El Santo Oficio de Zapatero
La Inquisición sigue viva... para todos
(Publicado en Gara)
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Un artículo de la historiadora Alizia Stürtze
(Foto)
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Los datos que arroja la última encuesta del CIS en lo referente a la principal preocupación del los españoles, hombres y mujeres, son una muestra, en opinión de Alizia Stürtze (en la fotografía) de los mecanismos de distracción y desactivación del potencial combativo popular a los que recurre el poder cuando se avecina una crisis como la que, según apuntan los indicadores, se aproxima.
Según parece demostrar el último barómetro del CIS, la principal preocupación de los españoles (y la de los «vasco-españoles») ha dejado de ser la vivienda o el paro y es nuevamente el terrorismo (de ETA). Así mismo, por lo que se desprende de los discursos mediáticos y políticos y de la campaña «Somos España» emprendida por el PP, mantener el clima de confrontación y la represión más inquisitorial contra el independentismo vasco y airear un parioterismo a lo Manolo Escobar es el modo idóneo de conseguir más votos.
Si esto es así, me perdonarán los trabajadores españoles (y los «vasco-españoles»), pero sufren de un preocupante daltonismo analítico que les hace creer que sus problemas reales se corresponden con los del binomio Estado-capital, y les incapacita para centrarse en los suyos propios que, como colectivo que sólo posee su fuerza de trabajo, son ciertamente graves ante la ofensiva actual de la patronal y las instituciones que la representan (como el Gobierno vasco), que en los próximos años pretenden activar el ejército de reserva e incrementar la flexibilización y la desregulación del mercado del empleo de cara a alcanzar los objetivos de la estrategia de Lisboa. Si a esta «modernización» o americanización del mercado de trabajo (fire and hire, contratar y despedir), que pomposamente llaman también «flexiguridad» y que erosiona gravemente los derechos colectivos le añadimos el gravísimo problema de la vivienda y del encarecimiento de las hipotecas, así como el descenso de la capacidad adquisitiva de los salarios y, por tanto, del ahorro y el consumo, convendremos en que la que ya está cayendo y la que está por caer son de órdago.
De hecho, aunque los beneficios patronales se han disparado, lo cierto es que en el Estado español se dan ya tres elementos que demuestran que la crisis está llamando a la puerta: estancamiento (descenso real) de los salarios, aumento de las tasas variables de interés y detención relativa de la inflación inmobiliaria. Así, los datos parecen apuntar a un futuro económico y social verdaderamente incierto y preocupante para la gran mayoría. Y, en este contexto, se podría pensar que el poder está utilizando una vez más la fórmula de la que se ha valido cíclicamente en momentos de crisis, que no es otra que desviar la atención de la gente de los problemas que de verdad le conciernen y desactivar así el potencial combativo de su carencia de expectativas y lógica frustración.
Eso sí, con el consenso y leal colaboración de sindicatos y medios, cuyo discurso, como nos recuerdan desde «Le Monde Diplomatique» (Octubre 2007), nunca transgrede ciertos límites políticos y termina haciendo siempre apología de la autoridad, la policía y el capital.
Como en los días más gloriosos del Santo Oficio y del imperio en el que nunca se ponía el sol, una vez más se proyecta a la temible «secta herética» como único problema que no hay que solucionar, sino combatir a sangre y fuego. Como en la (para algunos) larga noche franquista, se enarbolan la rojigualda y la unidad patria amenazada como auténticos signos identitarios de una población española obligada a dar su sangre por ellos. Aunque luego muy pocos parezcan dispuestos a defender «los colores» y alistarse en el glorioso ejército.
Paralizada por su práctica «políticamente correcta» (vendida), la llamada izquierda española es incapaz de argumentar que, tras esa bandera y ese súbito ardor patrio, se esconde no sólo la extrema derecha, sino personajes como Botín, Koplowitz o el propio Aznar, cada vez más enriquecidos a costa de sus bienamados conciudadanos obreros con el beneplácito de socialistas y comunistas. Capaces de cualquier traición a sus representados con tal de seguir viviendo a costa del erario, ni políticos ni sindicatos tienen el valor de denunciar que el sistema represivo que contra la izquierda independentista vasca se ha ido conformando, tiene curiosísimas semejanzas con el conocido como «método inquisitorial español»; modernizado, claro está, y dispuesto para combatir y perseguir también, llegado el momento, a cualquier otro tipo de disidencia.
