El viaje del PSOE al centro del electorado
G. Buster*
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Las vacaciones estivales en el reino de España han servido para escenificar el anunciado viaje del PSOE al centro del electorado. Como en la trama imaginada por Julio Verne en su Viaje al centro de la tierra, los expedicionarios de Ferraz [la calle de la sede central en Madrid del PSOE] han tenido que hacer frente a peligros desconocidos y a monstruos primitivos al margen de la evolución ocurrida en la superficie del planeta, aunque en este caso el escenario fuera Navarra y el pos-carlismo de UPN, la fiera pretendidamente amansada. Pero mientras Julio Verne es un ejemplo de optimismo tecnológico y de racionalidad lógica, el viaje al centro de Ferraz ha demostrado una peligrosa incoherencia ideológica y estratégica. Una incoherencia por otra parte ensimismada, incapaz de comprender los primeros atisbos de ruptura popular con el proyecto Zapatero que la crisis de las infraestructuras en Cataluña ha puesto de manifiesto, o el alcance de las dudas, por decirlo sin acritud, que plantea en el conjunto de las izquierdas una cesión a la derecha de un gobierno autonómico estratégico como es Navarra.
A pesar de ser las dos cuestiones centrales de este verano, no han sido por supuesto las únicas. El anuncio de la ruptura del cese el fuego de ETA del 5 de junio ha acabado teniendo sus dramáticas consecuencias en el atentado de Durango del 25 de agosto, aunque solo haya habido dos heridos leves y daños materiales. El lapso de 80 días ha demostrado la capacidad represiva del Gobierno contra los comandos de ETA, frustrando al menos cinco intentos de atentado con detenciones que han blindado al Gobierno frente a la crítica del PP, arrebatándole esa línea de oposición. Pero es una carrera contra el tiempo, mientras Arnaldo Otegi –el principal portavoz de Batasuna, en prisión desde el 8 de junio y sin la solidaridad de una campaña por su libertad digna de ese nombre—, recordaba en una entrevista que “el proceso no tiene alternativa”, aunque la palabra paz ya haya sido enterrada/1.
Al mal tiempo veraniego –que ha evitado quizá incendios como los del Peloponeso griego, o los ha limitado a Castellón— se han sumado también las primeras nubes amenazadoras de la crisis financiera hipotecaria en EE UU, a pesar de las inmediatas seguridades balbuceadas por el Ministro de Economía Solbes. A su favor podía enseñar un elogioso artículo de The Economist, situando a España al frente del crecimiento económico de la OCDE. Lo que le permitió, como a Zapatero en el debate del estado de la nación/2, evitar entrar en las contradicciones del modelo de desarrollo.
Pero la vuelta al curso político sigue marcada por el agotamiento del proyecto Zapatero. No es ya que la Vicepresidenta De la Vega “riña” a los subsecretarios de los ministerios por su “falta de iniciativas”. Es que los zig zags a derecha e izquierda del equipo gobernante han perdido todo objetivo estratégico; sólo buscan responder tácticamente a las encuestas de opinión, y los horizontes de cambio social y político dan paso al hispánico “virgencita, que me quede como estoy”, convertido en gran leit motiv del viaje al centro.
La entrevista de apertura del curso político de Zapatero en El País de hoy (2-09-2007) es una expresión al más alto nivel de esa parálisis de iniciativa política: se vende lo hecho, como si no estuviera ya consumido políticamente, y no se ofrece proyecto para una segunda legislatura, que queda reducida a un poco más de todo lo mismo. La resistencia abierta y el conflicto social planteado desde la derecha ante cualquier perspectiva de cambio, por moderada que sea, pretenden superarse por la vía de ignorarlos. O lo que es lo mismo, pretendiendo limar todas las aristas de ese mismo cambio, hasta que deja de ser tal y se convierte en la gestión de la parálisis. Se olvida así que la polarización política alimentada en estos años por el PP, con el apoyo de poderes fácticos como la Iglesia, tiene el objetivo final de recuperar la gestión directa del Gobierno, del que considera fue desalojado ilegítimamente por una conspiración tras el 11-M.
Navarra
Quizás convenga comenzar recordando la importancia estratégica de un cambio progresista en Navarra. Sin ese cambio, y a través de un partido regional que hunde sus raíces en el carlismo y está hoy dominado por el Opus Dei –Unión del Pueblo Navarro—, la derecha española tiene en la práctica un derecho de veto sobre un posible proceso de paz en Euskal Herria. Es en Navarra donde la experiencia política de la izquierda nacionalista ha permitido que sectores de la izquierda abertzale se articulen en Aralar, fuera de la estrategia de ETA, y hayan podido construir una coalición como Nafarroa Bai, capaz de convertirse en la segunda opción política.
