9/9/07

Nubes en el techo del mundo

Nuevas normas chinas en materia de "Budas vivientes", y el inusitado seguimiento que la llamada del líder exiliado a no consumir pieles de animales ha tenido en el Tibet, han sembrado de nuevo la desconfianza entre los dos bandos, que entre 2002 y 2005 mantuvieron un diálogo esperanzador con miras a la normalización del territorio. Ni el largo exilio, ni la transformación del Tibet, ni la ausencia de grandes protestas, han disminuido el prestigio y la influencia del Dalai Lama, que hoy visita Barcelona
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PEKÍN
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Una de las grandes preguntas en Pekín es por qué van tan mal las relaciones entre China y el Dalai Lama, sin cuyo mutuo consenso nunca habrá un Tibet viable, estable y normalizado. Pekín dedica muchos esfuerzos al desarrollo de Tibet, y parece cifrar en eso esperanzas desmesuradas, pero la experiencia histórica sugiere que el desarrollismo no borra la identidad, sólo la transforma. Los jóvenes tibetanos modernizados de la capital tibetana, Lhasa, que hablan mejor el chino que su propia lengua, son más nacionalistas que nunca.
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En 2002 parecía que el diálogo entre Pekín y el Dalai Lama, principal líder nacional y religioso de Tibet, y la personalidad tibetana más influyente para que esa normalización llegue a buen puerto, abría ciertas perspectivas. Los contactos oficiales se habían reanudado entonces tras un parón de nueve años.Por parte tibetana, el más flexible Lodi Gyari Gyaltsen, sucedía como negociador del gobierno tibetano en el exilio al hermano mayor del Dalai Lama y representante en Estados Unidos, Thubten Norbu, que en los cincuenta y sesenta había sido un peón de la CIA, animador de una guerrilla contra China que operó en el Himalaya con el apoyo de Washington y Delhi. Como parte del deshielo, el gobierno de Dharamsalá, en el norte de India, donde el Dalai Lama reside desde su huida de Tibet en 1959, estableció en octubre de 2002 una moratoria de las protestas y manifestaciones que acompañan a los dirigentes chinos en sus visitas por el mundo y que tanto irritan al gobierno aquí. Por su parte, Pekín liberaba algunos presos, e incluso barajaba la posibilidad de una visita del Dalai Lama a China. No a Tibet ni a Pekín, sino a Wutai Shan, en la provincia de Shanxi, que es una de las cuatro montañas sagradas del budismo chino, un primer gesto de reconciliación."Algunos en la administración china dijeron que era una buena idea", recuerda Laurence Brahm un polifacético americano de origen germano-kazajo residente en Pekín, que fue el autor y mediador de aquella propuesta. "Por primera vez el gobierno chino está reconociendo que el Dalai Lama no es el problema sino la solución de Tibet", declaraba Samdhong Rinpoche, el primer ministro del gobierno tibetano en el exilio, al término de unas conversaciones realizadas en Suiza en julio de 2005. Hoy todo eso se ha torcido.Desde hace dos años, el diálogo con el exilio está estancado, la propuesta de Wutai Shan suena a ciencia ficción y las cosas van de mal en peor entre Pekín y el Dalai Lama.Los dirigentes chinos han endurecido su posición y su desconfianza hacia la "vía intermedia" del Dalai Lama, que aunque ya no aboga el independentismo y presenta la razonable reclamación de una "autonomía genuina", continua pidiendo algo tan poco realista como la integración de Amdo y Kham en la Región Autónoma del Tibet. Amdo y Kham son las zonas tibetanas de las provincias chinas de Qinghai, Gansú, Sichuan y Yunnan, en las que viven cerca de la mitad de los 6 millones de tibetanos que hay en la República Popular China.La irritación y suspicacia de Pekín en cuanto se habla de Tibet la palpa cualquier delegación extranjera que plantee aquí el tema en sus conversaciones con las autoridades chinas, sea el entonces Presidente del Parlamento Europeo, Josep Borrell, el año pasado, sea una delegación del grupo parlamentario verde de aquella misma cámara, como sucedió hace dos semanas, según explicaba la diputada Monica Frassoni. El tono que la prensa oficial china y de las declaraciones de los altos funcionarios hacia el Dalai Lama es crispado. Las chispas de ese discurso afectan incluso a las relaciones hispano-chinas. El anuncio de la actual visita a Barcelona del Dalai Lama complicó, en junio, la preparación de la visita que los reyes de España efectuaron a China, con escalas en Shanghai, Pekín y Chengdú. De repente, la administración china se hacía la difícil a la hora de que sus funcionarios y autoridades encontraran