese personaje evangélico, ese Jesús que aparece en los Evangelios, ¿fue socialista o no fue socialista? Como lo he dicho recientemente en dos programas dedicados al tema, voy a indicar solamente lo esencial. ¿Es ese personaje socialista o no? Depende, simple y llanamente, de lo que se quiera entender por socialismo. Si por socialismo se entiende un llamado a la justicia, a la solidaridad, al amor de los pobres y de los desamparados, se podría decir que el Jesús de los Evangelios se mueve a menudo, con frecuencia, en esa dirección. Y en ese sentido podría considerarse a Jesús un socialista. Pero, aunque esto es la base humana de cualquier lucha por el socialismo: el amor por los pobres, el sentido de justicia, de pertenencia a una comunidad, la lucha contra la explotación, la condena y la denuncia de la explotación de los ricos, aunque esa es la base humana de cualquier socialismo, reducir el socialismo a esto sería tener una muy pobre concepción del socialismo.

El socialismo es mucho más que eso. El socialismo es un modo de producción, el socialismo es un tipo de sociedad contemporánea, una sociedad que está en nuestras manos construir; un tipo de sociedad actual que sólo es concebible como sociedad enfrentada al capitalismo, como diferente del capitalismo, como opuesta al capitalismo. Y cuando hablo de capitalismo cuidado no me refiero al comercio ni a lo que podía existir en la Antigüedad. Aquello no era capitalismo sino componentes que luego se desarrollaron y maduraron y confluyeron a partir del siglo XVIII en la Revolución Industrial, en la Revolución Francesa y a todo lo largo del siglo XIX para conformar el capitalismo. En este sentido, el capitalismo supone la existencia de capitalistas por un lado y de obreros, asalariados, por el otro. De tal manera que eso no existía en la Antigüedad, aunque sí hubo elementos que a la larga se fueron configurando para conformar el capitalismo, éste no existió en la Antigüedad. El capitalismo es un fenómeno moderno, un fenómeno de los últimos siglos. En consecuencia, el Jesús evangélico no pudo haber sido socialista. Y no pudo haber sido socialista porque no había capitalismo y porque en ningún momento en los Evangelios aparece Jesús haciendo propuestas de transformación de la sociedad para convertirla en una sociedad distinta.

Esa es la realidad. No hay nada ni podía haber nada en los Evangelios que pudiera mostrar a Jesús socialista porque no hay socialismo antes del siglo XIX. De lo que se trata no es de repartir panes y peces, de lo que se trata no es de lamentarse por los pobres –lo que tiene profunda validez, no se trata de descalificarlo en absoluto-, de lo que se trata más bien es de construir con los pobres del mundo como protagonistas una sociedad moderna más democrática, más próspera y más justa. Y ese es un planteamiento que aunque pueda tener antecedentes en las luchas, en las críticas sociales y en lo que los Evangelios dicen acerca de Jesús -que sí la tiene- no es exactamente el socialismo que se construye sobre la base del capitalismo en el contexto de la modernidad.

En consecuencia, pienso que es bueno repetir estas consideraciones con la intención de contribuir a disminuir la profunda confusión que existe al respecto. Y para terminar esta parte del tema quiero apuntar dos elementos más. El Jesús evangélico es además un personaje contradictorio. Al lado de muchas cosas hermosas, de muchas que son hasta revolucionarias, en cierta medida hay en ese Jesús evangélico (justamente porque es una construcción de diversas fuerzas e intereses que chocaban en la Iglesia por la hegemonía, por el poder, por orientar a la Iglesia en construcción), hay cosas en ese Jesús evangélico que no son revolucionarias, más bien, tienen signo contrario. De tal manera que lo que ocurre con Jesús, como ocurre con aquellos personajes más antiguos sobre quienes se puede fantasear más, es que hay “diversos” Jesús. Y cada grupo social, corriente social, política o ideológica, de acuerdo con sus intereses y perspectivas, elige a su propio Jesús. Hace su propia interpretación de Jesús.