La persecución preventiva; las redadas masivas en base a la idea de pertenencia a secta, de contagio y de igualdad de peligrosidad de todos sus miembros (todo es el mismo conglomerado); la introducción del «crimen» de la sospecha en la práctica ordinaria; el tratar al detenido como virtualmente culpable en el momento mismo de la detención, con lo que los interrogatorios y la tortura correspondiente no tenían por finalidad probar su culpabilidad, sino arrancarle alguna confesión para aplicarle posteriormente el castigo; la compleja organización capilar con su amplia red de colaboradores (delatores, espías...); el concepto de delación que implicaba que no bastaba con confesar, sino que había que denunciar a los ex colegas en «prácticas heréticas» (como señala E. Burman en «Los secretos de la Inquisición», «negarse a traicionar era una prueba más de la culpa»); la mezcla de secretismo en torno al interrogatorio y de grandes fuegos de artificio propagandísticos antes, durante y después de una redada; la abundancia del material acumulado en sus archivos, que le proporcionaba a la institución un medio eficaz de controlar a gran parte de la población durante incontables años (recordemos que los archivos franquistas también siguen vivos); la confiscación de los bienes del acusado; la extrema dureza de la vida carcelaria; la necesidad de ser implacable como único modo de mantener la hegemonía... y, sobre todo y ante todo, la naturaleza fundamentalmente política de la Inquisición española y de su sistema de persecución y castigo basado en la preservación de su poder, es decir, del de la Corona española.
Si el espectáculo que el Día de la Hispanidad se ha montado el PP en torno a la patria y la bandera no inquieta a los trabajadores del Estado por sus claras connotaciones franquistas... Si las similitudes entre el denostado sistema represivo del Santo Oficio y el actual funcionamiento policial, judicial y mediático contra los derechos nacionales y sociales de los pueblos peninsulares no sirven para remover conciencias y comprender los peligros que conlleva... ello sería una inequívoca señal de que la masa obrera ha llegado a un grado de alienación tal que le va a ser realmente difícil comprender/responder eficazmente a la que se les/nos viene encima.
Esperemos que no sea así. Sepan en todo caso los trabajadores antiimperialistas, antifascistas y anticapitalistas... que entre los trabajadores independentistas vascos siempre encontrarán la mano tendida.
Los datos que arroja la última encuesta del CIS en lo referente a la principal preocupación del los españoles, hombres y mujeres, son una muestra, en opinión de Alizia Stürtze (en la fotografía) de los mecanismos de distracción y desactivación del potencial combativo popular a los que recurre el poder cuando se avecina una crisis como la que, según apuntan los indicadores, se aproxima.
Según parece demostrar el último barómetro del CIS, la principal preocupación de los españoles (y la de los «vasco-españoles») ha dejado de ser la vivienda o el paro y es nuevamente el terrorismo (de ETA). Así mismo, por lo que se desprende de los discursos mediáticos y políticos y de la campaña «Somos España» emprendida por el PP, mantener el clima de confrontación y la represión más inquisitorial contra el independentismo vasco y airear un parioterismo a lo Manolo Escobar es el modo idóneo de conseguir más votos.
Si esto es así, me perdonarán los trabajadores españoles (y los «vasco-españoles»), pero sufren de un preocupante daltonismo analítico que les hace creer que sus problemas reales se corresponden con los del binomio Estado-capital, y les incapacita para centrarse en los suyos propios que, como colectivo que sólo posee su fuerza de trabajo, son ciertamente graves ante la ofensiva actual de la patronal y las instituciones que la representan (como el Gobierno vasco), que en los próximos años pretenden activar el ejército de reserva e incrementar la flexibilización y la desregulación del mercado del empleo de cara a alcanzar los objetivos de la estrategia de Lisboa. Si a esta «modernización» o americanización del mercado de trabajo (fire and hire, contratar y despedir), que pomposamente llaman también «flexiguridad» y que erosiona gravemente los derechos colectivos le añadimos el gravísimo problema de la vivienda y del encarecimiento de las hipotecas, así como el descenso de la capacidad adquisitiva de los salarios y, por tanto, del ahorro y el consumo, convendremos en que la que ya está cayendo y la que está por caer son de órdago.
