28/1/08

CAMPAÑA CONTRA LA DELINCUENCIA.

¡Más vale tarde que nunca…!
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Eric Aragón
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No es la primera vez que frente a un hecho delictivo de cierta notoriedad, tal como ha ocurrido con la muerte del escolta del alcalde Juan Carlos Navarro, del distrito capital, surjen reacciones muy emotivas orientadas a enfrentar con dureza la delincuencia y, sobre todo, la juvenil que cada vez tiene más fuerza e impunidad. Las autoridades en estas situaciones aprietan un poco –más que todo con una serie de operativos de los organismos de policía– y después de unas cuantas semanas… como dice la canción de Julio Iglesias "…todo sigue igual…".
¡Claro está! Esto no tiene que ser así, si el alcalde con toda su inteligencia y fuerza de voluntad se empeña en mantener una campaña permanente contra la delincuencia, sobre todo juvenil, no solo conseguirá lo que desea toda la población: más seguridad ciudadana; sino, que todas las personas decentes de este país lo apoyarán, porque somos la mayoría y no puede ser que estemos secuestrados por un grupo minúsculo de delincuentes.
En Panamá aún se puede disminuir la delincuencia juvenil a niveles muy bajos e incorporar programas permanentes de Estado para combatir este mal (no de gobiernos efímeros) y con una plataforma legal, de modo que todos los gobiernos tengan que cumplirlos.
Europa, por su alto crecimiento económico, mejor distribución de la riqueza, programas sociales para todos los desprotegidos, los mejores niveles de educación del ciudadano común, y otros factores más que la ubican por excelencia como la región de pleno desarrollo, está en estos momentos alarmada por la delincuencia juvenil y que ahora se les hace más difícil de controlar. Los hechos violentos en países europeos son protagonizados por personas cada vez más jóvenes, a tal extremo que los fiscales, jueces y políticos se plantean hoy día la conveniencia de rebajar el límite de edad para la responsabilidad penal de los menores. En los principales diarios de países como España, Francia, Alemania y otros, la criminalidad juvenil ocupa sus principales titulares por la crueldad que conlleva. Por ejemplo, un diario francés señalaba lo siguiente: "La criminalidad aumenta todos los días, sus autores son cada vez más jóvenes y más violentos, los policías se convierten en sus víctimas y los jueces son con frecuencia demasiados angelicales. Así lo creen los franceses. Por eso, la inseguridad ciudadana se ha instalado en el primer puesto en el debate público y en la agenda política…".
Véase otros extractos de las columnas de prensa europeas: "Lógicamente un gobierno que comprueba el crecimiento de la criminalidad, no puede menos de ser más represivo. Así lo ha manifestado tanto el primer ministro británico Gordon Brown en Gran Bretaña, como José Luis Rodríguez Zapatero en España ...".
"... Ahora en el Senado francés va adelante un proyecto de ley sobre reincidencia, tanto de adultos como de menores, que trata de frenar la reiteración de conductas delictivas menos graves pero muy frecuentes...".
Nuestro país sigue siendo una "tacita de oro", por su población multiétnica y amable, campechana y sin malicia; por su divina geografía, y porque todavía estamos a tiempo de ponerle un alto a la delincuencia juvenil. Ya es hora de que se dejen a un lado los paños tibios y el concurso de oratoria y de estudios sobre el tema. Honestamente ya la población está harta de tanto ¡bla, bla, bla! y nada de acción. Todos los que de una u otra manera tienen que ver con esto deben actuar y no esperar que esta delincuencia juvenil llegue a las puertas de sus hogares, como tarde o temprano va a pasar.
En esta cruzada contra la delincuencia juvenil, tienen que aumentarse las penas –aunque nos duela–, y estas deben responsabilizar a los padres en la parte que les corresponde; crear programas de gobierno que ayuden a los niños y jóvenes, pero, no como los eventos deportivos que se patrocinan donde se vende licor y drogas en los mismos; tampoco se quieren organizaciones sociales y de derechos humanos que se conviertan en patentes de corso para los criminales. No se quiere una policía agresiva ni perversa, pero, sí una policía que cuando tenga que reprimir a los delincuentes y jóvenes infractores lo haga con carácter y fuerza. Y por supuesto, apoyar los programas juveniles de las iglesias evangélicas y católicas ayuda bastante en el plano espiritual y emocional de la juventud.
Todas las autoridades del país, las organizaciones sociales y fundaciones, las iglesias y la población decente, debemos unirnos en una sola cruzada para atacar en forma permanente este problema que es igual a un cáncer. Si este sigue creciendo, en el futuro nadie lo detendrá...
El autor es economista
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Además en opinión
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La Prensa - Panamá/28/01/2008

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