La negativa de la ejecutiva federal del PSOE –contra la opinión mayoritaria de órganos y afiliados del PSN— a liderar una mayoría de progreso con Nafarroa Bai e IU, a pesar de ser la tercera fuerza política, envía tres mensajes que perfilan el pretendido viaje al centro: 1) La dirección del PSOE no tiene un horizonte de proceso de paz, sino de mera pacificación, subordinado a la presión del PP y de la derecha del propio partido, que son capaces de imponer un veto, a pesar de las promesas de Zapatero en el debate del estado de la nación; 2) La apuesta de un sector de la izquierda nacionalista vasca por entrar en un proceso de paz independientemente de ETA, como es el caso de Nafarroa Bai, se queda sin efectividad política, porque las opciones del Gobierno Zapatero están determinadas por su política anti-terrorista ante ETA; 3) La federalidad es un concepto inexistente en Ferraz: desde Madrid se impone una política de este alcance al Partido Socialista Navarro, amenazando con la expulsión a la mayoría disidente.
Al final, el único argumento esgrimido por el secretario de organización federal, José Blanco, para entregar a la derecha de UPN en minoría el gobierno de Navarra es que la alianza con Nafarroa Bai, aun consolidando el voto socialista en Navarra, podía hacer perder votos en el resto de la península, o mejor dicho, en Andalucía, Castilla y Extremadura, en las próximas elecciones generales previstas para marzo de 2008. Todo apunta a que Manuel Chaves, Presidente de Andalucía y del PSOE, con el apoyo directo de Bono, Ibarra y los barones de la derecha socio-liberal, han sido el elemento decisivo de presión, acompañado también, con motivaciones propias, por el ministro del interior, Rubalcaba, para cerrar definitivamente la búsqueda de un proceso de paz como seña de identidad del gobierno Zapatero. Como bien ha señalado Paco Roda/3, se trata no solo de una cuestión política táctica que refleja la correlación de fuerzas, sino de uno de los limites simbólicos reimpuestos por las clases dominantes ante las ambigüedades de Zapatero.
La única satisfacción ante esta vergüenza ha sido la reacción de los militantes socialistas navarros que, en su inmensa mayoría –incluyendo a las agrupaciones de la Ribera, la región más alejada de la identidad nacional vasca—, han contestado abiertamente la imposición de Ferraz. Su candidato Fernando Puras ha dimitido, como la dirección de las Juventudes Socialistas, y el Comité Regional se ha expresado con clara mayoría a favor de una coalición de progreso, a pesar de que los cargos electos en el Parlamento de Navarra se han plegado al chantaje de la dirección federal/4. Las pretensiones de Ferraz de asegurar la “estabilidad institucional” del gobierno minoritario de la UPN no haciendo oposición real chocan con una clara mayoría social inclinada al cambio en Navarra, lo que acabará forzando, mas pronto que tarde, una moción de censura y la caída del Gobierno de la UPN.
Cataluña
Los apagones eléctricos, los atascos en las autovías de salida de Barcelona, de 70 km. De largo, los retrasos y parones de horas de los trenes de cercanías, la congestión del aeropuerto del Prat; todo eso y más ha llevado a la vida cotidiana de millones de catalanes uno de los elementos centrales de debate en los presupuestos del Gobierno Zapatero: la falta de inversiones suficientes en infraestructuras. El problema no solo afecta a Cataluña, sino que se extiende a la cornisa cantábrica, hasta Galicia y el eje del Levante, sin olvidar a ambas Castillas o Canarias.
La acumulación de déficit es el resultado de una compleja suma de factores: el aumento y concentración de la población en el Levante mediterráneo, una de las zonas de mayor crecimiento económico; una política fiscal de déficit cero introducida por el primer Gobierno Aznar en nombre de la convergencia del euro, pero mantenida por las políticas de Solbes; las privatizaciones de los años 80 y 90 de los servicios públicos y la falta de control sobre inversiones y calidad de los servicios, a pesar de los inmensos beneficios de las compañías.
En el caso de Cataluña, la aportación por parte del Gobierno central de un flujo de inversiones proporcional a la aportación del PIB de la comunidad se ha convertido en una reivindicación central de todas las fuerzas políticas catalanas, a excepción del PP. La reforma del Estatut, al suponer un avance en la atribución de competencias, debería haber permitido una mejor gestión y control de esos servicios públicos. Pero Solbes se ha negado hasta la fecha a presentar la balanza fiscal con las comunidades autónomas y a negociar el nuevo marco de financiación, alegando que solo será posible cuando se cierre el ciclo de reformas estatutarias. La consecuencia es que el Estatut es papel mojado, y sus efectos, inmediatamente visibles, como en este verano.
