Cristina Kirchner cambió el lugar pero no la estrategia
Hugo Krasnobroda
hkrasno@eltribuno.com.ar
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A dos semanas de las elecciones, y ante las incipientes críticas de la prensa, es indudable que la primera dama decidió cambiar definitivamente el escenario de su campaña: abandonó los viajes al exterior y se dedicó de manera exclusiva a recorrer el territorio nacional, con particular atención en el gigantesco conurbano bonaerense. Sin embargo, y con todas las encuestas vaticinando un triunfo en primera vuelta, su estrategia electoral de silencio absoluto no varió ni variará un centímetro hasta después del 28 de octubre.
Con argumentos lógicos, vistos siempre dentro de los extraños códigos de la política, altas fuentes del Gobierno nacional justificaron a El Tribuno esa decisión: "Cristina arrancó la campaña con el escándalo de Felisa Miceli, en el medio apareció la investigación contra Romina Picolotti, después le tocó la valija del venezolano Antonini Wilson, enfrentó el desastre de Córdoba y culminó con dos denuncias penales en su contra. Si sobre todo eso logró no decir ni una sola palabra y seguir arriba en todos los sondeos, ¿a qué lunático se le ocurre que cambiará de postura a sólo catorce días de los comicios?".
También es cierto que el contexto actual ayuda, y mucho, a las pretensiones reeleccionistas del matrimonio K. La oposición, vacilante y disgregada como nunca, se repite en sus críticas al INDEC, cree ilusionar al electorado con promesas de ballottage -no de victoria- y no logra imponer, como si ocurrió hace unos meses, la agenda mediática de discusión.
Teniendo en cuenta que los recursos económicos con que cuenta la oposición son infinitamente inferiores a los que maneja el oficialismo para hacer campaña, y que también son incomparables los minutos de presencia de cada uno en los medios masivos de comunicación, puede explicarse allí -sólo parcialmente- el porqué de los más de treinta puntos de distancia que auguran las encuestas.
Pero hay otros motivos que no son menores para el análisis en cuestión: ni Elisa Carrió, ni Roberto Lavagna, ni Alberto Rodríguez Saá, ni Ricardo López Murphy consiguieron mostrarse ante la sociedad como legítimos portadores de una alternativa al Gobierno. Y se preocuparon, mayoritariamente, en quedar posicionados como futuros líderes de la oposición: pese a que, casi con seguridad, ese puesto no será ocupado por ninguno de ellos.
Otra vez, y vía anuncios en la Casa Rosada de fuertes rebajas impositivas o acuerdos de precios, es el Gobierno quien maneja a discreción el debate público. Y eso lo hace ganar tiempo de cara a las elecciones, algo que le falta -y mucho- a los candidatos opositores para remontar una ventaja en su contra que, a dos semanas, parece realmente indescontable.
Equipo que gana no se toca, dice el vocablo futbolero. Por ese motivo, y no por otro, la última etapa de la campaña oficialista se dividirá, como viene sucediendo, ni más ni menos que en dos mitades. Kirchner inyectará más plata para el consumo, mediante anuncios y discursos que apuntalen a su esposa, y Cristina continuará su maratón de slogans referidos a generalidades lejanas a los oídos de la población. El objetivo es obvio: mostrar un nivel cultural superior al de la media de los candidatos y asegurarse de no entrar ni un milímetro en debates de coyuntura que rechaza absolutamente.
Los más de cuarenta puntos que los sondeos pronostican para Cristina el 28 de octubre explican mejor que nada el porqué algunos temas ríspidos para el Gobierno fueron colocados en un freezer. Ejemplos sobran.
Las elecciones se acercan y, tal como adelantó este diario, la pastera Botnia no abre por un acuerdo secreto entre Buenos Aires y Montevideo. La demorada reforma política que prometió Kirchner al asumir su mandato parece hoy invisible y no se sabe si el próximo Gobierno la encarará.
Tampoco se conoce si, finalmente, se producirá una reforma tributaria que distribuya con más equidad los ingresos obtenidos. No se habla de la relación con el campo ni de los futuros vínculos con la Iglesia.
Es incierto que pasará con los "acuerdos" de precios tras diciembre de este año, se desconoce cuál será la salida a la crisis del INDEC y también que ocurrirá con impuestos distorsivos como las retenciones a las exportaciones o el impuesto al cheque. Todo eso, se develará recién -con suerte- a partir de los primeros días de noviembre.
Daniel Scioli, el gran elector
En las más altas esferas del Gobierno admitieron a El Tribuno esta semana lo que para todo el arco político es un hecho fáctico e incuestionable de la realidad: la abrumadora ventaja que sacará Daniel Scioli en Provincia de Buenos Aires es la mejor garantía para un cómodo triunfo de Cristina Fernández. "Los cerca de 5 millones de votos que conseguiría allí, donde todos los intendentes juegan con nosotros, hacen que la elección se transforme en un simple y mero trámite porque la oposición no logra obtener ni el 15 por ciento de esos sufragios", afirmó una fuente del más cercano entorno presidencial.
Cuando se abran las urnas quedará claro cuanto de esto es verdad y cuanto es cuento chino. Lo que si es cierto es que los vientos favorables previos al comicio soplan juntos para el kirchnerismo. La incógnita, en todo caso, es por cuanto tiempo logrará mantenerlo.
