7/10/07

Gas, Putin y Ucrania

Jean Meyer *
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A veces nos enfocamos exclusivamente en las noticias nacionales, por más que sean a la larga intrascendentes y banales, comenta un lector, y añade: “No somos una sociedad precisamente con miras internacionalistas”. Tiene razón y, por lo tanto, no es posible olvidar lo que ocurre en Ucrania y cuál es el envite ucraniano. El domingo pasado, esa nación de cerca de 50 millones de habitantes, en un territorio comparable al de Francia, la más grande de todas las repúblicas ex soviéticas, después de Rusia, ha elegido un nuevo parlamento (la “Rada”).
En las elecciones presidenciales de 2004, después de una larga y tensa controversia, Víktor. Yanukovich, el candidato del presidente ruso, reconocía su derrota, y la revolución Naranja triunfaba, con el apoyo de la Unión Europea y de Estados Unidos. La encarnaban el presidente Víctor Yushchenko y su primera ministra, la Juana de Arco ucraniana, Yulia Timoshenko, una (falsa) rubia tan dinámica como ambiciosa. Las decepciones posteriores fueron a la altura de las esperanzas de los “revolucionarios”. El presidente no pudo acabar con la corrupción, el contubernio entre negocios y política, el asunto complicado del gas ruso que pasa por Ucrania para llegar a una Europa que lo necesita absolutamente. Para colmo, tuvo que despedir a su primera ministra y, sumamente debilitado, la sustituyó con su contrincante derrotado en las presidenciales, Víctor Yanukovich. Los dos Víctor y la Yulia tenían años de conocerse, habían trabajado juntos en el mismo gobierno, un tiempo, antes de pelearse.
En 2006, el Partido de las Regiones de Yanukovich había sido el más votado en las elecciones legislativas, seguido por Byut (Bloque Yulia Timoshenko) y, muy lejos, por Nuestra Ucrania, el partido del presidente. La situación de aquél no tardó en volverse imposible, con sus enemigos en el gobierno y su antigua aliada en la oposición, al grado de que, en abril de 2007, disolvió el Congreso, abriendo así una crisis que dejó al país prácticamente sin gobierno en los últimos seis meses.
¿Las elecciones del 30 de septiembre resolvieron el problema político? Es muy difícil decirlo porque cada día lleva una nueva sorpresa. Por ejemplo, Víctor Yanukovich, ex candidato presidencial apoyado por Putin, ex primer ministro, el coco de Occidente, ha dejado de serlo. Hace unos días, The New York Times hablaba de él en términos ditirámbicos. ¿Será por el solo hecho de haber contratado asesores estadounidenses para su campaña electoral? No, ha tomado sus distancias con Moscú y se ha acercado mucho a la Unión Europea y a Washington. Su Partido de las Regiones ha sido el más votado con 34% de los sufragios y, por lo tanto, reclama su derecho a formar el próximo gobierno.
Pero ha sido menos votado que el año pasado, y la gran ganadora, aparentemente, es la Timoshenko, que progresa en 10%: su bloque Byut tiene 31% de los votos, y como el partido del presidente Yushchenko sigue en tercera posición con 14 ó 15% de los votos, nuestra rubia incendiaria se ofrece como la futura primera ministra que encabezará la resucitada revolución Naranja. Efectivamente, esos dos partidos unidos tendrían la mayoría en el Congreso, mayoría fortalecida por un pequeño partido que aportaría 20 diputados, o sea, un total naranja de 249 diputados sobre 450.
Pero resulta que el presidente Yushchenko no habla de Naranja bis, sino que en un discurso a la nación, invita a todos los partidos representados en la nueva “Rada” a formar un gobierno de “profunda unión nacional”. El otro Víctor (Yanukovich) acepta en seguida, la Yulia y el pequeño partido comunista (5.3%) protestan y dicen que en tal caso —de una alianza entre las Regiones y Nuestra Ucrania, de los dos Víctor— pasarán a la oposición.
Pero, Gazprom, el monopolio ruso del gas, advierte que bien podría reducir sus entregas de gas a Ucrania en este mes de octubre, si no le pagan lo que todavía le deben, a saber, mil 300 millones de dólares. Qué coincidencia… ni una palabra antes de las elecciones, cuando todos los pronósticos daban a Yanukovich ganador con más de 40% de los votos y concedían 20%, o menos a la Timoshenko. ¿Por qué ahora?, cuando la prensa mundial publica: “Triunfa la alianza pro occidental”, y da con demasiada anticipación a Yulia Timoshenko como primera ministra y… presidente, en 2009. Europa ha perdido, hace tiempo, sus simpatías de antaño por la rubia política, le tiene miedo y más miedo aun cuando piensa que por Ucrania pasa 80% del gas ruso que consume la Unión. Por cierto, Gazprom, que no haría tales cosas sin el aval del presidente Putin, avisó a sus clientes y socios europeos de la existencia del problema. A buen entendedor, pocas palabras, y como en un pasado reciente, en pleno invierno, Moscú cerró la llave del gas para Europa vía Ucrania… sobran los comentarios.
El embrollo ucraniano (un ciudadano exclama: “¡Ojalá y tengamos gobierno para Año Nuevo!”) subraya cuánta falta hace una verdadera estrategia europea frente a un país tan importante como Ucrania, en lugar de cerrarle toda perspectiva de entrada a la Unión Europea. ¿Por qué se puede pensar en la entrada de Turquía y de ninguna manera en la de Ucrania? Porque Europa le teme a “Gasputin” y no ha negociado con una sola voz un pacto de cooperación energética con Moscú. ¡Sálvese quien pueda! Fue el lema después de la alarma del pasado invierno. Por eso los europeos, a falta de una política europea, prefieren cerrar los ojos y dejar que Ucrania se encuentre en la zona de influencia rusa, llamada en Moscú, “el extranjero próximo”. Alrededor de Ucrania, lo que está en juego es la posible democratización de la ex URSS, la seguridad colectiva y un verdadero mercado común de la energía para beneficio de todos.
En su deseo legítimo de tener buenas relaciones con Moscú, la Unión Europea no debería olvidar a Ucrania y rechazar sin debate la eventual vocación europea de este gran país. Bien lo decían los presidentes del European Council for Foreign Relations: “Ya es la hora de una política exterior europea”. Pero, ¿hace cuántos años que los mejores espíritus lo dicen y repiten?
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*Profesor investigador del CIDE
jean.meyer@cide.edu
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El Universal - México/07/10/2007

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