14/8/07

Las dos mujeres de Adán

Adán y Eva expulsados del Paraíso Terrenal

Por Carlos Vázquez Iruzubieta
-
Todo parece indicar que el tiempo reivindicativo de las mujeres viene dejando paso al del enfrentamiento. Nos referimos a Occidente porque en las culturas y religiones de Oriente, el lugar que ocupan las mujeres en la sociedad se mantiene inalterable desde siempre, salvo en aquellos países donde la penetración de la civilización occidental está dejando su rastro no sólo en el estilo estético sino también en todo lo que enmarca el comportamiento personal y social de las mujeres. Donde se ve más claramente esta penetración cultural es en Japón, a causa de la influencia de EE.UU. a lo largo de muchos años de post guerra colonizadora.
-
Adán y Eva expulsados del Paraíso TerrenalLa igualdad del hombre y la mujer se traduce en una paridad jurídica que destruye cualquier norma a-simétrica entre los dos sexos. No obstante, viejos hábitos logran pervivir produciendo desemejanzas que contrarían el contenido y espíritu de las normas de equiparación. Y a causa de ello, la reivindicación femenina prosigue. La lucha por la igualdad es dispar porque hay gobiernos que están más aplicados que otros en la labor de igualar, y los hay que se resisten a hacerlo de modo ostensible o encubierto. Sin embargo, se puede decir que en Occidente, con algunos tropiezos, la igualdad o se ha conseguido o se está a punto, según sea el sitio donde posemos la mirada.
Lo históricamente cierto es que la mujer ha estado siempre en un segundo plano respecto del hombre. Otra evidencia es que este nuevo aspecto social de paridad se sexos se muestra en una época en la que las sociedades occidentales están volcadas hacia la idolatría de una vida alegrada por los robots electrodomésticos, automóviles y un prestigio social fundado en la riqueza, la tolerancia de excesos morales y la justificación de toda clase de corrupción espiritual y corporal.
Cabría preguntarnos: ¿Por qué razón la mujer ha estado sometida en todas las épocas y lugares a una suerte de sumisión al hombre, y por qué razón se está cambiando este hábito histórico? Hay un buen número de respuestas y una de ellas puede ser la que se asienta en una proclamada injusticia, debido a la preponderancia de la fuerza varonil, lo que fatalmente debía cambiar; otra, porque en los dos últimos siglos se presentó un marco social favorable para dicho cambio al hacerse evidente una sociedad más permisiva, y en tercer lugar porque la igualación de los sexos se debe a una cesión voluntaria o involuntaria del hombre a causa de la alteración de sus parámetros espirituales. Porque es innegable en cualquiera de los casos, que este cambio social coincide en Occidente con el abandono paulatino del sentido de lo sagrado, del sentimiento religioso y de un desprecio hacia los pilares morales que sostienen la carga pesada de los hábitos que hacían de esta región del mundo una más entre las otras, cada cual venerando a sus propios dioses y entregadas a sus propias costumbres seculares. Viene este cambio en una época de tinieblas en la que la luz artificial de las lámparas de neón sólo iluminan al becerro de oro de quienes proporcionan la idolatrada calidad de vida occidental. De lo dicho parece que la igualdad entre hombre y mujer coincide con la época oscura del Kali Yuga de los ciclos cósmicos.
Los fanáticos defensores de los derechos humanos, tan perniciosos como los genocidas porque todo fanatismo nubla la razón, estarán atribuyendo a estas palabras un desprecio hacia la mujer en razón de su sexo, y nos acusarán de culpar a la mujer por la pérdida social de la fe y de todo rasgo hierofánico en Occidente, cuando en realidad es todo lo contrario: a causa de la debilidad interior del hombre en tanto que conductor de la sociedad, ha sucumbido una tradición inveterada a cambio de una imagen femenina que por fin se ha situado con rango propio, en el último piso de la torre de cristal donde las multinacionales adoptan decisiones.
Lo sorprendente es que mirándose el ombligo, los hombres y mujeres occidentales no sólo están empeñados en civilizar a las escasas tribus indígenas que aun perduran en algunas regiones del planeta expoliándoles su manera de ser y de vivir, sino que están igualmente obsesionados por penetrar las culturas orientales para enseñarles a las mujeres musulmanas, chinas, hindúes, hebreas y japonesas que aun no se han occidentalizado, que deben hacerlo y pronto, porque de lo contrario sufrirá detrimento la redención fundada en la teoría de los derechos humanos (occidentales, claro). No se conforman con haber transformado el espíritu de Occidente, sino que quieren exportarlo e imponerlo a la fuerza si es preciso, dando pruebas inequívocas de una vocación imperialista.
