24/11/07

Responsabilidad de la oposición en la democracia

Se sabe que políticamente una democracia se define por la calidad de quienes gobiernan y la calidad de quienes se oponen. En este sentido, una democracia seria es el producto de esa relación entre el oficialismo y la oposición. Cada uno debe cumplir su papel, y de la eficacia con que se cumpla esa relación depende la concreción de principios tales como la alternancia en el poder, el equilibrio institucional y la legitimidad social.
En la Argentina este ideal republicano es imperfecto, se realiza a medias. El oficialismo se fortalece gracias al empleo dispendioso de los recursos estatales. La oposición, por su parte, languidece en el aislamiento, la soledad y las recurrentes crisis internas. Razones políticas, coyunturales y de largo plazo explican esta deplorable realidad; pero lo cierto es que más allá de los motivos estructurales, los dirigentes tienen una responsabilidad precisa a la hora de construir el espacio opositor.
Valgan estas consideraciones para reflexionar acerca de la conducta de ocho legisladores del ARI, quienes a menos de un mes de las elecciones nacionales que los ungieron en sus cargos convocan a una conferencia de prensa para anunciar sus disidencias con la principal líder opositora. En lo personal, cada uno de estos dirigentes tendrán sus razones para criticar a Elisa Carrió; pero desde el punto de vista de la construcción política, su conducta resulta funcional al oficialismo.
Desde hace años, uno de los rasgos distintivos de nuestra cultura política es la fragmentación, la tendencia a la división y atomización de fuerzas. En Uruguay y Brasil, por ejemplo, dos coaliciones políticas históricas como son el Partido de los Trabajadores y el Frente Amplio se constituyeron desde la heterogeneidad, mantuvieron a lo largo de su existencia serias disidencias internas, pero pudieron procesarlas en el interior de la coalición. La cuestión es sencilla: fuera de ese espacio político, al dirigente díscolo lo esperaba la más absoluta soledad.
Esta diferencia de cultura política con la Argentina es sintomática. Sus causas obedecen a razones más complejas que las ambiciones o pasiones de los dirigentes, pero lo cierto es que por este camino el objetivo de una república democrática con partidos o coaliciones políticas fuertes nunca podrá realizarse.
En la Argentina parece imposible construir una fuerza política desde afuera del Estado. El oficialismo reproduce oficialismo, pero la oposición raras veces está en condiciones de constituir un bloque de fuerzas sociales y políticas con capacidad de sustituir al poder oficial. Puede que en alguna coyuntura esa oposición llegue al gobierno aprovechando una crisis nacional, pero lo que en rigor importa es la presencia de una fuerza política instalada culturalmente en la sociedad con representación pluriclasista y multirregional.
La crisis que hoy impacta en ARI es representativa de nuestra cultura política o, según se vea, de nuestra falta de cultura política. Mientras estos reflejos se mantengan así, los proyectos hegemónicos del poder gozarán de buena salud y la esperanza de lograr una genuina república democrática será siempre una mera ilusión.
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El Litoral - Argentina/24/11/2007

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