28/6/07

Misiones de paz (y de guerra)

27/06/2007
Opinión
Antonio Papell
Canarias7.es/Portada
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El trágico asesinato en atentado terrorista de seis soldados españoles en Líbano ha vuelto a reproducir el absurdo debate español sobre el papel exterior de las Fuerzas Armadas, suscitado por la gran controversia, todavía no extinguida como es manifiesto, generada por la intervención española en Irak. Dicho debate, que nunca fue sereno, hoy se mantiene en términos esperpénticos: la oposición popular sostiene -y lo afirma o lo insinúa según la inflamación de la coyuntura- que el Gobierno actual, con Zapatero al frente, practica un pacifismo radical y utópico que lo llevaría a creer que las 'misiones de paz' -en Afganistán, en Líbano, en los Balcanes- son idílicos despliegues de una ONG denominada Ejército español. Y el Gobierno, por su parte, sigue viendo al PP -antes con Aznar, ahora con Rajoy- como un agresivo ariete del presidente Bush, decidido a seguir ciegamente los dictados del imperialismo USA con o sin la aquiescencia de Naciones Unidas.

Obviamente, las dos posturas carecen por completo de fundamento porque los tópicos elementales que las sostienen son caricaturas de la realidad, pero este antagonismo pueril es fruto de un antiguo y no superado resentimiento y explica el ambiente político actual, muy lamentable porque ni siquiera el espectáculo dramático de los seis soldados de cuerpo presente ha mitigado la animadversión que se ha hecho patente en las honras fúnebres, en los medios de comunicación, y ayer, en la sesión de control al Gobierno, en la que Rajoy y Zapatero se explayaron a gusto.

En realidad, este nuevo/viejo debate es una trasposición de la confrontación dialéctica vertebral de esta legislatura, marcada de forma indeleble por la tragedia fundacional, los atentados del 11 de marzo: el PP piensa que la victoria electoral le fue arrancada de las manos el 14-M por la tergiversación que se hizo de la tragedia, en tanto el PSOE cree que el electorado no hizo más que poner a cada cual en su sitio. Aquella disputa no ha cesado, ni lo hará en mucho tiempo, y a ella se han adherido, además, muchos otros actores de la vida pública e institucional.

Sin ir más lejos, el Poder Judicial ha vuelto a irrumpir extrañamente en el debate político al hilo del grave suceso libanés: extemporáneamente, el nuevo juez-estrella Grande Marlaska ha reclamado para sí una parcela de atención, ha abierto diligencias por propia iniciativa -nadie le había dado vela en el entierro, y nunca mejor dicho- sobre el mortal atentado y, para hacerse notar, ha prohibido la incineración de los cuerpos, lo que ha añadido un ingrediente más de melodramatismo al calvario de las familias...

Naturalmente, todos estos flecos que enmascaran la cuestión principal han impedido y seguramente impedirán también el lunes, cuando el ministro de Defensa comparezca en el Parlamento, debatir el asunto central que debería ocuparnos: el sentido de nuestra presencia militar en el Próximo Oriente, la conveniencia o no de estar en la FINUL, la fuerza de interposición de la ONU desplegada en el Sur del Líbano, creada hace trece años y en la que sólo ahora hemos sentido necesidad de participar... con la aquiescencia, cuando menos teórico, del Partido Popular y de las principales minorías nacionalistas.

Es muy probable que allí hayamos de seguir, por coherencia política y por decisión soberana (es saludable en todo caso que en este asunto, como en otros de política exterior, se esté regenerando el consenso entre los grandes partidos, aunque sea de forma tácita y subrepticia). Pero se ejercitaría un deber democrático si tal conclusión se obtuviera plásticamente del debate parlamentario, de forma que éste cumpliera su papel pedagógico y la sociedad civil se ilustrase y aprehendiera los argumentos que explican el sacrificio de nuestros soldados.

Que nadie espere tal cosa: nuestros políticos, que están a poco más de medio año de unas elecciones vitales (para su supervivencia personal, no tanto para el destino de este país), ya son completamente incapaces del menor gesto de magnanimidad, de la grandeza que requiere anteponer los intereses generales a los partidistas. De aquí a marzo, si es que las elecciones se celebran al término de la legislatura, sólo podemos ya esperar fragor, desabrimiento, destemplanza y enemistad. Ayer se vio a la perfección en el Congreso de los Diputados, donde ya nadie parecía recordar que han muerto seis personas, no seis peones de un siniestro e inanimado tablero de ajedrez.

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