La falta de una concepción federal de la estructuración del estado, patente en el debate del estado de la nación entre el representante de ERC y Zapatero, vuelve a reaparecer, como la lava en la novela de Julio Verne, por otras grietas y pasadizos. A veces en el propio PSOE, como cuando Jáuregui convierte el federalismo en un arbitraje bonapartista desde el centralismo, con la denominación de “federalismo competitivo”, o como cuando el propio Zapatero lanza la imagen de marca de “Gobierno de España”. La cuestión nacional no es sólo una reivindicación democrática de la propia identidad, sino que implica la modernización imprescindible de un estado de las autonomías a las que se han transferido funciones esenciales ligadas al gasto público sin una reforma fiscal y presupuestaria que las sustente, aplicando así políticas de austeridad encubiertas que empiezan a resultar amenazantes para el propio crecimiento económico, además de agravar y acrecentar la desigualdad social, como viene denunciando, entre otros, Vicenç Navarro con un apoyo estadístico incontrovertible.
Los apagones y los atascos veraniegos de Cataluña han azuzado una crisis del Gobierno de Progrés catalán, sobre la base de un aumento de la abstención patente en todas las encuestas. El electorado de izquierdas catalán ha sido la primera piedra del proceso de cambio iniciado por la derrota del Gobierno Aznar, pero tres años y medio después ve cada vez con más desapego y frustración la acción de un Gobierno Zapatero incapaz de avanzar en la modernización estructural de la comunidad, para no hablar de las reivindicaciones democráticas nacionales. Hasta la propia CiU, el partido de la burguesía catalana, a pesar de la presión de sectores encabezados por su portavoz en Madrid, Durán i Lleida, para firmar en esta legislatura un pacto de gobierno con el PSOE –que quieren también los sectores socio-liberales de este partido— se ve ahora obligada a poner condiciones. O incluso a advertir, por boca del ex-presidente Pujol, que esas condiciones serán tan exigentes que harán casi imposible esa alianza, porque los sectores más populares de su electorado no la aprobarían. Es difícil dar crédito a estas afirmaciones en el caso de CiU; pero reflejan la presión popular existente alimentada por la crisis de las infraestructuras.
Crisis e inestabilidad
El viaje al centro del PSOE esta provocando una crisis política de orientación en el conjunto de los partidos nacionalistas y de izquierdas y una creciente inestabilidad en el imprescindible sistema de alianzas en las que tendría que apoyarse un gobierno que, como el de Zapatero, no goza de mayoría parlamentaria propia.
Hasta ahora, la movilización de la derecha y el miedo a una vuelta del PP han contribuido a facilitar alianzas a derecha e izquierda. Pero la presente crisis no nace de una hipotética capacidad de la derecha española para construir una mayoría propia –descontada como está políticamente una derrota de Rajoy en marzo tras el debate del estado de la nación, incluso en su propio partido—, sino de los limites en los que se mueve el propio Gobierno Zapatero/5. El PP se enfrenta cotidianamente al debate sobre la sucesión de Rajoy, bien con los besos de judas del alcalde de Madrid, Gallardón, y su ofrecimiento de ir en las listas electorales, ya con los abrazos de oso del presidente honorario Fraga, o con la amenaza velada que implica la vuelta de Rodrigo Rato del FMI. Como bien ha señalado Javier Pérez Royo, el problema del PP no es la sucesión de Rajoy como candidato, que caerá como fruta madura tras su derrota electoral, sino que es Aznar como líder de la derecha española/6.
Las fuerzas políticas nacionalistas se encuentran todas divididas por un debate entre soberanistas y posibilistas, entre partidarios de mantener la alianza con el PSOE o intentar presionar desde una oposición más o menos frontal, según se muestre el peligro de la derecha. En el PNV, la línea separa a Imaz y a su proyecto de alianza con el PSE de Egibar y del Lehendakari Ibarretxe –apoyado por EA y EB— y de su búsqueda de una autonomía política respecto de Madrid y de ETA que pueda impulsar la movilización de la sociedad civil vasca para decidir sobre su futuro. CiU y ERC se disputan un voto popular por la mayoría del catalanismo político. Coalición Canaria ya se ha partido con su alianza con el PP contra el PSOE. Y la crisis se acabará manifestando mas pronto que tarde también en el BN gallego. A ello se suman la que arrastra IU desde el comienzo de la legislatura, relacionada no solo con el tratamiento de la cuestión nacional, sino también especialmente con el “déficit social” en el conjunto del estado, y la reciente de su socia catalana ICV/7. El motivo de fondo de este marco de inestabilidad para un sistema de alianzas –que en el caso navarro se ha trasladado al propio PSOE— es la incapacidad de los socialistas, y particularmente de Zapatero, de ir más allá de los límites que frenan el cambio democrático y social, con un proyecto modernizador – la “modernización definitiva” ,según Zapatero— que trajera consigo la ruptura con el modelo de desarrollo neoliberal y autonomista heredado del PP.