Y entonces tenemos el Jesús que construye la Iglesia, quiero decir la alta jerarquía religiosa que se fue volviendo desde los primeros siglos, temprano, desde que pactó con Constantino y llegó al poder, se fue convirtiendo en un instrumento de justificación del poder, en un instrumento de la explotación y en un instrumento de los explotadores para mantener sometidas y engañadas a las grandes mayorías ejerciendo un dominio ideológico, como el que ejercen sobre esas mayorías a través de la religión. Y por otra parte está el Jesús de los pobres, de los más débiles, que siempre encuentran en los Evangelios elementos revolucionarios, elementos de lucha por la justicia, elementos de crítica de la injusticia y la desigualdad y hacen de ese Jesús un instrumento de lucha, un componente fundamental de las luchas sociales, sobre todo en este mundo cristiano, en este mundo occidental a lo largo de la Edad Media e incluso, de tiempos más modernos.

En resumen, se puede decir que hay un Jesús del pueblo y un Jesús de la derecha. Hay un Jesús que le sirve, por ejemplo, a la Teología de la Liberación, a los curas obreros o revolucionarios, y hasta a los curas guerrilleros como Camilo Torres. Ese es el Jesús del presidente Chávez. No lo dudo. Pero también, no debemos olvidarlo, hay otro Jesús, el llamado Cristo Rey, Cristo Rey al cual hay que tenerle terror. Porque el Cristo Rey ha sido el Jesús construido por las derechas católicas para servir a las derechas católicas: es el Cristo de los fascistas, es el Cristo de franquistas, es el Cristo de los cristeros, el Cristo del PP, es el Cristo de Aznar, es el Cristo de los reaccionarios católicos, histéricos, que gobiernan hoy Polonia: el par de hermanos que, incluso, acaban de designar a Cristo Rey, Rey de Polonia. El anticomunismo más furibundo acaba de designar a Jesús como Rey de Polonia. Es decir, hay un Jesús del pueblo y un Jesús de la derecha.

Y desgraciadamente es así para quienes, siendo católicos, creen y defienden ese Jesús del pueblo, ese Jesús con sensibilidad social, hay un límite serio porque al ser católicos y al tener una jerarquía católica reaccionaria que sirve a la derecha, que sirve a los explotadores, deben terminar sometiéndose a la jerarquía eclesiástica pues de lo contrario, quedan fuera de la religión y pierden su condición de católicos. Recuérdese el caso del papa Juan Pablo II cuando visitó Nicaragua humillando en público a Ernesto Cardenal, regañándolo y apuntando a la cara de Cardenal con el dedo índice –que estaba arrodillado al frente, sometiéndose a la voluntad arbitraria del papa porque es el Jefe de la Iglesia-, pues no se puede ser un cristiano revolucionario dentro de la Iglesia cuando la alta jerarquía es contrarrevolucionaria. O uno se somete o uno se sale.

Y ese es exactamente el problema.

Retomo la idea inicial. Si nos mantenemos en el terreno de las opiniones, así se trate de opiniones sin mucha base (disfrazadas de razón, como suele pasar en el caso de algunos católicos) no hay problema. No hay problema porque las opiniones son libres. Cada quien puede opinar lo que quiere y puede decir si Jesús fue socialista o si Jesús no fue socialista. Unos dicen que sí, otros dicen que no. No hay problema ahí. Pero a mí lo que me preocupa es que el presidente Chávez dijo la semana pasada otra cosa. Me pareció algo más grave y que podría tener serias consecuencias si la Iglesia decide tomar esto en serio y convertirlo en el punto de partida de un problema. Porque el presidente lo que hizo fue proclamar que, aunque la Iglesia lo negara, Jesús había sido socialista. Porque si no, ¿a qué habría venido entonces al mundo Jesús? Y aquí

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