Si bien esta no es una reelección, los segundos mandatos -tal como la sociedad concibe a un hipotético Gobierno de Cristina- nunca terminaron de la mejor manera.
hkrasno@eltribuno.com.ar
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A dos semanas de las elecciones, y ante las incipientes críticas de la prensa, es indudable que la primera dama decidió cambiar definitivamente el escenario de su campaña: abandonó los viajes al exterior y se dedicó de manera exclusiva a recorrer el territorio nacional, con particular atención en el gigantesco conurbano bonaerense. Sin embargo, y con todas las encuestas vaticinando un triunfo en primera vuelta, su estrategia electoral de silencio absoluto no varió ni variará un centímetro hasta después del 28 de octubre.
Con argumentos lógicos, vistos siempre dentro de los extraños códigos de la política, altas fuentes del Gobierno nacional justificaron a El Tribuno esa decisión: "Cristina arrancó la campaña con el escándalo de Felisa Miceli, en el medio apareció la investigación contra Romina Picolotti, después le tocó la valija del venezolano Antonini Wilson, enfrentó el desastre de Córdoba y culminó con dos denuncias penales en su contra. Si sobre todo eso logró no decir ni una sola palabra y seguir arriba en todos los sondeos, ¿a qué lunático se le ocurre que cambiará de postura a sólo catorce días de los comicios?".
También es cierto que el contexto actual ayuda, y mucho, a las pretensiones reeleccionistas del matrimonio K. La oposición, vacilante y disgregada como nunca, se repite en sus críticas al INDEC, cree ilusionar al electorado con promesas de ballottage -no de victoria- y no logra imponer, como si ocurrió hace unos meses, la agenda mediática de discusión.
Teniendo en cuenta que los recursos económicos con que cuenta la oposición son infinitamente inferiores a los que maneja el oficialismo para hacer campaña, y que también son incomparables los minutos de presencia de cada uno en los medios masivos de comunicación, puede explicarse allí -sólo parcialmente- el porqué de los más de treinta puntos de distancia que auguran las encuestas.
Pero hay otros motivos que no son menores para el análisis en cuestión: ni Elisa Carrió, ni Roberto Lavagna, ni Alberto Rodríguez Saá, ni Ricardo López Murphy consiguieron mostrarse ante la sociedad como legítimos portadores de una alternativa al Gobierno. Y se preocuparon, mayoritariamente, en quedar posicionados como futuros líderes de la oposición: pese a que, casi con seguridad, ese puesto no será ocupado por ninguno de ellos.
Otra vez, y vía anuncios en la Casa Rosada de fuertes rebajas impositivas o acuerdos de precios, es el Gobierno quien maneja a discreción el debate público. Y eso lo hace ganar tiempo de cara a las elecciones, algo que le falta -y mucho- a los candidatos opositores para remontar una ventaja en su contra que, a dos semanas, parece realmente indescontable.
Equipo que gana no se toca, dice el vocablo futbolero. Por ese motivo, y no por otro, la última etapa de la campaña oficialista se dividirá, como viene sucediendo, ni más ni menos que en dos mitades. Kirchner inyectará más plata para el consumo, mediante anuncios y discursos que apuntalen a su esposa, y Cristina continuará su maratón de slogans referidos a generalidades lejanas a los oídos de la población. El objetivo es obvio: mostrar un nivel cultural superior al de la media de los candidatos y asegurarse de no entrar ni un milímetro en debates de coyuntura que rechaza absolutamente.
Los más de cuarenta puntos que los sondeos pronostican para Cristina el 28 de octubre explican mejor que nada el porqué algunos temas ríspidos para el Gobierno fueron colocados en un freezer. Ejemplos sobran.
Las elecciones se acercan y, tal como adelantó este diario, la pastera Botnia no abre por un acuerdo secreto entre Buenos Aires y Montevideo. La demorada reforma política que prometió Kirchner al asumir su mandato parece hoy invisible y no se sabe si el próximo Gobierno la encarará.
Tampoco se conoce si, finalmente, se producirá una reforma tributaria que distribuya con más equidad los ingresos obtenidos. No se habla de la relación con el campo ni de los futuros vínculos con la Iglesia.
Es incierto que pasará con los "acuerdos" de precios tras diciembre de este año, se desconoce cuál será la salida a la crisis del INDEC y también que ocurrirá con impuestos distorsivos como las retenciones a las exportaciones o el impuesto al cheque. Todo eso, se develará recién -con suerte- a partir de los primeros días de noviembre.
Daniel Scioli, el gran elector
En las más altas esferas del Gobierno admitieron a El Tribuno esta semana lo que para todo el arco político es un hecho fáctico e incuestionable de la realidad: la abrumadora ventaja que sacará Daniel Scioli en Provincia de Buenos Aires es la mejor garantía para un cómodo triunfo de Cristina Fernández. "Los cerca de 5 millones de votos que conseguiría allí, donde todos los intendentes juegan con nosotros, hacen que la elección se transforme en un simple y mero trámite porque la oposición no logra obtener ni el 15 por ciento de esos sufragios", afirmó una fuente del más cercano entorno presidencial.
Cuando se abran las urnas quedará claro cuanto de esto es verdad y cuanto es cuento chino. Lo que si es cierto es que los vientos favorables previos al comicio soplan juntos para el kirchnerismo. La incógnita, en todo caso, es por cuanto tiempo logrará mantenerlo.
Si bien esta no es una reelección, los segundos mandatos -tal como la sociedad concibe a un hipotético Gobierno de Cristina- nunca terminaron de la mejor manera.
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El Tribuno - Argentina/14/10/2007
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