Para ser exactos en esta descripción, hay que añadir un elemento fundamental: la derecha ha sido capaz de mantener una fuerte movilización política y social en estos tres años, mientras que la izquierda vive a cuenta de la correlación de fuerzas establecida en el ciclo de movilizaciones del 2002-2004, creciente y seriamente erosionada, con muy pocas excepciones. Zapatero tiene una fuerte presión social por su derecha, mientras que por su izquierda le asalta el miedo a una abstención. Lo que intenta conjurar con la agitación del –fundado— miedo al PP, por un lado, y por el otro, con el viaje al centro, a fin de competir por el electorado de una hipotética derecha moderada, asustada por la derecha extrema del PP. Pero en la actual fase de polarización política y social, el viaje al centro es en el mejor de los casos la aspiración a unos equilibrios inestables por parte de unos aparatos políticos profesionales, no un proyecto de izquierdas para el cambio social y político.
Las vacaciones estivales en el reino de España han servido para escenificar el anunciado viaje del PSOE al centro del electorado. Como en la trama imaginada por Julio Verne en su Viaje al centro de la tierra, los expedicionarios de Ferraz [la calle de la sede central en Madrid del PSOE] han tenido que hacer frente a peligros desconocidos y a monstruos primitivos al margen de la evolución ocurrida en la superficie del planeta, aunque en este caso el escenario fuera Navarra y el pos-carlismo de UPN, la fiera pretendidamente amansada. Pero mientras Julio Verne es un ejemplo de optimismo tecnológico y de racionalidad lógica, el viaje al centro de Ferraz ha demostrado una peligrosa incoherencia ideológica y estratégica. Una incoherencia por otra parte ensimismada, incapaz de comprender los primeros atisbos de ruptura popular con el proyecto Zapatero que la crisis de las infraestructuras en Cataluña ha puesto de manifiesto, o el alcance de las dudas, por decirlo sin acritud, que plantea en el conjunto de las izquierdas una cesión a la derecha de un gobierno autonómico estratégico como es Navarra.
A pesar de ser las dos cuestiones centrales de este verano, no han sido por supuesto las únicas. El anuncio de la ruptura del cese el fuego de ETA del 5 de junio ha acabado teniendo sus dramáticas consecuencias en el atentado de Durango del 25 de agosto, aunque solo haya habido dos heridos leves y daños materiales. El lapso de 80 días ha demostrado la capacidad represiva del Gobierno contra los comandos de ETA, frustrando al menos cinco intentos de atentado con detenciones que han blindado al Gobierno frente a la crítica del PP, arrebatándole esa línea de oposición. Pero es una carrera contra el tiempo, mientras Arnaldo Otegi –el principal portavoz de Batasuna, en prisión desde el 8 de junio y sin la solidaridad de una campaña por su libertad digna de ese nombre—, recordaba en una entrevista que “el proceso no tiene alternativa”, aunque la palabra paz ya haya sido enterrada/1.
Al mal tiempo veraniego –que ha evitado quizá incendios como los del Peloponeso griego, o los ha limitado a Castellón— se han sumado también las primeras nubes amenazadoras de la crisis financiera hipotecaria en EE UU, a pesar de las inmediatas seguridades balbuceadas por el Ministro de Economía Solbes. A su favor podía enseñar un elogioso artículo de The Economist, situando a España al frente del crecimiento económico de la OCDE. Lo que le permitió, como a Zapatero en el debate del estado de la nación/2, evitar entrar en las contradicciones del modelo de desarrollo.
Pero la vuelta al curso político sigue marcada por el agotamiento del proyecto Zapatero. No es ya que la Vicepresidenta De la Vega “riña” a los subsecretarios de los ministerios por su “falta de iniciativas”. Es que los zig zags a derecha e izquierda del equipo gobernante han perdido todo objetivo estratégico; sólo buscan responder tácticamente a las encuestas de opinión, y los horizontes de cambio social y político dan paso al hispánico “virgencita, que me quede como estoy”, convertido en gran leit motiv del viaje al centro.
La entrevista de apertura del curso político de Zapatero en El País de hoy (2-09-2007) es una expresión al más alto nivel de esa parálisis de iniciativa política: se vende lo hecho, como si no estuviera ya consumido políticamente, y no se ofrece proyecto para una segunda legislatura, que queda reducida a un poco más de todo lo mismo. La resistencia abierta y el conflicto social planteado desde la derecha ante cualquier perspectiva de cambio, por moderada que sea, pretenden superarse por la vía de ignorarlos. O lo que es lo mismo, pretendiendo limar todas las aristas de ese mismo cambio, hasta que deja de ser tal y se convierte en la gestión de la parálisis. Se olvida así que la polarización política alimentada en estos años por el PP, con el apoyo de poderes fácticos como la Iglesia, tiene el objetivo final de recuperar la gestión directa del Gobierno, del que considera fue desalojado ilegítimamente por una conspiración tras el 11-M.