tiempo para recibir a los reyes. Esa visita del Dalai Lama ha sido, seguramente, la causa de la inhabitual dilación para acreditar a una nueva periodista de TVE en Pekín este septiembre, en una especie de huelga de celo muy china y nunca reconocida oficialmente. Mucho más explícitas que todo eso, unas nuevas regulaciones del Departamento de Asuntos Religiosos del gobierno chino, que han entrado en vigor el uno de septiembre, establecen la supervisión del estado en los procesos de reencarnación de los llamados "Budas vivientes", lo que podría tener implicaciones cuando muera el actual Dalai Lama, que tiene 73 años de edad. De acuerdo a la tradición budista tibetana, determinadas personas pueden decidir volver a nacer para regresar al mundo y ayudar a otros. En 2002, el Dalai Lama dijo que si Tibet no era libre cuando el muriera, se reencarnaría en el extranjero. Las nuevas disposiciones parecen salir al paso de la eventualidad de un "sucesor" cocinado por el exilio, cuando especifican que los procesos de reencarnación no podrán ser influidos por personas u organizaciones de fuera de China y que las reencarnaciones que tengan un "impacto particularmente grande", como la del Dalai Lama, "deberán ser aprobadas por el gobierno". Se podría repetir así la situación que se dio en 1995 alrededor de la reencarnación de la segunda autoridad religiosa de Tibet, el Panchen Lama, que en la historia reciente de Tibet fue un adversario del Dalai Lama. En noviembre de 1995, seis meses después de que el Dalai Lama designara a un niño como la reencarnación del décimo Panchen Lama, fallecido en 1989, Pekín designó al suyo y retiró a un discreto aislamiento al niño-lama designado por sus adversarios como undécimo de la saga. El Dalai Lama denunció aquella maniobra como "ilegal e inválida". Podría ser anecdótico si la religión no fuera pilar esencial de la identidad nacional tibetana.Según algunos observadores, la ruptura, en 2005, del dialogo retomado en 2002, se debe a dos hechos. En el marco de aquel deshielo, unos 4000 tibetanos obtuvieron en 2005 visados del gobierno chino para asistir a las conferencias que el Dalai Lama pronunció en India. Otros 4000 tibetanos cruzaron la frontera ilegalmente con el mismo propósito. En aquellas conferencias, el Dalai Lama apeló, en abril de 2005, a los tibetanos a no llevar en su indumentaria pieles de animales para no agravar la situación de la fauna amenazada. Aquella instrucción dio lugar a una extraordinaria campaña en la que se quemaron pieles y marfil, y tuvo un enorme seguimiento. Según diversos observadores aquella respuesta fue "espontánea" y sorprendió al exilio tibetano. En cualquier caso fue acogida con enorme suspicacia por el gobierno chino en Tibet, que vio en ello una malintencionada demostración de fuerza. El Dalai Lama también se ha pronunciado contra el culto de divinidades "protectoras" como Shugden, que tiene cierta popularidad en algunos lugares de Tibet. En marzo de 2006 y enero de 2007, las destrucciones de estatuas de Shugden, a cargo de monjes en el monasterio de Ngari Jamtsen, dieron lugar a disturbios que obligaron al ejército chino a intervenir para poner orden. China, que fomenta la endémica división sectaria del budismo tibetano, también vio una conspiración en aquellos episodios."Todo se politiza con enorme facilidad", dice un observador en la capital china, según el cual, la represión ataca los síntomas pero no sirve para afrontar los motivos de fondo del descontento tibetano.Según Bapa Phüntso Wangye, un conocido y respetado veterano tibetano del Partido Comunista Chino, que escribe cada año una carta al Presidente Hu Jintao pidiendo un cambio de la política en Tibet, el Dalai Lama es la clave para la normalización de Tibet. Para Phüntso, un octogenario cuya vida es una leyenda, en la organización tibetana del Partido Comunista hay toda una casta que hizo carrera en la hostilidad hacia el Dalai Lama. "En caso de reconciliación, esa gente se sentiría nerviosa porque podría perder sus puestos", dice. En el otro campo, la campaña por un "Tibet libre" viene capitalizada en Occidente por un rosario de ongs y personas, la mayoría de las cuales no son tibetanas y tienen frecuentemente, "una visión simplista y maniquea de la situación", considera Thierry Dodin, el tibetólogo que dirige el servicio TibetInfoNet. La llamada al boicot de los juegos de Pekín realizada por gente como el actor Richard Gere, que representa a esos sectores, puede complicar aun más las cosas.
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La Vanguardia - España/09/09/2007

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