La pregunta que deberíamos hacernos es: cuál es la causa por la que desde los albores de la humanidad hasta finales del siglo XIX y todo el siglo XX, la mujer, que siempre estuvo dos pasos atrás del hombre, de pronto tomó las riendas de la sociedad y va camino de desplazarlo definitivamente del sitio en el que se mantuvo desde los albores.
Dejaremos de lado la sociología de la historia para rastrear el origen de esta desigualdad que perduró durante miles de años en todo el planeta salvo episodios infrecuentes de rebelión femenina que, sin embargo, no llegaron a consolidarse. De entre tantos textos sagrados a los que podríamos acudir, comenzaremos por la Biblia por sernos más cercana a los occidentales. En el Génesis (Bereshit para los hebreos), se nos enseña que la primera pareja humana fue la de Adán y Eva; sin embargo, en el Talmud babilónico se enseña una versión distinta, y en todo caso y sin extremar la búsqueda, lo que no se puede negar es que bien leído el Génesis, libro básico de la cosmogonía judeo-cristiana, nos encontramos con dos creaciones de la mujer, ambas compañeras de Adán: por una parte, la creación de la pareja a un mismo tiempo o en un mismo acto: “Y Dios creó al hombre a Su propia imagen. Lo creó a la imagen de Dios. Los creó macho y hembra” (Génesis/Bereshit, I, 27) ; y en segundo lugar, la creación de Eva, cuando Adán se queda solo por abandono que de él hace Lilith, su primera mujer. Esta segunda mujer fue creada del costado de Adán; se lee en Génesis/Bereshit, II, 22-23: “Y Dios, el Eterno, provocó un profundo sueño al hombre que se durmió, luego tomó uno de sus costados y cerró la carne en su lugar. Y Dios, el Eterno, convirtió el costado que había tomado del hombre, en una mujer, y la trajo ante el hombre. Entonces dijo el hombre: Ésta es por fin hueso de mis huesos y carne de mi carne. Será llamada mujer (ishá), porque fue sacada del varón (ish)”. Al margen de las valoraciones del Talmud, que bien pueden ayudar en esta interpretación, de lo que no cabe duda es que son dos mujeres: la una creada juntamente con el hombre con la misma arcilla y a un mismo tiempo que Adán, y una segunda mujer creada de los huesos y la carne del propio Adán. Quien no quiera ver esta doble creación es porque le apetece la ceguera intelectual y rechaza el texto bíblico por sistema.
Se dice que luego que Addam Kadmon (אדם קדמון) el hombre sustancialmente protoplasmático, se hubiera desmenuzado para diseminarse generando toda la manifestación, fue creado el hombre histórico de arcilla, cuyo color es el rojo, que es uno de los significados de la palabra Adam, en hebreo. Y no fue creado solo sino juntamente con su mujer y de su misma materia; era Lilith, y así se la nombra en el Alephbeto de Ben Sirah que data de entre los años 600 al 1.110.
Esta mujer responde a las características de la diosa Ishtar de la religión babilónica. Era Ishtar la diosa de la fertilidad, siendo su templo el lugar sagrado donde los sacerdotes babilónicos y las vírgenes y sacerdotisas caldeas practicaban sus orgías y un sexo desenfrenado y lascivo. Se dice que de esta raíz procede la súcuba Lilith, una mujer ardiente y voluptuosa, independiente y de voluntad férrea, que disputó con su marido la primacía, pues no quería yacer de espaldas debajo de él, y le espetaba con gesto airado: “¿Por qué he de recostarme debajo de ti, si fui creada del polvo de la tierra lo mismo que tú?” Adán no se resignaba pues se consideraba la fiel imagen de Elohim (su Dios) y por ello se resistía a las pretensiones de Lilith. La incomprensión mutua terminó con la ruptura y ella abandonó el Paraíso.
Puesto que se mantuvo soportando la soledad, le pidió Adán a Elohim que hiciera volver a su mujer. Envió el Creador a los ángeles Senoy, Sansenoy y Samangelot para que buscaran a Lilith y la obligaran a volver al Paraíso junto a Adán, su pareja. Los ángeles recorrieron toda la Creación en busca de Lilith, hasta que al fin la hallaron viviendo en los márgenes del Mar Rojo, unas aguas del color de sus cabellos, junto a monstruos lujuriosos con los que yacía procreando miles de lilim por día, que eran monstruos mitad humanos, mitad demonios. A causa de sus cabellos rojos se cree desde entonces que las mujeres pelirrojas son sexualmente muy activas. Lilith se negó a regresar y los ángeles la amenazaron con ahogarla en el mar, a quienes les hizo saber que prefería morir ahogada antes que regresar con Adán. Luego que los ángeles volvieran a presionarla, fue ella quien los amenazó con matar a los niños de los hombres durante los primeros ocho días, y a las niñas durante los diez primeros. Los ángeles se marcharon tras oír la promesa de Lilith de que no causaría daño a los descendientes que ellos tres procrearan.