Navarra
Quizás convenga comenzar recordando la importancia estratégica de un cambio progresista en Navarra. Sin ese cambio, y a través de un partido regional que hunde sus raíces en el carlismo y está hoy dominado por el Opus Dei –Unión del Pueblo Navarro—, la derecha española tiene en la práctica un derecho de veto sobre un posible proceso de paz en Euskal Herria. Es en Navarra donde la experiencia política de la izquierda nacionalista ha permitido que sectores de la izquierda abertzale se articulen en Aralar, fuera de la estrategia de ETA, y hayan podido construir una coalición como Nafarroa Bai, capaz de convertirse en la segunda opción política.
La negativa de la ejecutiva federal del PSOE –contra la opinión mayoritaria de órganos y afiliados del PSN— a liderar una mayoría de progreso con Nafarroa Bai e IU, a pesar de ser la tercera fuerza política, envía tres mensajes que perfilan el pretendido viaje al centro: 1) La dirección del PSOE no tiene un horizonte de proceso de paz, sino de mera pacificación, subordinado a la presión del PP y de la derecha del propio partido, que son capaces de imponer un veto, a pesar de las promesas de Zapatero en el debate del estado de la nación; 2) La apuesta de un sector de la izquierda nacionalista vasca por entrar en un proceso de paz independientemente de ETA, como es el caso de Nafarroa Bai, se queda sin efectividad política, porque las opciones del Gobierno Zapatero están determinadas por su política anti-terrorista ante ETA; 3) La federalidad es un concepto inexistente en Ferraz: desde Madrid se impone una política de este alcance al Partido Socialista Navarro, amenazando con la expulsión a la mayoría disidente.
Al final, el único argumento esgrimido por el secretario de organización federal, José Blanco, para entregar a la derecha de UPN en minoría el gobierno de Navarra es que la alianza con Nafarroa Bai, aun consolidando el voto socialista en Navarra, podía hacer perder votos en el resto de la península, o mejor dicho, en Andalucía, Castilla y Extremadura, en las próximas elecciones generales previstas para marzo de 2008. Todo apunta a que Manuel Chaves, Presidente de Andalucía y del PSOE, con el apoyo directo de Bono, Ibarra y los barones de la derecha socio-liberal, han sido el elemento decisivo de presión, acompañado también, con motivaciones propias, por el ministro del interior, Rubalcaba, para cerrar definitivamente la búsqueda de un proceso de paz como seña de identidad del gobierno Zapatero. Como bien ha señalado Paco Roda/3, se trata no solo de una cuestión política táctica que refleja la correlación de fuerzas, sino de uno de los limites simbólicos reimpuestos por las clases dominantes ante las ambigüedades de Zapatero.
La única satisfacción ante esta vergüenza ha sido la reacción de los militantes socialistas navarros que, en su inmensa mayoría –incluyendo a las agrupaciones de la Ribera, la región más alejada de la identidad nacional vasca—, han contestado abiertamente la imposición de Ferraz. Su candidato Fernando Puras ha dimitido, como la dirección de las Juventudes Socialistas, y el Comité Regional se ha expresado con clara mayoría a favor de una coalición de progreso, a pesar de que los cargos electos en el Parlamento de Navarra se han plegado al chantaje de la dirección federal/4. Las pretensiones de Ferraz de asegurar la “estabilidad institucional” del gobierno minoritario de la UPN no haciendo oposición real chocan con una clara mayoría social inclinada al cambio en Navarra, lo que acabará forzando, mas pronto que tarde, una moción de censura y la caída del Gobierno de la UPN.
Cataluña
Los apagones eléctricos, los atascos en las autovías de salida de Barcelona, de 70 km. De largo, los retrasos y parones de horas de los trenes de cercanías, la congestión del aeropuerto del Prat; todo eso y más ha llevado a la vida cotidiana de millones de catalanes uno de los elementos centrales de debate en los presupuestos del Gobierno Zapatero: la falta de inversiones suficientes en infraestructuras. El problema no solo afecta a Cataluña, sino que se extiende a la cornisa cantábrica, hasta Galicia y el eje del Levante, sin olvidar a ambas Castillas o Canarias.
