El Día Después
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por Samuel Hadas*
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AJN.-¨Carnaval sionista-árabe¨ (Yihad islámica), ¨Abbas es un traidor¨ (Hamás), ¨la conferencia de Annapolis está muerta antes de iniciarse¨ (Hamás), ¨el régimen sionista, respaldado por la arrogancia mundial, está buscando un apoyo con el que pueda lograr sus objetivos contra el pueblo palestino¨ (Ahmadinejad). Estos no son sino unas pocas muestras de los calificativos con que los fundamentalistas islámicos dieron la bienvenida a la conferencia de Annapolis. Pero la conferencia tuvo lugar y con la participación de más de cuarenta países y las organizaciones internacionales más importantes.
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¿Será el puente que la Administración del presidente George W. Bush tendió en Annapolis entre israelíes y palestinos más sólido que los líderes que deberán cruzarlo? El día después de la conferencia de Annapolis, políticos y analistas israelíes y palestinos y todos aquellos que siguen de cerca el centenario conflicto, se preguntan si EEUU mostrará esta vez la voluntad política para promover una implicación internacional mucho más consecuente que la demostrada hasta hoy para intentar modificar una situación en la que las realidades domésticas de Israel y Palestina condicionan e impiden una solución política a su conflicto. Pocas conferencias internacionales en la historia de Oriente Medio han sido recibidas con la cuantía de cinismo, escepticismo, incertidumbres y dudas, pero también de falsas ilusiones, como la conferencia de Annapolis, desde el momento mismo en que fué anunciada por la Administración del presidente Bush. Su resultado más relevante ha sido la declaración conjunta palestino-israelí, un documento a tono con las circunstancias, pero ambiguo y que se ocupó del mecanismo de las negociaciones pero no de su contenido. El primer ministro israelí Ehud Olmert y el presidente de la Autoridad Nacional Palestina Mahmoud Abbas, se han comprometido a recomenzar las negociaciones con el propósito expreso de alcanzar un acuerdo definitivo de paz antes de finales del 2008. Un documento de 437 palabras que consumió semanas de arduas negociaciones fué acordado en el último minuto, solamente después que la Secretaria de Estado, Condoleezza Rice, ejerciera serias presiones sobre ambas partes. Las negociaciones comenzarán el 12 de diciembre (de hecho fueron lanzadas en un encuentro entre las delegaciones de EEUU, Israel y la Autoridad Nacional Palestina que tuvo lugar en la Casa Blanca, el día siguiente de la apertura de la conferencia de Annapolis). Demás está recordar que este plazo coincide con la finalización del mandato de Bush, el primer presidente norteamericano que proclamó públicamente el apoyo de su país a la creación de un Estado palestino, con su célebre visión de ¨dos Estados, israelí y palestino, conviviendo pacíficamente¨. Palestinos e israelíes se comprometieron a cumplir con las obligaciones contraídas en el marco del plan de paz del Cuarteto para Oriente Medio, la hasta ahora laberíntica Hoja de Ruta. Será establecido un mecanismo dirigido por Washington para el seguimiento y el control de su implementación. De esta manera Estados Unidos se atribuye el papel de árbitro en las negociaciones entre israelíes y palestinos, rol que hasta ahora había rehuido y que ni siquiera el presidente Bill Clinton, quizás el presidente americano que más se ha involucrado en negociaciones palestino-israelíes-ha asumido. Este paso sin precedentes, podría ser el más significativo de EEUU en Annapolis si es que se implementa.Pero la experiencia en Oriente Medio ha demostrado una y otra vez que los plazos límites no son sagrados. Es una ilusión creer que en el plazo de un año israelíes y palestinos podrán completar unas negociaciones complejas en las que deberán cerrar brechas como abismos en temas tan conflictivos como la determinación de las fronteras entre ambos Estados, el problema de la seguridad de Israel y la extirpación del terrorismo fundamentalista, la solución del problema de los refugiados palestinos y, sobre