A la vista de estos resultados adversos, Elohim decidió dar a Adán otra mujer, y para que sea dócil y condescendiente con el hombre, la creó de su propia materia; dice el Génesis/Bereshit, que fue de su costilla. En hebreo, costilla es Tselá (צלע), que también significa lado, costado y tiene la misma raíz que sombra (צל), de donde la segunda mujer a la que Adán llamó Hawwah o Havvah (חוה), en castellano Eva, es la costilla de sí mismo, su costado porque camina a su vera, y su sombra porque es la proyección de la figura corporal del hombre. Esta mujer sumisa y compañera leal del hombre es la que reinó en todas las épocas desde que Lilith abandonara a su compañero. Y es a esa mujer de las características de Eva, a la que Lilith está empeñada en convertirla en su propia imagen, mediante una lucha que en la actualidad se identifica con el mismo argumento que el de Lilith: ¿Por qué ha de valer la mujer menos que el hombre si ambos constituyen los dos componentes de una misma especie?
El símbolo de Lilith está presente en todas las culturas y religiones. En los arcanos mayores del Tarot está representada por la Sacerdotisa, mujer ladina, inteligente, bella y perversa, cuyo número es el dos, inmediatamente después del Mago y precediendo a la Emperatriz que es el naipe número tres. La Sacerdotisa está entre la pareja (Mago-Emperatriz), empeñada en crear discordia entre ellos, para separarlos.
En el taoísmo el símbolo gráfico del yin y el yang es una circunferencia que en su interior está dibujada en líneas curvas, una mitad negra, y la otra mitad blanca. Es el símbolo del andrógino primordial que según Platón en su Banquete fue separado en dos mitades o lo que es lo mismo decir que se confirma con esta figuración, la identidad de la materia primordial de ambos sexos, que es el fundamento y mascarón de proa de las exigencias de Lilith. Según el esoterismo taoísta, el yang representa a lo activo, luminoso y varonil, en tanto que el yin representa lo pasivo, oscuro y femenino. En este caso, se trata de la representación del hombre y la mujer conforme la simbología hebrea ya que, por lo demás, el yang representa el Cielo (Tien) que cubre, mientras que el yin representa la Tierra (Ti) que sustenta o soporta a la manifestación, donde se encuentra el Hombre (Jen) lo que constituye la llamada Gran Tríada del taoísmo. Mayor identificación con la versión bíblica de Adán y Eva, imposible.
En los Manuscritos del Mar Muerto se la menciona junto a búhos y demonios, chacales y espíritus impuros, y en el Antiguo Testamento (Tanak), sólo en Isaías 34, 14. El nombre de Lilith, asociado a lo oscuro y tenebroso proviene del hebreo (ליל), que significa noche, y también nocturno/a (לילי). No en vano a Lilith se la conoce como la mujer nocturna, cercana al símbolo del búho, ave nocturna de rapiña, depredadora e inteligente. La “Revista de Occidente” de Ortega y Gasset tenía como logotipo un búho, símbolo inequívoco de la sabiduría, cualidad que le permite a la mujer de talante independiente, competir con el hombre en el desempeño de tareas de compleja especialidad.
Las dos mujeres de Adán son las dos espiritualidades femeninas que conviven con él a lo largo de la historia. Aunque socialmente la mujer sumisa representada por Eva sea la que ha predominado, no se debe descartar que en la intimidad del hogar esa mujer dócil, en ciertos casos hubiera podido ejercer un dominio sobre su pareja masculina si las circunstancias se lo ponían fácil. Pero esto no cambia en nada la realidad que está marcada por el hecho de la sumisión. En el Islam, la mujer está en estado de sumisión respecto del hombre, y el hombre lo está respecto de Allâh.
Pero si nos atenemos a la tradición judeo-cristiana que es la preponderante en Occidente, esta mujer que se aisló a orillas del Mar Rojo permaneciendo ausente durante toda la historia de la humanidad, ha decidido volver con Adán, para lo cual mantiene vivo su propósito de educar a una Eva residente en cualquier parte del planeta, para que convierta su histórica sumisión en rebeldía implacable. De esta manera Lilith, valiéndose de una Eva dócil y transformada, está dispuesta a concluir la faena que no pudo apuntillar al principio de los tiempos.
-
Noticias Iruya.com-Argentina/14/08/2007

No hay comentarios:

Locations of visitors to this page