La acumulación de déficit es el resultado de una compleja suma de factores: el aumento y concentración de la población en el Levante mediterráneo, una de las zonas de mayor crecimiento económico; una política fiscal de déficit cero introducida por el primer Gobierno Aznar en nombre de la convergencia del euro, pero mantenida por las políticas de Solbes; las privatizaciones de los años 80 y 90 de los servicios públicos y la falta de control sobre inversiones y calidad de los servicios, a pesar de los inmensos beneficios de las compañías.
En el caso de Cataluña, la aportación por parte del Gobierno central de un flujo de inversiones proporcional a la aportación del PIB de la comunidad se ha convertido en una reivindicación central de todas las fuerzas políticas catalanas, a excepción del PP. La reforma del Estatut, al suponer un avance en la atribución de competencias, debería haber permitido una mejor gestión y control de esos servicios públicos. Pero Solbes se ha negado hasta la fecha a presentar la balanza fiscal con las comunidades autónomas y a negociar el nuevo marco de financiación, alegando que solo será posible cuando se cierre el ciclo de reformas estatutarias. La consecuencia es que el Estatut es papel mojado, y sus efectos, inmediatamente visibles, como en este verano.
La falta de una concepción federal de la estructuración del estado, patente en el debate del estado de la nación entre el representante de ERC y Zapatero, vuelve a reaparecer, como la lava en la novela de Julio Verne, por otras grietas y pasadizos. A veces en el propio PSOE, como cuando Jáuregui convierte el federalismo en un arbitraje bonapartista desde el centralismo, con la denominación de “federalismo competitivo”, o como cuando el propio Zapatero lanza la imagen de marca de “Gobierno de España”. La cuestión nacional no es sólo una reivindicación democrática de la propia identidad, sino que implica la modernización imprescindible de un estado de las autonomías a las que se han transferido funciones esenciales ligadas al gasto público sin una reforma fiscal y presupuestaria que las sustente, aplicando así políticas de austeridad encubiertas que empiezan a resultar amenazantes para el propio crecimiento económico, además de agravar y acrecentar la desigualdad social, como viene denunciando, entre otros, Vicenç Navarro con un apoyo estadístico incontrovertible.
Los apagones y los atascos veraniegos de Cataluña han azuzado una crisis del Gobierno de Progrés catalán, sobre la base de un aumento de la abstención patente en todas las encuestas. El electorado de izquierdas catalán ha sido la primera piedra del proceso de cambio iniciado por la derrota del Gobierno Aznar, pero tres años y medio después ve cada vez con más desapego y frustración la acción de un Gobierno Zapatero incapaz de avanzar en la modernización estructural de la comunidad, para no hablar de las reivindicaciones democráticas nacionales. Hasta la propia CiU, el partido de la burguesía catalana, a pesar de la presión de sectores encabezados por su portavoz en Madrid, Durán i Lleida, para firmar en esta legislatura un pacto de gobierno con el PSOE –que quieren también los sectores socio-liberales de este partido— se ve ahora obligada a poner condiciones. O incluso a advertir, por boca del ex-presidente Pujol, que esas condiciones serán tan exigentes que harán casi imposible esa alianza, porque los sectores más populares de su electorado no la aprobarían. Es difícil dar crédito a estas afirmaciones en el caso de CiU; pero reflejan la presión popular existente alimentada por la crisis de las infraestructuras.
Crisis e inestabilidad
El viaje al centro del PSOE esta provocando una crisis política de orientación en el conjunto de los partidos nacionalistas y de izquierdas y una creciente inestabilidad en el imprescindible sistema de alianzas en las que tendría que apoyarse un gobierno que, como el de Zapatero, no goza de mayoría parlamentaria propia.
Hasta ahora, la movilización de la derecha y el miedo a una vuelta del PP han contribuido a facilitar alianzas a derecha e izquierda. Pero la presente crisis no nace de una hipotética capacidad de la derecha española para construir una mayoría propia –descontada como está políticamente una derrota de Rajoy en marzo tras el debate del estado de la nación, incluso en su propio partido—, sino de los limites en los que se mueve el propio Gobierno Zapatero/5. El PP se enfrenta cotidianamente al debate sobre la sucesión de Rajoy, bien con los besos de judas del alcalde de Madrid, Gallardón, y su ofrecimiento de ir en las listas electorales, ya con los abrazos de oso del presidente honorario Fraga, o con la amenaza velada que implica la vuelta de Rodrigo Rato del FMI. Como bien ha señalado Javier Pérez Royo, el problema del PP no es la sucesión de Rajoy como candidato, que caerá como fruta madura tras su derrota electoral, sino que es Aznar como líder de la derecha española/6.
