Caudillismo y frustración
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A.S.E. el general Juan José Flores
Mi querido general: Ud. sabe que yo he mandado veinte años, y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos: 1ro, la América es ingobernable para nosotros; 2do, el que sirve una revolución ara en el mar; 3ro, la única cosa que se puede hacer en América es emigrar; 4to, este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles de todos los colores y razas; 5to, devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos; 6to, si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, este sería el último período de la América.
La primera revolución francesa hizo degollar las Antillas, y la segunda causará el mismo efecto en este vasto continente. La súbita reacción de la ideología exagerada va a llenarnos de cuantos males nos faltaban, o más bien los va a completar. Ud. verá que todo el mundo va a entregarse al torrente de la demagogia, y ¡desgraciados los pueblos! y ¡desgraciados los gobiernos!
Bolívar
Esta carta, escrita un mes antes de su muerte, expresa de forma dramática el enorme desaliento del Libertador ante la lamentable cosecha de sus esfuerzos y dedicación de su vida empeñada en liberar y construir. Una vida que, al final, podría catalogarse como la mayor frustración personal en la historia de América Latina:
El escenario latinoamericano de hoy es consistente con el enorme desaliento de Bolívar y hace de su pesar una profecía. Bolívar profetizó el azote del caudillismo y el desaliento de ver pueblos enteros rechazar la iniciativa individual y someterse a la fascinación del caudillo, que pensaría por todos y produciría la felicidad para todos.
Muchos pensadores de nuestro continente y de Europa a través de los años han denunciado la amenaza del caudillismo en la cultura latinoamericana. A mediados del siglo pasado el peruano Eudocio Ravines legó a la literatura una descripción histórica. Decía Ravines que muchos sociólogos estimaban que el caudillismo era una tara típica latinoamericana y causa principalísima de los males que padece su política. Toda colectividad que no sea decadente es capaz de engendrar personalidades óptimas, figuras sobresalientes que captan la docilidad de la masa, sometiéndola a su influencia por decisión libre. Tal fenómeno es común a todos los pueblos dotados de energía, independientemente de la calidad de las empresas en las que tales fenómenos tengan participación. Para que la sociedad sea posible es forzosa la presencia contradictoria y armoniosa a la vez, del mando y de la obediencia. El caudillismo se cimenta en la armonía lograda por las vías irracionales de la masa. El resulta de la cantidad y calidad de pasión, de fuerza primaria pura que los pueblos latinoamericanos son capaces de poner en sus empresas. En parte es también resultado de las reacciones colectivas ante la frustración. Frustración espiritual de la libertad y frustración material de las condiciones de existencia. Más que la esperanza en una situación mejor, el caudillismo expresa la salida de la angustia colectiva frente a la excesiva dureza del presente. No hay sólo entusiasmo, optimismo y esperanza; hay también sentido de frustración y ánimo desesperado.
En el caudillismo hay hegemonía de la emotividad y del sentimiento sobre la racionalidad y la lógica. El caudillismo expresa capacidad para acometer grandes empresas y antídoto contra la decadencia; pero también riesgo constante de confundir los caminos y de equivocar desastrosamente las finalidades. El caudillismo cultiva la irracionalidad a expensas de la afirmación y de la racionalidad. Amortigua y elimina la responsabilidad del individuo y del grupo en la actividad política para trasladar la confianza mágica hacia el mito, hacia el poder milagrero, hacia las cualidades alucinantes del caudillo. Al fanatizar a las muchedumbres que conduce, el conductor se fanatiza a sí mismo y su voluntad política se convierte en oportunismo. El movimiento entonces se hace inconstante, voluble, incapaz de perseguir con firmeza un verdadero designio y de poner en ejecución un plan concorde con las posibilidades de la realidad. La voluntad del caudillo, como consecuencia de su situación, se torna fascinable y se fascina con la embriaguez de sus propias ficciones (Fidel Castro como experto ganadero y agrícola), que lo llevan a perseguir éxitos superficiales, sacrificando la realización austera al malabarismo con capacidad para deslumbrar a la multitud. Y el aspecto más negativo del caudillismo es su idealismo de bazar con el que la masa llega a contagiarse hasta el dramatismo.
¿Hemos aprendido algo? ¿O acaso Castro, Chávez, Morales, Ortega y Correa confirman los peores temores del Libertador hace casi dos siglos? Yo quisiera pensar que, algún día, nuestro continente latinoamericano decidirá que no hay mejor forma de honrar la gloriosa memoria de Simón Bolívar que demostrarle, dos siglos después, que lo oímos, aprendimos y corregimos los errores.