todo, el futuro de Jerusalén, tema cuya dimensión religiosa hace casi imposible un acuerdo. Washington asume el papel de mediador y árbitro e intentará, después de siete años de profunda somnolencia de su diplomacia en el tratamiento del conflicto, actuar (¿lo hará?) y presionar sobre las partes para lograr un acuerdo que podría recomponer la dañada imágen internacional y doméstica de su presidente, cuya política en Oriente Medio ha estado plagada de errores. Según Bush, ¨tiene lugar una batalla por el destino de Oriente Medio¨. Sólo que olvidó mencionar la otra batalla que libra, aquella por su lugar en los anales de la historia. La declaración conjunta (en realidad se trata de un ¨entendimiento¨ entre las partes, un compromiso sugerido por EEUU, ante la falta de acuerdo entre los palestinos, que exigían una ¨declaración¨ conjunta y los israelíes, que solo querían un ¨comunicado¨ conjunto) recuerda la política de ¨ambiguedad constructiva¨ del anterior Secretario de Estado Henry Kissinger con la que logró poner fin a la guerra de Yom Kipur, mediante acuerdos entre Israel y Egipto y entre Israel y Siria.Olmert y Abbas acordaron negociar todos los temas en conflicto. Pero recordemos, cada vez israelíes y palestinos intentaron en el pasado llegar a acuerdos en los temas básicos, fracasaron. Nadie debe hacerse ilusiones, pués al igual que en el pasado, las organizaciones terroristas fundamentalistas palestinas, por una parte y los ultranacionalistas israelíes intentarán descarrilar las negociaciones.El presidente iraní Mahmoud Ajmadinejad criticó acerbamente la decisión de la gran mayoría de los países árabes de participar en la conferencia convocada por Estados Unidos, el ¨gran satanás¨. Las organizaciones fundamentalistas bajo su égida, Hezboláh, en el Líbano y Hamás, en Gaza, consideran a los gobiernos árabes participantes poco menos que traidores. La participación de decenas de países árabes y musulmanes tiene menos que ver con el conflicto palestino-israelí que con el creciente temor ante una Irán nuclear y la amenaza que representan para sus regímenes los movimientos fundamentalistas islámicos, cuyo primer objetivo es el de hacerse con el poder en sus países. El país más importante en la conferencia de Annapolis -escribe un destacado analista político israelí- es un no-participante, Irán. Sean o no esas las razones, es evidente que la participación de los países árabes más importantes ha significado un importante apoyo a Abbas en su guerra frontal (por el momento verbal) con Hamás.Desde que se anunciara la conferencia de Annapolis, se han reducido gradualmente las expectativas, ante las dificultades para redactar un documento conjunto y la posibilidad de su fracaso. Ahora que la conferencia es ya un hito de la historia de Oriente Medio comienza una cuenta atrás que podría interrumpirse en cualquier momento. No es poco el escepticismo sobre la capacidad de los liderazgos palestinos e israelíes de llegar a un acuerdo. El incierto panorama político doméstico israelí, y las profundas divisiones internas palestinas así como la incapacidad de la ANP de poner fin al terrorismo, harán muy difícil llevar a buen término el proceso negociador.Si lo que Bush y Rice buscan es un acuerdo permanente en lo que resta de su mandato, escribe el ex diplomático norteamericano Dennis Ross, están destinados a decepcionarse. Pero, una seria continuación de Annapolis, agrega, podría contribuir al progreso de las negociaciones y al logro de acuerdos limitados. En Oriente Medio se comienza a actuar racionalmente solo después de agotarse el inventario de errores. ¿Será recordada la conferencia como otra oportunidad perdida o como la ¨espoleta¨ de un acuerdo histórico palestino-israelí? Es necesario que israelíes y palestinos sepan transigir para hacer las concesiones que permitan llegar a un compromiso aceptable. La ocupación deberá acabar, pero los palestinos deberán abjurar del terrorismo islámico. Solamente la implementación de la ecuación seguridad para Israel y soberanía para los palestinos, permitirá a palestinos e israelíes llegar a un acuerdo que traiga la paz que la gran mayoría de sus pueblos anhelan.