Las fuerzas políticas nacionalistas se encuentran todas divididas por un debate entre soberanistas y posibilistas, entre partidarios de mantener la alianza con el PSOE o intentar presionar desde una oposición más o menos frontal, según se muestre el peligro de la derecha. En el PNV, la línea separa a Imaz y a su proyecto de alianza con el PSE de Egibar y del Lehendakari Ibarretxe –apoyado por EA y EB— y de su búsqueda de una autonomía política respecto de Madrid y de ETA que pueda impulsar la movilización de la sociedad civil vasca para decidir sobre su futuro. CiU y ERC se disputan un voto popular por la mayoría del catalanismo político. Coalición Canaria ya se ha partido con su alianza con el PP contra el PSOE. Y la crisis se acabará manifestando mas pronto que tarde también en el BN gallego. A ello se suman la que arrastra IU desde el comienzo de la legislatura, relacionada no solo con el tratamiento de la cuestión nacional, sino también especialmente con el “déficit social” en el conjunto del estado, y la reciente de su socia catalana ICV/7. El motivo de fondo de este marco de inestabilidad para un sistema de alianzas –que en el caso navarro se ha trasladado al propio PSOE— es la incapacidad de los socialistas, y particularmente de Zapatero, de ir más allá de los límites que frenan el cambio democrático y social, con un proyecto modernizador – la “modernización definitiva” ,según Zapatero— que trajera consigo la ruptura con el modelo de desarrollo neoliberal y autonomista heredado del PP.
Para ser exactos en esta descripción, hay que añadir un elemento fundamental: la derecha ha sido capaz de mantener una fuerte movilización política y social en estos tres años, mientras que la izquierda vive a cuenta de la correlación de fuerzas establecida en el ciclo de movilizaciones del 2002-2004, creciente y seriamente erosionada, con muy pocas excepciones. Zapatero tiene una fuerte presión social por su derecha, mientras que por su izquierda le asalta el miedo a una abstención. Lo que intenta conjurar con la agitación del –fundado— miedo al PP, por un lado, y por el otro, con el viaje al centro, a fin de competir por el electorado de una hipotética derecha moderada, asustada por la derecha extrema del PP. Pero en la actual fase de polarización política y social, el viaje al centro es en el mejor de los casos la aspiración a unos equilibrios inestables por parte de unos aparatos políticos profesionales, no un proyecto de izquierdas para el cambio social y político.
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NOTAS:
NOTAS:
1/Aunque la izquierda abertzale ha mantenido una cierta capacidad de movilización local, la ruptura de la tregua ha vuelto a colocarla en una situación defensiva que debilita su campaña por la completa legalización de sus candidaturas municipales. Rubalcaba lo ha expresado con su claridad habitual: “Batasuna calla, porque esta esperando que hable ETA”. Pero la eficacia de la capacidad represiva del estado español, gracias a la colaboración con Francia y Portugal, ha sido importante en estos 80 días, alcanzando al aparato militar. Por otra parte, ¿Qué nivel de violencia es asumible por la propia base social de la izquierda abertzale tras el fracaso del proceso de paz, cuando este sigue siendo el único horizonte posible para los dirigentes de Batasuna? Incluso los rebrotes de kale borroka tras la prohibición de los actos de homenaje a Sabin Euba en Amorebieta, la noche del 14 de agosto, parecen una expresión de frustración más que una estrategia de acumulación de fuerzas.
2/ Las seguridades de Solbes parten de un modelo de endeudamiento hipotecario mucho más estricto en España que en EE UU, que dan un margen de seguridad sobre los pagos mayor, a pesar del endeudamiento del 115% de la renta disponible de las familias españolas, no muy distinto del de las norteamericanas. Pocos días después se hacia público que una serie de fondos de inversiones y de pensiones privadas españolas si habían invertido volúmenes importantes en el sector “subprime” hipotecario de EE UU a través de fondos de riesgo. Pero si el efecto directo no parece sustancial, el indirecto y psicológico sobre el sector de la construcción, ya en retroceso en sus tasas de crecimiento y cada vez más dependiente de la compra de segundas viviendas por ciudadanos europeos, puede tener efectos acumulativos. Por otra parte, los optimistas datos de crecimiento de The Economist no pueden ocultar un dato tan significativo sobre el agotamiento del actual ciclo de crecimiento de casi once años como es la tasa de beneficios. De todos los países de la zona euro, España es el país con una caída en la tasa de beneficios más rápida, en contradicción con el ciclo ascendente en Alemania o EE UU. Esa caída sostenida, aunque desde niveles muy altos, aumenta la presión sobre los salarios –que se hará notar en el 2008- y la hace especialmente susceptible al coste de capital, aumento de tasas de interés y retornos de inversiones financieras, como bonos (Goldman Sachs, European Weekly Analyst, Junio 28, 2007).