Y que no hay mayor deshonra que confirmar lo que él profetizó.
agonzalez@miamiherald.com
Mi querido general: Ud. sabe que yo he mandado veinte años, y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos: 1ro, la América es ingobernable para nosotros; 2do, el que sirve una revolución ara en el mar; 3ro, la única cosa que se puede hacer en América es emigrar; 4to, este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles de todos los colores y razas; 5to, devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos; 6to, si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, este sería el último período de la América.
La primera revolución francesa hizo degollar las Antillas, y la segunda causará el mismo efecto en este vasto continente. La súbita reacción de la ideología exagerada va a llenarnos de cuantos males nos faltaban, o más bien los va a completar. Ud. verá que todo el mundo va a entregarse al torrente de la demagogia, y ¡desgraciados los pueblos! y ¡desgraciados los gobiernos!
Bolívar
Esta carta, escrita un mes antes de su muerte, expresa de forma dramática el enorme desaliento del Libertador ante la lamentable cosecha de sus esfuerzos y dedicación de su vida empeñada en liberar y construir. Una vida que, al final, podría catalogarse como la mayor frustración personal en la historia de América Latina:
El escenario latinoamericano de hoy es consistente con el enorme desaliento de Bolívar y hace de su pesar una profecía. Bolívar profetizó el azote del caudillismo y el desaliento de ver pueblos enteros rechazar la iniciativa individual y someterse a la fascinación del caudillo, que pensaría por todos y produciría la felicidad para todos.
Muchos pensadores de nuestro continente y de Europa a través de los años han denunciado la amenaza del caudillismo en la cultura latinoamericana. A mediados del siglo pasado el peruano Eudocio Ravines legó a la literatura una descripción histórica. Decía Ravines que muchos sociólogos estimaban que el caudillismo era una tara típica latinoamericana y causa principalísima de los males que padece su política. Toda colectividad que no sea decadente es capaz de engendrar personalidades óptimas, figuras sobresalientes que captan la docilidad de la masa, sometiéndola a su influencia por decisión libre. Tal fenómeno es común a todos los pueblos dotados de energía, independientemente de la calidad de las empresas en las que tales fenómenos tengan participación. Para que la sociedad sea posible es forzosa la presencia contradictoria y armoniosa a la vez, del mando y de la obediencia. El caudillismo se cimenta en la armonía lograda por las vías irracionales de la masa. El resulta de la cantidad y calidad de pasión, de fuerza primaria pura que los pueblos latinoamericanos son capaces de poner en sus empresas. En parte es también resultado de las reacciones colectivas ante la frustración. Frustración espiritual de la libertad y frustración material de las condiciones de existencia. Más que la esperanza en una situación mejor, el caudillismo expresa la salida de la angustia colectiva frente a la excesiva dureza del presente. No hay sólo entusiasmo, optimismo y esperanza; hay también sentido de frustración y ánimo desesperado.
En el caudillismo hay hegemonía de la emotividad y del sentimiento sobre la racionalidad y la lógica. El caudillismo expresa capacidad para acometer grandes empresas y antídoto contra la decadencia; pero también riesgo constante de confundir los caminos y de equivocar desastrosamente las finalidades. El caudillismo cultiva la irracionalidad a expensas de la afirmación y de la racionalidad. Amortigua y elimina la responsabilidad del individuo y del grupo en la actividad política para trasladar la confianza mágica hacia el mito, hacia el poder milagrero, hacia las cualidades alucinantes del caudillo. Al fanatizar a las muchedumbres que conduce, el conductor se fanatiza a sí mismo y su voluntad política se convierte en oportunismo. El movimiento entonces se hace inconstante, voluble, incapaz de perseguir con firmeza un verdadero designio y de poner en ejecución un plan concorde con las posibilidades de la realidad. La voluntad del caudillo, como consecuencia de su situación, se torna fascinable y se fascina con la embriaguez de sus propias ficciones (Fidel Castro como experto ganadero y agrícola), que lo llevan a perseguir éxitos superficiales, sacrificando la realización austera al malabarismo con capacidad para deslumbrar a la multitud. Y el aspecto más negativo del caudillismo es su idealismo de bazar con el que la masa llega a contagiarse hasta el dramatismo.
¿Hemos aprendido algo? ¿O acaso Castro, Chávez, Morales, Ortega y Correa confirman los peores temores del Libertador hace casi dos siglos? Yo quisiera pensar que, algún día, nuestro continente latinoamericano decidirá que no hay mejor forma de honrar la gloriosa memoria de Simón Bolívar que demostrarle, dos siglos después, que lo oímos, aprendimos y corregimos los errores.
Y que no hay mayor deshonra que confirmar lo que él profetizó.
agonzalez@miamiherald.com
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