¿Será el puente que la Administración del presidente George W. Bush tendió en Annapolis entre israelíes y palestinos más sólido que los líderes que deberán cruzarlo? El día después de la conferencia de Annapolis, políticos y analistas israelíes y palestinos y todos aquellos que siguen de cerca el centenario conflicto, se preguntan si EEUU mostrará esta vez la voluntad política para promover una implicación internacional mucho más consecuente que la demostrada hasta hoy para intentar modificar una situación en la que las realidades domésticas de Israel y Palestina condicionan e impiden una solución política a su conflicto. Pocas conferencias internacionales en la historia de Oriente Medio han sido recibidas con la cuantía de cinismo, escepticismo, incertidumbres y dudas, pero también de falsas ilusiones, como la conferencia de Annapolis, desde el momento mismo en que fué anunciada por la Administración del presidente Bush. Su resultado más relevante ha sido la declaración conjunta palestino-israelí, un documento a tono con las circunstancias, pero ambiguo y que se ocupó del mecanismo de las negociaciones pero no de su contenido. El primer ministro israelí Ehud Olmert y el presidente de la Autoridad Nacional Palestina Mahmoud Abbas, se han comprometido a recomenzar las negociaciones con el propósito expreso de alcanzar un acuerdo definitivo de paz antes de finales del 2008. Un documento de 437 palabras que consumió semanas de arduas negociaciones fué acordado en el último minuto, solamente después que la Secretaria de Estado, Condoleezza Rice, ejerciera serias presiones sobre ambas partes. Las negociaciones comenzarán el 12 de diciembre (de hecho fueron lanzadas en un encuentro entre las delegaciones de EEUU, Israel y la Autoridad Nacional Palestina que tuvo lugar en la Casa Blanca, el día siguiente de la apertura de la conferencia de Annapolis). Demás está recordar que este plazo coincide con la finalización del mandato de Bush, el primer presidente norteamericano que proclamó públicamente el apoyo de su país a la creación de un Estado palestino, con su célebre visión de ¨dos Estados, israelí y palestino, conviviendo pacíficamente¨. Palestinos e israelíes se comprometieron a cumplir con las obligaciones contraídas en el marco del plan de paz del Cuarteto para Oriente Medio, la hasta ahora laberíntica Hoja de Ruta. Será establecido un mecanismo dirigido por Washington para el seguimiento y el control de su implementación. De esta manera Estados Unidos se atribuye el papel de árbitro en las negociaciones entre israelíes y palestinos, rol que hasta ahora había rehuido y que ni siquiera el presidente Bill Clinton, quizás el presidente americano que más se ha involucrado en negociaciones palestino-israelíes-ha asumido. Este paso sin precedentes, podría ser el más significativo de EEUU en Annapolis si es que se implementa.Pero la experiencia en Oriente Medio ha demostrado una y otra vez que los plazos límites no son sagrados. Es una ilusión creer que en el plazo de un año israelíes y palestinos podrán completar unas negociaciones complejas en las que deberán cerrar brechas como abismos en temas tan conflictivos como la determinación de las fronteras entre ambos Estados, el problema de la seguridad de Israel y la extirpación del terrorismo fundamentalista, la solución del problema de los refugiados palestinos y, sobre todo, el futuro de Jerusalén, tema cuya dimensión religiosa hace casi imposible un acuerdo. Washington asume el papel de mediador y árbitro e intentará, después de siete años de profunda somnolencia de su diplomacia en el tratamiento del conflicto, actuar (¿lo hará?) y presionar sobre las partes para lograr un acuerdo que podría recomponer la dañada imágen internacional y doméstica de su presidente, cuya política en Oriente Medio ha estado plagada de errores. Según Bush, ¨tiene lugar una batalla por el destino de Oriente Medio¨. Sólo que olvidó