3/ Paco Roda, “Navarra: una razón incómoda”, Rebelión 13-08-2007: “A ver, los socialistas no tienen problemas ni en Cataluña ni en Galicia para gobernar con los nacionalistas. ¿Por qué aquí sí? Porque Navarra es más que una factoría ideológica. Es una razón incómoda. Una especie de axioma histórico no resuelto. Navarra desata las pasiones más íntimas y representa para la derecha más paleozoica un banderín de enganche, un toque de corneta o una homilía apocalíptica. Navarra representa el miedo atávico de España a su fractura. Porque por Navarra puede llegar el secesionismo norteño. Por eso Navarra está condenada a ser, en el imaginario estatal, una caverna amniótica. El refugio espiritual ante la adversidad….Pero no sólo por eso. Sino porque el poder de verdad, no el político, sino el que tiene capacidad para gestionar la vida y la libertad de las personas, el que define las estrategias de progreso o de miseria, el que configura los grandes circuitos de consumo y venta, el que gestiona la verdad y la mentira, el que determina nuestros puestos de trabajo, nuestros intereses personales, nuestras pasiones y nuestra esperanza o nuestra felicidad, ha visto en esta operación de cambio, una amenaza muy seria. Ese poder tiene nombre y apellidos”.
4/ El sector critico del PSN se ha aglutinado finalmente en dos sectores: alrededor del ex secretario general Juan Jose Lizarbe y de las agrupaciones de la Ribera. Sus reivindicaciones son la celebración de un Comité Regional -que ha tenido lugar el 31 de agosto, con la presencia de Jose Blanco (El País y Gara 31-08-2007)-, una política de alianzas para construir una mayoría de progreso que desemboque en una moción de censura del Gobierno de UPN; y un marco de autonomía para el PSN similar al del PS de Cataluña. La existencia de esta mayoría critica en el PSN, aunque dividida tácticamente en su choque con Ferraz –y las simpatías que ha despertado en otras federaciones del PSOE-, contradicen el análisis de que la coalición de progreso en Navarra era imposible por la naturaleza misma del PSOE, como pretende Iñaki Gil de San Vicente, “El PSOE en acción”, Rebelión 14-08-2007. De hecho, en vez de impulsar una campaña de movilización unitaria contra el Gobierno de la UPN –que hubiera facilitado a la vez la reivindicación de la plena legalización de las candidaturas de la izquierda abertzale en Navarra- Batasuna denunció la creciente presión popular a favor de una coalición de progreso con Navarra Bai e IU como un segundo fraude tras la ilegalización de sus candidaturas. Priorizando los aspectos institucionales, dejó de lado ser el eje de la movilización unitaria, porque la ruptura de la tregua hacia incompatible esta perspectiva de coincidir en la calle con las gentes de Nabai, IU y socialistas.
5/ La incoherencia del viaje al centro del PSOE obligó a Ferrar a conceptualizarlo con una nota de prensa, recogida por el El País el 27-08-2007, “El PSOE centra su imagen”: “El inicio del nuevo curso político que acaba de arrancar está marcado por la cita electoral de marzo y la confrontación política entre el PSOE y el PP, con el trasfondo de la amenaza terrorista de ETA. Ante esta situación, los socialistas quieren romper la dinámica que ha marcado la legislatura, centrada en las reformas territoriales y el diálogo con la banda terrorista, convertidos por el PP en eje del debate político. Las encuestas dan favorito al PSOE, pero no con la suficiente holgura como para tener asegurada su victoria en las urnas en marzo. Para garantizarla, los socialistas intentarán poner en valor su acción de Gobierno; sobre todo, en su vertiente de cohesión social y territorial. Quieren impedir que el PP monopolice el símbolo de la nación española, que ha tratado de apropiarse al hilo del debate sobre la reforma del Estatuto de Cataluña. Y ofrecerán como alternativa la cohesión social y territorial de España que el Gobierno ha reforzado en estos tres últimos años a través de sus políticas sociales y de las inversiones en infraestructuras. No se trata de dar un bandazo político. La prueba es que el Gobierno va a tratar de mantener sus apoyos multipartidistas en el Parlamento hasta su disolución. Lo que se trata es de explicar lo que el Gobierno ha hecho en esta legislatura y profundizarlo en la siguiente, recogiéndolo en el programa”.
6/ Javier Pérez Royo, “La sucesión de Aznar”, El País, 1-09-2007.
7/ Ver en este sentido la interesante descripción de la estructuración política de la izquierda en Europa que hace Jordi Borja: "Con dos izquierdas y no estar loco” El País, 20-08-2007.
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*Gustavo Búster, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es el heterónimo de un analista político madrileño.
*Gustavo Búster, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es el heterónimo de un analista político madrileño.
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sinpermiso.info/08/09/2007
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