7/10/07

El Putin de todas las Rusias

Vladimir Putin
Nina Khrushcheva
-
VIENA - Para todos los que aún se preguntaban quién es Vladimir Putin, se ha aclarado el misterio. Su actuación de esta semana muestra que es el nuevo autócrata de Rusia. Es un puro y simple zar.
Los siete años transcurridos desde que Putin asumió el poder en el Kremlin han sido una época de señales encontradas. Por una parte, parece un dirigente instruido, dinámico y comprometido con la modernización de Rusia. Por otra, con ayuda del complejo militar-industrial del KGB –los siloviki-, ha debilitado o destruido sistemáticamente todos los controles de su poder personal, al tiempo que fortalecía la capacidad del Estado para violar los derechos constitucionales de los ciudadanos.
Esta semana, Putin dijo al Partido Rusia Unida que colocará su nombre en el primer puesto de su papeleta de voto en las elecciones parlamentarias previstas para el 2 de diciembre, lo que le permitiría llegar a ser el nuevo Primer Ministro de Rusia después de las elecciones presidenciales que se celebrarán en marzo de 2008. Naturalmente, Rusia tendrá que elegir como presidente a "una persona", como él ha dicho, "decente, competente, eficaz y moderna con la que sería posible trabajar al alimón", pero lo que eso significa en realidad es que Rusia tendrá que elegir a un hombre al que Putin ha seleccionado para que cumpla sus órdenes.
Si esa posibilidad se hace realidad, será un día triste para Rusia, pero no porque Putin vaya a conservar el poder, cosa que todo el mundo en Rusia sabía que ocurriría. Cierto es que Putin ha concentrado en sus manos más autoridad para adoptar decisiones que en ningún otro momento de la historia de la Rusia postsoviética, pero la mayoría de los rusos creen que es un gran dirigente, al atribuirle el mérito de haber sacado el país de la situación de bancarrota y desesperación de la época de Yeltsin y haber logrado su riqueza y prosperidad en tan solo siete años. Encuesta tras encuesta muestra que cuenta con la aprobación de más del 70% de la población.
Putin sostiene –y con toda sinceridad– opiniones contradictorias. Aboga simultáneamente por la democracia multipartidista y por el poder centralizado. Es partidario de una economía libre, pero quiere que el Estado controle cómo se asigna la riqueza y quién se beneficia de ella.
La mayoría de los rusos, como su Presidente, no ven contradicciones entre la mejora de su vida personal y el rango internacional del país desde el decenio de 1990 y la erosión de las instituciones democráticas. Naturalmente, las instituciones de la democracia de Rusia siguen formalmente vigentes, pero, a falta de una prensa libre, una judicatura independiente y elecciones libres en las regiones, donde ahora dominan amiguetes del Kremlin, como Ramzan Kadyrov en Chechenia, han sido vaciadas de su contenido. Los rusos prefieren tener un "padre de la nación", independientemente de cuál sea su título –zar, secretario general, presidente o primer ministro– que aplicar las leyes y las normas. El genio político de Putin radica en haberlo reconocido.
Aunque Putin haya encontrado una forma de conservar el poder sin enmendar la Constitución, posibilidad con la que elucubró inacabablemente el menguante grupo de demócratas de Rusia, el carácter ademocrático de su estrategia resulta de una evidencia palmaria. Pasar de un alto cargo en el Kremlin a otro en la Casa Blanca (la sede del Parlamento ruso) es un simple detalle técnico. Putin será un zar, independientemente del cargo que ocupe formalmente.
Lo que lo hará posible es que, como buen hombre del KGB que es, Putin es un maestro para las apariencias. Se ha dicho que la democracia presidencial no hace sino fortalecer la tendencia de la tradición política rusa a preferir a dirigentes con "mano dura", mientras que un sistema parlamentario permitiría una distribución más "horizontal" del poder.
Pero, si Putin, que ha pasado siete años "verticalizando" el poder para restablecer la estabilidad y el orgullo perdidos durante la "democratización" de Rusia de la época de Yeltsin, quisiera de verdad garantizar el bien de su país, seguiría los pasos de Yeltsin y saldría del escenario, pues la enseñanza que se desprende de los años de desgobierno comunista es ésta: ningún hombre o partido puede saber bastante por sí solo para gestionar una economía moderna. Solo los sistemas democráticos y los mercados libres dan las señales esenciales que un gobierno necesita para actuar con eficacia.
Al fin y al cabo, lo bueno de las estructuras democráticas es su previsibilidad. Solo los rusos, con su devoción por el gobierno de un hombre fuerte, siguen insistiendo en la importancia del papel de la personalidad en la Historia. En cambio, en las democracias logradas se cree que nadie es insustituible. Después del 11 de septiembre de 2001, muchos neoyorquinos querían que el entonces alcalde de la ciudad Rudy Giuliani permaneciera en su cargo, pero la democracia imponía la celebración de elecciones y ahora muchos sostienen que el alcalde actual, Michael Bloomberg, ha actuado mejor incluso de lo que lo habría hecho Giulani para hacer resurgir la ciudad.
Por eso, si a Putin le preocupa Rusia, debe abandonar su concepción zarista del poder y abandonar su alto cargo, cuando no la política del todo. Como otros dirigentes democráticos, podría examinar la posibilidad de trabajar en el sector privado, como Gerhard Schröder, o, mejor aún, escribir libros y ayudar a las víctimas del maremoto, como Bill Clinton, o hacerse ecologista, como Mijail Gorbachov.
Pero eso parece pedir demasiado al Putin ex miembro del KGB, para el cual no puede haber distinción entre perder el poder y dejarlo elegantemente.La autora es profesora de Asuntos Internacionales en la Nueva Escuela de Nueva York y actualmente profesora visitante en el Instituto de Ciencias Humanas de Viena.
-
Además en Perspectiva
• El Putin de todas las Rusias
-
La Prensa - Panamá/07/10/2007

No hay comentarios:

Locations of visitors to this page