mencionar la otra batalla que libra, aquella por su lugar en los anales de la historia. La declaración conjunta (en realidad se trata de un ¨entendimiento¨ entre las partes, un compromiso sugerido por EEUU, ante la falta de acuerdo entre los palestinos, que exigían una ¨declaración¨ conjunta y los israelíes, que solo querían un ¨comunicado¨ conjunto) recuerda la política de ¨ambiguedad constructiva¨ del anterior Secretario de Estado Henry Kissinger con la que logró poner fin a la guerra de Yom Kipur, mediante acuerdos entre Israel y Egipto y entre Israel y Siria.Olmert y Abbas acordaron negociar todos los temas en conflicto. Pero recordemos, cada vez israelíes y palestinos intentaron en el pasado llegar a acuerdos en los temas básicos, fracasaron. Nadie debe hacerse ilusiones, pués al igual que en el pasado, las organizaciones terroristas fundamentalistas palestinas, por una parte y los ultranacionalistas israelíes intentarán descarrilar las negociaciones.El presidente iraní Mahmoud Ajmadinejad criticó acerbamente la decisión de la gran mayoría de los países árabes de participar en la conferencia convocada por Estados Unidos, el ¨gran satanás¨. Las organizaciones fundamentalistas bajo su égida, Hezboláh, en el Líbano y Hamás, en Gaza, consideran a los gobiernos árabes participantes poco menos que traidores. La participación de decenas de países árabes y musulmanes tiene menos que ver con el conflicto palestino-israelí que con el creciente temor ante una Irán nuclear y la amenaza que representan para sus regímenes los movimientos fundamentalistas islámicos, cuyo primer objetivo es el de hacerse con el poder en sus países. El país más importante en la conferencia de Annapolis -escribe un destacado analista político israelí- es un no-participante, Irán. Sean o no esas las razones, es evidente que la participación de los países árabes más importantes ha significado un importante apoyo a Abbas en su guerra frontal (por el momento verbal) con Hamás.Desde que se anunciara la conferencia de Annapolis, se han reducido gradualmente las expectativas, ante las dificultades para redactar un documento conjunto y la posibilidad de su fracaso. Ahora que la conferencia es ya un hito de la historia de Oriente Medio comienza una cuenta atrás que podría interrumpirse en cualquier momento. No es poco el escepticismo sobre la capacidad de los liderazgos palestinos e israelíes de llegar a un acuerdo. El incierto panorama político doméstico israelí, y las profundas divisiones internas palestinas así como la incapacidad de la ANP de poner fin al terrorismo, harán muy difícil llevar a buen término el proceso negociador.Si lo que Bush y Rice buscan es un acuerdo permanente en lo que resta de su mandato, escribe el ex diplomático norteamericano Dennis Ross, están destinados a decepcionarse. Pero, una seria continuación de Annapolis, agrega, podría contribuir al progreso de las negociaciones y al logro de acuerdos limitados. En Oriente Medio se comienza a actuar racionalmente solo después de agotarse el inventario de errores. ¿Será recordada la conferencia como otra oportunidad perdida o como la ¨espoleta¨ de un acuerdo histórico palestino-israelí? Es necesario que israelíes y palestinos sepan transigir para hacer las concesiones que permitan llegar a un compromiso aceptable. La ocupación deberá acabar, pero los palestinos deberán abjurar del terrorismo islámico. Solamente la implementación de la ecuación seguridad para Israel y soberanía para los palestinos, permitirá a palestinos e israelíes llegar a un acuerdo que traiga la paz que la gran mayoría de sus pueblos anhelan.
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* Analista diplomático. Primer Embajador de Israel en España y ante la Santa Sede. Asesor del Centro Peres para la Paz.
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Itón Gadol - Argentina/29/11/2007
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