De hecho, aunque los beneficios patronales se han disparado, lo cierto es que en el Estado español se dan ya tres elementos que demuestran que la crisis está llamando a la puerta: estancamiento (descenso real) de los salarios, aumento de las tasas variables de interés y detención relativa de la inflación inmobiliaria. Así, los datos parecen apuntar a un futuro económico y social verdaderamente incierto y preocupante para la gran mayoría. Y, en este contexto, se podría pensar que el poder está utilizando una vez más la fórmula de la que se ha valido cíclicamente en momentos de crisis, que no es otra que desviar la atención de la gente de los problemas que de verdad le conciernen y desactivar así el potencial combativo de su carencia de expectativas y lógica frustración.
Eso sí, con el consenso y leal colaboración de sindicatos y medios, cuyo discurso, como nos recuerdan desde «Le Monde Diplomatique» (Octubre 2007), nunca transgrede ciertos límites políticos y termina haciendo siempre apología de la autoridad, la policía y el capital.
Como en los días más gloriosos del Santo Oficio y del imperio en el que nunca se ponía el sol, una vez más se proyecta a la temible «secta herética» como único problema que no hay que solucionar, sino combatir a sangre y fuego. Como en la (para algunos) larga noche franquista, se enarbolan la rojigualda y la unidad patria amenazada como auténticos signos identitarios de una población española obligada a dar su sangre por ellos. Aunque luego muy pocos parezcan dispuestos a defender «los colores» y alistarse en el glorioso ejército.
Paralizada por su práctica «políticamente correcta» (vendida), la llamada izquierda española es incapaz de argumentar que, tras esa bandera y ese súbito ardor patrio, se esconde no sólo la extrema derecha, sino personajes como Botín, Koplowitz o el propio Aznar, cada vez más enriquecidos a costa de sus bienamados conciudadanos obreros con el beneplácito de socialistas y comunistas. Capaces de cualquier traición a sus representados con tal de seguir viviendo a costa del erario, ni políticos ni sindicatos tienen el valor de denunciar que el sistema represivo que contra la izquierda independentista vasca se ha ido conformando, tiene curiosísimas semejanzas con el conocido como «método inquisitorial español»; modernizado, claro está, y dispuesto para combatir y perseguir también, llegado el momento, a cualquier otro tipo de disidencia.
La persecución preventiva; las redadas masivas en base a la idea de pertenencia a secta, de contagio y de igualdad de peligrosidad de todos sus miembros (todo es el mismo conglomerado); la introducción del «crimen» de la sospecha en la práctica ordinaria; el tratar al detenido como virtualmente culpable en el momento mismo de la detención, con lo que los interrogatorios y la tortura correspondiente no tenían por finalidad probar su culpabilidad, sino arrancarle alguna confesión para aplicarle posteriormente el castigo; la compleja organización capilar con su amplia red de colaboradores (delatores, espías...); el concepto de delación que implicaba que no bastaba con confesar, sino que había que denunciar a los ex colegas en «prácticas heréticas» (como señala E. Burman en «Los secretos de la Inquisición», «negarse a traicionar era una prueba más de la culpa»); la mezcla de secretismo en torno al interrogatorio y de grandes fuegos de artificio propagandísticos antes, durante y después de una redada; la abundancia del material acumulado en sus archivos, que le proporcionaba a la institución un medio eficaz de controlar a gran parte de la población durante incontables años (recordemos que los archivos franquistas también siguen vivos); la confiscación de los bienes del acusado; la extrema dureza de la vida carcelaria; la necesidad de ser implacable como único modo de mantener la hegemonía... y, sobre todo y ante todo, la naturaleza fundamentalmente política de la Inquisición española y de su sistema de persecución y castigo basado en la preservación de su poder, es decir, del de la Corona española.
Si el espectáculo que el Día de la Hispanidad se ha montado el PP en torno a la patria y la bandera no inquieta a los trabajadores del Estado por sus claras connotaciones franquistas... Si las similitudes entre el denostado sistema represivo del Santo Oficio y el actual funcionamiento policial, judicial y mediático contra los derechos nacionales y sociales de los pueblos peninsulares no sirven para remover conciencias y comprender los peligros que conlleva... ello sería una inequívoca señal de que la masa obrera ha llegado a un grado de alienación tal que le va a ser realmente difícil comprender/responder eficazmente a la que se les/nos viene encima.
Esperemos que no sea así. Sepan en todo caso los trabajadores antiimperialistas, antifascistas y anticapitalistas... que entre los trabajadores independentistas vascos siempre encontrarán la mano tendida.
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inSurGente/14/10/2007
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