8/9/07

Regreso a India

Jorge Montaño*
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Durante décadas, India ocupó un lugar especial en el radar de la política exterior de México. Como fundadores del Movimiento de Países No Alineados y promotores del surgimiento del Grupo de los 77, ambos países coadyuvaron a fortalecer una relación que en el ámbito multilateral fue especialmente productiva. La diplomacia mutua propulsó el avance de un grupo de desarme, acompañados de Grecia, Argentina, Tanzania y Suecia. Tanto en Naciones Unidas como en los organismos especializados de vocación social, económica y política, trazaron líneas paralelas de acción, que fueron siempre de gran importancia por su capacidad de concertación. Los presidentes mexicanos reconocían la importancia de la relación, privilegiando visitas de Estado, lo cual ocurrió por última vez en 1985.
La “telecanización” de nuestros objetivos dañó este vínculo, al invertirse las prioridades para atender al nuevo círculo de amigos industrializados miembros de la OCDE, rompiendo amarres históricos con los países de mediano desarrollo. Con el infatuamiento de la nueva asociación, ignoramos el despegue económico del subcontinente, quedándonos con imágenes estereotipadas de extrema miseria. Durante la Cumbre del Medio Ambiente de Río de Janeiro en 1992, el primer ministro Rao abordó con humildad al presidente Salinas para preguntarle cómo habían vencido las resistencias del partido dominante para lograr la apertura comercial, reto que enfrentarían para persuadir al partido del Congreso, fuerza dominante del quehacer político nacional.
La recuperación de espacios externos, tema central del nuevo gobierno mexicano, intenta ahora el sano reacercamiento con una economía con crecimiento asombroso de 8.9% y una actividad multilateral ejemplar, temas que en sí justifican la urgencia de concretar alianzas de gran alcance, concertando, además, acuerdos pragmáticos mediante intercambios comerciales que aprovechen su proceso de expansión acelerada. India está graduando 400 mil ingenieros anualmente, cuenta con una clase media de 300 millones de seres y destina uno de los mayores gastos en educación per cápita en el mundo. En su agresivo despertar al desarrollo acelerado, ha roto estructuras obsoletas que privilegiaban la empresa pública. Hasta hace poco, había 18 industrias básicas en manos del Estado, hoy sólo quedan la militar, naviera y energía atómica.
La democracia más numerosa del planeta realiza esfuerzos para liberalizar la economía sin violentar las libertades dentro del marco parlamentario. Las divisiones sociales de un país polarizado ponen en pugna una agenda de élites y otra de masas con el riesgo de que la demagogia o el pragmatismo infundado entren en colisión, impidiendo reformas estructurales que permitan el avance logrado. Sería interesante observar estrategias que podrían ser de utilidad en la no menos dispar sociedad mexicana. La inminente conclusión de negociaciones de un tratado de libre comercio con la Unión Europea permite constatar la flexibilización alcanzada por una economía tradicionalmente cerrada. En plena transición de la vida democrática, convendría repetir el ejercicio de humildad para hacer las preguntas adecuadas en India a líderes políticos y empresariales que faciliten salidas a nuestro callejón.
Es claro que en México hay una suerte de atracción especial por hacer negocios rápidos con China. La solución simplista descansa en una política de contenedores que permite la ficción de comerciar sin crear riqueza. La inversión india en México se ha dado con especial fuerza en la siderurgia, mientras el intercambio comercial sigue en ascenso. Las premisas de operación de ambas economías son sustancialmente diferentes y en el futuro cercano se podrían ver distintos resultados. China opera bajo la égida de un partido que con el avance económico podrá ser rebasado, desafiando su control absoluto, mientras India paga el costo de proceder democráticamente en una transición hacia estructuras políticas modernizadas siguiendo el ejemplo de Japón, la economía más pujante de los tres países.
Reflexión final.— El colofón del discurso presidencial en Palacio Nacional, alusivo a la relación con Estados Unidos, tiene todos los ingredientes que se deben evitar si se desea obtener resultados y no estropear los presupuestos básicos del diálogo con los vecinos. Basta recordar las reacciones negativas que provocamos con la discusión de la propuesta 187 en California. El discurso y la actividad política debe enfocarse a acciones concretas que ayuden y no hagan más miserable la suerte de los connacionales. La retórica septembrina convoca el aplauso fácil y estridente, pero retrasa fatalmente cualquier arreglo.
montesco98@yahoo.com
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*Vicepresidente del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales
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El Universal-México/08/09/2007

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