20/8/07

La mirada fraternal

20/08/2007
Opinión
SAMI NAÏR
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Agosto es el mes de la huída, del olvido, del ocio puro, del descanso, del gozo. Dicho de otro modo, para nosotros, los habitantes del hemisferio occidental europeo, es el mes de la paz. La paz en un universo caótico y cada vez más loco. Muchos eligen agosto para viajar. Y ya se sabe que hay varias maneras de hacerlo. La de los turistas, que no viajan, sino que se desplazan a otro lugar durante un par de semanas sin cambiar nada de su manera de ver el mundo. Y la de los viajeros: ellos sí viajan para olvidarse, para recuperar los sueños de la infancia, para tocar algo de exotismo; para ser diferentes porque sufren consciente o inconscientemente las limitaciones de sus propias señas de identidad.Según se pertenezca al género de los turistas o al de los viajeros, el destino elegido será obviamente distinto. El turista se desplaza cerca, el viajero lejos. Los turistas leen revistas, libros ligeros para deshacerse de lo habitual, historias policiales, revistas de guapos y famosos; ocultan la propia pequeñez de su vida con los secretos de alcoba de las estrellas, de estos rostros que ocupan las pantallas de televisión y las escenas de películas. Los viajeros se llevan libros, a veces buenos libros para conocer mejor al Otro y gozar de la sutileza del mundo en el que se escapan.Trotamundos, Lonely Planet, y, a veces, una guía muy personal, muy íntima: un libro elegido con vacilación antes de cerrar la maleta y que se convertirá en el compañero imprescindible del viaje. Este año he elegido Los árabes del mar, de Jordi Esteva, para que me sirva de amigo y apoyo en el viaje que hubiera querido hacer. Me hubiera gustado regresar a Yemen, donde viajé hace unos años, para visitar en esta ocasión la isla de Socotra. Se nos advierte, sin embargo, que evitemos esa región: basta con ver la televisión, escuchar las noticias o leer los periódicos para darse cuenta de que, al menos, este verano más vale no tentar la suerte. Los medios nos advierten que se mata en aquella parte del mundo. Oriente Medio se ha convertido en un campo de guerra. El mero hecho de ser extranjero puede costar la vida.Este libro de Esteva, desde luego, me sirve de sustituto para tener otra imagen de este mundo provisionalmente prohibido. Lo he elegido después de haberlo leído, aconsejado a los lectores, y defendido en presentaciones a la prensa. Lo hice no solamente por su contenido, su arquitectura y su sutileza, sino también por la mirada fraternal que lleva sobre Los árabes del mar, esos hijos de Simbad. Y porque me interesa este mundo árabe que sufre tanto y no merece la catástrofe política y humana que lo acosa hoy en día. De este mundo árabe, Jordi Esteva transmite al lector otra visión, llena de simpatía y de apertura de espíritu. No viajaré a Yemen, pero volveré a leer otra vez estas historias de marineros, de leyendas perdidas, de la proximidad siempre extraña del desierto y del mar. Un mundo, distinto al mediterráneo, orientado hacia India, Indonesia, Somalia y, más al sur: Zanzíbar, las Comores.Viajar en este sentido, es marcharse para hallar nuestra humanidad a través del encuentro con la vida del Otro. El viajero busca lo humano, a sí mismo, a través del viaje, la universalidad por medio de la particularidad, el reconocimiento a través del conocimiento del otro. Hablo del viajero moderno, tolerante, liberado de los prejuicios coloniales, imperiales y neo coloniales. Hablo del viajero inocente, del viajero abierto a la Otredad. Porque, tal como Descartes lo apuntaba, el viaje es el «gran libro del mundo».Hubiera querido viajar así este verano para ver la vida de ese mundo del desierto y del mar mezclados, que vive y trabaja duramente, y que no tiene nada que ver con la imagen peyorativa y amenazante que se traslada de el hoy en día en Occidente. Esa gente es en realidad digna, abierta, respetuosa, mientras la construcción imaginaria que se hace de ella en Occidente corresponde más a un estado de guerra. Es verdad que hay una guerra. Pero es la de Estados Unidos en contra del mundo musulmán. Por razones muy bien conocidas, y con la paradójica complicidad de los gobiernos de estos mismos países. La razón no es otra que el control de las riquezas energéticas. La complicidad: el rechazo de la distribución de las riquezas por parte de grupos de poderes frente a los pueblos. ¿Y quiénes se aprovechan de tal situación? Los fanáticos, los integristas, los terroristas. Y todos los adversarios de los pueblos árabes y musulmanes.En nuestras representaciones, el Islam y el mundo árabe, han sustituido al enemigo comunista. La sangre derramada por los terroristas (los que utilizan la religión como identidad política) sirve de pretexto para justificar esa guerra. Hoy en día, Yemen es un país donde hay una guerra de facto entre el presidente Ali Salah y ciertas tribus del desierto. Esta guerra tiene como telón de fondo el control de los recursos energéticos de la región, el enfrentamiento con Bin Laden y el auge de la guerra civil interconfesional provocada por Estados Unidos entre los diversos segmentos de la nación iraquí. Es que Yemen va a ser una de las más importantes potencias energéticas en el futuro: va a tener la más grande explotación de gas de la región arábiga. Ahora bien, se sabe que el gas será el petróleo del siglo XXI. Las tribus arden por el reparto de los beneficios de tal proyecto, muchos poderes regionales tienen intereses en juego, y no se sabe quién está manipulando a quien.Mientras ojeo el libro de Esteva, recuerdo un verso del gran poeta francés Louis Aragon: «¿Por qué -se preguntaba- nos creamos tantos países de ensueño, si devendrán el exilio de nuestro corazón?». A veces, la realidad del viaje resulta más decepcionante que el propio viaje. Ése es el dilema del viajero, en una época donde incluso las andanzas del Caballero de la Triste Figura nos parecen menos locas que la «sin razón de la razón» (Cervantes) de nuestros enfrentamientos.

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