8/9/07

Sarkozy y el Mediterráneo

LA MIRADA HACIA EL SUR DEL PRESIDENTE DE FRANCIA
• Las propuestas del nuevo inquilino del Elíseo son, por el momento, puramente especulativas
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SAMI Nair*
La impresión que quiere dar Nicolas Sarkozy es que Francia está de vuelta en todos los ámbitos tras el no en el referendo sobre el Tratado Constitucional europeo. De ahí las propuestas a Alemania sobre un minitratado, la estrategia de gesticulación en Darfur, las "propuestas para una nueva política mediterránea". Sin embargo, y hasta que se demuestre lo contrario, no hemos visto nada particularmente original en todos estos dominios. Es una lástima, pues hay mucho que hacer, y en primer lugar reactivar de manera efectiva la construcción europea sobre nuevas bases. Sin embargo, la retórica de comunicación funciona y las cancillerías se plantean legítimamente la cuestión de saber cuál es el contenido de este activismo mediático-diplomático.Es indiscutible que Nicolas Sarkozy realiza un diagnóstico preciso sobre la política mediterránea. Europa ha fallado cruelmente en esta cuestión por dos razones fundamentales. Por una parte, porque se orientó primero hacia el Norte, a partir de los años 70 del siglo XX y, aunque se abrió a Portugal, España y Grecia en los años 80, se ha vuelto a centrar esencialmente (obedeciendo así, dicho sea de paso, a los deseos anglo-norteamericanos) en los países del Este, tanto para conquistar nuevos mercados como para domeñar la influencia de Rusia. Digámoslo claramente: el Mediterráneo del sur era y sigue siendo el pariente pobre, falto de interés, de la Unión Europea. El Sur es percibido más bien como un peligro político, una amenaza identitaria, el foco de una potencial invasión migratoria. Ahora bien, el Mediterráneo sur ya está fuertemente integrado en la economía europea; su futuro, al igual que su presente, dependen del euro; sus poblaciones se perciben como pertenecientes objetivamente a la misma área de intereses.Por otra parte, Europa ha agotado los encantos de las políticas derivadas del Acuerdo de Barcelona de 1995. Prácticamente todos los acuerdos han sido rubricados con los países del Sur (salvo con Siria y Libia); los mercados del Sur están abiertos a los productos europeos, mientras que los del Norte están cerrados a los países del sur del Mediterráneo. En resumen, con el Acuerdo de Barcelona, Europa ha instaurado un mecanismo de intercambios provechosos, en primer lugar, para sus intereses. De ahí el estrepitoso fracaso de la celebración, en la misma ciudad, del décimo aniversario de dicho acuerdo.
ASÍ PUES, ES necesario revisar esta estrategia y proponer una nueva visión. Volver a situar a Francia en una posición relevante, tras varios años de inmovilismo chiraquiano, reviste una importancia fundamental, puesto que se trata de volver a centrar la construcción europea en el Sur. ¿Dispone Francia de los medios que no tiene España para instaurar una nueva política e imponerla al resto de socios europeos? La propuesta de Sarkozy es, por el momento, puramente especulativa: no sabemos lo que quiere hacer, solo que quiere hacer algo nuevo. En cambio, podemos apreciar más o menos las cuestiones que preocupan a Sarkozy: la inmigración, Turquía y la estabilidad política de los países del Mediterráneo sur. Tres preocupaciones sobre las que tiene un punto de vista bastante personal.En primer lugar, la inmigración: quiere instaurar su política, denominada "de inmigración selectiva", para limitar los flujos a cambio de un acuerdo con los países del Sur, facilitando la libertad de circulación para algunas categorías de población (esencialmente, las bien formadas). El objetivo es que a Europa acudan los cuadros que aquí se necesitan y rechazar a los no cualificados. Se puede dudar de la eficacia de esta política: en efecto, su éxito es poco probable, aunque solo sea porque la demanda migratoria es incontrolable por los propios países de origen.A continuación, Turquía: Sarkozy dijo claramente durante la campaña presidencial que no quiere que dicho país sea miembro de pleno derecho de la Unión Europea. Pretende una asociación muy activa en el plano comercial, una cooperación intensificada, pero no la apertura de las fronteras a los trabajadores turcos. Más fundamentalmente, piensa que Turquía, potencia laica, pero musulmana, no puede entrar en la Unión porque la considera, más allá de la economía, un conjunto estructurado a partir de una identidad no cristiana. En este aspecto, también se puede apostar que tendrá dificultades para que prevalezca su punto de vista, pues muchos estados europeos quieren la entrada de Turquía, no solo por razones económicas, sino también porque Europa es laica y la identidad europea se define por la ciudadanía democrática y no por la confesión.
POR ÚLTIMO, la estabilidad política: es una preocupación compartida por todo el mundo en Europa. Pero no se sabe demasiado bien cómo alcanzarla si no se le confiere una verdadera base democrática. Ahora bien, los países mediterráneos del sur no han conseguido, por razones complejas, conciliar la búsqueda del desarrollo económico y social con la democracia pluralista. Existen bolsas importantes de pobreza que empujan a las categorías sociales más desposeídas hacia el extremismo religioso. El autoritarismo es la norma en todas partes. ¿Qué propone esta nueva visión mediterránea para resolver este dilema histórico? Por el momento, nada concreto.Queda, finalmente, una realidad estructural que el presidente Sarkozy no debería olvidar, a riesgo de pagarlo muy caro: ninguna política mediterránea europea puede aspirar al éxito si no se apoya en el eje estratégico París-Madrid-Roma. Así pues, lo primero que debería hacer la diplomacia francesa es construir la estrategia de codesarrollo que necesita el Mediterráneo asociando estrechamente a España e Italia y, sobre todo, teniendo en cuenta las propuestas de los primeros interesados: los países árabes de la orilla sur.
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*Profesor invitado en la Universidad Carlos III de Madrid.
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Traducción: Xavier Nerín.
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El Periódico - España/08/09/2007

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